Capítulo dieciséis

Energía

Debía llegar. Una moto llegaría más rápido. Haciendo zigzag entre los coches que se apiñaban en las calles, pasé por alto todo aquello que el código prohibía, incluso puse en riesgo la vida de muchos humanos, pero no lo dudé, la vida de Sal era más importante que cualquier puñado de esos seres. Humanos, y sus efímeras vidas. Humanos riendo y gozando de algo que yo no me atrevía a perder ahora. Tomé la arteria principal y conduje por la acera allí donde la moto no cabía. Crucé todo símbolo de detención sin respetarlo y escuché bocinazos y gritos a mi paso. Si ella moría, si Sal moría, mi bestia prometía sangre. Prometía dolor a aquellos que la obligaban a mantener su código. Sin duda estaba herida, su vida pendía de un hilo por defender a humanos que ni siquiera reparaban en ella.

—¡Maldita sea! —Aparté a un hombre que se me cruzó en el camino haciéndolo caer de bruces al suelo. Este gritó y otros también, a mi paso, pero eso no me detuvo. Estaba ciego de ira.

Busqué salir de la cuidad de prisa y tomé el camino que me llevaría lejos de la gente. Apagué las luces, al fin y al cabo no las necesitaba. Conduje a oscuras el tramo que me separaba de las fantasmagóricas siluetas de los galpones y haciendo uso de toda mi fuerza, extendí mis sentidos y dejé caer un manto de oscuridad sobre mi cuerpo, que me haría invisible ante los ojos de los curiosos, aunque no oculté el sonido de la moto; tal vez Sal pudiese oírla y fuera hacia mí. Eso me hizo recordar las últimas palabras de Nicolás: Está herida.

Mi energía fluctuó haciendo que me dolieran las extremidades cuando el recuerdo se incrustó en mi mente como una cuchilla; aun así mantuve el manto fuera. Cualquier energía emitida por Sal, aunque fuese mínima como un leve latido de corazón, la sentiría en la red que se extendía desde mi cuerpo cual una amplia tela de araña. Podía distinguir los edificios, los espacios abiertos, incluso los pequeños roedores corriendo dentro de los galpones. Giré en la primera cuadra y dejé que mis sentidos se extendieran como tentáculos, chequeando cada rincón, cada sitio. Mi poder iba más allá de detectar un aura, una energía, podía «ver» como lo hacían los murciélagos con el sonido; yo lo hacía con mi energía. Cada emisión de esta chocaba contra las masas y percibía todo desde allí.

Era el mejor cazador y ahora mi presa estaba herida. Sentí la pulsación en uno de los hilos y volví a virar en dirección este. El sol aparecería por allí en tan solo unas horas, así que aceleré a fondo mi Ducati, aquel leve tintineo de energía me llamaba, como si un insecto hubiera caído en la telaraña. No era un animal, ellos tenían un aura violeta puro, aquello que me atraía como la luz a los insectos era más grande. Me detuve en una esquina; fue cuando la vi, sumida en la sombra de un edificio. Dejando caer mi moto en la acera fui hasta allí. Sal estaba tirada de costado, movió la cabeza en mi dirección como si esperara verme. Me arrodillé a su lado de inmediato y coloqué su cabeza sobre mis muslos, quitándole de la frente el cabello enmarañado. Sentí el olor de la sangre y maldije cuando le vi los cortes.

—Te tengo —murmuré. Sal emitió un gemido de dolor cuando la moví e hizo un esfuerzo para sonreírme. Aspiré con fuerza y percibí que había un olor impregnándola.

—Sabía que vendrías —fue lo único que dijo antes de que la acurrucara más cerca de mi cuerpo. Estaba fría y famélica. Podía notarlo, como también notaba algo más, y aunque lo tenía en la punta de la lengua no podía decir qué era. Haciendo un esfuerzo tomé mi teléfono y llamé a Nicolás.

