Capítulo veintiocho

Incógnitas

Me levanté aún más confundida. No podía comprender el cuadro. ¿Qué diablos me había perdido? Había muchas cosas que no sabía de Nicolás. Enfoqué mis ojos en el cuadro colgado de la pared, era una escena campestre, tres mujeres con amplios vestidos tomaban el té a la sombra de un árbol mientras un niñito le daba la mano a una de ellas. Ladeé la cabeza e hice crujir mi cuello, para tomar luego una bocanada de aire, tratando de completar lo que sabía con lo que me habían dicho. No, parecía que mis neuronas se negaban a entrar en contacto unas con otras. No tenía nada claro, todo era un caos, así que fijé mi vista en el único ser que podía respondérmelo.

—Nicolás ¿conoces al nefilim? —Estaba cansada de las palabras a medias, fingí una sonrisa.

—Hay cosas que no puedo decir, Sal. —Mi sonrisa se borró por completo. Me estudió como si tan solo intentara descifrar mis emociones. Odiaba que me mirara así—. Por ahora debes comer. —La preocupación se notaba en su voz, y yo podía sentir la necesidad subiendo por mi garganta.

—Bien… —dije parándome de golpe para sacar las pastillas que tenía en el bolsillo de mi pantalón— tranquilo, tranquilo, ves, aquí están —dije mostrándoselas. Sacudí el pastillero ante sus ojos—. ¿Ves?, he sido una niña buena y me he tomado como tres hace un rato. —Apretando las pastillas en la mano me detuve mirándolo con mis brazos en jarra.

—Mikela… —Nicolás nunca apartó la vista de mí— por favor, déjanos a solas… —Observé el disgusto de la bruja; aún quería saber por qué Nicolás la había enviado como cebo. La seguí con la mirada hasta que la puerta se cerró tras ella.

—¿Por qué? —me decidí a hablar apretando los dientes cuando escuché sus pasos por el corredor, pero Nicolás levantó la mano.

—Silencio… —murmuró con la vista clavada en el piso. Me crucé de brazos, fastidiada, volvió su mirada a mí un segundo después—. ¿Por qué ella es el cebo?

—Sí, ¿por qué? —dijo Eva antes de que pudiera hablar.

—Eso no es de su incumbencia… —respondió él levantando los hombros y quitándole importancia al asunto—. No me vengan con que ahora tienen miedo por ella, ¿verdad? —se burló. Bien sabía que no.

—¡Claro que no!

—¡Ni en sueños!

—¿Después de ver cómo menea su trasero frente a tu cara? ¡Claro que no! —la respuesta de Carim lo sorprendió y le hizo soltar una risita.

—Esto es como tener tres hermanas sobre protectoras ¿saben? —El gruñido, en respuesta, fue general. Sí, éramos posesivas con él. ¿Y qué?

—¡Maldición Nick!, no puedes mantenernos a oscuras —di una patada en el suelo y él sonrió.

—¿Ves la ironía de eso…? —dijo con una gota de humor que no llegó a nosotras; eso le hizo perder su hermosa sonrisa y se aclaró la voz.

—¿Sabes?, solían encantarme tus acertijos… pero al menos podrías haberme dicho sobre las heridas de Hero, tú estuviste ahí —lo señalé con el dedo acusándolo— y no me lo dijiste —me quejé.

—Te lo repito, Sal, hay cosas que no son para que las diga.

Volví a golpear el piso, lo que pareció causarle más gracia.

—¿Acaso no podías decírmelo? ¿Forzarlo? No sé… ¿Dejarme un mensaje en el espejo del baño? ¿Pasarme un papelito? ¡Demonios Nick!

—Se lo había prometido —respondió levantando la ceja en un gesto súpersexy. Aparté ese pensamiento de mi cabeza y me forcé a concentrarme.

—¡Prometido! ¿Por qué a él? ¿Y yo? ¿Se lo prometiste a… él? —Lo sé, parezco una borrega malcriada, pero quién no. Conozco a Nicolás desde, desde…, bueno, no recuerdo desde cuándo, ¿y él le prometía algo a Hero sin pensar en mí?

—¿A quién más podría prometerle no decirte nada? —se quejó Carim, y le gruñí en respuesta.

—¿De verdad me preguntas por qué se lo prometí, de verdad preguntas por qué lo hice? Bueno, lo hice porque habías metido la pata. ¿Está bien? La habías fastidiado sin siquiera preguntármelo —caminó unos pasos acortando las distancias entre nosotros. No lucía feliz.

