Capítulo tres

Hermanas

Salimos del edificio adentrándonos en la oscuridad del estacionamiento. Sentí en mi rostro la brisa matinal como un mal augurio; dentro de poco tendría que estar en un lugar cubierto o no llegaría viva a la noche siguiente. Apresuré el paso hasta el coche, cuando mi visión captó un leve movimiento en la oscuridad. Entrecerré los ojos intentando descifrar la silueta que se recortaba dentro de uno de los autos del fondo. Alguien clavó sus ojos en los míos, y un leve brillo dorado surgió de ellos; por mi piel corrió un hormigueo, desde mi nuca a mi columna, y juraría que si fuera un lobo me hubiera trasformado en el mismo momento en que descubrí de quién se trataba: Hero.

Encendió el motor del coche sin prender las luces; aun así sabía que su mirada estaba puesta en mí. Me moví solo unos pasos cuando noté que el vehículo avanzaba hacia mi lugar. Era tan negro como debía ser su alma. No podía explicar por qué aquel tipo me incomodaba, me sentía como una gacela frente a un león, pero nunca lo demostraría. Tampoco admitiría que parte de mi cuerpo se encendía con su presencia, casi como si su mirar me calentara. Avanzó lentamente hasta que pasó a mi lado; sus pupilas claras me observaron por el retrovisor.

Mis ojos lo siguieron también, todo el camino, hasta que se perdió por la salida. Levanté la vista para ver los ceños de Carim y Eva; sacudí la cabeza e hice una mueca de no saber qué le pasaba a ese tipo, y en realidad no lo sabía. No quería cruzarme en su camino, no conocíamos mucho de él, y eso estaba bien. La vuelta fue silenciosa. Me preocupaba demasiado aquello; no podía imaginar como lidiaríamos con un nefilim y aún persistía mi incomodidad con respecto a Hero.

Mi cabeza estaba alborotada, algo pugnaba en mi mente por salir, provocándome un poco atractivo dolor de cabeza. Levanté lentamente las murallas mentales que me separaban de las chicas, y con cuidado eché un vistazo hacia el rostro de Carim; no pude notar ninguna reacción en su rostro. Otro poco más y podría hablar conmigo misma, sin interferencia externa.

¿Qué pasa contigo? —me quejé ante el temblequeo sin control de mis manos—. Podremos con él. Lo sé. Será fácil, sé que Nicolás encontrará un modo, lo hará ¿de acuerdo? —me reté mentalmente intentando lograr un poco de calma. Pero más bien fue como una bofetada mental. Mi «yo» y mi «otro yo» peleaban con frecuencia. Carim decía que era mi antigua conciencia y la que se había formado en conjunto con ellas. Aún así era extraño—. ¿Cómo sé de qué se trata? ¿Por qué tan solo el nombre de nefilim me aturde así? Debe ser la paranoia producida por el hambre; las pastillas de sangre no funcionan, debe ser eso, debo parar, debo parar ahora.

—¿Sal? —una voz se filtró entre mis pensamientos—. ¡Salomé! —esa voz me quitó el aturdimiento, era una voz conocida y provenía justo de mi lado. Giré la cabeza para encarar a una gata bastante molesta. Por cierto, odio mi nombre.

—No me llames así, sabes que lo odio —le espeté y volví mi vista a la carretera.

—Bueno es que debes despabilar, no sé en qué estas pensando —se quejó bufando. Eva había analizado mi nombre tiempo atrás en un rato de aburrimiento, lo había volcado en el arte de la numerología y después de ese día me sentí aún más asqueada de él. Nada en mí encajaba. No había nada de cierto en aquello. Tan solo debía ser una mala pasada. Se decía que era de naturaleza diligente, cuidadosa y emotiva. ¿Qué significado tiene eso? En el único punto en el que me había sentido reflejada era que mi nombre era propio de alguien que amaba lo posible y lo imposible. A eso agregaba mi naturaleza expresiva; juro que nunca fui buena en las artes, y tampoco entendía que dijeran que era adaptable. Aunque debo admitir que cuando Eva citó que alguien con mi nombre se expresa airosamente en cualquier nivel, asentí. No me veía como alguien gentil, vivaz y amigable. Les dije que causaba repugnancia, ¿o no?

