Capítulo veinte

Phill

Cuando aquellos ángeles fueron por mí sentí la muerte lamiendo mis heridas, creí que por fin me había hallado y no había marcha atrás. Todavía el dolor resonaba en mi piel por la lucha, supe que habían vuelto y esta vez no fallarían. Estaba herido, la sangre empapaba el suelo manchando mis manos. El vampiro llamado Hero había lastimado a uno de ellos, por lo tanto pensé que tal vez Vatur no me deseaba muerto, aún. Me levanté como pude. Aquellos ángeles me lastimaron bastante, como para que mi cuerpo inmortal sintiera cada tirón y cada movimiento, así que cada uno de mis movimientos debía ser lento y pausado.

Me estabilicé sobre mis piernas y bajé la cabeza, rezándole a Vatur por el cuidado de Sal, para que la protegiera. Al menos esta vez no había fallado. Tomé una bocanada de aire y exhalé en forma brusca, dejando a mi cuerpo la tarea de recomponer las heridas. Ellos venían, y eran varios, podía percibirlos. Sonreí al caer en la cuenta de que tal vez se dignaran a darme una muerte rápida… solo tal vez no me confinarían a una eternidad de sufrimiento, y eso era bueno, ya que por lo que pude aprender, no solo le había fallado, sino que había transgredido cada una de las reglas. Buscando en mi interior dejé fluir la energía, manando como una última oleada de poder que surgía hasta volverse un arma que perfeccioné con los años. Mi poder espiritual se incrementó y se elevó, esperando lo peor. Oí alas batiéndose cerca de la puerta y mi interior dio un brinco cuando reconocí la impronta de energía. No había dos iguales, como no podía haber dos humanos exactamente iguales. Una figura femenina y exquisita entró con paso calmo y danzante. Irizadiel. Lo supe desde el momento en que ella posó sus pies en el suelo.

—Irizadiel, ¿quid agis hic? —(Irizadiel, ¿qué haces aquí?).

—I nolle deserere, audivi Phillippe. —(No podía dejarte, los he oído Phillippe)—. Mors tua concilia. —(Planean tu muerte).

—Scire, sic relinquenda. —(Lo sé, por eso debes marcharte).

—Non, quia non derelinquam quidam in te confidunt. Dubio coepit verba obscura interrogatus determinantur praeceptores sequi. —(No, no me marcharé, algunos confían en ti. Comenzaron a dudar de las palabras de los oscuros, cuestionaron a los maestros y están decididos a seguirte).

—Imo Irizadiel, non perdam, aut non descendet sicut lepus feci. —(No, Irizadiel, no llevaré a otros a la ruina, no los haré caer como yo lo hice).

—Phillippe statuere qualecumque iam statui licet hodie decederet secuturi vobis. —(No importa qué decidas Phillippe, ellos ya lo han decidido, y aun si tú murieses hoy, ellos seguirían tu causa).

—Appropinquant. —(Ellos están cerca).

—Tunc tempus pugnandi. —(Entonces es hora de luchar)— Mohid, saul.

Vi como dos nefilim se acercaban detrás de ella con la cabeza baja. Irizadiel les dedicó una mirada fugaz y me sonrió; uno de ellos tenía aún sus alas y otro estaba sin ellas.

—Nomine Vatur, perducat nos ad aeternitatem. —(En el nombre de Vatur, guíanos hasta la eternidad).

—Nomine Vatur —repitieron sabiendo que no importaba lo que viniera; luego de mucho tiempo me sentía acompañado.

Se colocaron hombro a hombro frente a la puerta, cerraron filas y el aire crepitó por la unión de sus energías. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien. Sonreí egoístamente para mis adentro. Dos ángeles tocaron suelo unos minutos después y se detuvieron al vernos.

—Nephilim, ¿preparados para morir? —la voz del ángel más grande sonaba oscura y pesada. Nos observó uno a uno como si no fuéramos oponentes para él.

