Capítulo veintinueve

La última noche

Iríamos en mi auto. Aún no había hablado con Nicolás, pero lo dejaba en sus manos. No podía mantener a Hero fuera de la pelea, solo el centinela podría. Me había calzado unas botas de caña alta hasta las rodillas. Escondí un par de cuchillos ahí. Llevaba jeans ajustados de color gris y una camisa negra; coloqué en mi cintura un par de armas más y me calcé encima una chaqueta de cuero, era cómoda y me permitiría moverme con facilidad. Recogí mi cabello en una coleta alta, para que no me incomodara en la visión, y apretando los puños eché una mirada al espejo. La mujer que me miraba no se parecía nada a la de unas semanas atrás. Era distinta. Sus ojos me observaban hostiles y acusadores. Incluso ella sabía que era mi culpa. Tomé el frasco de pastillas de sangre, y estudié la etiqueta. Mi sangre. Volví a echar un vistazo al reflejo. ¿Por qué alguien haría estudios con mi sangre?

No lo entendía, aunque en realidad ahora no importaba, quizá en unas horas ellos encontraran solo eso, sangre. No me intimidaba. Esto era lo que era. Había nacido para ser una asesina. No me escondería tras las puertas del sótano como una niña. Esta era mi familia, mi gente… no podía volver a ocultarme tras una roca, como cuando mataron a mis padres. No. Los buscaría y los haría pagar, o al menos moriría sabiendo que luché por los míos. Tomando una inspiración profunda le mostré los dientes a la mujer del espejo y salí del baño. Bajé las escaleras esperando ver a Hero allí, pero no estaba. Tal vez Nicolás se había anticipado. En la cocina, sentadas a la mesa, estaban Carim y Eva. Sonreí al verlas. Sí, definitivamente moriría por ellas, me dije a sabiendas de que no necesitaba oírlo de sus bocas, lo sabía. Se levantaron y pasaron a mi lado.

—Tu coche, si destruyen algo, espero que sea esa chatarra —su burló Eva.

—Muérdeme lobita —le contesté y apenas había dado un paso hacia la puerta cuando Hero me tomó del hombro. No sabía de dónde había aparecido.

—¿Adónde crees que vas? —me gruñó. Aún sentía su dolor, pero eso no significaba que me dejaría ir, ni que se encontraba sin energías para impedir mi salida. Me giré enfrentándolo. Lo estudié por un momento, mis ojos recorrieron su cuerpo. Llevaba un pantalón suelto, negro, mi color favorito, junto con una remera gris plomo que hacía resaltar sus ojos y lucía como si fuéramos a juego él y yo; su cabello iba despeinado y tenía aroma a perfume como si hubiera salido ducha.

—Vamos arriba ahora —tironeó de mi mano y me llevó hacia él.

—Oye, ¿qué te pasa?, no eres mi padre, ni mi centinela, así que guárdate tus órdenes. —Hero me mostró los dientes pero no me soltó, su mirada se oscureció un poco dándome a entender que ambos teníamos un humor horrible—. ¡Suéltame! ¿Alguna vez alguien te dijo que ser tan posesivo mata?

—No lo intentes, si sales por esa puerta juro que te traeré a rastras para adentro.

—Lamentablemente deberá salir —la voz de Nicolás se oyó detrás de mí y sonreí con suficiencia cuando me solté. Hero apretó los puños y quemó a Nick con la mirada.

—¿Estás loco centinela? —torció la cabeza y lo miró de lado.

—No, pero te diré —respondió Nicolás y se colocó a mi lado—. Hay una reunión con un caído en pocos minutos, tiene algunos datos, aunque creo que es alguien a quien ya conoces…

—Sé quién es.

—¡Claro que sabes quien es! —le grité. Me fulminó con la mirada, pero no quería su reproche; sabía bien qué había hecho, pero ya estaba harta de que me lo echaran en cara.

—El vampiro —gruñó y me sentí hundir. ¡Tierra trágame, ahora!—. Sé quién es… —respondió en cambio y retrocedí un paso avergonzada y atónita.

—¿Cómo? ¿Cómo lo sabes? —preguntó Nicolás y lo observó. Al parecer no era a la única a quien Hero había sorprendido.

—Porque lo conozco —habló sin mirarme, directo al centinela— desde que era humano… —murmuró apretando los dientes.