Soy un vampiro, nací así, ¡y ella venía a decir que mi talento natural era tener una mente de pensamiento convincente! Un ser responsable moral ¿en serio? Mataba vampiros y era un no muerto, no sé a qué ser podía atribuírsele eso, pero seguramente los antiguos le habían errado al concepto. Decía que tenía un espíritu conservador y apego a la vida de las comunidades. ¿Creen que eso es cierto? ¡Puf, aburren! Luego apuntaba las profesiones que vendrían bien con él, y eso es aún más chistoso. Podría destacar en profesiones como médico, enfermera, música, asistente social, arquitecta, decoradora de interiores, cocinera o profesora. Vamos… ¿Cazadora, no? ¿Muerta, no? ¿Guardián? ¿Asesina serial? No, aquello no era para mí. Finalmente el número que me guiaría: el tres. Claro, como si fuera a creerme eso.

Llegamos al piso que compartíamos en el centro cuando el sol empezaba a despuntar. El guardia humano nos saludó con mala cara y, sin prestarle atención, caminamos hasta el ascensor que nos llevaría al último piso. Eva llegó antes de que las puertas se cerraran y capté su mirada a la deriva, sin foco.

—Bloqueaste el enlace —murmuró una vez que las puertas se cerraron a nuestras espaldas. Sus ojos se posaron en mí con firmeza. ¡Mierda, había olvidado bajar la barrera!—. ¿Es por el nefilim? —No respondí. ¿Qué le diría? ¿Era por el nefilim? ¿Por la sed de sangre? ¿Por qué las malditas pastillas no daban el resultado que esperaba?

Las puertas se abrieron justo a tiempo. Me abrí paso entre las chicas y recorrí la distancia que separaba la entrada hasta el baño de un salto. Me agaché frente al lavabo y busqué la caja de fármacos fuertes que usaba cuando me surgía una migraña; del bolsillo interno de mi chaqueta saqué una pastilla de sangre, la miré con repugnancia un instante, pero la necesitaba, así que… ¿Qué más daba? Tomé lo más fuerte que encontré y me las zampé en seco. Me costó tragarlas al tiempo que me miraba en el espejo. Salí del baño quitando las barreras mentales cuando lo oí por primera vez desde hace mucho, mucho tiempo.

Lo sabes, sé que es así… me conoces.

Escudriñé la sala, parada en el umbral de la puerta que llevaba al salón; la voz que había surgido en mi cabeza se apagó de un momento a otro como un foco. No era la voz de ninguna de mis compañeras, me pareció oscura, sin vida, casi como si resonara en un túnel profundo. Nunca antes la había oído, el enlace solo funcionaba de a tres. Tres elementales como solían llamarnos. Un ser nocturno y rapaz, o sea yo, un ser temperamental y fuerte, como Eva, y la agilidad mental y la sutileza de un gato, como Carim. Imagino que los científicos no hallaron otro modo de forjar un ser perfecto, así que reunieron en un trío lo mejor de cada una. De haber podido nos hubieran mezclado, sacando vaya a saber qué ser de nosotras tres.

Ocupábamos un piso, amplio y lujoso. El suelo era de madera lustrosa y clara, las paredes de un suave color manteca permitían que se destacaran los muebles de un estilo excéntrico. Tenía ventanas amplias que dejaban ver la ciudad desde la altura del piso trece; pesadas cortinas de color marfil, largas que arrastraban hasta el piso, servían de refugio para alguien nocturno como yo, y evitaban el paso de la luz. En el estar se ubicaban dos hermosos sillones amplios color canela y una mesa ratona moderna, de color negro con patas metálicas, que me hacía pensar en un ataúd. Un par de cuadros le daban su toque de color al recinto. La gran pared sur estaba ocupada por la pantalla de proyección, donde veíamos televisión; alrededor de toda la sala había un sistema de sonido envolvente, que nos hacía sentir casi en medio de la hinchada cada vez que había un partido de la liga. Apoyada allí, noté que el dolor de cabeza retrocedía al menos uno o dos pasos, y eso era bueno. Sentí en la piel la llegada del día, el sol había salido; las cortinas estaban cerradas y me abracé intentando contener el pánico que sentía al recordar la voz. ¿Me estaría volviendo loca?