—Caerás, olvidáis sus rencores hermanos —dijo Irizadiel haciendo que su belleza se filtrara en su dulce voz. Él ángel escupió el suelo y la miró con desdén.

—¿Hermanos? Nunca seremos hermanos de una abominación —me tensé pero la mano de Irizadiel se agarró a mi muñeca.

—Solo venimos a dar un mensaje, Nephilim. Desertad y marchaos de la ciudad ahora, o moriréis —dijo el otro—. Tú —agregó dirigiéndose al que aún tenía alas— ¿prefieres perder tus alas por una abominación?

—El mensaje está dado, ahora marchaos antes de que mi mano se hinque en su pecho —ordenó uno de los nefilim a su espalda. Los ángeles gruñeron y sin saber por qué, se marcharon. Esperé a que se alejaran antes de hablar.

—¿Qué fue eso?

—Una advertencia. No esperaban encontrar a más de uno aquí. —Irizadiel caminó hacia la puerta—. Se han ido —dijo y volvió a mi lado con una mirada pensativa—. Confiamos en ti —susurró y fue a reunirse con los otros. Un hombre enjuto y desaliñado entró por la puerta del galpón haciendo que todos nos volviéramos para verle; no lo habíamos oído entrar. Eso no era bueno, y menos con el personaje que acababa de hacerse presente. ¡Hoy es mi día de suerte! Lo observé y maldije en latín, el hombre me respondió con soltura y caminó hasta estar frente a mí.

—¿Olvidas que hablo tu idioma, pequeño nefilim? . —No contesté. Acercó las manos a los costados de mi cabeza y sentí que un zumbido retumbaba en mis oídos. De pronto aquellas manos despedían calor haciendo que doliera, era como meter la cabeza en un horno. Quise moverme, pero no pude. Un segundo más tarde el hombre las quitó—. Estás limpio.

Ben lucía peor que las otras veces en que lo vi. Parecía cansado, exhausto, su ropa estaba arrugada como si la hubiera llevado durante días, su rostro parecía más pequeño de lo que normalmente era, las gafas de marco grueso escondían unos ojos cansados y enrojecidos.

—¿Limpio? —pregunté atónito. Sabía que el maldito era poderoso, pero no tanto. Sacudí la cabeza cuando me dedicó una sonrisa torcida.

—Sí, sin la influencia del maldito —di un traspié y lo miré con fastidio, sabía que algo me estaba afectando pero nunca creí que ese ser diminuto al que le sacaba varias cabezas lograra que me librase de eso.

—¡Podrías haber hecho eso mucho antes! —le reproché.

—Sí —respondió abiertamente. Jodido cabrón. Podría haberme salvado de aquello y aún así no lo hizo, y me jugaba los cojones que lo había visto de algún modo; él siempre sabía todo. Estaba seguro de que podía hablar con la diosa, no entendía como, pero de algún modo lo hacía. Nadie entendía las decisiones de la diosa, me había dado un día más de vida y no me atrevía a contradecirla, pero tenía que preguntar.

—¿Y por qué no lo hiciste?

Ben parecía ofendido, llevó teatralmente una mano al pecho y me observó con ironía en su mirada antes de responder.

—Por una simple razón, porque creí que dejar a un nefilim a cargo de un vampiro sería parte de la solución de mis problemas; después se unieron tus amiguitos alados y lo complicaron todo. La has perdido —sentenció con voz filosa.

—Tú tienes la culpa, hubieras alejado a tus asesinos y yo aún la tendría a salvo —me froté la frente— aunque imagino que sabes dónde está.

—Claro que lo sé, claro que lo sé… —se rascó la cabeza y reacomodó sus gafas.

—Por supuesto, eres uno de los psíquicos más poderosos… —dije sabiendo que no obtendría respuesta. Ben sonrió.

—¿Tienes idea de cuánto vale su sangre? —Ben se miró las uñas y volvió su vista a Nicolás que entraba con un paso tranquilo por la puerta lateral, mientras subía sus lentes por el puente de su nariz. Ese maldito tic me volvía loco. Definitivamente deberían llamarlo Toc, no Ben.

