Capítulo seis
Sabuesos
Noté cómo Sal me observaba desde el interior de su coche, había temor en sus ojos, y me odiaba por eso. Ella despertaba a la bestia en mi interior, aquella que ahora quería correr a su lado para apretujarla entre sus brazos y protegerla. Había algo en ella que me inquietaba, que me llamaba. Tuve ese impulso desde el mismo momento en que la vi, y de eso ya habían pasado seis meses, desde que me dieron el traslado a la sección de Alaska. La reunión de los días anteriores lo único que logró fue aumentar mi intriga por ella; me propuse alejarme y lo había logrado, hasta que la vi en aquel cuarto, y palpé el pavor que tenía por los nefilim; deseaba que ella me hubiera dejado entrar en su mente, solo un poco. No lo hice, aunque podía, la respeté y me mantuve al margen, sin entender bien por qué; mi naturaleza me impulsaba a averiguar los motivos por los cuales lograba cautivarme de ese modo, llamándome como la luz lo hace con los insectos. No sabía cómo sucedía, pero cuando estaba cerca de ella era como si el fuego crepitara en mi piel envolviéndome, y aquella pequeña reunión informativa me obligó a ejercer todo el autocontrol que poseía para no cruzar la sala, matar al ser que carcomía sus pensamientos y acurrucarla en mis brazos.
Por un momento pude verme, acaricié esa visión. Lo había planeado todo. Ben estaba apenas a un pasos de donde me encontraba, sus ojos enfocados en la ella hacían que mis ganas de matarlo se multiplicaran; pude haberlo matado allí, librándola de aquel ser insignificante que se divertía acosándola, y luego, ante la mirada de todos saltar la mesa que nos separaba y correr hacia ella para decirle que la protegería. Que el nefilim nunca llegaría a tocarla. Nunca.
Me sacudí mentalmente y me escondí tras un manto psíquico que le impedía verme. No sabía por qué, pero necesitaba dejarla ir aunque una parte de mi ser libraba una batalla para que no se apartara de mi lado. Ella estaba alterada y eso me molestaba, la había visto aporrear el volante, y no sabía cómo tranquilizarla. Las pistas sobre el nefilim me atrajeron hasta ahí, había algo raro en todo aquello, podía palparlo en el aire.
Soy un psíquico; todos piensan que soy solo un vampiro, pero no, hay más que eso. Tampoco me molestaba en aclarárselo a nadie, pero cuando vi a Sal por primera vez me sentí raro. Escuché sus pensamientos tan claros en mi mente, como si fueran míos. Y lo que más me atrajo de ella, era que no me temía. No tenía miedo, y eso era lo que más me excitaba. Una guerrera.
No esperaba verla allí. Salí lentamente de las sombras, cuando ella se alejó, cubierto por la lluvia que caía a raudales sobre la ciudad. Seguí el rastro hasta el edificio escondiéndome, y tentado por el aroma reciente de su presencia; la boca se me hizo agua cuando sentí su perfume y la lluvia intensificándolo, como si me bañara con ella.
Caminé inmerso en esa fragancia hasta que llegué a menos de doscientos metros de un gran hotel, donde noté que algo inusual pasaba; esperé a que todos se marcharan para acercarme. El rastro del nefilim había dejado huellas, había sangre de él en el suelo que desaparecía justo donde había estado la pequeña camioneta. Era un nefilim joven, su rastro era débil, pero igual podía sentirlo. Me pregunté por un instante por qué ella había llegado a ese lugar y me odié ante la idea de que la hubieran atacado y por la promesa, que no había podido cumplir, de protegerla. Me agaché junto a la acera y reparé que había algo más, otro ser, otro psíquico. Eso me tomo por sorpresa. Lo percibía como una leve estela de colores en el aire, la lluvia mitigaba las marcas de sangre en el suelo, pero la estela permanecía más tiempo; en el aire cargado de energía, crepitando, estaba su huella. Percibí el aura de Sal, corrí mientras desandaba el camino que ella había hecho, y aquel otro, con o tras ella, no lo sabía.
Llegué a un punto, a tan solo unos metros de donde ella se detuvo. Vi rastros de magia psíquica por el lugar y me dediqué a observar alrededor. No había nada fuera de lugar, pero Sal había perseguido al psíquico, y por lo visto él sabía muy bien que podía ocultarse si así lo deseaba; era un don de los de mi clase, ocultar su imagen a otros, era muy bueno para cuando cazábamos o peleábamos. Olfateé el aire, hasta este sitio era hasta donde Sal había llegado. En cambio el vampiro corrió unos metros más y cruzó la calle. Sal, en cambio, había vuelto al edificio para luego correr hacia su coche, donde la vi.