Carim se paseó por la sala; en sus manos llevaba un vaso. Se detuvo a mirarme.

—Pareces el mismo demonio. ¿Estás bien? —me dedicó una dulce sonrisa, y le devolví el gesto.

—Creo que sí; dime ¿no has oído nada raro? —Carim me estudió un momento y negó.

—¿Por qué lo dices?

—No lo sé, de pronto me sentí invadida por alguien que hablaba, pero no eran ustedes.

—¿Qué te dijo? —pregunto Eva entrando en escena. Su mirada parecía más calma. Una oleada de calor y tranquilidad se trasmitió por el lazo. Podía percibir la influencia de las chicas. Así de mal debían verme…

—No sé, era raro, decía «lo sabes…», o algo así —caminé lentamente hasta el sillón y me acurruqué, envolviéndome las piernas con los brazos.

—Dijo, ¿lo sabes? —repitió Eva pensativa. Se sentó en la otra punta del sillón y por un momento parecía ida. La observé hasta que ella me prestó atención.

—No sé qué pasa con los nefilim, tan solo tengo una leve sensación, como cuando conoces algo o alguien y no logras precisar de dónde.

Las chicas no me juzgarían por aquella confesión, todo el mundo sabía que no había secretos entre nosotras, podía levantar las murallas y hablar, pero duraría poco ya que la conexión era algo tan normal como respirar.

—Tal vez lo sepas mañana. —Eva sonrió de lado y sacudió la cabeza. Vamos, nos hacen falta unas buenas horas de sueño— palmeó mi rodilla cuando se levantó. Sonreí, estaba de acuerdo, era una buena idea.

—Además, ya es de día y no podemos hacer nada… —Carim dejó el vaso en la mesada y nos siguió hacia la zona de los cuartos.

—Dirás que yo no puedo hacer nada, ustedes pueden vivir al sol —respondí con tristeza. No sabía por qué ellas no disfrutaban de eso. Podían hacerlo tranquilamente. Pero el lazo era fuerte, atraía a las hermanas llevándolas a pensar como una, por eso habíamos elegido este apartamento. Cuando lo compramos podía imaginarlo iluminado por el sol, la belleza de la mañana rompiendo en el firmamento a lo lejos. Aquella imagen era tentadora. Varias veces me había escondido en un rincón oscuro y había hecho que Carim y Eva abrieran las cortinas en pleno día para verlo iluminado por el sol. Más de una vez me vi tentada a salir y sentir el calor en mi piel, aquel calor que percibía por el lazo, la satisfacción e incluso ganas de ronronear como ellas, verme sumida en aquella luz, pero no podía. Aquello era lo que arrastraba de mis compañeras, así como ellas la mayor parte del tiempo vivían de noche por mí. Era un vínculo irrompible, ojo por ojo, había días en los que me recluía en mi habitación, entreteniéndome en cualquier cosa para no preocuparlas, y percibía a través del lazo la satisfacción de las chicas retozando en cuatro patas sobre el sillón, limpiando su pelaje y absorbiendo tanta vitamina D que casi podrían explotar.

—¿Y dejarte aquí, sola con tus pensamientos? —Eva me rodeó los hombros con el brazo y me atrajo hasta ella—. Ni lo creas. Es más… —me miró con aire catedrático—. Hoy no te has sentido nada bien, creo que las pastillas de sangre no hacen el efecto que creían, sé que los dolores se incrementaron, ¡y no pongas esa cara! —me retó cuando intenté protestar.

—Las tres lo sabemos, Sal. —Carim sonaba seria. Las pastillas habían sido implementadas hace años, procurábamos de ese modo no mezclarnos con humanos; era sucio, terminaba uniendo a los inmortales con los mortales, y eso te declaraba culpable y te condenaba a la muerte—. Lo sabes, no luchas con algo simple. Deberemos hablar con Ben en algún momento, para buscar un modo de contener el dolor, o reemplazar el suministro de glóbulos rojos.

