Capítulo quince

¿Crees en la mala suerte?

Habíamos llegado al edificio de apartamentos de Sal, escoltando a Mikela. Era nuestra única esperanza ahora, y la forma más rápida de buscarla. Así que ella valía como el oro para nosotros, y la desgraciada lo sabía. Se había pavoneado frente a nosotros en la casa y ahora su maldito comportamiento de «perra come hombres» iba en aumento. Estaba haciendo un casi infructuoso esfuerzo por contener la furia cada vez que ella «accidentalmente» me tocaba, pero no sabía cuánto tiempo podría aguantarla. Cuando nos metimos en el diminuto ascensor me estremecí pues las sensaciones de lo que había ocurrido volvieron a mí.

Me perdí del presente por un instante recordándolo todo… Sal temblando en mis brazos, mi necesidad de protegerla, aquel beso acariciándome el alma. La había abrazado como si pudiera aislarla del mundo. Sentía su cuerpo voluptuoso amoldándose al mío como si hubieran sido cortados con un mismo molde. La había capturado contra el marco de la puerta y mi animal había tomado el control, la había apretado contra mi abultado eje que tanto la deseaba, para que notara cuánto la necesitaba, y ella me había sorprendido al frotarse contra mí. No podía esperar más, había esperado por alguien como Sal durante siglos. Debía tenerla, sin embargo mantuve controlada la fuerza de esa necesidad. Quería ver sus ojos cuando me incrustara en ella, quería bombear dentro de su apretada carne mirando su rostro enrojecer por el calor y la lujuria, pero aquel nefilim me la había arrancado de los brazos justo cuando creí que podría llevarla conmigo, a mi cama, a mi vida… me sentía posesivo, todo mi instinto anunciaba que debía tenerla.

Sacudí la cabeza cuando noté que apretaba los dientes de tal forma que el sonido se hacía audible. La bruja me sacó de aquello cuando entró al apartamento e hizo un sonido de desagrado. Caminó por aquel lugar tal como lo había hecho yo horas antes; imité a Nicolás y ambos nos limitamos a permanecer cerca del umbral del ascensor. Ella seguía rastreando cada energía, cada olor, con la mueca de rechazo pintada en su rostro. Sinceramente, no importaba que ella se sintiera bien o mal, tan solo podía percibir aquello pujando en algún lugar de mi interior por gruñir, por matar al nefilim. Mi instinto protector elevado a la enésima potencia, la posesividad en aumento. Nada de esto era conocido para mí, por eso paladeé cada sensación asiéndome a ella, tejiéndola en mis fibras internas. Nunca me había comportado de este modo, aquello era extraño y llegado a un punto creí que se habían equivocado de raza. Los vampiros eran posesivos, sí, pero no tanto como los cambiantes o los lobos. Ahora yo sentía en mi piel lo mismo, como un escozor por correr y tener a Sal. Mis ojos se clavaron en los movimientos de la bruja. Mikela extendió su mano y casi rozando recorrió el estar, pasándola tan solo por encima de los sillones color canela; luego con un gesto y un sonido de disgusto se agachó y observó la mesilla. Debía admitirlo, la mesa era fea, no es que fuera un experto en decoraciones, pero era fea, y también había reparado en ello horas atrás, volví a pensar que parecía un ataúd. Ella llegó hasta la cocina repasando cada mueble, cada espacio, mientras se bamboleaba por allí como si desfilara en una pasarela. Llevaba un vestido largo, negro, con un gran escote que dejaba ver parte de sus pechos, a contraluz la tela se veía transparente dejando entrever las curvas de la rubia, sin contar el tajo que mostraba hasta la parte alta del costado de su pierna al caminar. Irritado por la espera advertí cómo Nicolás la observaba. Una parte de mí no quería admitirlo, pero el centinela la seguía en cada paso y pensé que debería advertirle lo más pronto posible sobre ella. Si Mikela ponía un dedo sobre su persona, estaba perdido. Él se volvió como si sintiera el peso de mi mirada; una sonrisa retorcida fue mi respuesta mientras negaba con la cabeza, y noté una mueca de confusión en su rostro. Levantó los hombros y se dirigió a Mikela.

