Capítulo cuatro
Cambio de planes
La noche llegó de prisa. El día había pasado volando. Me desperté y me estiré un poco, entonces noté que mi cintura estaba rodeada por unos brazos; giré el rostro confundida y vi a Eva apretada contra mí. Lésbico. Imaginé cuántos agentes desearían ver esto. ¿Acaso ellos no tenían una relación así? No, claro que no. A lo lejos escuché el suave tintineo de una cuchara y observé que Carim no estaba. Bajé de la cama, perezosa, desenredándome del agarre de Eva. La sangre de ella aún sonaba como un gorgoteo de fuerza en mí, dándome la vitalidad que no había sentido en mucho tiempo.
Caminé hasta la cocina; arrastraba los pies y me fregaba los ojos. Allí, bañada por la luz de tres focos de luz amarilla, se hallaba Carim. Envuelta con una salida de baño de toalla blanca. Pasé mis manos por la lustrosa mesada de madera gruesa que oficiaba de desayunador y que reflejaba las luces de la cocina. Aquel trozo de madera era lo único cálido allí, los muebles de la cocina eran de color plateado, así todo, los muebles, la placa de aluminio que se fundía con la pared y el piso de cemento pulido. Carim estaba de espaldas, preparando algo de comer. Me echó un vistazo por encima del hombro y sonrió.
—Buen día cariño —me acerqué a la heladera de aluminio olisqueando el café recién hecho y la observé cortar un pan con agilidad—. ¿Cómo te sientes?
—Bien —abrí la heladera para tomar una de mis pastillas de sangre. No me dejaría estar esta vez. Necesitaba toda mi fuerza—. No debieran estar tan preocupadas.
Me examinó un momento y yo sonreí. Mi teléfono vibró antes de que ella pudiera añadir algo. ¡Maldito aparato! ¿Estaba vivo o tenía un sensor para evitar que dijera cosas importantes? Caminé hasta el sillón donde estaba mi hermoso bolso de cuero negro de Fendi. Lo sé, lo sé, el verano estaba cerca, pero el negro era mi color y daba gracias a Vatur por los mercados abiertos toda la noche. Revolví hasta hallar mi teléfono y observé la pantalla. Era Nicolás.
—Hey bombón ¿a qué debo tu llamada? ¿Piensas invitarme a salir? ¿Aumentar mi sueldo? ¿Decirme cuán maravillosa soy y cuán feliz eres de tenerme a tu lado?
Él rio por lo bajo.
—Ten un poco de respeto Sal —dijo con voz cansina. Sonreí sabiendo que él también sonreía—. Tengo una pista para ti —mi cuerpo se tensó al instante. Toda la jovialidad del momento se había ido. ¿Para mí? ¿Qué quería decir solo para mí? Me masajeé las sienes para calmar el malestar de un dolor de cabeza que amenazaba por comenzar.
—¿Una pista?
—Sí, todavía no encuentras al vampiro, ¿cierto?
—Sabes la respuesta —murmuré. Había revuelto suelo y tierra, bueno, es una forma de decir claro está, pero no lo había encontrado. El desgraciado sabía esconderse, aunque mi instinto me decía que era algo más, como si simplemente jugara conmigo—. No aún —respondí perdiendo el humor. Podía percibir la mirada penetrante de Carim, por lo tanto rodeé el desayunador para caminar hasta la otra punta del comedor. La gata tenía un oído impresionante, sabía que ella escuchaba cada una de las palabras de Nicolás.
—Lo malo… —dijo, y se detuvo un momento.
—Siempre hay algo malo ¿verdad?
—Tendrás que ir sola, necesito a Carim y Eva por lo del nefilim. —Un calambre se formó en mi estómago.
—Bien, soy todo oídos —dije intentando no parecer tan alterada mientras comenzaba a mordisquear mis uñas.
—La buena —dijo un momento después, y al no hallar respuesta de mi parte continúo— iré contigo.
Media hora más tarde me había calzado mis botas más cómodas, Gucci, mi chico preferido, no eran gran cosa pero me gustaban; oigan, más allá de ser vampiro soy mujer, y además combinaban con mi bolso. Eran negras, sin tacón, arrugadas, con una tira de cuero que pasaba por alrededor de mi tobillo; semejaban botas de montar. Llevaba un jean ajustado hasta la médula, eso es lo bueno de ser inmortal, no necesito respirar, blusa blanca de Vuitton y chaqueta de cuero. Ya saben el color ¿no?