Carim me acompañó hasta mi cama. Verificó que las cortinas no dejaran pasar la luz y se sentó en una esquina.

—Oigan, no es nada, tan solo estoy un poco débil nada más, tal vez si las tomara más seguido…

La mirada de Carim se posó unos instantes sobre mí, pero luego fue a detenerse a mis espaldas. Me volví para ver a Eva; traía una gran toalla del baño. La observé extrañada, sin comprender qué hacía.

—Mira, lo diré de una, ¿si? —Sus ojos pasaron de mí a Carim—. Yo seré tu pastilla hoy, o más bien tu shot de sangre —ella se corrió el pelo del cuello y cuando se sentó a mi lado me moví hacia atrás, impresionada por la necesidad.

—¿Estás loca? —casi le grité; ella bufó.

—Es el mejor modo.

—No sabes si eres compatible. ¿Qué le hará tu sangre a Sal, Eva?

—Mira, si te hace sentir mejor. —Eva tomó mis manos— no eres la única con secretos —escudriñé su cara—. La sangre de las pastillas no es muy diferente a mi sangre.

—¿Cómo? ¿Cómo sabes eso? —estaba más que aturdida.

—Las investigué, no son distintas a mi sangre, solo que la mía tiene un poco más de riqueza, por así decirlo.

—¿Investigaste si la mía es compatible?

Eva hizo una mueca hacia Carim.

—¿Lo es? —insistió ella.

—Sí. No quise meterme en tu intimidad. ¿Está bien? —se defendió, mientras yo las veía discutir como si todo fuera un gran sueño.

—Bien, entonces haremos esto. —Carim sonaba decidida y una oleada de coraje y necesidad corrió a través de nosotras—. Mientras estés mal, Eva y yo seremos tus máquinas expendedoras.

—¿Están locas? —repetí incrédula.

—No hay nada en el código que nos prohíba hacerlo. —Eva había estudiado bien su argumento. Sabía muy bien que odiaba romper el código, moriría antes de romper la única cosa que me hacía sentir útil en el mundo—. El código dice que debemos cuidar de nuestros hermanos, dice que debemos proveerles la ayuda necesaria; dudo que no ocurriera antes, no es la primera vez que un vampiro forma parte de un trío de elementales, así que no hay nada que nos prohíba darte nuestra sangre mientras estás mal.

—Eva tiene razón, no hay nada en el código —susurró Carim pensativa—. Además, todo lo que le ocurra a uno de los hermanos sería un trauma irremediable en los otros dos —maldita gata, sabía que no podía contradecir eso sin cargar con la culpa— por lo tanto no veo otra cosa que puedas fundamentar para evitarlo. —La boca se me había secado, la ponzoña corría por mi garganta quemándome la lengua e impidiéndome hablar. ¿Qué ocurriría si no paraba? Hacía más de cien años que no bebía de un ser vivo. ¿Qué pasaría si no pudiera soltar a Eva?

—No ocurrirá —dijo respondiendo a mis preguntas mentales—. No hay nada que no sientas, así que si me haces daño lo sabrás.

—¿Y si, aún así no paro, si no me detengo?

—Un buen golpe será la solución —dijo Carim mostrándome su puño.

—¿Cómo quieres hacerlo? ¿Me tiendo a tu lado y saltas como el drácula de Bram Stoker, o más bien como el vampiro Edward de «Crepúsculo»?

—¡Edward no muerde a…! ¿Cómo se llama la chica? —las observé divagar, sorprendida más por lo que leían en sus ratos libres que por otra cosa.

—Bella, se llama Bella —dijo Eva imitando a uno de los personajes y rio. ¡Oh, estaba en la dimensión desconocida!— y sí, la muerde, en el último libro.

—No he leído los libros —murmuró Carim— ni he visto aún su última película, así que gracias por romper el encanto de una película genial.

—¿Genial? —gemí, pero ninguna de las dos me miró.

