Capítulo veintiuno
Golpes
Cuando llegaron me encontraba echa un ovillo contra le muro opuesto a la puerta, encaramándome, preparada para saltar; en cuanto esta se abrió me lancé hacia allí. Empujé a Eva a un lado y utilizando toda mi velocidad bajé a ciegas las escaleras, mientras escuchaba sus maldiciones. Cuando estuve a un paso de la puerta de entrada Hero me tomó en brazos amortiguando mi golpe. De haber sido un humano lo hubiera tumbado, pero él era fuerte.
—Tú… —le asesté un golpe en el pecho, y gruñí cuando me apresó entre sus brazos.
—¿Qué haces aquí, Sal? —le di otro golpe. Esta vez había comido y estaba fuerte.
—¡Dijiste que volverías! —grité—. ¿Quién es ella? ¿Qué hace aquí? —gruñí.
—Tranquila Sal, cálmate… —refunfuñó con los dientes apretados.
—Suéltame —ladré.
—Te soltaré si te calmas —me dijo y por un instante noté una mueca de dolor en su rostro. Dejé de golpearlo.
—Ah… ¿es por «esto» por lo que me has cambiado? —Una voz dulce, empalagosa y llena de hastío, salió por detrás de él. Me moví para poder echar una mirada por encima de su hombro.
—¡Tú! —le dije acusadoramente.
—Hero, por favor, Nicolás dijo que ella debía estar arriba.
—¡No hables de él como si lo conocieras, maldita puta…! —le grité.
—Sal, por favor —murmuró suplicándome que me calmara cerca de mi oído. Volví a intentar soltarme, forcejeando contra él. Comenzó a retroceder, levantándome un poco pero luego de dar unos pasos no pudo caminar más. Me soltó tan solo un segundo y me colocó sobre el hombro. Aquella maldita seguía espetándome cosas y le respondí cada una hasta que Hero se metió dentro de lo que parecía un estudio y lo último que vi fueron las puertas de roble oscuro cerrándose en mi nariz. Me largó con fuerza sobre un sillón mullido y mi hombro se resintió, pero ni me quejé. Me sacudí hasta que logré acomodarme de modo firme, escupí los mechones de pelo que se me habían metido en la boca y me alisé el pelo lo mejor que pude hasta que lo miré quemándolo, ojalá tuviera esos poderes de los x-men, me gustaría tener la visión «quema pelotas», pensaba. Estaba cabreada. Una parte de mí quería reírse por lo irónico de la situación, hacía años que luchaba por NO encontrarlo y ahora parecía una humana con el período.
¿Estaba siendo estúpida? ¡Sí!
¿Por qué tenía celos? No lo sabía…
¿Quería quitarle los ojos a la bruja arpía? Definitivamente ¡sí!
¿Odiaba que Hero estuviera cerca de ella? ¡Sí!
Ni siquiera lograba poner a mis dos «yo» de acuerdo. Me sentía estúpida, pero aun así busqué que aquello no se notara en mi rostro. O eso creía. Cuando mis ojos se conectaron con los de él me di cuenta de que no lo había logrado.
—¿Qué haces con esa maldita? —Hero se acomodó las manos en la cadera y por un instante me concentré en los poderosos músculos de su pecho, aquellos que había lamido y relamido horas atrás. Bajó la cabeza pegando la barbilla en el pecho y yo gruñí.
—No te entiendo —confesó y me helé.
—¿Qué?
—Que no te entiendo, Sal —levantó la cabeza y me miró—. Vas allí —dijo y señaló la lejanía como si pudiera marcarlo con el dedo— tienes sexo con un nefilim y vienes a decirme con quién debo estar… —No dudaba en expresar su punto. ¡Pero oye, eso dolía! De pronto mis manos me resultaron muy interesantes, comencé a mirarme las uñas rotas y los dedos lastimados—. Al menos mírame a los ojos. —Luché conmigo misma para levantar los ojos y mantenerle la mirada.
—Sabes que me siento culpable por eso…
—¿Y por qué lo hiciste?
—¡Tú sabes por qué! —respondí en un grito—. No fui yo Hero, no lo hice porque quise. Tú sabes eso, él manejó mi mente a su voluntad; ya me siento lo bastante mal por eso, como para que lo digas como si fuera algo que deseaba.
—¿Qué quieres Sal? Tan solo dímelo… —dio unos pasos hacia mí con la mandíbula trabada denotando todos los músculos de su garganta—. ¿Lo deseabas? —sus dientes estaban tan apretados que sus palabras eran un siseo—. Tú sientes mi necesidad Sal, y somos demasiado ancianos como para jugar este juego —me tomé la cabeza sintiendo en Déjà vu de esto—. ¿Qué? —preguntó, y en cambio susurré.