—Calle once, dirección este —murmuré rápidamente y volví a concentrarme en ella. Debía saber qué era… tenía que encontrar la respuesta. ¿Qué le habían hecho? Escuché a lo lejos el sonido del coche y supe que pronto la sacarían de allí. Cuando noté que Sal se había relajado en mis brazos y tenía los ojos cerrados la preocupación me atacó. La sacudí con suavidad, pero observé que reaccionara.

—Tan solo aguanta un poco más. No cierres los ojos —le exigí cuando ella parpadeó—. No te atrevas a morir Sal… te traeré de vuelta sin importar cómo lo haga, no te atrevas a dejarme. —De pronto, los años de soledad me dieron una fuerte bofetada en la mejilla. No iba a perderla así de fácil, no la dejaría ir como si no significara nada. Ella volvió a parpadear y entornó los ojos.

—Alas… —susurró Sal con los dientes apretados. El hambre estaba haciendo estragos en ella. Acaricié su frente mientras la mecía, sintiéndola estremecer.

—Sí, le arrancaré las alas —respondí secamente y por primera vez lamenté no tener un coche; podría haberla sacado de allí en la moto pero no sabía cuán herida estaba y, vampiro o no, nadie sabía muy bien qué poderes tenían los nefilim. De una cosa estaba seguro, no habría piedad.

—No, alas. —Sal me miró a los ojos y luego al cielo.

—No podrán tocarte… lo prometo —susurré cuando percibí un temblor en ella.

—Hero… —me asió de la manga— lo siento tanto… —sollozó. La miré sin comprender de qué hablaba, y permanecí de ese estado por un momento, hasta que todo cayó sobre mí como un balde de agua fría.

Energía.

¡Eso era! Energía del nefilim brillaba contra su piel; casi podía notar dónde la había tocado. Podía descifrar las caricias que le había dado incluso a través de su ropa. Ella me estudió e intentó rozar mi rostro, pero no la dejé.

—Hero, por favor, no me dejes. —Aquella bofetada había sido más fuerte que el golpe del nefilim en mi pecho.

—La ayuda ya está cerca —solté y me atraganté con la furia. La había buscado con tanta desesperación que nunca había imaginado eso.

—Hero… —Me alejé de ella como si tuviera la peste. La tendí despacio en la acera. Debía hacerlo. Diosa, ¿en qué había estado pensado?— Hero… —no podía hablar, la ira me había colmado. Sentí los colmillos saliendo, la ponzoña corría por mi cuerpo—. Escúchame. —Sal se movió de modo que casi tocaba mi pie, las palabras se cortaron al escuchar el coche chirriando sus ruedas. Levanté la vista para encontrar a sus hermanas allí. Eva y Carim llegaron primero. Al igual que yo se agacharon junto a ella; me alejé otro paso aún sin poder mirarla. Ella no apartó los ojos de mí y algunas lágrimas brotaron de sus ojos. En ese momento mi temple de acero se derrumbó. Estaba herido, pero no podía verla así…

—Sal, cariño… —ella sonrió en respuesta con los ojos cerrados.

—Sabía que vendrían. Hero por favor —susurró con la garganta seca. Eva se levantó, tomó un cuchillo que sobresalía de mi cinturón, se hizo un corte en la muñeca y la colocó sobre los labios a Sal. Ella protestó e intentó mover la cabeza, pero sin saber cómo ya me había agachado nuevamente y la contuve obligándola a abrir la boca. Eva sonrió levemente, agradeciéndome aquello, aunque no entendía el llanto de Sal.

—Debemos sacarla de aquí —susurró Carim al mismo momento que percibí una emanación de energía. Era tan fuerte que nublaba mis sentidos. Lo mataría, los mataría a todos. Sin apartar los ojos de Sal, estudiándola, volví a alejarme de ella. No podía mirarla a los ojos, me había traicionado, y eso ardía en mi piel ahora. Ambas hermanas murmuraron algo y levantaron la vista al cielo.

—Sí, el día vendrá pronto —coincidió Eva quitando la mano. Le di la espalda sin saber qué hacer, debía marcharme de allí ahora o caería contra Sal y la obligaría a decirme qué le habían hecho. La obligaría a humillarse a mis pies… apreté los puños.