—¿Qué ves? ¿Puedes sentirlo? —Nicolás se había acomodado junto a la barra. Lo vi serio y tranquilo, y como ya comenzaba a evaluar mejor al centinela advertí que estaba todo, menos tranquilo. Por alguna razón que no lograba entender había un cambio de energía en Nicolás, algo más rojizo, como la sangre diluida en agua y, por experiencia, sabía que eso solo lo había notado en el deseo. ¡Por Vatur!, el centinela no podía tener tan mal gusto… Evalué el pensamiento y me maldije dándome un golpe mental. ¿Por qué no? ¿Acaso yo no había caído?

—Nada… —de forma distraída Mikela giró, haciendo que su cabello se moviera como una cortina y batió sus párpados hacia nosotros.

—No mientas —siseó Nicolás bajando un poco la voz y volviéndola tan fría que parecía que el polo había caído sobre nosotros. Todo el calor del aura había tornado a azul eléctrico; adiviné que, fuera lo que fuera que había pasado por la mente del centinela, él había vuelto a ser un profesional.

—Tú —dijo Mikela moviéndose elegantemente. Su vestido dejó entrever parte de su muslo— me has hecho jurar por información acerca de un nefilim. Y aquí —dijo señalando el ambiente— no hay rastros de un nefilim.

Los ojos de Nicolás se encontraron con los míos. Su ojos podrían haber lanzado rayos interceptándose con los míos; tal fue por la mirada de entendimiento, la energía de frustración y confusión, pero ambos dimos un paso atrás. Habíamos estado tan cegados acerca del nefilim que se llevó a Sal, que en ningún momento pudimos pensar que él no era el causante del destrozo de la casa. Nicolás se acercó a mí cuando Mikela estaba por llegar a la habitación de Sal. Estábamos solos con la bruja, él había enviado a Carim y Eva fuera del departamento. Cualquier cosa podría hacer saltar a las asesinas, y eso ya era demasiado para el pobre Nicolás que aún me miraba como si no supiera cuál sería mi próximo movimiento. Pensé que le bastaba con tenerme solo a mí, como para juntar a tres oscuros armados en un mismo lugar y con ganas de clavar garras y dientes en alguien hasta hacerlo sangrar.

—Esto no es posible… —dije.

—No habíamos pensado en él, pero es razonable en cierto modo. —La calma en la voz de Nicolás me irritó—. La siguió y había llegado antes aquí…

—¿Qué? —me encolericé con solo suponer que algo había ocurrido y no habían hecho nada; lo encaré.

—Tú lo seguiste hasta aquí, debió volver en algún momento, le dejó un cuerpo… como un maldito trofeo sangriento. —Nicolás desvió la mirada por un instante y volvió hacia mí—. Le dejó un hombre aquí, le dijo que disfrutara de la cena. El pobre desgraciado aún boqueaba cuando llegamos.

Lo sabía, Sal me lo había contado de modo apresurado, pero quería que Nicolás admitiera su falta, su descuido.

—¿Nadie pensaba decírmelo?

—Fue en el lapso en que fui a tu casa; en ese momento no sabía qué tan implicado estabas y luego, bueno, con la desaparición de Sal el tipo no tenía importancia. —Claro, al notar que no estaba metido en eso él me había descartado por completo; ahora lo entendía. El centinela estuvo tan enfocado en mí que había perdido la noción del tiempo, me había buscado para descargar su furia pero como no le presenté pelea no podía tocarme.

Mikela estaba con la cara como de piedra cuando llegó al marco de la puerta de la habitación de Sal, nos dedicó una mirada desdeñosa y pude notar la furia tatuada en su frente, luego dio unos pasos hacia adentro. Con Nicolás nos acomodamos en el pasillo, tan cerca uno del otro que eso podía mal entenderse en otro momento.

—En un principio pensamos que podías haberlo hecho tú —susurró como para que solo yo lo oyera, puse mis ojos en blanco mientras sacudía la cabeza—. Podría ser; luego de que te descarté de la ecuación, creíamos que había sido el nefilim, él no se había manifestado más allá del día en que ella lo encontró, teníamos registro de su caída pero nada más que nos diera una ubicación perfecta de dónde se encontraba; al otro, Sal lo había estado persiguiendo por un par de acusaciones, pero nunca pudo estar tan cerca como la otra noche. —Nicolás levantó los hombros como si tampoco entendiera el cuadro—. Pero luego tú lo viste también. ¿Cómo podríamos pensar que era él después de que Sal fuera raptada?