—Vamos, me contarás el resto en el camino. —Nicolás me miró y lo seguí impotente, las palabras de protesta se quedaron allí atascadas, tan solo tartamudeaba incoherencias. ¡Maldición! Hero me tomó de la mano y quiso llevarme tras de Nick, pero me resistí.

—Iré en mi coche. —Un gruñido más animal que humano cortó el aire—. Tú y yo, hablaremos de esto. Eres extremadamente posesivo —le dije de modo acusador y me solté. Aunque moría de ganas de saber quién era el vampiro, o el humano, y por qué Hero lo conocía, me contuve. Estaba cabreada. No lo quería allí, estaba herido. Resistí mis ganas de seguirlo y me subí a mi coche viéndolo entrar un segundo después al coche de Nicolás. Apreté mis manos sobre el volante intentando controlarme. Carim y Eva me miraron en silencio.

—¿Tan mal se encuentra? ¿Está herido? —era la primera vez que ellas preguntaban algo sobre eso. Estaba claro que conocerlo por el lazo no era igual que confesarlo.

—Está muy mal —susurré incapaz de apartar los ojos.

—Encontraremos un modo… —Eva apretó mi hombro.

—Espero que sí, Eva, todos dicen lo mismo, pero nadie sabe cómo —observé que Mikela caminaba hacia nosotras y maldije. Lo que faltaba, una vena latiendo cerca y el hambre pujando en mí como una bala a punto de salir, y encima ¡ella! Maldije y vi cómo un vampiro se metía en el coche con Nicolás, seguido por otro ser—. ¿Qué es? —murmuré en mi mente y fue Eva quien respondió.

—Un horuin —dijo orgullosa. Pensé que debieron llegar mientras discutía acaloradamente con Hero, porque no los había visto.

El coche de Nicolás arrancó y comenzó a dirigirse hacia la entrada. Las rejas se abrieron y salimos tras él; la noche nos recibió con los brazos abiertos y me di un momento para mirar al cielo. Si Vatur estaba allí arriba, tan solo pedía que rezara por nosotros. Nicolás se dirigía al centro, yo lo seguía de cerca. No estaba muy segura sobre las reacciones de Hero ante la presencia de Phill, tan solo rogaba que no se mataran en el transcurso.

Odio esto, quiero que lo sepan —se quejó Carim que estaba recluida en el asiento trasero junto con Mikela. Eché un vistazo rápido a la gata y sonreí, ella miraba distraídamente hacia afuera aunque supe que no se perdía detalle. Su gato no estaba nada feliz, casi podía sentir sus garras saliendo por su piel. Doblamos en una esquina cuando a lo lejos pude ver la punta de la torre mayor alzándose cerca de las nubes, tan cerca del cielo y tan lejos a la vez. Las nubes encapotaban un poco el cielo, las calles estaban casi vacías a esa hora.

Phill estaría allí, lo imaginé alado, y sonreí al pensar en él volando entre esas nubes. Él estaría allí esperando, mis ojos se quedaron pegados a su hermosa arquitectura cuando percibí de reojo un movimiento desdibujado a mi izquierda. En el mismo momento en que giré la cabeza para ver qué era, un puñal vino desde mi espalda rozando mi columna e hizo un tajo en mi vientre del que comenzó a manar la sangre. Mi mano viajó hasta la herida y el dolor me atravesó de punta a punta, cada célula de mi piel supo que algo iba mal y mi mente se disparó. El coche se descontroló antes de que pudiera gritar, y golpeamos una pared a la derecha, pero no se detuvo. Intenté mantener el control justo en el momento en que veía el choque del auto que conducía Nicolás.

—¡Sal! —Eva fue quien vio primero el puñal; antes de que Carim pudiera tomar a Mikela esta había pateado la puerta arrancándola de cuajo y se había desvanecido casi por arte de magia. Carim tomó el puñal cuando algo volvió a embestir contra mi lado. Eva pateo el parabrisas haciéndolo caer hacia fuera hecho añicos. Cuando volví a verla, la mujer había sido suplantada por una enorme loba. Otro golpe contra mi puerta hizo que el hierro cediera. Luché contra el asiento hasta lograr moverlo hacia atrás, y me precipité afuera por el lado del acompañante. Eva luchaba con un lobo enorme y gris. Salté sobre él empuñando mi daga más larga sin prestarle atención a la herida en mi vientre. ¡La maldita me había apuñalado! Le arrancaría el cabello hebra a hebra. El corte en el lomo del lobo hizo que se tambaleara de modo que la loba fue por su cuello y en un instante dejó de moverse. Un vampiro me pateó justo donde Mikela me había apuñalado y grité retorciéndome de dolor mientras caía al suelo. Tomé el arma de mi costado y apreté el gatillo frente a su rostro, destrozándole la cabeza; lo vi caer de espaldas. Carim luchaba hábilmente en forma de gato contra un vampiro; la gata era demasiado rápida para el tipo, que ya tenía varias heridas.