—Me preguntaste lo mismo en mi sueño.
—¿De qué hablas? —aquello pareció tomarlo por sorpresa.
—¡Que me preguntabas lo mismo en mi sueño! —le grité enojada, lo vi dudar y entendí que no, no sabía de qué le hablaba, así que decidí explicarlo—. Me decías: ¿Por qué Sal? ¿Por qué lo hiciste?, y luego me decías que te había obligado a hacerlo, que no podías hacer nada. Mírame Sal… mira lo que me has hecho hacer, eso decías.
—¿Qué hice? —quiso saber. Levanté el rostro con las lágrimas picando en mis ojos y lo enfrenté, entrecerró los párpados, me estudió y en su frente se dibujaron pequeñas arrugas.
—Mataste a mis hermanas, a Nicolás y a muchos más, tus ojos… —tragué con fuerza— tus ojos eran malditamente rojos.
—¿Soñabas conmigo?
—Tenía pesadillas —puntualicé— pero sí, soñaba contigo Hero… —Él miró hacia un lado y desvié la mirada, todo lo que había ocurrido me avergonzaba y nunca me había avergonzado de nada en mi vida. En cambio allí estaba él, con su postura rígida estudiando la nada como sopesando si mentía o no—. Luego te decía lo mismo, que no quería hacerlo y volvías a decirme una y otra vez lo mismo: Tan solo dime: ¿Por qué lo hiciste? Dímelo y juro que lo olvidaré todo, tan solo quiero oírlo… por favor —intenté medir las emociones en su rostro, pero no había nada—. Lo lamento —murmuré con un gemido.
—¿Qué hacía luego? —él seguía sin mirarme, y aquello dolía más que cualquier cosa. Deseaba que me pegara, que me aporreara contra el suelo hasta que su dolor se calmara. Ver los recuerdos punzantes derramándose dentro de él era más doloroso y angustiante.
—Nada, tan solo me observabas y preguntabas lo mismo, intentaba explicarte una y otra vez lo mismo… lo mismo que ahora. Luego aparecía él, susurrando cosas en mi cabeza. Decía que no podías ayudarme, me decía que te olvidara, y yo simplemente te vi caer de rodillas allí, con la estaca en tu pecho, y bueno, luego… atacaron a Phill y me ayudó a escapar.
—Lo sé —dijo. Levanté la cabeza y lo vi deambular por la habitación. Mis ojos lo seguían como siguen los bichos a la luz. Tan solo no podía dejarlo.
—¿Lo sabes? ¿Qué sabes?
—Sé que te salvó… —aquello me llevó a pensar en Phill nuevamente. Una gota de duda tembló en el cuenco vacío de mi alma. Debía preguntar.
—¿Lo mataste? —Él no se volvió, siguió dándome la espalda como si el solo hecho de verme le causara más dolor.
—No, no pude… —se hizo un gran silencio en la sala. Creí que mis huesos estaban por congelarse, de pronto el aire no era agradable y se sentí frío, como un témpano. Caminó otro paso y me enfrentó. Tragué con fuerza cuando nuestras miradas se encontraron. No podía soportarlo, verlo así, tan solo, no podía, bajé la cabeza como la cobarde que era y lo escuché caminar nuevamente—. ¿El vampiro aparecía en tus sueños?
—Sí —me sentía incapaz de decir nada.
—¿Qué más?
—No sé nada más, lo siento —me levanté abatida, con el pecho pesando más que un conteiner cargado. Hero tenía razón. Yo no era nadie para juzgarlo. Suspiré y comencé a caminar hasta la puerta, pero no llegué lejos. Su mano se cerró en mi muñeca y mi garganta se cerró al compás de sus dedos. Me obligó a mirarlo; lentamente levanté la mirada y vi el azul de sus ojos.
—Mis ojos están bien, y tú estás a salvo —lo dijo como aquello que se sabe de memoria. No respondí. ¿Qué diría?