—Lo sé… —admití. Era un secreto que había resguardado por siglos.

—¿Y tienes idea de lo que podría pasar si tan solo cayera en las manos equivocadas? —Lo miré con hastío. Había recibido una paliza de parte de un par de ángeles y no estaba de mejor humor que antes, por más que supiera que el vampiro no me controlaba.

—¿Por qué lo haces Ben? —Estrechó la vista sobre mí, menudo psíquico, estudió cada uno de sus gestos—. ¿Por qué estas empeñado en joderle la vida?

—¿Joderle? —pareció molesto. Realmente quise ofenderlo—. No, te equivocas, —primero hizo una mueca, y al notar que iba en serio, una risita se coló en sus labios, entrelazó sus manos en la espalda y comenzó a caminar unos pasos mientras hablaba—. No, no es lo que crees —dijo volviéndose más serio, sus ojos más opacos.

—Bien por ti, ella no se lo merece. Pero te diré, no estoy a tu servicio, no sirvo a la Asociación, así que si deseas seguir con esto debes darme algo más… ¿Dime, por qué lo haces? Ella no lo sabe, pero yo quiero escucharlo —repliqué, en tanto Ben se volvió y me estudió un momento echando una larga mirada por encima de su hombro.

—¿Qué me dirías si escucharas que su sangre, y solo la suya, procede de un linaje tan puro que podría invertir el proceso de creación de los vampiros y los hombres lobos, así como algunos más que no importa mencionar? —Lo estudié en silencio mientras sopesaba la información. No mentía. Sabía que no mentía y dentro de mí algo se alegró. Aquel ser ya no tenía influencia sobre mí, aunque dudaba de que Ben me revelara cosas que pudiera averiguar por mi cuenta; pero quería escucharlo de su boca.

—¿Puede curarlos? —pregunté con la voz en un susurro.

—No, invertir el proceso… —me contestó sacudiendo su mano con el dedo índice levantado.

—Eso dejaría a unos cuantos con más opciones de las que tienen ahora —lo pensé. Muchos eran atacados y aún así odiaban aquello en lo cual se habían convertido, eso los llevaba a transformarse en bestias, o al suicidio; ninguna de las dos opciones era buena. Salvaría vidas. Traería un poco de paz.

—Sí, así como eso, ella podría salvar vidas en el futuro, piénsalo así, un joven quizá de tu misma edad resulta convertido a la fuerza y como tal busca desesperadamente volver a su vida normal y allí entra Sal, ella podría brindarle aquello —tenía un punto y lo sabía.

—¿Por eso quieren matarla? —pregunté pensando las palabras. Los humanos desearían eso, como se deseó alguna vez la cura para el SIDA. ¿Quién enviaría a matarla?—. ¡Eso es ridículo! ¿Por qué matar a aquella que es la solución al descontrol que el mundo sufre?

—¿Por qué? Oh, Phill, vivir tantos años en las nubes te ha hecho perder el sentido, los humanos tienen más de una causa por la cual la querrían muerta.

—Los humanos no la matarían, la meterían en una clínica y clonarían su sangre…

—¿Sabes que hace cientos de años atrás, cerca del 2001, la mayor ganancia que había en el mundo era la venta de armas? ¿Tienes idea del poder que ejercen sobre ellos con solo nombrar la idea de que podrían volverse seres oscuros?

—Me estás diciendo que la quieren muerta porque…

—Así controlan a los humanos, la iglesia, las sectas, todos ellos perderían el poder, y las empresas sus ventas. ¿Imaginas qué pasaría entre ambos grupos si alguien como Sal apareciera? ¿Aceptarían los humanos la ayuda de los oscuros? ¿Admitirían que tan solo queremos vivir libres y no nacimos para matar? En cambio nosotros seguimos los designios de Vatur, la gran diosa, y ella habló conmigo años atrás, cuando Sal perdió a sus padres, para pedirme que la tuviera bajo mi protección, y además me dijo que enviaría ayuda; enviaría al único que podría hacerlo… —me hizo un gesto para que completara su frase.