—Hero ¿Adónde vas? Debemos salir —la voz de Carim se perdió mientras montaba en mi moto. Estaba cegado por la rabia. No podía sentir nada más que el agujero en el pecho que ella me había dejado. La había tocado, se había entregado a él… tal vez ambos merecieran morir. Tal vez yo mereciera morir, por ser tan estúpido.

—¡Hero! No lo hagas… —Sal sonaba ahogada. No quería oírla, no ahora.

Tal vez este sería el último acto de mi vida. No volví la vista atrás, sentía repugnancia por ella, pero en mi pecho todavía me atenazaba la idea de que era mía. Mi mujer. Estúpido, eso era. Le había dicho aquello a Nicolás hacía pocas horas, y al final encontraba la muestra de la ira de Vatur contra mí. Mientras seguía un leve rastro de poder recordé las palabras de Mikela. No solo eso centinela, le dará la posibilidad de entrar en su mente.

—Maldito sea… —busqué entre las calles hasta que encontré lo que buscaba. Tirado a unos metros había un cuerpo alado. Me bajé de la moto y me quité el casco. Tomé el cuchillo que quedaba de repuesto en mi bota y me acerqué. Lo toqué con el pie sin notar ningún rastro de energía en él. Las alas estaban desplumadas, como si alguien hubiera quemado parte de ellas. El cuerpo yacía boca abajo en una postura poco natural y no, no era el nefilim. Seguí caminando al notar un destello.

Preparé el arma, ya que el nefilim era más fuerte que yo. Caminé hasta un galpón y lentamente abrí la puerta, antes de que estuviera completamente abierta algo cayó sobre mí. Un rostro apareció en mi visión y unas alas se abanicaron en el aire; instintivamente le clavé el cuchillo en el costado y el ángel dio un chillido, gimió y antes de soltarme, cuando le di la segunda puñalada, me rasguñó el pecho con esas garras infernales y echó a volar. Lo vi elevarse y dolorosamente me puse de pie. Me miré la herida. Las uñas del ángel habían dejado un rastro de sangre por los arañazos. Eché un vistazo al cielo con desconfianza y lo vi alejarse, otro leve destello de energía me impulsó hacia adentro. Caminé aún con el cuchillo empuñado y pude ver, acurrucado en el fondo, al nefilim. Preparándome para lo peor llegue a él. El nefilim alzó la cabeza y me miró. Lo tomé del cabello para levantarlo un poco, quería hincarle el cuchillo y destriparlo, pero en cambio lo solté, estaba indefenso y no lo mataría así, no era justo. Él hizo un sonido sordo en el suelo, me acerqué un poco más y lo tomé del cuello, atrayéndolo hacia mí.

—Aprovecharás para desquitarte… —murmuró agónico.

—La tocaste —le olisqueé el cuello y me dieron arcadas—. Te mataría si no supiera que eso le dolería más… —apreté los dientes, me costaba hablar.

—¿De qué hablas? —preguntó antes de que lo enmudeciera de un golpe. Su cabeza cayó hacia un lado.

—¿Lo hiciste y lo preguntas? —Otro golpe, esta vez en su estómago.

Y otro, y otro, seguí propinándole golpes a raudales hasta que unos brazos fuertes me sujetaron desde atrás. Me revolví en aquel agarre, pero Nicolás era más fuerte. Cegado por la ira no noté su llegada. Mis manos sangraban y mi cuerpo temblaba cuando Nicolás lo arrojó a un lado.

—¡Suficiente! —me gritó.

—La tocó… —sonreí con desagrado apretando los puños—. Sal, ella tiene su olor, su energía, ella…

—Nefilim ¿eso es cierto? —ahora la voz de Nicolás sonaba mortífera.

—Sabes que sí —la voz de Mikela llegó desde mi izquierda. La observé tan impoluta y superada que me dieron ganas de maldecirla. Ella me estudió—. Oh cariño —se agachó a mi lado— mírate…

—No me toques —le retiré la mano de un golpe y volví mis ojos a Nicolás.