Llevaba cinco armas conmigo, además de mis dientes; una pistola nueve milímetros, un par de cuchillos, una daga con punta curva y una ballesta pequeña. Subí a mi Bugatti Veyron Grand Sport, un clásico que había visto la luz en 2002; el auto tenía muchos años para ser exacta, pero agradecía a Vatur por mis habilidades con la mecánica. Iba de cero a cien km en menos de tres segundos y alcanzaba una máxima de cuatrocientos km/h. Amo ese auto, aunque la mayoría lo considere una chatarra. Conduje mi carroza plateada por las calles vacías. Las chicas no estaban muy felices cuando me fui, y agradecí el silencio cuando me alejé. Encontré a Nicolás a unas diez cuadras de donde radicaba «nuestra» pista. Bajé del coche con sigilo y él se acomodó contra su propio auto del otro lado de la calle con una actitud relajada.
—¿Podrás luchar con eso? —Nicolás observaba mis botas; levanté el pie, lo moví frente a él y sonreí cuando su mirada siguió su camino por mis piernas. Un escalofrío me tomó descuidada y casi caigo sentada en el suelo.
—Y tú, ¿podrás luchar así? —le dije señalando su lustroso traje mientras una media sonrisa se formaba en mi cara. No lucía sofisticado, solo algo casual-chic si es que eso era una moda; tenía un traje negro, pero usaba el saco abierto, la camisa tan solo abierta unos botones arriba dejando al descubierto un trocito de su piel. Era sexy. Más que eso, estaba excitado.
—Noche de presentaciones —me dijo sin más y me señaló el camino. El comité necesitaba de Nicolás no solo en el campo de batalla sino para mostrar que sus guerreros no eran locos suicidas ni seres sin alma, así que allí estaba él. Caminamos el resto de las cuadras, podía percibir el delicioso perfume que usaba, ya que el tiempo se dignaba a darnos un clima más que complicado, el viento azotaba un poco mi rostro pero también traía el perfume de Nicolás a mis sentidos. Era dulce como él, aterciopelado en el fondo y sofisticado. Indescifrable, justo como él. Nunca entendía por qué hacía lo que hacía. Era un enigma con cara de modelo de pasarela. Más de una vez me había rebelado ante sus órdenes, pero siempre sabía más que nosotras y además era la única «familia» que conocí de pequeña. Eso era lo único que me impedía intentar algo con él.
—Te veo diferente, Sal —susurró cuando pasábamos junto a una pareja en la que mis ojos se detuvieron más de lo necesario.
—¿Diferente? —le eché un vistazo de reojo para comprobar que había notado eso—. ¿Cómo?
—No sé, estás distinta, tu aura tal vez.
Eso era malo. ¿Podría sentir él la diferencia de la alimentación común a la sangre de Eva?
—Tal vez sea el muy buen humor por encontrar a este desgraciado —dije quitándole importancia. No era una mentira total, solo un poco. Tan solo un poquito.
—Sí, Ben estaba por caer encima de ti, pero se calmó cuando le dije que andabas cerca de algo —ahora sí lo miré y me detuve en seco.
—¿Pensaba matarme? —o peor sacarme de servicio, lo que haría de mí una molestia para mis hermanas, sin contar lo que tal vez podría caerles a ellas también.
—¿Tú qué crees?, si tan solo notara una diferencia en ti, una conspiración para no encontrar a ese bastardo, él…
¿Qué? Mi mente se frenó en seco y los músculos se me agarrotaron. ¿Desde cuándo ese rumor se esparcía? ¿Desde cuándo era mirada como una traidora?
—Espera —dije tomándolo del brazo—. ¿Traición? ¿Quién puede pensar eso? ¡Yo no haría eso! —le grité llamando la atención de unas prostitutas. Él dio un vistazo alrededor y se volvió hacia mí—. Mis hermanas me hubieran delatado si lo notaban —levanté el mentón para darle un punto a aquello. ¿Dudar de mí? ¿De mi servicio?
—Tus hermanas no te delatarían —murmuró con sequedad y apretó su palma en mi pecho justo encima de mi clavícula. Mi corazón se aceleró movido por la furia y el desconcierto. Di un paso atrás—. Espera Sal, no, yo no creo lo mismo. —Di otro paso atrás—. Sal, espera, yo solo te decía…
—Sabes Nick, creo que has ayudado mucho esta noche —me volví, molesta, y comencé a caminar nuevamente. Pasaron unos segundos hasta que sentí sus pasos que me seguían.
—Espera Sal. No, no —se quejó cuando quise soltarme de su agarre—. Sal, no dudo de ti.