Me subí a mi Ducati, negra como la noche, que se encontraba oculta en un portal abandonado, y me coloqué el casco con el frente tintado. Volví a la dirección donde la pista se desviaba. Seguí el débil rastro por la calles, como un sabueso. Tan solo uno como yo podía percibirlo, algunos nos llamaban perros psíquicos, seres que se movían a partir de rastros y vestigios de energías contenidas; la mayoría desconocía cómo las auras y las energías quedaban atrapadas en un sitio, y solo los nuestros podían verlo. Lo cierto es que tan solo somos metafísicos, la energía lo es todo; algunos de mi especie se dedicaban tan solo a enseñar la influencia de la energía, otros se habían dedicado a «limpiar» sitios para las grandes empresas deshaciéndose de presencias no gratas, otros, como yo, vivíamos para cazar y esa era nuestra mayor arma. Esas artes habían perdurado en el tiempo, no era solamente propio de nuestra raza y, sin saberlo, los humanos habían sido sus principales difusores, algunos los llamaban por distintos nombres, aunque muchos habían mantenido el nombre original, Reiki.
Advertí cómo el rastro se hacía más fuerte cuando llegué a un edificio del centro. El cabrón había estado por allí hacía poco y por la intensidad del rastro podría decir que aún estaba cerca. Bajé la velocidad de la Ducati a una cuadra de distancia, levanté la visera del casco y percibí la energía en aire, hacía tiempo que no veía a uno de los míos y esto era un desafío. Presté atención a todos los edificios, uno por uno fui barriendo sus fachadas, capté la energía pintada como estelas de colores en el aire, hasta que la luz penetrante de un coche me cegó por un segundo.
Vi una camioneta con el logo de la S.A. que se detuvo en la entrada del edificio de la esquina. Esperé con la mano en el manillar, cuando vi bajar a Nicolás; junto a él dos jóvenes más; por sus auras podría decir que eran dos cambia formas. Entraron en el edificio seguidos por otros tres. ¿Qué hacían aquí? Algo pasaba. Algo grande. Pude percibir que estaban tensos y por un momento dudé sobre buscar en sus mentes, pero me abstuve, no quería que supieran que estaba allí, por cuanto me dediqué a escudriñar la entrada cuando pude ver lo invisible para los ojos de los demás. Allí estaba el otro psíquico, a tan solo unos cinco metros de la entrada, envuelto en una bruma mágica y, como lo esperaba, él también me vio y corrió. ¡Odio cuando corren! Lo digo en serio. Gruñendo comencé a perseguirlo sin miramientos. Sabía que aquel vampiro no tenía nada que ver con mi misión, pero estaba ligado al nefilim y lo que era peor, estaba ligado a Sal.
Lo perseguí hasta que el cabrón se sumergió en la oscuridad de un callejón. La lluvia caía intensa sobre la ciudad dificultando los movimientos de mi moto, así que estacione en un lugar oscuro y, apeándome, tiré el casco para que colgara del manillar, y corrí tras él. A solo unos tres metros trepó por un balcón, y otro, y otro más. Trepé también, sabiendo que podía seguirlo por mucho tiempo si me lo proponía. Subí más rápido que él, y gracias a la cercanía pude identificarlo: vampiro. Cuando lo tuve a solo un metro arremetí contra él saltándole de lado, impulsándolo contra uno de los balcones unos metros más abajo. Ambos caímos hasta un balcón de piedra. La espalda del vampiro dio contra la roca y yo caí encima; quise darle un golpe pero él me dio una patada haciéndome volar dentro del apartamento, atravesé el cristal y unas cuantas cosas que arrastré en mi camino. Golpeé contra una pared y escuché un grito ahogado. Estábamos en una habitación pequeña. Por el rabillo del ojo noté cómo una mujer con dos niñas se acurrucaban en una esquina cuando el otro entró. Me levanté utilizando todas las fuerzas, hoy no me había alimentado, así que busqué mi lado psíquico. Él dio un paso hacia adentro, olfateó y miró en dirección a la mujer; supe en ese momento que no permitiría que maten a los humanos, era una regla fundamental, pero para mí significaba algo más, era una deuda que tenía pendiente, una herida. Me levanté lo más rápido que pude y lo golpeé; él usó un campo psíquico para esquivarme, arrojándome contra unos muebles, se movió tan rápido que no entendí qué hacía hasta que arrancó de las manos de la mujer a una de las niñas y corrió al balcón con ella bajo el brazo.
—Es ella o yo, cazador —me gritó al momento que saltaba y dejaba caer a la niña.