—Claro, era más fácil creer que yo la había traído hasta aquí y la había entregado ¿no? . —Nicolás asintió—. ¿Crees que miente? —pregunté mientras señalaba a Mikela que se detenía cerca de la cama.

—No, no creo… —Nicolás la observó—. Sé que no lo hace —y vi nuevamente aquel aura surgiendo de él, manando poder como si alguien hubiera abierto una represa. Quise detenerlo para advertirle, pero Nicolás ya caminaba hacia la habitación. Lo seguí.

Le indiqué el lugar donde había presentido el rastro horas antes. La bruja olisqueó el cajón de la ropa interior con desagrado; una media sonrisa se dibujó en mi rostro. Realmente me hubiera gustado ver la cara de Sal ante esto. Mikela siguió revisando la habitación con minuciosidad bajo la mirada de ambos. Vagó sin rumbo hasta que noté cómo su cuerpo entero se tensaba y de inmediato se volvió con violencia hacia nosotros. Yo esperaba algún comentario ofensivo o desdeñoso, pero no lo hubo. Mikela estaba crispada, sus ojos desorbitados. Conocía esa mirada, ella ha encontrado algo, me dije al tiempo que se acercaba. La mirada de Nicolás no la abandonaba ni un instante, y sentí la necesidad de patearle la cabeza antes que hiciera una burrada.

Ella caminó en nuestra dirección sin vernos en realidad, pasó a mi lado y siguió algo invisible que ninguno de los dos podíamos ver. Nos miramos consternados por un momento y fuimos detrás. La primera vez que entré junto a Sal, no había podido sentir el rastro tan claro como para seguirlo y el nefilim era una bruma liviana que se desvanecía ante mis ojos, pero por lo que parecía, no era así para ella, sin duda la bruja tenía gran poder. Llegó hasta uno de los ventanales y corrió las cortinas hacia un lado, luego se quedó inmóvil allí por unos segundos. El sol del atardecer, dorado y puro entró a raudales inundando la sala y me detuve admirando el lugar. Cuando ingresé allí con Sal tan solo ella llamaba mi atención, ahora pude comprobar que la vista era genial, se podía ver la ciudad completa desde ese ventanal. Sabía que cuando Sal estuviera a salvo, pagaría lo que fuera por volver a dejar aquel lugar tan cuidado como era antes, para que ella se sintiera feliz.

—Desde aquí noto un rastro, pero es viejo, debió seguirla más de una vez. —Mikela pasó sus dedos contra el cristal para luego hacer lo mismo con el marco. Se llevó los dedos a la nariz, eso era típico de un rastreador. No sabía cómo ella había aprendido eso, porque estaba claro que no había cursos avanzados para rastreador y mucho menos especializaciones para las brujas, aunque puedo imaginarme a Mikela vinculada con algún hombre de oficio, del cual lo aprendería. Otro idiota como yo que había caído en sus falsos encantos. Lo miré a Nicolás y sacudí la cabeza. Debería hablar con él, y pronto, una vez que Mikela se metiera en sus pantalones le sería imposible abandonarla, era adictiva; no como Sal, ella me provocaba fascinación, un calor en el pecho que nunca había imaginado poder sentir, aquella certeza de saber que pase lo que pase ella sería mía, aunque no pudiera entender muy bien de dónde había salido esa certeza, ni siquiera sabía si ella lo pensaba así.

Sabía, por el modo en que reaccionaba su cuerpo, que Sal sentía cosas por mí, lo había dicho y ahora la quería como un niño desea un juguete, ese era un juguete que no prestaría a nadie; Mikela, en cambio, era adictiva del modo en que uno haría todo por ella aun sabiendo que está mal, daría todo por ella incluso yendo en contra de sí mismo. Debía alertar a Nicolás.