—¿Y entonces qué? Hace más de cien años que me conoces Nick, ¿me has visto faltar al código aunque sea una vez? —No esperé su respuesta, estaba cabreada.
—Sal… —murmuró, pero no me siguió. Doblé en la esquina siguiente. Metí mis manos en la chaqueta y rebusqué mis armas. Hoy mataría a este bastardo. No importaba cómo, solo quería verlo muerto. Al llegar a la esquina siguiente vi el gran hotel de cinco pisos. Mis ojos se elevaron un poco para ver la totalidad de su fachada añeja, cuando las primeras gotas cayeron.
—Excelente ¿Qué más puede ocurrirte esta noche, Sal? —me pregunté y fui hacia el edificio a paso rápido para no empaparme.
Estaba abandonado hacía siglos y lucía mohoso y putrefacto. Chequeé la calle, no había ni un alma allí; luego fui por las maderas que cubrían el lugar en que antiguamente debía estar la puerta principal. Observé la escalera de hierro que debía servir de salida de auxilio pero ya no, ahora colgaba del muro en la cara norte, augurando una caída; aun así me decidí por ello. Era mejor que no supiera que iba por él. Bastardo, me habían acusado por su culpa, ¡lo destriparía! Trepé con facilidad bajo el torrente de agua que caía sobre la cuidad. Trepé dos pisos.
Nicolás me había dicho que el tipo estaría aquí, y pensé que el mejor modo de encontrarlo sería de abajo hacia arriba. Elegí una ventana, hice fuerza sobre las maderas que la cubrían y entré. Mis ojos rápidamente se adaptaron, aunque lo que más protestó fue mi olfato. El olor era nauseabundo. ¿Quién podía vivir en un lugar así? Era horroroso, incluso para un vampiro. Empuñé la nueve milímetros y me adentré con cuidado, intentado sentir la presencia de otro de mi clase. En la última planta no había nada. Bajé lentamente las escaleras con mi arma en alto. La cuarta planta estaba sumida en la oscuridad total; revisé cada una de las habitaciones hasta que mis pasos se frenaron al escuchar un quejido. El pelo de mi nuca se erizó y me giré para encarar la escalera principal y bajar. Mis pies eran sigilosos pero sabía muy bien que se podía sorprender a un vampiro por poco tiempo. Como yo, él podía olerme.
Sí, la vida apesta a veces.
Allí estaba, el aroma dulzón de mi clase, aquello que inconscientemente atraía a los humanos hacia nosotros. Mis ojos buscaron la fuente del olor hasta que un nuevo gemido cruzó el aire. Manteniendo mi postura y mi arma en alto me adelanté hacia la puerta entreabierta. Le di una patada, abriéndola de golpe, cuando aquellos ojos rojos por la sangre me encontraron. ¡El humano está muy cerca! Él gruñó odiándome por interrumpir su comida. Mis dedos se tensaron en el arma. Mi dedo índice estaba a punto de apretar el gatillo, pero no pude. Recordé…
Regla N.º 1: No matar a humanos.
¡Mierda! Bajé el arma y corrí hacia él.
El tipo saltó dejando de lado al humano y esquivó mi patada. En una ráfaga furiosa mi arma se disparó siguiendo la estela que dejaba. Una bala dio contra él, tambaleó y me observó antes de saltar encima de mí. Caí de espaldas contra algo que hizo que me maldijera internamente. Él tipo pujaba y sentí aquello cortar la chaqueta, luego la camisa, pronto a cortar mi piel. Le di puñetazos en la cara; una pequeña línea de sangre brotó de la comisura de su boca y, con una rapidez que indicaba que había comido más de lo que parecía, me dio un golpe y me lanzó por unos minutos a la inconsciencia. Surgieron estrellas en mi campo de visión, y me moví para sentarme y enfrentarlo, pero ya no estaba allí. El humano seguía en el suelo. Corrí hasta él mientras me quitaba unas gotas de sangre que habían caído en mi cara y me concentré en ese hombre.
Respiraba. Tomé mi móvil.
—Sal —dijo Nahima, la operadora de rescate. Una humana que se encargaba de las conexiones de la red. Uno de esos extraños casos que nos rodeaban.
—Envía un grupo de limpieza y una ambulancia. Humano. Mordido. Respira con dificultad. Está en shock. Manda sangre para él o morirá. Voy tras unos colmillos. —Nahima musitó una afirmación y cerré el teléfono. Miré al hombre a mis pies y me agaché. En una circunstancia diferente me hubiera robado un suspiro. Era hermoso. Su cabello rubio tenía vestigios de sangre y polvo. No podía dejarlo, aunque ese ruin vampiro se me escapara nuevamente. ¡Carajo!