El caos había estallado en plena calle, quise correr para ayudar a Hero que luchaba con una quimera enorme, la bestia era casi cinco veces su tamaño, cuando algo salto sobre mí. Mi espalda dio un golpe seco contra el muro y percibí esos ojos rojos como la sangre observándome. Sin detenerme a pensar lo golpeé con todas mis fuerzas. Me sangraba el vientre. Busqué uno de mis cuchillos cuando me asió por la garganta y sentí que mis pies no tocaban el piso, se lo hinqué en el costado del cuello, respondió metiendo su mano en mi herida, sus dedos se abrían paso a través de mi carne y lo vi reír mientras yo no podía hacer más que gritar. Le di una patada en la entrepierna que ni lo movió. Mi arma había quedado a unos centímetros de mí, si tan solo lograba tirarlo al piso tal vez podría alcanzarla. Mientras escuchaba más gritos y pelea a lo lejos, cerré los ojos y luché por tomarla aunque sabía que era inútil, Zell me golpeó con el puño en el rostro y caí. Tomando mi arma disparé en su pecho, una, dos, tres malditas veces, y lo único que logré fue hacerlo retroceder unos pasos.

¿Qué mierda era este vampiro? De la nada, Hero saltó a su espalda tumbándolo casi encima de mí. Intentaba alejarme, cuando sentí unos brazos fuertes tomándome.

—Es hora de morir —gritó el vampiro que me arrastraba, indefensa. Él tenía sangre en los ojos y en el rostro, y una mirada desbocada augurándome que sería la peor noche de mi vida. Pataleé para darle en la cara, pero el maldito me esquivó. No me rendiría tan fácilmente. Sus manos como garras tomaron ambos lados de mi cabeza y justo cuando iba a estamparme contra el suelo, Hero me lo quitó de encima. Casi inconsciente noté que lo dejaba fuera de combate en menos de un segundo, o eso parecía. Aquel maldito fue por él en un parpadeo, llevándolo lejos de mí, y grité hasta que mis pulmones dolieron. Me levanté asiéndome del muro, tambaleándome en cada paso, movida por la furia y el dolor que había acumulado durante todo este tiempo. Lo quería muerto, deseaba oírlo rogar por su muerte, e intenté dirigirme hacia ellos cuando unas alas se metieron en mi campo de visión. Una mano invisible de energía me tiró al suelo nuevamente, y la hoja de un cuchillo centelleó ante mis ojos. Hero fue movido de un golpe al igual que yo, cayendo de espaldas; gateé hasta él agitada y fue justo en ese momento que Zell gritó. Me giré a ver qué ocurría. Las alas casi cubrían todo, pero sus ojos, los ojos de Zell estaban fijos en el vampiro, a mi lado. Pareció notar el final de su vida, y bajó la mirada hasta el rostro del ángel que lo había herido. Su pecho se fue llenando de luz; era tan pura, tan fuerte que nos cegó cuando de un momento al otro desintegró a Zell.

Me tomé el pecho cayendo en la cuenta de que no estaba sanando como debía, el dolor era tan fuerte que me impedía ponerme de pie. Mis pensamientos viajaron hasta las dos personas que estaban unidas a mí, buscando sus signos vitales. Un ronroneo suave en mi oído me dijo que Carim estaba viva. Vi a Eva caminar junto a Nicolás que parecía estar magullado, pero entero. Busqué a Hero a mi lado; sus ojos eran lo más parecido a lo que debió ser de humano. La tristeza estaba arraigada en el ahora, todos sus rasgos deformados por algo que no lograba comprender. Siempre lo había visto como alguien duro, incapaz de demostrar el dolor cuando lo sentía, pero aquí estaba sentado en la calle, con sus manos tomándose el hombro y el estómago, había una máscara de sentimientos encontrados en su mirada, no podía definir qué era, pero allí estaba observando el lugar donde el vampiro había muerto. Mis ojos buscaron a la mujer alada frente a nosotros, y cuando Irizadiel se giró también noté lágrimas en su rostro, pequeñas gotitas que parecían quedar atrapadas en sus largas pestañas, sus ojos entrecerrados y las puntas de sus alas arrastrando en el suelo. Su hermoso rostro era una máscara de tristeza también y me di cuenta de que no había visto a Phill.