Discúlpame por ser tan débil. Porque lo era, eso era justamente, una debilucha con aires de grandeza. Me creía tan fuerte y caí. Volví a bajar la cabeza e intenté marcharme, pero me retuvo. Pensé que diría algo más, pero no lo hizo; observé mis pies descalzos, no lo había notado al bajar y ahora estaba allí observando la locura de mis actos. Su mano pasó por mi nuca mientras la otra soltaba mi muñeca para cerrarse sobre mi cintura atrayéndome contra él; me obligó a levantar la cabeza y sin respiro ni advertencia sus labios cálidos se cerraron sobre los míos. Petrificada por aquello me fui relajando de a poco y mis manos también lo rodearon lentamente, de un momento a otro no había aire entre nosotros, me encontraba encerrada en sus brazos y pensé que podría morir por el calor que me daba. Lo sentía a un nivel molecular, cada célula respondía a él. Forzó su beso haciéndolo más rudo, más dominante, hasta que se alejó para mirarme a los ojos.
—Cuando te marque, no habrá otros. —Contuve el aire ante la expectativa, se lamió los labios y apoyó su frente en la mía sin quitar su mano de mi nuca—. Cuando seas mía, no habrá perdón, cualquiera que te toque estará muerto.
—No habrá otros —balbuceé.
—Tan solo quiero que lo sepas.
—No habrá otros —repetí. Una puerta se abrió a mi espalda.
—Lo siento chicos, pero necesito que hablemos. —Carim, ella y su voz tan suave. Hero me dio un beso rápido y me soltó. Carim se sentó en un sillón frente a una mesilla de café. Abrió la portátil que cargaba con ella y se cruzó de piernas mientras la atraía hacia sí para estar más cómoda.
—¿Está muy enojada, cierto? —Carim levantó los ojos de la máquina y torció la boca.
—Conoces a Eva, ya sabes, se le pasará —volvió sus ojos a la brillante pantalla.
—¿Qué paso con ella? —preguntó Hero mientras se sentaba en el sillón frente a Carim; avergonzada lo miré.
—Yo la empujé cuando corría, y bueno ella… —Hero sonrió.
—Eres un torbellino de problemas. —Aquello me hizo gracia y sonreí.
—Bien, esto es lo que sabemos… se hace llamar Zell.
—¿Zell? —me senté observando a mi hermana. Hero me atrajo más cerca, crucé una pierna bajo mi cuerpo mientras parte de mí se rozaba contra él. Aquello pareció no molestarle por lo tanto me relajé; él pasó un brazo por encima de mis hombros.
—Sí —respondió ella mientras sus dedos volaban sobre el teclado haciendo que se oyera el repiqueteo de las teclas.
—¿Como Zell de DB?
—Sí, DB. —Eva entró sin tocar y caminó mirándome a los ojos—. ¿Qué, no sabías que a tu bella dama le gustan los dibujos de niños? —preguntó enfocándose en Hero.
—No me gustan, los miré, sí, pero cuando era joven…
—¡Oh, vamos! Tenías más de doscientos años… ¿Joven? ¿En serio?
—Aún era joven, tú no lo sabes porque eres una perra, en todos los sentidos; ¡pero sí, los veía!
—Eh… chicas, ¿podemos volver al tema? —la voz de Carim fue demasiado baja para tapar nuestra discusión.
—¡Ja!, dibujos, cuando ya bebías sangre hace siglos, por Vatur no molestes, como te decía Hero —desvió su mirada hacia él—. En más de una ocasión verás que es una niñita.
—Cierra la boca Eva. Tú no sabes nada.
—¿Qué es DB? —volvió a preguntar Hero; pero ya era tarde, nuestra discusión había subido varios tonos.
—Tú mirabas novelas de humanos y no por eso te discriminaba, ¿o sí?
—Te reías de mí… —se cruzó de brazos y la imité.
—¿De qué hablan? —preguntó Hero.
—De que a ella siempre se le han caído las bombachas por los humanos…
—Oh ¡disculpa! Estarás hablando de Carim, porque esa no soy yo.
—¿Y qué tengo que ver yo en todo esto? —ahora Carim nos observó enojada.
—Que te gustan los humanos —dijo Eva con desdén y volvió a mí. Además, ¿sabes?, eres bastante cabrona cuando no tienes sexo por algún tiempo. Golpearme así… es simplemente una demostración de eso…
—Oh, no te lo permito, he tenido sexo —dije señalando a Hero que parecía confundido y ceñudo, sin detenerme volví a mi argumento— ¡y muy bueno! —hice hincapié en cada letra.
—¿Por qué siempre me meten en sus discusiones?
—Por qué, por qué… —repetí sin saber qué decir, ni sabía cómo había entrado Carim en todo esto.
—¿Te acostaste con él? —preguntó Eva molesta. Odiaba cuando lo decía como si fuera algo atroz.
—Sí, y te repito, muy bueno… —respondí sonriente y ella entrecerró los ojos.