No lo dudé, me levanté de un salto y corrí hacia la nada. Salté del balcón para atrapar a la niña en el aire, estaba a unos diez metros de altura cuando la tomé apretándola contra mi pecho, estiré el brazo y me aferré a una saliente. Cubrí a la pequeña para que no se golpeara y mi espalda dio de lleno contra el muro; conteniendo un gruñido le pedí a la niña que no llorara, los gritos de su madre eran ensordecedores desde arriba. Mis ojos lo buscaron pero el agresor se había ido, el maldito volvía a perderse en la noche. Me las ingenié para trepar con la niña a cuestas hasta el lugar más seguro que podía encontrar para devolvérsela a su madre. Ella seguía llorando cuando la dejé en un balcón cercano. Me detuve un segundo para respirar y volví a tomarla en brazos, hasta que llegué al balcón donde su madre no paraba de llorar abrazada con la otra niña. Me agaché en la baranda y sus pies diminutos tocaron el suelo; se disparó al reencuentro con su madre que la envolvió y la llenó de besos, sin apartar los ojos de mí.
—Gra… gracias —tartamudeó antes de que yo saltara al suelo nuevamente. Mis pies golpearon el piso de modo silencioso; con rapidez me incorporé y acomodé mi ropa, mientras estiraba los músculos que tronaban. Tomando una bocanada de aire en medio de la lluvia torrencial que me caía encima, corrí hasta la calle donde había estacionado. Estaba débil, podía sentir cómo mis sentidos comenzaban a atontarse; debía comer. El rastro casi se había perdido; aquel maldito sabía ocultarse muy bien, incluso para mí.
Me subí a la moto y decidí volver hacia donde había visto a Nicolás por última vez y lo había encontrado, aunque dudaba que volviera a ese sitio. Aún no entendía qué hacían ellos allí, no había rastro del nefilim, de eso estaba seguro. Por un momento pensé en entrar, la camioneta ya no estaba, pero la mañana llegaría pronto y no me gustaba llamar la atención; además estaba empapado y hambriento. Conduje hasta mi casa, mi santuario. Era un sitio apartado del centro, lejos del bullicio de la gente, simplemente era un galpón enorme donde vivía hace unos meses. Allí podía estar a mis anchas y hasta algunos días disfrutar del sol, ya que no necesitaba la cobertura como el resto. Había heredado los genes de mi madre, una psíquica poderosa de una antigua tribu del norte, por ello el sol no me ocasionaba tantos problemas.
Bajé de la moto tan solo para abrir la puerta de chapa, entré y estacione en un rincón; me quité el casco y desactivé las alarmas.
Todo estaba normal, todo en su lugar. Me deshice del abrigo mojado y lo tiré junto a la gran cama de madera cubierta por sábanas de seda. El sitio no tenía divisiones, y era bastante austero, pero no me quejaba, tenía una cocina al fondo y un baño a la izquierda, el cual era el único cuarto delimitado. Odio los espacios cerrados, por eso cuando adquirí este lugar solo modifiqué algunas cosas; perteneció a una empresa metalúrgica, así que tenía techo alto y pocas ventanas. Todo lo demás era un solo ambiente, el comedor, el estar y el dormitorio, delimitados por los respectivos muebles. Me quité las botas de cuero y el pantalón, que fueron a parar junto a la campera. En bóxer y con la camiseta fui hasta la cocina. Tomé un bocado de tarta, serví un poco de jugo, y me acerqué a la encimera para tomar una pastilla de sangre. Me debatí sobre qué debía hacer, esto comenzaba a ser frustrante. Me recosté en la cama mientras sopesaba lo que había ocurrido. ¿Por qué demonios el vampiro estaba interesado en Sal? ¿Acaso la S.A. había olvidado realizar un chequeo de los locos sueltos en las calles, o habían omitido a este? No lo sabía.
Desnudo, sintiendo el aire fresco sobre mi cuerpo sudoroso me dormí sin más. Desperté horas más tarde. El día estaba por terminar, y la noche se colaba de lleno. Aunque no tenía problemas de estar a sol, mi cuerpo de vampiro sentía el cansancio y la necesidad de dormir durante el día como cualquier otro. Me levanté sonriendo sin saber con qué había soñado. Me desperecé lentamente y fui hasta la cocina para tomar un par de pastillas. Saboreándolas me dirigí al baño.
