Capítulo veintiséis
Nicolás
Se durmió y un suave ronquido siguió a aquello. Mi corazón se había partido en pedazos cuando lo oí llegar al orgasmo. ¡Diosa, lo hizo en sus manos en vez de hacerlo en mí! Quería matarlo por eso, pero no podía hacer nada; por ahora lo dejaría creer que cooperaba, por ahora. Me levanté despacio, con las lágrimas amenazando con escaparse. A oscuras para no despertarlo, tomé una remera, unos jean y unas botas y me marché en silencio, llevando mi dolor conmigo; aunque Hero no me oía me fui lo más silenciosa posible, con el corazón en un puño. El dolor se clavaba en mi pecho como cuchillos, e instintivamente busqué las caricias mentales de mis hermanas, necesitaba su consuelo. Mientras me apoyé a trompicones sobre la puerta del cuarto e intenté juntar todo el coraje que me quedaba. La vida era una maldita perra. Diosa, lo había encontrado hacía tan poco, no era justo. Podía imaginar a ese ser lastimándolo, aquel dolor carcomiéndolo de a poco. ¡Idiota! Había sido una idiota… la culpa me dio una bofetada y se me rio en la cara. Maldición, ¿por qué lo había hecho? Él había agotado todas sus fuerzas conmigo, así que no me sobresalté al notar su ronquido desde el otro lado; ahora la negrura del cansancio le abría sus brazos y, sin quererlo, él se dejó ir, mientras me odiaba. Me puse en pie y me maldije. Apoyé la espalda en el muro frío intentando avanzar de algún modo, mi puño se cerró sobre mi inútil corazón. Cerré los ojos buscando consuelo, pero no había nada. ¿Cómo no lo había visto antes? Debí notarlo. Sus heridas eran por mi culpa. No podía dejar de pensarlo una y otra vez. La casa daba vueltas en torno a mí. Quería la cabeza de ese maldito en mis manos. Busqué en mi bolsillo un frasco de pastillas y tomé unas cuantas, necesitaba estar lo más fuerte posible. Mi garganta quemó, aunque no lograba distinguir entre mi propio dolor y el del hermoso hombre que dormía detrás de esas puertas. Las pastillas no calmaban mi sed. El efecto comenzaba a ser nulo y aún no sabía por cuánto tiempo podría detenerlo, pero lo retendría hasta que esto terminara y después, que Vatur me tomara y Ben me encarcelara, ¡o lo que mierda tuvieran planeado para mí! Deseaba sangre. Tan solo debía aguantar hasta encontrarlo, luego podrían encerrarme de por vida, sabía que en cuanto Ben averiguara aquello me encerraría dentro de la Asociación; no importaba cuánto doliera, debería hacerlo. Lo más probable era que me mataran… nadie sobrevivía a la sed. Había visto varios asesinos pasar por lo mismo. Cuando las pastillas dejaban de funcionar lo próximo era la pérdida de la cordura, la locura por la sangre aumentaría de tal modo que empezaría a matar humanos, como lo habían hecho otros, deshonraría todo aquello por lo que había trabajado, por lo que había luchado, incluso cuando nadie lo creía posible, dejaría de ser yo misma para convertirme en un ser despiadado. Aquel apetito por la sangre iba en aumento. No podía negarlo, la ponzoña se acumulaba en mí y buscaba una vena para perforar. Todo lo que había sido se destruía. La tristeza me embargó por completo y luché por mantener la cordura aferrándome al lazo de mis hermanas. Solo le pedía a la diosa un par de días más, solo eso, para prepararlas, para buscar la cura para Hero, para matar al maldito. Por favor diosa, solo unos días de cordura, solo unos días. Suspiré. Sentí la presencia de Nicolás mucho antes de mirar siquiera. ¿Cómo podría mirar a mi centinela después de saber que estaba cayendo? Él había confiado en mí, y estaba derrumbándome ante sus ojos.
—¿Qué dijo Ben? —Sabía que Nicolás estaba cerca. Podía sentirlo, lo percibía bajo mi piel, lo había hecho desde el día en que me comprometí a ser su asesina. Aquella energía era tan conocida para mí, como si fuera mi propia piel.