—Noto dos rastros… ¿me habéis ocultado algo, vaqueros? —ella colocó las manos en las caderas mientras hablaba. Ambos nos miramos, le hice un gesto a Nicolás, realmente cada vez creía saber menos por lo tanto no podía decir nada.

—Nada que necesites saber… —le respondió reacio.

—Tan solo rastréala —le ordené con una nota de fastidio. Cada minuto que pasaba era un minuto en el que Sal no estaba a mi lado.

—¡No soy tu perra faldera! —sin que nadie pudiera detenerlo fui por ella estrellándola de espaldas contra el vidrio. El cristal acusó unas fracturas y disminuí la fuerza, no me serviría muerta y, mal que me pesase, la necesitaba. Detuve la mano a centímetros de su garganta, ejerciendo una leve presión para que comprendiera el nivel de mi indignación y le ofrecí una amplia visión de mis colmillos extendidos.

—¡Te destriparé si no te apresuras!

—La necesitamos —susurró Nicolás cansado y la solté con asco. Mikela me observó con desconfianza y un poco de temor. Nunca me había visto de ese modo, tan agresivo y despótico. Me alejé mientras mis dientes se contraían y caminamos hasta el ascensor siguiéndola, aunque Nicolás se colocó entre ambos manteniéndome a raya. Ella suspiró y se acomodó sus ropas.

—Uno estuvo aquí, no es un ser normal, tiene mucho poder —dijo señalando dentro— han lavado la sangre y sustituido el panel, pero queda un rastro.

Enfoqué mis ojos en lo que ella observaba, pude notar el rastro, era oscuro y flotaba cual un tinte en la pared; quise corroborarlo con Nicolás y comprendí por su mirada que algo había ocurrido allí, algo más que un simple hombre dejado como cena a medio desangrar. El vampiro había roto todos los mantos de seguridad de los agentes y lo que era peor, había saltado la seguridad de Nicolás, pero él no lograba averiguar nada, tan solo se notaba que Mikela había comenzado a dominarlo.

—Vamos… no hay nada aquí —dije y me adelanté tocando el botón del ascensor.

—¿Por qué lo haces? —me volví hacia ella y la estudié un instante—. No usas tus poderes —continuó cuando no dije nada más— sé que puedes traer el ascensor hasta aquí tan solo con pensarlo, pero te atienes a las reglas.

—Alguien debe seguirlas —bufé y me volví para no gruñirle de mala gana que ella también debía hacerlo o le iría muy mal.

—Él es tan fuerte como tú y lo sabes. —Volví a mirarla cuando sacó a colación los poderes del maldito—. ¿Cierto?

—Lo sé —ladré.

—¿Sabes que podría ser alguien más cercano a ti de lo que piensas?

Asentí en silencio. Ya lo había pensado, pero no lograba llegar a nada. No había pistas de alguien que pudiera querer lastimar a Sal, y Nicolás no parecía dispuesto a darlas si es que imaginaba algo.

—Lo sé.

—¿Crees que puede haber sido alguien a quien seguiste? —la pregunta del centinela no me asombró.

—Sí y no. —Nicolás y Mikela me estudiaron sin comprender; tomé aire y continué—. Él la perseguía antes de que yo entrara en su vida ¿cierto? —Nicolás no quería hablar de las misiones frente a la bruja, pero yo tenía una hipótesis.

—No, no es lo mismo, antes de que tú llegaras, hace unos meses, él simplemente huía de ella, hacía desmanes y huía, no seguía un patrón, sus objetivos no tenían sentido… y…

—Y cuando apareció comenzó a seguirla —completó Mikela. Nicolás la miró extrañado y asintió en silencio, yo en cambio rechiné los dientes.

—¿Crees que puede ser algún extraviado?

Por lo que sabía no había extraviados ahí afuera, pero noté incertidumbre en la voz de Nicolás. La Asociación se encargaba de ejecutarlos, ¿cierto? La pregunta retumbó en mi mente, pero me contuve de preguntar. El tiempo era nuestro enemigo.