—Irizadiel —murmuré y la desesperación se apoderó de mí. Ella me miró, y haciendo un movimiento con su mano su daga desapareció. Fijó sus ojos en mí y diría que la oí sollozar; bajó su mirada hasta la más importante de mis heridas y cerró los ojos con fuerza. Hero seguía sin decir nada cuando ella vino hasta mí—. ¿Dónde esta Phill? —incapaz de contenerme mucho más, tragué con fuerza esperando lo peor. Él no me habría abandonado. Algo más grave debió ocurrir, lo sentía en mi fuero interno.

—Se lo han llevado —murmuró tan despacio que casi no la escuché, se agachó junto a mí y posó una mano en mi estómago—. Se lo llevaron… —repitió cuando sus ojos aguados se encontraron con los míos, el calor recorrió mi herida y apreté los dientes para no gritar. Irizadiel todavía lloraba y algunas lágrimas caían en mi ropa. Me sentí caer por la angustia del hermoso ángel que me curaba con sus artes celestiales.

—¿Quién…? —dije con un hilo de voz—. ¿Quién se lo llevó? —Repetí al no tener respuesta. Irizadiel hizo una mueca tan humana que me conmovió, su mano me acarició el rostro y cerré los ojos con fuerza.

—Eres todo lo que él me ha dicho y por lo que ha luchado —suspiró, estudió a Hero y torció la cabeza—. ¿Quién te ha herido? —Él no respondió. La voz de Irizadiel era tan dulce como la de una madre. Se movió hasta llegar frente a él. Hero no la miraba.

—Hay heridas muy viejas… —Irizadiel apoyó su mano en él, casi donde estaba su viejo corazón, su voz como un arrullo. Hero llevó su mirada a ella—. Hay cosas que no se pueden sanar, pero debes entender que todos elegimos nuestros caminos, incluso después de la muerte, elegimos quienes somos —sus dedos acariciaron el lugar donde Hero fue herido por el ángel—. Te sanarás. —Lo vi retorcerse un poco y cerré los ojos para no correr a su lado—. Eres fuerte, y no te culpes, todos elegimos nuestro camino.

¿Todos elegimos nuestro camino? ¿De qué demonios estaba hablando?

Se puso de pie. Parecía aún más sabia y majestuosa de lo que alguna vez había creído. Intenté levantarme y noté entonces que no tenía dolor. Me levanté y busqué la herida en mi estómago, pero ya no estaba allí. Hero siguió mis pasos. Casi era de la altura de ella. Irizadiel plegó sus alas y sonrió. —Todos, incluso yo… que he caído— me quedé hipnotizada por sus palabras; Hero no podía apartar los ojos de ella y por un momento sentí el aguijonazo de los celos. ¿Qué era lo que ella sabía y yo no?

—Lo encontraré… —dije apretando los puños al recordar a Phill. No podía reprocharle nada a Hero, yo había hecho algo mucho peor que mirar a Phill así que escondí el orgullo en el centro de mi alma. Ella se volvió para responder con una leve sonrisa.

—¿Irizadiel? —la voz de Nicolás nos sorprendió a todos. Eva miró con desconfianza a la mujer alada y se alejó de ella caminando a mis espaldas. Carim siguió el mismo camino. Me quedé embobada recordando las preguntas que Nicolás me había hecho horas atrás y lo afectado que estaba. Se observaron unos minutos.

—Irizadiel —susurró Nicolás y caminó hasta ella, acarició su rostro suave y siguió mirándola como si fuera un espejismo.

—Nicolás… —ella hizo lo mismo, tocó sus manos, su rostro y me sentí incómoda. Era tan íntimo. Tan puro—. Hermano mío… —El tiempo se detuvo cuando se abrazaron. Había esperado cualquier cosa, cualquier cosa, menos esto. Nicolás acarició sus alas y la apretó contra su pecho—. Por dios, hermano.