—¿Es cierto nefilim? —No hubo respuesta.

—Déjalo Nicolás, esto no te incumbe, deja que los ángeles se encarguen de él. Hero cariño… —Esquivé a Mikela. Me levanté lentamente. Eché una mirada al nefilim y comencé a caminar hacia la puerta.

—Tú eres… Hero… —el nefilim sonrió con dolor, una mueca parecida al desprecio se instaló en su rostro— pensé que alucinaba… que estúpido… ya sabes —dijo, y me volví a verlo. Nicolás permanecía a unos pasos del nefilim que en ese instante centraba su atención en mí.

—¿Qué quieres decir? —gruñí. Ahora quería escuchar qué tenía para decir.

—Hero… es tu nombre maldito —sus mandíbulas se apretaron tan fuerte que debía doler— pensé que ella hablaba de otra cosa… mi Hero, ya sabes —tosió cuando se movió—. Tu nombre, en inglés, es héroe… creí que me decía «mi héroe», pero era a ti a quien llamaba… —di un paso hacia él y me detuve ante la mirada de Nicolás.

—¿Qué estás diciendo nefilim? . —Nicolás hablaba con la voz ronca y perturbadora sin dejar de observarme—. Te salvé una vez, no habrá otra.

—Déjalo, solo quiere ganar tiempo, no lo escuches —siseó Mikela.

—Ella gemía tu nombre… —Me tensé—. Creí que me llamaba héroe, y tan solo… —el nefilim enfocó su mano hacia mí— ella hablaba de ti.

—¿Has tenido sexo con ella? —inquirí mientras recorría los pasos que nos separaban.

—Sí, pero no era conmigo con quien lo hacía, te llamaba en sueños.

—La alejaste de mí… voy a matarte. —Nicolás volvió a interponerse—. ¿Cómo la convenciste? Le prometiste cuidarla. ¡La dominaste por la fuerza! —grité esto último y vi cómo los ojos marrones del nefilim se llenaban de ira.

—¡No! —gruñó—. ¡No lo hice…! —aquello era una puñalada. Parte de mí quería que lo admitiera, matarlo a golpes y buscar a Sal para saciarla de modo que nunca más necesitara de otro hombre—. No fui yo.

—El vampiro —sentencio Nicolás.

—Deben irse…

—Creo que no tienes derecho a ordenar ni pedir nada… —le espeté.

—Ángeles —murmuró—. Los ángeles vienen… —dijo el nefilim— vienen por mí. Si están aquí, necesitarás de todos tus poderes para matarlos y perderás parte de ellos gracias a esa herida.

Había olvidado la herida en mi pecho.

—¡Oh, por Vatur, estás herido! —Mikela me giró para verme el pecho y se cubrió la boca—. Está infectado. Debemos irnos, ahora —la urgencia sonó en la voz de Mikela.

—¿Infectado…? —Nicolás se acerco a mí y me observó.

—Sí, con polvo de ángel. —Mikela y Nicolás miraron al nefilim—. Sácalo de aquí… —pidió el nefilim mientras se levantaba—. ¡Ahora! —Nicolás tiró de mí mientras Mikela me tomaba del otro brazo. Mis piernas ya no respondían y el mundo comenzaba a moverse. ¡Mierda! Era lo más parecido a una borrachera, sin las risas y los vómitos. Corrieron conmigo arrastrándome hacia afuera y pude sentir la energía de los ángeles tan blanca, tan pura, que dolía.

—Mikela, toma la moto, lo llevaré en el coche.

Quise protestar, pero la bruja fue más rápida. Se subió a mi moto y salió disparada; yo tuve que subir al coche de Nicolás haciendo un esfuerzo descomunal para lograrlo por mi propia cuenta. Un momento después un agudo dolor se situó en mi pecho, como si un elefante se hubiera sentado allí, aunque no distinguía si era el dolor que me había dejado Sal o solo el polvo de ángel apresándome las entrañas. Me estremecí y me doblé tratando de apagar el daño. Con el pecho pegado a las rodillas me tomé las piernas, intentando mitigar el fuego que me quemaba. Podía sentir la cercanía de los ángeles, casi como si volvieran a arañarme, como si me hincaran un cuchillo envenenado.