—¿Es necesario todo esto? No recuerdo por qué están hablando de… eso —dijo Carim levantándose de su asiento.
—Es la envidia, como ella no lo hace, conoce más que nadie lo que es la molestia de la picazón ahí —hice un gesto en mis partes bajas que se ganó un gesto de reproche— por no hacerlo.
—Ella tampoco lo hace. —Eva señaló a Carim y la aludida abrió ampliamente los ojos y se puso como tomate—. ¡Hace mucho tiempo, y no le dices nada!
—Yo sí… pero después de todo, ¿qué diablos les importa?
—¿Sabes por qué? Porque al menos ella —señalé a Carim que levantó las cejas— hace un «mantenimiento» —hice el gesto de comillas— de sus «cañerías» una vez al año, no como tú que te la das de mojigata… y… —alguien silbó tan fuerte que mis oídos escocieron y todo se quedó en silencio por un momento, hasta que advertimos de quién provenía.
¡Nicolás!
—Ahora que las tres me prestan atención… tan solo, cierren el pico —nos dijo poniendo sus ojos en blanco. Lo miramos extrañadas y debo admitir que un poco avergonzadas—. ¿Estás necesitando ayuda, Hero? ¿Tal vez un misil aire-tierra que te saque de esta? ¿Traje antibombas o ataques químicos? No sé… ¿un arma para meterte una bala en la sien? —Me volví hacia él. Casi, y solo «casi», había olvidado que estaba allí y lo vi con la boca abierta como si no supiera cómo todo esto se había desmadrado de ese modo. Eva se sentó cruzándose de brazos y visiblemente molesta; Carim, roja de ira la imitó, y yo volví a mi sitio junto a un Hero atónito. Ya apoltronadas otra vez en nuestros sitios, nos miramos un momento en silencio.
—¿Sabes qué es lo peor? —Hero habló muy despacio; lo miré.
—¿Qué? —contestó Nicolás divertido.
—Que todo esto —dijo haciendo un gesto con el dedo índice— empezó con alguien llamado Zell, que se parecía a alguien que era un dibujo de un tal DB, que por cierto nadie me ha terminado de explicar quién era, luego sé que a Carim le atraen los humanos, aunque Eva era aficionada a sus novelas, y que todas saben que he tenido sexo con Sal. —¡Qué fino! ¿Igual que yo, cierto?—. Y bueno, terminaron… así. —Sentí vergüenza, al parecer no era toda mía, el lazo de las tres estaba repleto de ello. Hero no parecía molesto, solo un poco confuso tal vez; apretó mi hombro y acarició mi mejilla.
—Sí, ya sé, terminaron viendo quién lo hacía más que quien —concluyó Nicolás, y Hero largó una risotada ante sus palabras—. Te juro que si fueran hombres ya estarían midiendo sus respectivos miembros a ver cuál de las tres lo tiene más grande. No sé por qué siempre piensan que somos los machos los que competimos, pero ya ves que la teoría se sostiene para ellas también. —Le echamos una mirada asesina a Nick que lo hizo reír—. Y DB, para tu información, es Dragon Ball un dibujo popular en los años noventa.
—Que eran los preferidos de Sal —respondió Hero y me giré para decirle que no era tan así, cuando él me acarició el cabello haciéndome olvidar aquello.
—Sí, bueno, sabes, cuando vives tanto, es bueno ver un poco de TV, aunque lo odiaba, no podría decir que era la única que se divertía, si mal no recuerdo, Eva, tú compraste esa colección de muñecos de antaño. ¿Cómo se llamaban? —Nicolás se tomó la barbilla intentando recordar mientras Eva se ponía colorada—. Ah, ya sé, la era de las galaxias o algo así…
—La guerra de las galaxias —lo corrigió—. Ella me empujó primero —se quejó.
—Y estaba a punto de pedir disculpas, cuando decidiste ser una loba perra y largar todos los trapos sucios…
—Ahí vamos de nuevo —susurró Hero, divertido.
—¿Y qué problema tienes? . —Levantó los hombros—. Él ya conoce algo más que tus trapos —si hubiera podido quemarla con la mirada, este era el momento en que lo haría.
—Antes de que empiecen nuevamente… —Nicolás nos interrumpió una vez más. Iba a gritarle, pero no surtiría efecto, así que me callé—. Carim, empieza. —Ella sonrió, orgullosa, y recibió por respuesta mi sacada de lengua y la señal del dedo del corazón levantado por parte de Eva. Rápidamente miró a Nicolás y se concentró en la pantalla.
—Como decía, se hace llamar Zell.