—¿Me habrías dejado? —gruñí clavando mis talones en el piso, negándome a retroceder. Se acercó un poco más y achicó los ojos—. Sí, claro —dije sabiendo que no lo hubiera hecho.

—Además, estaba fastidiado —respondió levantando las manos y dejándolas caer a los lados de su cuerpo— por eso, porque habías quebrado mis órdenes y te habías ido bajo los dictados de tu conciencia, como si en realidad fuera mucha…

—¡Nunca habías dudado de mí! —le grité.

—¡Y tú nunca habías pasado por tu etapa de celo constante y hormonas revoltosas! Así que créeme, no sé cómo lidiar con tu «yo» en celo —me sonrió con sorna y lo fulminé con la mirada al escuchar la risa de mis hermanas.

—¿Qué? —grité. No podía creerlo. Eso era un golpe bajo—. ¿Acaso estoy en un mundo paralelo?

—Lo que oíste… creía que mientras siguieras con aquel gato, con el que te acostabas antes de que Hero entrara en tu vida, estaba bien, pero no, tuviste que involucrarte no con uno, con dos. ¡Maldición Sal! Encima uno es un nefilim… ¿Acaso soy el único que ve esto como un enredo?

—No —respondieron ellas a dúo. Me volví tan solo para amenazarlas, y surtió efecto ya que ambas cerraron la boca.

—¿De qué lado están? ¿Eh? ¿Se puede saber de qué lado están? —fingieron estremecerse y me miraron sonrientes.

—Y después todo lo demás, como para sumarle —siguió Nick como si no hubiera escuchado nada. Volví mi atención a él que había comenzado a mesar sus cabellos.

—No planeé todo esto. Sé que es culpa mía, pero aun así no es justo.

—¿Acaso lo era revolcarte con el nefilim? Conocías tus sentimientos hacia Hero. Dime ¿cuánto tiempo lo ocultaste? ¿Cuánto tiempo lo supiste, eh? —tragué saliva. Yo me había preguntado lo mismo—. Dime ¿crees que eso fue justo? —se burló.

—¡Uf…! —dijo Eva haciéndose eco de mis propios pensamientos.

—¿Tú sabes qué es, verdad? —pregunté con la cabeza zumbándome—. ¿Sabes quién es?

—¿El nefilim? —levantó las cejas como si estuviera preguntando si uno más uno es dos.

—Pues claro que el nefilim.

—Sí, lo sé… sé que perdió sus alas por ti —alegó como si se tratase de perder un zapato.

—¿Perdió sus alas por ti? —Carim se movió con cara de estar viendo un gran culebrón mexicano, pero no le presté atención pues aún miraba con rencor a Nicolás.

—¡Sabes que no lo hice a propósito…! —Sí, casi sonaba como una niñita, ¿y qué? No había sido consciente de eso, incluso tenía algunos recuerdos vagos de aquello, no más…

—Aún no lo entiendes ¿verdad? —imitó mis postura y se apoyó las manos en la cintura.

—¿Entender qué? —ladré sintiendo cómo mis colmillos se estiraban.

—Que no es solo una unión; el maldito vampiro no hubiera afectado tu tonta cabeza si él no sintiera nada por ti. —Sus palabras fueron una patada en mi pecho, lo miré anonadada y di unos pasos hacia atrás. Estaba estupefacta, con la boca abierta, los ojos igual, y las palabras atragantadas—. ¿Quieres que lo repita o estás intentando procesarlo? —En respuesta lo miré ceñuda y cerré la boca de golpe.

—¿El vampiro? —Sí, lo sabía, parecía una tonta repitiendo cada una de sus palabras, pero en mi mente no había nada claro, estaba dicho que el punto A no llevaba al B, el A llevaba al F y el D a la X, maldición, no podía unir dos pensamientos coherentes. Esperen. Sé lo que están pensando, pero es lo único que salió de mi boca.

—Creo que habla del vampiro, Sal —me dijo Eva como si eso ayudara.

—No, hablo del nefilim. —Nicolás respondió sin mirar siquiera a Eva—. No sé cómo funciona el amor angelical, pero has sellado su futuro y sellaste el tuyo.

—¿Qué?

—Repítelo, es rubia —el gruñido silenció la estancia y sentí a la gata riéndose a más no poder.

—Que hagas lo que hagas siempre tendrás un nefilim metido en tu cabeza; eso si Semiazas le permite vivir antes de volverlo de un plumazo al cielo, porque sinceramente no sé qué castigo le sigue a un ángel caído al que le han cortado las alas, pero créeme, no creo que sea un apretón de manos.