—¡Hero, aguanta! —Nicolás conducía en forma brusca y me palmeó la espalda con cuidado—. Llamaré a la central, ellos sabrán qué hacer…

—No le digas —gruñí a causa del ardor.

—¿Qué?

—A Sal… no le cuentes.

—Hero, ella…

—Júralo centinela, o me iré de aquí a morir a otro lado. —Nicolás me escuchó e hizo silencio durante unos segundos.

—En algún momento lo averiguará.

—En algún momento —dije y sentí cómo el sufrimiento disminuía al alejarnos de aquel poder. Me reprochaba no haber sido yo quien matara al nefilim. Cuando el dolor cesó me recosté contra el asiento y cerré los ojos buscando un poco de calma, estaba agitado y molesto, esa no era una buena combinación. Después de un rato noté que los ruidos de la cuidad disminuían, el sol aparecía en el horizonte—. ¿Adónde vamos?

—A mi casa…

—¡No! —protesté. Allí estaría Sal.

—No te dejaré ir, prometí no decir nada, no prometí dejarte solo en esto, guerrero. —Giré el rostro tan solo para estudiar a Nicolás—. Sé que estás molesto con ella —quise protestar, molesto no era ni siquiera un cuarto de lo enojado que estaba; enojado, confundido…, pero Nicolás me detuvo antes de que pudiera comenzar a describir todo lo que pensaba—. Escúchame, Sal es difícil, temperamental, la he visto acostarse con muchos tipos —hice un sonido de disgusto; sin duda Nicolás no era bueno en psicología, ni siquiera serviría como ayudante terapéutico— pero nunca la había visto así, tan mal.

—Es la sangre —refunfuñé— las pastillas de sangre han dejado de alimentarla —le confesé lleno de ira. Dije aquello cegado por el dolor. Sal podía intentar ocultarlo, pero lo sabía.

—Lo sé, como también sé que sus hermanas la han alimentado. —Estudié el horizonte.

—¿Pueden condenarla? —No sabía por qué me preocupaba, pero tenía que preguntar. En mi muerto corazón podía odiarla, pero no la dejaría morir, lo había prometido y ahora esa promesa era una daga atravesándome el pecho, peor que el dolor que me habían causado los ángeles.

—No, el condenado manual no dice nada sobre las reglas que las hermanas deban seguir, dice que no podría tomarla por la fuerza, pero ella no lo ha hecho, por lo tanto si sus hermanas deciden brindarle sangre nadie podría detenerlas.

—¿Qué pasará con el vampiro?

—Seguiremos buscando, solo que esta vez ella no saldrá de la casa aunque tenga que atarla, y allí es donde entras tú.

—¿Yo?

—Sí, confío en que la cuidarás tanto como yo. —Nicolás me miró mientras giraba por un camino poco iluminado—. Te he visto, incluso sintiéndote traicionado defendías su honor.

—Sé que tú la cuidarás mejor —dije y volví a descansar la cabeza en el asiento.

—Debo ir con Eva y Carim, no puedo dejarlas; el grupo perdió una integrante, así que ellas necesitan refuerzos. No confío en que mis guardias logren detenerla si ella decide hacer otra locura, pero tú la retendrás.

—Dime centinela, eso, ¿es un castigo para mí o para ella? —Nicolás no respondió, se limitó a sonreír mientras conducía el auto hacia una reja de metal. Me distraje al observar el entorno. Debía admitirlo, el centinela tenía buen gusto, antiguo sí, pero de una buena época. Odiaba la estética del art deco y sus intrincados diseños. Esto era más sobrio y elegante. Nuevamente me pregunté qué era Nicolás. Me habían dicho que era un metamorfo, aunque casi sonaba como no decir nada, pues llamaban así a cualquier ser cuya naturaleza no sabían definir. Pronto sabría la respuesta, por ahora el dolor me oprimía el pecho y no podía pensar en nada más.