—Te he buscado —dijo él, enmarcándole el rostro con las manos.

—¿Hermano? ¿Nicolás es tu hermano? —tartamudeé. Hero apoyó una mano en mi espalda. Irizadiel y Nicolás nos observaron, como si por un momento hubieran olvidado que estábamos allí.

—Sí, Salomé, mi hermana —volvió a mirarla y sonrió—. Debemos irnos…

—No podemos dejarla aquí —protesté. Si se habían llevado a Phill puede que siguieran con ella—. Irizadiel ven con nosotros… —murmuré.

—Debo encontrarlo.

—Y lo haremos —le respondió Hero— pero debemos irnos ahora, no sabemos qué más esperar.

—Aún debemos encontrar a esa perra de Mikela —mi voz sonó tan dura como el hierro—. Me lo pagará Nicolás, lo juro, y si tiene que ver con algo sobre el secuestro de Phill, deberás matarme para que no la asesine.

—No te preocupes, vamos —dijo en cambio y la furia se potenció en mí—. Yo mismo la mataré, con mis propias manos. —Eso sonaba a promesa. Nunca lo había oído hablar de ese modo, Nicolás nunca decía algo como eso porque sí, sentía el odio en su corazón tanto como en el mío. Hero me abrazó y me arrastró hasta el coche.

—¿Tu herida…?

—Sanando, como todo… vamos Sal. —Esta vez no protesté cuando él tomó un coche de la calle y se puso al volante. Carim y Eva se metieron atrás. El horuin que había acompañado a Nicolás se colocó junto a Eva en el asiento trasero mientras Carim se metió en el baúl. Dejé que mi cabeza reposara en el asiento mientras veía a Nicolás tomando un coche un poco más grande. Alas, pensé. Irizadiel se metió a duras penas. Dudaba que Nicolás la dejara ir volando, así que ella ocupó todo el asiento trasero; Nicolás y el vampiro iban adelante. Esta vez llegamos más rápido, tanto como todo había comenzado y terminado. ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué las pitonisas no lo habían visto? Solo la diosa Vatur sabía cómo habíamos terminado de este modo. Todo sucedió demasiado rápido, el ataque nos tomó por sorpresa, no habíamos visto la jugada de Zell ni cómo habían averiguado de la participación del caído, ni de su secuestro. Al llegar vi los coches de la S.A. y a Ben parado junto a otros. Nos vio y sus ojos se agrandaron. Era oscuro, pero casi pude ver un destello verde en su mirada. No hubo gritos ni advertencias de su parte, tan solo unas palabras cálidas que cualquiera hubiese esperado de otro, nunca de Ben.

—Me alegra que estén a salvo asesinos, estamos rastreando a la bruja —hizo una reverencia a Irizadiel cuando ella pasó a su lado—. Me he tomado el atrevimiento de buscar una habitación amplia donde pueda descansar tu hermana, Nicolás.

¿Qué? ¿Ben lo sabía?

—Gracias —murmuró este que no soltaba la mano de Irizadiel. Caminamos detrás de ellos hasta la entrada. Eva y Carim, magulladas pero vivas, corrieron en busca de ropa ya que la suya estaba destrozada. Nadie habló después de eso. Besé a Hero aliviada cuando me mostró su pecho. Las heridas no estaban, aunque no parecía feliz.

—¿Qué ocurre?

—Nada, tan solo hay heridas que están abiertas y son tan antiguas que tardarán en sanar; pero me hace feliz ver que estás bien.

—Eres un terco…

—Y posesivo también, nunca lo dudes —sonrió, pero no terminó de convencerme.

—Vamos —le dije intentando empujarlo hacia su habitación.

—Sal… —lo miré confundida ante el tono de su voz—. Por esta noche necesito estar solo, solo por esta noche —me aclaró y besó mis labios con fiereza—. Mañana serás mía, lo quieras o no.

Mi corazón dio un vuelco. Irizadiel tenía razón, él tenía heridas más profundas que las visibles. Lo dejé ir a duras penas, y caminé hasta mi cuarto pensando tan solo en una cosa. Mañana sería suya para siempre, pero hoy… Debía hacer algo antes.