—¿Lo dañarán?

—Creo que deberías saber la respuesta —respondió y sonaba fastidiado—. Tuvo sexo con un vampiro. Si aún está vivo es porque alguien más busca algo de él.

—¿Por eso los ángeles fueron por él?

—¿Tú qué crees…? ¿Me estás escuchando, Salomé? —el sarcasmo era más que evidente y en verdad, centinela o no, quería patearlo—. ¿Qué pensabas, que iban a invitarlo a una fiesta?

—Nicolás, espera —caminé hasta el sillón y me apoyé en él— había otro, otro, pero era un ángel, una mujer… —cuando no dijo nada por unos segundo lo miré, él me estudió y toda emoción se marchó de su rostro. Estaba pálido, demasiado pálido.

—¿Cómo era? —fuera lo que fuera que había dicho no podía descifrarlo en su rostro, pero su voz era un poco más dura. Toda nota de alegría se había ido.

—Hermosa, como todos los ángeles, con alas… —no sabía qué más decir.

—¿Cómo… cómo eran sus ojos? —comenzó a frotarse las manos y eso me puso más nerviosa, había visto a la mujer peleando con Zell. ¿Amigo o enemigo? Me había salvado, y Phill la conocía.

—No lo sé, ¿por qué? ¿Conoces a todos los nefilim y ángeles del lugar? —fue una pregunta estúpida desde el momento que salió de mi boca. Pero no sabía que más decir.

—No, no a todos —su expresión se volvió más fría que el hielo, y antes de que pudiera decir nada más salió cerrando la puerta tras él con un fuerte golpe que casi nos deja sordas a las tres. Miré a mis hermanas confundida.

—¿Y ahora, qué dije?

—No creo que hayas dicho nada, esta vez…

—Gracias por el voto de confianza Eva… siempre cuento contigo —le arrojé un almohadón que tenía a mano, pero lo detuvo antes de que la golpeara.

—Ya lo sabes cariño —me guiñó el ojo y le mostré los dientes.

—Ven… primero quiero que comas. —Carim se levantó y se sentó a mi lado, movió su cabello y dejó el cuello expuesto.

—¿No deberíamos saber qué le ocurre? —mis ojos se dirigieron hacia la puerta ahora cerrada. Algo había alterado a Nicolás. Nunca lo había visto tan inestable.

—Sabes cómo es Nicolás, no dirá nada, él seguro preferiría que comieras. —Asentí. Carim tenía razón.

—¡Oh, genial!, lo que faltaba —señaló Eva que se cruzaba de piernas en el sillón mientras apretaba un almohadón como si fuera a ver una película.

—Púdrete Eva… —Carim me apretó las manos—. Vamos Sal, hazlo.

—Gracias —las observé un momento— a las dos. —Mis hermanas eran más de lo que la vida pudo darme, no había celos, no había lucha, tan solo una unión que muchos creyeron impensada, unidas por un lazo invisible que conectaba nuestras mentes a un nivel más allá de lo cerebral. Era como poseer más de un cuerpo y más de un alma. Tan distintas y tan iguales, cada una complementando a la otra, sabía que podían sentir mi dolor, mi angustia como propia y aun así nunca se quejaban. Carim sonrió y en su mirada no había más que entendimiento, comprendía mi hambre aunque nunca había bebido de nadie. Amaba a mis hermanas. Me incliné a su lado y percibí el latido de la vena bajo su piel blanca tan pura y hermosa como la más exquisita porcelana. Mis dientes salieron al instante en una reacción más visceral de necesidad, tenía sed, tanta, tanta sed… Gimió un momento cuando los hinqué en ella. Sentí cómo su pulso se estabilizaba y sus músculos se relajaban. No había dolor, percibí el aroma de la gata ronroneando en su mente, y las imágenes de los últimos días como si los reviviera en su memoria. La hermosa Carim que siempre parecía calma y medida, erizaba los pelos de su gata cuando no estuve, la necesidad del lazo, su búsqueda insaciable de conectarse conmigo, como mi ser, como si le hubieran arrancado una extremidad, y dolía.

—Se siente bien ¿eh…? —dijo Eva sonriendo mentalmente; sabía que ambas podían sentirlo. Seguí bebiendo un poco más y me aparté.

—Se siente genial —murmuró somnolienta. Cuando le estudié el rostro, estaba recostada contra el respaldar con los ojos cerrados y una sonrisa. Me dejé degustar su esencia y cerré los ojos un momento. Cuando volví a abrirlos Eva estaba ya en posición de combate nuevamente, totalmente enfocada en el deber.