—Nicolás… —no necesitaba pensarlo mucho. No había conocido a nadie más poderoso.

—¡Bingo! Los años pasaron y resultó que la pequeña vampiro, que estaba bajo mi protección, se convirtió en una de las mejores asesinas, y todo se volvió de patas arriba. Al principio la metí en la Asociación con la necesidad de que ella pudiera desquitar su dolor, luego para que aprendiera a defenderse, pero todo cambió cuando ella se convirtió en la mejor.

—¿Por qué aún puedes controlarla?

—He intentado de miles de formas sacarla de las calles… —Ben se quitó las gafas y se restregó los ojos fastidiado— he intentado encontrar pruebas mínimas que me dieran excusas para meterla dentro de los muros de la Asociación, quería que trabajara segura, con ordenadores, tal vez como instructora, pero sabía que este día llegaría…

—¿Y aun así la enviaste? ¿La enviaste tras él? —pregunté intentando sopesar todo lo que había dicho. Estudié a Ben y entendí que también un ser tan poderoso como él podía equivocarse.

—Al principio todo comenzó como una caza normal… hasta que noté el interés del vampiro por ella. Más de una vez estuvo a punto de cazarla pero no pudo… luego pedí a Vatur por ayuda y ese fue el día en que llegaste.

—¿Y los mandaste a cazarme?

Ben sonrió y sacudió la cabeza.

—Sabía que nunca lo lograrían, si tú estabas con ella, y tantos asesinos cerca, no habría posibilidad de que él se acercara.

—Le haría las cosas más difíciles.

—Bien —tomó aire— si ahora están resueltas todas tus dudas me gustaría que me acompañes a un lugar.

—¿Un lugar?

—Sí, ha matado de nuevo, creo que son humanas, pero aún no lo sabemos, desearía que tú las vieras primero antes de avisar a los asesinos sobre esta situación —asentí en silencio, lograr que Benjamín pidiera algo era todo un logro, así que iría. Miró a Irizadiel.

—Podéis venir o quedaros, no serán juzgados por esto.

—Tú crees en los oscuros, crees que ellos aún pueden retomar el camino que Vatur impuso; si tú lo crees, nosotros también —dio un paso hacia mí y me tomó de la mano. Apreté dulcemente los dedos delicados de Irizadiel y ella sonrió. Sus ojos me recorrieron el rostro un instante antes de que él notara cómo los otros dos se les acercaban.

—Iremos —marcharon hacia la puerta. Irizadiel se agachó junto a una mancha cerca de la entrada y la tocó para luego observarla minuciosamente.

—¿Qué ocurre?

—Polvo de ángel… y sangre. —Sí, pensé. De Hero. Había esperado que aquel ser se aprovechara de mi debilidad y sin embargo no lo había hecho. La razón: a Sal no le gustaría. Sabía que el vampiro se moría de ganas de quitarme la vida, pero se contuvo. Observé a Irizadiel y pensé que el vampiro tuvo mayor temple que yo. Si alguien hubiera tocado a Irizadiel estaba seguro de que estaría muerto. Acaricié su mejilla, en el primer signo de cariño hacia mi compañera—. ¿Es cierto? —me preguntó y no pude mirarla a los ojos—. ¿Te ha hecho…? —cómo lo diría, qué haría Sal en estos momentos, cuando tuviera que enfrentarse con la mirada de Hero—. ¿Phillippe, qué has hecho? —me sentía más humano que nunca. Irizadiel me estudió y se cubrió la boca.

—Lo siento… —confesé suavemente, y la observé. Los nefilim no se enamoraban, eso nos haría vulnerables, y por más que quisiera a Irizadiel nunca podríamos ser más que eso, y lo sabíamos.