Abrí la ducha mientras dejaba que el calor del agua invadiera el cuarto y recién allí me permití pensar en ella. Me observé en el espejo y sacudí la cabeza. Algo iba mal. Nunca antes había sido tentado de ese modo, y menos por una oscura; aun así, allí estaba Sal, con sus hermosos ojos, su cabello sedoso que deseaba acariciar… ella. Me metí bajo la lluvia que me envolvió con una caricia caliente, bajé la cabeza dejando que el agua cayera sobre mi nuca, tal vez aquello borrara mis pensamientos, el agua me corría por el rostro, pero no podía dejar de evocarla. Mi mente se disparaba hacia otro lugar; volvía a ella y no podía dejar de preguntarme. ¿Cómo sería tenerla entre mis brazos? ¿Cómo se sentirían sus labios? ¿Qué sentiría cuando ella me rodeara la cintura con esas largas piernas?
Cerré los ojos cuando una punzada de deseo me cruzó. Mi pene se endureció de golpe y usé mi mano para aliviarme; la apreté pensando en ella mientras me sostenía contra la cerámica fría, mi mente estaba jugándome una mala pasada. La imaginé en mis brazos, vi la negrura de sus ojos, la vi con el cabello rubio esparcido sobre mis sábanas. Mi corazón dio un brinco cuando aquellos ojos que deseaba tanto se posaron en mí recorriéndome como una caricia. Bajé la vista hasta sus pechos que podrían llenar mis manos, deseaba besar su piel lentamente, saborearla mientras sus manos me recorrieran. En mi imaginación ella llevaba apenas una de mis camisas que dejaba entrever la ternura de sus pechos, sus pezones estaban duros y sus manos se deslizaban sobre mi espalda mientras sentía la humedad de sus pliegues con mis dedos, mi respiración se agito; cuando el orgasmo me asaltó, imaginándola, me mordí los labios. La deseaba. Aún no sabía por qué, o cómo había ocurrido, solo sabía era así. Enjuagándome lentamente salí de la ducha.
—¿Hero? —levanté la cabeza de golpe al oír la voz de Mikela. ¿Qué hacía ella aquí? Con furia cerré el grifo y tomé una toalla, me la envolví en la cintura y salí. ¿Qué carajo buscaba Mikela? No la quería cerca, menos ahora—. Oye muñeco…
—No me llames muñeco —ladré cuando abrí violentamente la puerta para encontrarla allí parada como si fuera una reina, me dirigió una larga mirada que recorrió todo mi cuerpo, y me molestó. Maldita bruja, pensé.
—Oye ¿por qué el mal humor? —se burló ella mientras se apoyaba de forma sugestiva en la mesa, con sus ojos clavados en mí. La observé; tenía un vestido corto, negro, de encaje y unas botas hasta las rodillas, aun así no movió nada en mi interior—. ¿Ves algo que te guste? —aquello me volvió a la realidad. Mikela no era más que una zorra, nadie podía decir lo contrario; la miré con desagrado, notando algo que antes no había visto, Mikela era vulgar y fácil presa de sus instintos, mientras aquella cazadora era impulsiva y sexy, manejaba a la perfección las emociones y nunca me había provocado, ni una sola vez; pero allí estaba Sal, colándose en mis pensamientos de nuevo. Mikela se jactaba de ser la mejor en el engaño, por eso su visita no me alentaba a pensar en nada bueno.
—¡No! —gruñí y me encaminé hacia el armario.
—Bueno, yo sí —contestó y caminó hasta estar pegada a mi espalda y me arañó. Me giré con rapidez y le tomé la muñeca.
—No estoy de humor Mikela —le solté con asco. Ella hizo un ruido de decepción y me siguió con los ojos. No sabía por qué pero me sentía sucio bajo su mirada, no sabía por qué hace años había caído en sus brazos, pero tenía muy claro que ahora era diferente. Ahora conocía lo que había detrás de una mujer como ella y el abismo que la separaba de alguien como Sal—. ¿Qué haces aquí? —dije enfrentándola. Noté que sus ojos pendían de la toalla envuelta en mi cintura. No me moví; ella me miró a los ojos, no sin antes morderse los labios.
—¿Qué? No vas a decirme que ahora eres tímido ¿verdad, Hero?
—Vete Mikela, como dije no estoy de humor —aseguré la toalla y me crucé de brazos.
—¿En que andas, cazador? —No respondí, en cambio hurgué en su mente. Allí estaba, ella venía por sexo. Pero yo no estaba dispuesto a dárselo—. ¿Tengo que arrodillarme? —dijo ella, y lo hizo. Aun así no pasó nada. Tomé del guardarropa una camisa y unos jean y encaré el baño—. ¡Oh, vamos Hero! —refunfuñó cuando cerré la puerta con fuerza.
Nunca antes me había visto forzado a esconderme de ninguna mujer, pero no quería a Mikela sobre mí, no la quería cerca, aunque tampoco era de los tipos que pueden sacar a una mujer a las patadas, así que simplemente esperé que se cansara y se fuera.