—¿Qué sabes del nefilim? —la seriedad del trabajo volvió a la cara de Eva.

—Lo que es más importante… —dijo Carim recuperándose y enderezándose en el sillón— ¿es grande?

—¿Qué cosa? —pregunté confundida.

—Vamos, ya sabes «qué»…

—¿Por qué siempre terminamos hablando del sexo de alguien? —pregunté confundida.

—Porque es divertido —respondió sin más Carim levantándose levemente del sillón—. Además puede que sea una de nuestras últimas noches de vida, así que… qué más da. —Nos miramos un momento y aquellas palabras se colaron en nuestro interior. Sentimos el tirón de la tristeza colmándonos. Ella tenía razón, sonreí con desolación.

—Nunca debí conducirlas a esto, ustedes merecían algo mejor.

—¿Mejor?

—No lo sé, pero Carim tiene razón, ¿y si esta fuera nuestra última noche juntas?

—Y yo no he tenido sexo aún —se quejó Eva y nos largamos a reír.

—No se puede hablar de temas serios con ustedes —protesté y me crucé de brazos.

—Sabemos qué dirás, Sal. —Eva se aclaró la voz e imitó la mía, más nasal de lo que realmente creía que sonaba—, que no merecíamos esto, que tan solo nos has metido en problemas, que es totalmente cierto, pero qué más da, eres nuestra hermana y no podría elegir a nadie más…

—Qué tierna —dijo sarcásticamente Carim y le lanzó una galleta a Eva—. Toma una galleta por ser una lobita buena, buena lobita —me largué a reír ante la cara de odio de Eva.

—Por qué no dejas de hablar idioteces y comienzas por contarle lo que sabes —gruñó la loba masticando la galleta de mala gana.

—Oh, sí eso… espera, ven. —Carim comenzó a tartamudear y me arrastró con ellas hasta el sillón grande. Nos apiñamos nuevamente en torno a la computadora.

—Aún no sé qué es, pero es algo —ella tecleó un par de códigos y cuando terminó estábamos dentro del sistema de la Sociedad.

—¿Hackeaste el sistema de la S.A.? —Ella levantó los hombros en una mueca desinteresada. ¿Conocen el dicho «la curiosidad mató al gato»? Debió ser creado para ella. Estaba segura.

—¡Hum! Genial.

—Mira, esto es el banco de datos —dijo y abrió una pantalla de fondo negro con las iniciales de la Sociedad, había información guardada en carpetas—. Aquí están los míos; bella, alta, atlética, básicamente yo —señaló dándole un doble clic; la pantalla exhibía muestras de sangre, compatibilidad, rendimientos, incluso mencionaba la historia familiar de Carim— los de Eva, gruñona, mandona, mojigata. —Eva le dio un golpe en la cabeza. La imagen que me devolvía el ordenador era la misma, datos uno tras otro detallando la vida y los reportes de la S.A.— Y aquí los tuyos… —dio un clic en la carpeta con mi nombre y no había nada. Nada, ni siquiera una mínima nota. Me acerqué estúpidamente a la pantalla como si no pudiera ser cierto. Pero estaba claro que no encontraría más; cero archivos. Me alejé incrédula.

—¿Pero por qué?

—No hay nada, ves, está toda mi historia… toda la de Eva, pero de ti, nada —la computadora me devolvió una pantalla en negro con un cursor titilando—. Encontramos otro archivo —indicó rápidamente Carim y sus dedos volvieron a volar por el teclado.

—Encontramos es una forma de decir —ronroneó Eva, lo que le valió una mirada furiosa de Carim.

—Sabes, que me haya acostado con él no quiere decir que planeara esto, pero por lo visto mi aventura con el Simaris rindió sus frutos —terminó orgullosa.

—Uyyy… ¿Con el Simaris? Sabes lo asqueroso que puede resultar eso…

—Bueno, a lo que iba —dijo eludiendo el asunto— él me dio unas claves y aquí está lo que encontré —metió unos números, le dio al enter y algo apareció frente a nosotras. Había pruebas o lo que parecían ser exámenes como los que normalmente hacía la Asociación, también había una lista de nombres y resúmenes de historias médicas.

—Todo esto data desde que tenías tres años.

—Edad en la que entré a la S.A.

—Sí, ¿pero por qué tenerlos ocultos?

—No lo sé, son solo exámenes… —dije sin comprender.

—Bien, sí lo son, pero algo es diferente, mira. —Eva me tendió una hoja con exámenes igual a los que había en la PC.