—Te perdono —contestó y el alma se me hizo un puño. Se acercó a mí y me besó la mejilla. Habíamos pasado más de una eternidad deseándonos, y ahora no podíamos más que anhelarnos; aunque quisiéramos nunca podríamos estar juntos. Miré con tristeza cómo Irizadiel se marchaba. Debía dejarla ir, y no era justo. Una noche había roto aquel pacto, había pasado con ella un atardecer, haciendo el amor, disfrutando de nuestros cuerpos, y cuando los guardianes vinieron por nosotros, no pude hacer más que tomar toda la responsabilidad. Observé durante un instante las alas de Irizadiel batiéndose en el aire y suspiré. Nunca hubiera permitido que perdiera sus alas, yo había pagado; ese amor entre dos nefilim era la otra razón por la cual me habían quitado las alas.

—¿Vienes? —Ben me sacó de mi letanía de pensamientos y caminó hasta el coche. Anduvimos un buen rato por un camino que llevaba hacia los barrios humanos más alejados. El coche se movía a una velocidad prudencial, sabía que Ben acataba las órdenes, incluso las humanas, por eso me sorprendió cuando se escuchó un fuerte golpe en el techo. El coche frenó de golpe y una mano destrozó la ventanilla de mi lado; esa misma mano, abriendo la puerta del coche me arrastró hacia afuera. Cuando caí en la acera escuché gritos humanos que casi logran distraerme, en un movimiento preciso bloqueé el golpe que se dirigía a mi rostro.

—No podrás salvarla nefilim, es mía y debes entender —me gruñó.

Él. Empujé al vampiro hacia atrás haciéndolo caer de espaldas. Caí sobre él y le di un golpe tan poderoso que pude matarlo pero no lo hice; eso me sorprendió. El vampiro gruñó, aprovechó ese instante y me retribuyó con una patada en el estómago; antes de que pudiera reaccionar golpeé contra un muro, y parte de él se derrumbó sobre mi cuerpo. Escuché alas batiéndose y gritos. Había humanos allí, humanos que podrían atraer a los ángeles y todo sería un caos, nadie quería un enfrentamiento de nefilim y ángeles en la puerta de su casa ¿cierto? Me quité los pedazos de concreto y ladrillo, y antes de que lo lograra por completo escuché la voz de Ben.

—Está protegido —luego de que lo escuché gritar, oí un alarido de dolor. Movido por la furia ciega me quité lo último que quedaba sobre mí y antes de que lograra levantarme del todo, algo golpeó contra mi pecho.

Tomé lo que me había logrado dar y lo observé horrorizado. Era la cabeza, pero no cualquier cabeza, era la cabeza de uno de los nefilim que habían venido con Irizadiel; en algún momento de todo el caos, el nefilim había atacado al vampiro y este, sin un dejo de piedad, le había sacado la cabeza. Vi cómo el vampiro se alejaba a pie, medio cojeando, vi a Irizadiel desde el cielo, siguiéndolo. Tomé fuerzas y comencé a perseguirlo, pero el maldito era rápido, oí las directivas de Ben, pero no me detuve. Con alas o sin ellas lo perseguiría. El vampiro corrió por una calle que parecía vacía, tomó un coche estacionado junto a una casa y lo aventó contra mí, lo esquivé y seguí corriendo un poco más. Él giró en una esquina; fue entonces cuando lo perdí. Levanté los ojos al cielo para mirar a Irizadiel, pero ella parecía tan frustrada como yo. ¿Dónde se había metido? Recorrí un poco la zona, pero no hallé nada. Volví con Ben que me esperaba impaciente mientras digitaba la contención del caos, ya había un grupo de psíquicos trabajando con los humanos que habían visto todo, si no me equivocaba los llamaban «amilas». Subimos al coche, y agradecí por una vez no tener alas. El auto estaba medianamente arruinado, sin una puerta y con el parabrisas roto, pero en cinco minutos encontraron el lugar que buscábamos, la escena del crimen. Ninguno de nosotros bajamos la guardia, nunca habíamos pensado que el vampiro fuera por nosotros a plena luz del día.