—Vamos, debemos movernos —respondí—. El tiempo corre…

Ni habíamos llegado a poner un pie en el ascensor cuando Mikela se mostró nerviosa y el teléfono de Nicolás sonó. Sabía que algo iba mal, y se lo hubiera hecho decir a los golpes si no fuera porque los humanos ya se habían levantado, al menos algunos de ellos que rondaban por la planta baja y se podían oír ruidos. Mientras Nicolás respondía al llamado tomé a Mikela por los hombros. Sus ojos se volvieron vidriosos de pronto y se quedó dura. Suavicé mi agarre sabiendo que la bruja veía más allá de mí, estaba en medio de una visión y no había sacudida que la sacara de ella. Al fin parpadeó antes de hablar.

—Está afuera, lo ha matado, vaya uno a saber cómo, o tal vez se dio cuenta lo poco que valía y la soltó —la voz de Mikela era apagada, luego en su rostro se formo un sonrisa irónica y me quemó con la mirada de sus ojos turbios. Quise golpearla, pero nunca antes había tocado a una fémina, sin importar cuánto me fastidiara—. Puedo sentirla, ha escapado aunque no es normal, está rodeada de un aura extraña. Oh, pagaría por ver eso… —murmuró.

—¿Qué significa? —el terror se apoderó de mi cuerpo fluyendo por cada poro de mi piel—. ¿Extraña? —ella volvió a mirarme y sonrió con malicia. Me estremecí. ¿La habría lastimado? ¿Qué le había hecho?

—Eso lo averiguarás por ti solo, cariño, y luego volverás a mis pies arrastrándote y suplicando —apreté el agarre, iba a partirla en pedazos, pero la mirada de Nicolás me contuvo—. Suplicarás por volver, Hero —insistió con burla. Quería matarla, y no me atrevía a preguntar. Por un momento no quería conocer nada, y una parte de mí sabía que no importaba cuánto la hubiera lastimado, la aceptaría.

Ella era mía y era lo único que importaba. Mía. Era un macho dominante y, no importaba cómo, la tendría y mataría a todo aquel que la hubiera tocado.

—Vamos —la solté cuando Nicolás pasó a mi lado y salimos de allí corriendo. Por un instante dudé, luego corrí tras él, sin titubear y me subí a la Ducati, aunque no podía quitarme de la cabeza aquella sonrisa despiadada de Mikela, que era una puñalada de hielo para mi corazón marchito. La fiera bajo mis piernas rugió imitando mi propio gruñido, me coloqué el casco y arranqué tan solo para frenar a unos metros junto al auto importado de Nicolás quien me habló sin mirarme, tal vez programando una ruta en el navegador.

—Las chicas, Carim y Eva, ellas la ven, han podido sacar algo de información del lazo, aunque es débil, no ha comido; irán por Sal, estamos más cerca. —La voz de Nicolás era entrecortada por la urgencia y tuve que contenerme para no zarandearlo.

—¿Dónde? —pregunté al saber que habían encontrado a Sal. Si hubiera tenido un corazón latiendo podría haber jurado que se habría detenido por una fracción de segundo.

—En el recinto industrial entre la 3 y la 9, va a pie —apreté las manos en el manillar y la Ducati se ladeó—. ¡Está herida! —eso fue lo último que le escuché gritar a Nicolás.

Mis oídos palpitaban de furia y dolor, la ponzoña se acumulaba en mi cuerpo y gritaba por venganza. Herida. Él la había herido.

—Lo mataré —me dije sabiendo que era más que una promesa.

En mi pecho las emociones se encontraban. La sonrisa de Sal, quería verla cuanto antes, la necesitaba, y luego las palabras de Mikela. La bruja nunca decía cosas así, poniendo en riesgo su vida, sin saber si era cierto. Ella me había dicho aquello sonriendo… ¿Qué había pasado? ¡Oh santa Vatur…!

Eso lo averiguarás por ti solo y luego volverás a mis pies, suplicarás…, había dicho la malvada.

Eso no era nada bueno. No para mí, porque prefería morir a volver con Mikela. En una parte de mi mente la idea de Sal traicionándome dolió como si me hubieran hincado un hierro caliente, apreté con fuerza los manillares al punto que casi se quebraban en mis manos, pero allí estaba esa gota de esperanza que me decía que tal vez, tal vez ella se quedara a mi lado. Si había pasado algo, si tan solo ella lo hubiera dejado… Aceleré la moto, no quería pensar en nada más.