—¿Qué tienen? —dije aún sin saber qué buscar.

—Mira tu sangre, mira su sangre y compárala con la tuya —había una leve diferencia en la composición. Escudriñé los datos comparándolos con los míos.

—Son distintas, pero puede ser que se deba a las familias, tal vez…

—Son todos nacidos, todos ellos tienen en común un alelo y un par de datos, en general coinciden todos, pero si ves la tuya no hay más de una o dos coincidencias.

—Seguí buscando y encontré que hubo pruebas.

—¿Pruebas médicas?

—Sí, estaban ultra selladas y a que no sabes quién las firmaba…

—Ben. —¿Quién más podía ser?

—Sí, él. Todas ellas eran pruebas en los renegados, que también tenían los archivos ocultos.

—¿Pruebas en ellos?

—Sí, básicamente en los recién convertidos, los que no tenían más que un mes del cambio, reportaban mejoras y cosas así.

—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

—Todo.

—No entiendo.

—¡Les inyectaban tu sangre, Sal! —Quedé atónita, por un momento el mundo se detuvo y los ojos parecían salírseme de las órbitas. ¿Pruebas? ¿Con mi sangre?

—Pero… ¿por qué?

—Aún no lo sé —susurró abatida— sigo buscando, pero no hay mucho.

—¿Cuándo debes reunirte con él? —levanté la vista hasta el hermoso reloj de pie.

—Debo reunirme hoy por la noche —respondí aunque mi cabeza había quedado embotada con el asunto de la sangre.

—Bien, eso nos da un poco de tiempo.

—¿Un poco de tiempo para qué? —la voz de Hero hizo que nos giráramos. No esperaba verlo de pie.

—No deberías estar levantado —gruñí, y me hizo una mueca quitándole importancia.

—Dime, ¿qué planean ahora? —Suspiré. ¿Acaso había aprendido a leer la mente?

—Nos reuniremos con el nefilim. —Hero miró por sobre mi hombro a Eva—. Nos encontraremos hoy…

—¿Hoy? ¿Por qué? —Traté de notar algún resquicio de las heridas, pero no había nada. Recordé que había tomado un poco de mi sangre. Me estremecí; mi sangre

—Vatur ha dado una premonición —respondió Eva encontrando su voz—. Las pitonisas creen poder predecir el lugar adonde estará —se movió un paso y entrecerró los ojos sobre mí.

—Es peligroso —sus ojos viajaron de la loba hasta mí, aunque no podía dejar de pensar qué efecto tendría mi sangre sobre él.

—Lo sé, pero es lo que hay que hacer —confesé. Aún debía encontrar una cura para él, pero ahora tenía que sacar de juego al vampiro. Tal vez mi sangre fuera la clave, Carim había dicho que la habían estado probando en humanos recién convertidos… ¿Podría funcionar en un vampiro lesionado?

—Bien, ¿adónde? —preguntó y noté que su calor me envolvía. Estudié su rostro. ¡Oh no! Sabía qué quería.

—No irás —le ordené apretando los dientes hasta que mi mandíbula dolió—. No puedes ir —gruñí, pero pareció no afectarlo.

—Ni tú impedírmelo —me respondió. Supe que tenía razón, pero eso no significaba que debiera quedarme callada, ¿o si?

—Demonios, Hero, no puedes ir, estás lastimado —rompí la distancia entre nosotros enfrentándome a él. Quería golpearlo por ser tan malditamente terco.

—Creo que mejor los dejamos solos. —Sentí la incomodidad de mis hermanas y las oí marcharse en silencio.

Esto era entre él y yo.

El sol estaba por tocar el horizonte en media hora. Había discutido con él argumentando cada una de las opciones, pero no quería entrar en razón. Lo había amenazado con todo lo posible pero al final terminábamos en lo mismo, yo no tenía poder sobre él. Aquello me dejaba solo una alternativa: Nicolás. Él debía hacerle entender. Tenía que lograrlo, no estaba cómoda pensando en Hero al frente de lo que fuera que hiciéramos. ¿Cómo lucharía? Estaba lo bastante herido como para dejarlo fuera en un segundo y no estaba dispuesta a eso. Maldición no. Se negó a decirme cuál era el problema, incluso intenté seducirlo para que probara un poco más de mi sangre, pero parecía no querer oír nada de mí. Salió del cuarto dejándome derrotada en el sillón. Esto estaba mal. Muy, muy mal. Pero no iba a quedarme cruzada de brazos.

No esta vez.