—No, pero créeme la muerde. Bueno ¿y…? —las escudriñé un momento. ¿Qué era lo que me estaba preguntando ahora? Ellas sí que sabían cómo sacarle el peso a las cosas.

—¿Has leído «Crepúsculo»? —pregunté incrédula, y ella asintió poniéndose seria—. ¡Dios, es una novela para niñas!

—Bueno, eso no tiene sentido, ya que en el último tiene S-E-X-O con ella, pero no importa. ¿Cómo lo haremos? —sacudí la cabeza con una sonrisa y miré la cama.

—Creo que será a lo Bram Stoker —dije rendida.

Eva se tendió en la cama y colocó la toalla bajo su cabeza. Me acerqué a ella y sonreí. —No tienes que hacerlo, lo sabes ¿verdad?—. Ella tocó mi nariz con un dedo.

—Somos hermanas, pero por ahora, esto es lo que hay —se corrió un mechón del cuello, exponiéndolo para mí— sabes, esto es muy, muy Damon.

—¿Muy qué? —me detuve a unos centímetros de su garganta.

—¡Eso no es cierto! —repuso Carim—. Él es muy sexual, no haría algo así de suave.

—¿Cómo sabes que la morderé «suave»? —pregunté con los colmillos que ya afloraban.

—Porque es tu hermana, y nunca harías nada para lastimarla.

Bajé mi boca hasta su cuello y dudé. Sí, dudé. Eva arremetió mentalmente contra mí.

¡Chupa de una vez! Me haces cosquillas —me gritó. Sonreí mentalmente y lo hice. Al principio ella se tensó, hasta que la ponzoña adormeció el área como lo haría cualquier vampiro; anestesié el lugar generando más ponzoña. Sentí la calma corriendo por ella y succioné, lento, sin dolor, cuidando cada uno de mis sorbos. Podía sentir cómo sorbía de ella; su sangre inundó mis sentidos apabullándome. Sentía la tibieza de sus sentimientos escondidos tras la coraza de chica dura, la necesidad de la unión, la soledad que guardaba, la satisfacción de la primera vez en que se dio cuenta que no estaría nunca más sola. Di un poco más de ponzoña a la herida y me alejé de ella. La observé. Eva tenía los ojos cerrados, pero sus músculos estaban relajados y sonreía.

—¿Estás bien? —pregunté temerosa.

—Sí, lo estoy —dijo con los ojos cerrados aún.

—Saben, debí haber filmado eso, creo que ganaríamos mucho en la industria del porno lésbico. —Eva abrió los ojos y se levantó para sacarle la lengua.

—¿Después dices que yo soy sucia? Y ella es la que pensó en sexo lésbico —sonreí y me senté junto a Eva.

—Se siente bien ¿sabes? Al principio duele un poco, pero luego es como si, no sé…

—¡Lésbicooooo! —murmuró Carim desde el otro lado con una nota de humor—. ¿Cómo te sientes?

—Mejor —respondí.

—No, es más que eso —dijo Carim palpando mis emociones a través del lazo; podía sentir cómo una mano mental tocaba cada una de las conexiones en busca de algo que ya no sentía—. Te sientes más que mejor. No hay dolor. Bien, vamos a dormir —se acercó a la cama y empujó a Eva.

—¡Oye…!

—Van a dormir ¿aquí?

—Ajá —contestaron ambas. Me quité la ropa y caminé hasta el armario mientras observaba cómo Eva entraba en un profundo sueño. Carim me estudió un poco más y cuando volví con un pijama largo soltó una risita.

—¿Qué? —susurré. Ella no apartó la mirada.

—Se sentía bien —ladeo la cabeza señalando a Eva— no había dolor, tan solo estaba entregada a eso. Percibí cómo sus mentes se unían, era más que el simple lazo. Era más. Como más íntimo.

—¿Lésbico? —gesticulé.

—No, como hermanas.

Sonreí y me acosté con ellas. La cama era grande, pero éramos tres, así que nos acurrucamos. Me sentía mejor, mucho mejor. Carim tenía razón, había algo en nosotras que nadie podía medir, y eso era nuestra hermandad.