Entramos a la casa en silencio. Ben había hecho que retiraran el cuerpo del nefilim asesinado, al parecer el pobre no había logrado salir del medio a tiempo. Cuando pisé la acera encerada que me llevaba a la casa, supe que adentro tan solo habría sangre y muerte, pero me obligué a entrar, habían matado al nefilim como nada y esto cada vez se volvía más y más personal. El nefilim había muerto por mi culpa. Ojalá pudiera hablar con Sal. Me hubiera gustado saber que ella estaba a salvo, aunque no dudaba de que Hero la protegiera. ¿Acaso él la perdonaría, como Irizadiel me perdonó a mí? Oí los pies de Irizadiel tocando el suelo, sus alas plegándose y una mano que se apoyaba sobre mi hombro.

—Vamos —me dijo y asentí agradeciendo su compasión—. Aún debes matarlo, ella te necesita. —La voz de Irizadiel salía suave, aunque impregnada de tristeza. Sabía que Sal podía tener lo que ella nunca tendría, y pese a ello no la odiaba. Los nefilim no se enamoraban, vagaban, destruían, pero nunca se enamoraban.

Cuando di un paso hacia adentro sentí náuseas, y nuevamente temí por Sal.

—Ojalá pueda cumplir mi promesa —mis ojos siguieron uno a uno los rastros dejados en la alfombra. Parecían ríos de sangre. Tres mujeres estaban junto al muro. Sus rostros desgarrados como si les hubieran quitado la piel dejando expuestos los músculos. El cabello había sido arrancado también a tirones, y lucían cual si tuvieran una máscara roja, toda la piel de su cabeza había desaparecido. Vi el cuello de cada una y maldije en silencio. Se había alimentado de ellas, no se limitó a ultrajarlas, también las había profanado por dentro. Estaban suspendidas a unos veinte centímetros del suelo, una al lado de la otra, como muñecas de tela; tuve que acercarme para notar que estaban enganchadas al muro por un trozo de madera hincado por encima de su estómago. Las cuencas de sus ojos estaban vacías. Su cuerpo flácido colgando allí, sin un rastro de vida. Maldije y miré a Ben con la rabia fluyendo a través de mí, luego observé a Irizadiel e internamente me prometí que nunca pasaría por algo semejante.

—Voy a cumplir mi promesa… —dije para mí mismo— asegúrate de que Sal esté protegida, se está desquiciando y eso lo frustrará hasta que cometa un error. Volviendo mis ojos hacia las mujeres asesinadas aseguré: —Se vuelve más confiado y eso lo hace más vulnerable—. Ben asintió y comencé a marcharme. —Ben— él se giró hacia mí —averigua quién lo protege. Eso lo vuelve más fuerte, no sé por qué, pero tal vez beba de otros los cuales le trasmitan algo más de poder—. Ben me estudió como si nunca hubiera pensado en ello. —Y dile a Nicolás que necesito hablar con Sal, si no escucha tus amenazas tal vez me oiga si le digo que permanezca protegida.

—Bien. —Ben se marchó.

—¿Crees que ahora quiere matarte también? —murmuró Irizadiel y clavé la vista en el piso. No importaba si iba contra mí, pero ellas… Irizadiel.

—Matará a cualquiera que se meta en su camino, y yo se la quité de las manos, ahora sabe que no lo dejaré salirse con la suya —me acerqué a ella mientras varios miembros de la Asociación ingresaban para limpiar la casa. Posé una mano en su hombro estudiando sus ojos—. Reconsidéralo Irizadiel, él irá por ti si sigues conmigo. —Ella colocó su mano sobre la mía.

—Entonces, seremos dos a los que deberá matar.

—Nomine Vatur, perducat nos ad aeternitatem. —(En el nombre de Vatur, guíanos hasta la eternidad) dijo, y acarició mi mejilla—. Nomine Vatur Phillipe, donec a latere tuo Phillippe, ego tecum mori quam vivere quin te circum. —(Estaré a tu lado siempre Phillippe, prefiero morir a tu lado que vivir sin tenerte cerca).

—Tunc erit. —(Entonces, que así sea).