Oí la ambulancia a lo lejos y corrí escaleras abajo. No había motivo para ser cautelosa, podía sentir el viento y la humedad manando de la planta baja. Cuando llegué, estaba más que claro por dónde había salido. Me hubiera detenido a reír, ya que el hueco que dejó en las maderas de la entrada formaba justo la imagen de su silueta, como en las viejas historietas para niños.
Salí a la noche, percibí el rastro de sangre y corrí adentrándome en la oscuridad. Mi cuerpo se impulsó hacia delante, ignorando las ráfagas de viento y agua. Debía ser rápida, el rastro se perdería en cuestión de minutos si la lluvia seguía. Apresurándome más sentí cómo me acercaba, solo que un momento después había desaparecido. Me detuve. Estaba aquí, estaba segura. Busqué, pero no había nada. Ni esencia, ni sangre. Nada, solo el ruido de las gotas golpeando contra el suelo y el ulular de las sirenas. No podía ser cierto. Un minuto estaba tras él y luego ya no estaba.
¿Qué demonios tenía ese vampiro? ¿O acaso era otra cosa? Volví lentamente hacia el edificio. Como había predicho el rastro se había borrado. Me acerqué al hotel y vislumbré la figura de Nicolás entre la gente y los paramédicos.
—Estaba aquí —le dije indignada cuando llegué a su lado. Mi cuerpo chorreaba agua. Las gotas caían en mi cara mientras mi sangre bullía—. Y luego, ¡yo luché! —dije mirándolo a los ojos, exasperada al recordar la acusación que pesaba sobre mí— ¡él me golpeó!, simplemente estaba allí y después… —Nicolás colocó su mano en mi hombro y me arrastró hacia un lugar reparado de la lluvia.
—Detente, Sal…
—¡No! —Gruñí quitándome su mano de encima—. No entiendes —apreté los puños con fuerza hasta que mis nudillos estuvieron blancos—. ¿Qué mierda es eso, Nicolás? No es un vampiro, él no es como otros. —Nicolás miró a ambos lados y me arrastró lejos de los paramédicos que me miraban con desconfianza—. Nicolás, dímelo ¿Qué es lo que persigo?
—No lo sabemos —aquella declaración me golpeó en el pecho con la fuerza de una bola de demolición.
—¿Qué?
—Esto es cada vez peor, está haciendo estragos por ahí, en un momento está y al siguiente…
Supe a qué se refería, pero eso no me tranquilizaba.
—¡Genial! ¡Simplemente genial! ¿Sabes?, ahora dirán que lo dejé herir a un humano y le permití que escapara. —Maldije mi suerte mientras miraba al tipo en la camilla. Lucía mal, pero respiraba, llevaba en su pecho todo tipo de aparatos cuando lo sacaron; lo seguí con la mirada hasta que estuvo dentro de la ambulancia—. Me voy a casa —dije tajante y comencé a caminar sin esperar respuesta.
No me molesté en correr. Estaba empapada, mi ropa estaba estropeada y el agua que chorreaba de cada parte de mi cuerpo. Qué más daba. Ahora no solo tenía una acusación de «traición» sino que llevaba un gran sello en mi frente con la palabra PERDEDORA. Me quité la chaqueta ni bien llegué al auto y la tiré en el asiento trasero, el agua se había colado hasta mi camisa. Mis botas siguieron el mismo camino cuando estuve dentro del coche. Me apreté contra el asiento y aporreé el volante. Cuando mi furia disminuyó sentí una mirada clavada en mí. Levanté la vista lentamente pero no vi nada a primera mano, aunque aún la sentía; escudriñé hacia un rincón y vi la silueta recortada contra la lluvia. Aquellos ojos verdes me observaban bajo el ceño que ensombrecía su frente. Hero. Me quede helada mirándolo. Mi mano fue instintivamente a la llave del coche. Sin embargo quedó allí, no podía apartar la vista. Un segundo después, él desapareció escabulléndose entre las sombras y la voluntad pareció volver a mí. Giré la llave, encendí el motor y coloqué la marcha, ¡haciendo que el coche derrapara en el asfalto mojado! Volví a mirar por el espejo retrovisor y pude ver una figura moviéndose.
¿Qué hacía Hero allí? ¡Aquel tipo me crispaba los nervios! ¡Como si no tuviera bastante con todo lo sucedido en esa noche!