—Hay una salida —declaró suavemente utilizando aquella voz de hermano mayor que deseaba tranquilizarme, suave y amable. Abrí los ojos lentamente, sabiendo que sus ojos me transmitirían ese apoyo que a veces no creía merecer.
—Bien —tomé una bocanada de aire mientras las pastillas hacían efecto— vamos —dije tratando de parecer calmada e intentando acallar aquella voz que me insinuaba que no quería saber qué consecuencias tendría esa salida.
—Sal… debemos pensarlo. —Mis ojos viajaron hasta él. Su voz podía sonar calma, pero su expresión lo desmentía. Nunca había entendido cómo podía estar tan seguro de todo. Lo estudié un momento notando que mi dolor llegaba a él lentamente, pero no podía detener las palabras una vez que atravesaron la frontera de mi boca.
—¿Qué demonios debemos pensar? —gruñí abatida—. Nicolás… por favor.
—Debemos ir con calma Sal, confía en mí. —Lo miré significativamente para imprimirle cada uno de mis sentimientos. Confiaba en él mucho más de lo que confiaba en mí misma—. Sal —se acercó a mí y me acarició la mejilla— sé que lo que voy a pedirte es un poco difícil, pero ¿puedes contactarte con el nefilim? —Sacudí la cabeza y tragué con fuerza. ¿Qué quería él…?
—¿Qué? —Debí preguntárselo varias veces ya que Nicolás puso sus ojos en blanco—. ¿Con Phill? —esperaba cualquier cosa menos eso—. ¿Estás hablando en serio?
—Por supuesto; sé que estuvo allí esa noche Sal… dime ¿puedes tomar contacto con él?
—Mm… bueno, no lo sé, él dice que sí —dije dudosa.
—No podremos mantenerlo oculto mucho tiempo más. —Nicolás dudó un momento como buscando las palabras correctas—. Vatur vaticinó una solución —ladeó la cabeza como si oyera algo que yo no— pero no está en mis manos tomarla.
—¿Entonces en las de quién? . —Estreché los ojos—. ¿En las de Ben? ¿No lo ves? —me abalancé contra él, el dolor y la furia fluyendo sin control—. ¡Se está muriendo… se está muriendo! —dije señalando la puerta de la habitación donde se encontraba Hero. Él siguió mi mano con la mirada y cerró los ojos. Golpeé con fuerza el pecho de Nicolás dejando salir la frustración; un golpe, dos, tres, no podía frenarme. Él me tomó entre sus brazos como a una niña apretándome contra su pecho con fuerza, como desde que me conoció, dejándome aporrear su pecho hasta que mis fuerzas mermaban y terminaba llorando aferrada a él.
—Sal —acarició mi pelo y susurró en mi oído.
—¿Qué dijo Ben? ¡Quiero saberlo! —inquirí intentando no sollozar—. ¿Qué profetizó Vatur? ¿Cuál fue el presagio de la diosa? —Levanté el rostro para mirarlo a los ojos—. Ella, ella es injusta Nicolás… La diosa es injusta —dije y mis lágrimas cayeron empapando su camisa.
—No, no lo es Sal, es justa. Muy justa —sus palabras sonaban tan lejanas, tan apartadas de la realidad que vivía, apartó mi cabello dulcemente mientras su mirada se colmaba de ternura—. Solo que a veces las pruebas que nos impone son inexplicables para nosotros. —Su voz sonaba sabia.
—No lo entiendo… —Volví a apoyarme contra él.
—Algunas cosas no deben someterse al juicio de nuestro cerebro, Sal —acariciaba mi pelo con ternura— la conciencia no nos fue quitada, puede que tu corazón no esté latiendo justo ahora, pero hay cosas que no pueden ser juzgadas más que por nuestros sentimientos. ¿Puedes entrar en contacto con él?
Me alejé. Tomando todo el coraje que me quedaba intenté recomponerme.
—Sal intenta darme un poco de crédito, ¿puedes? —Me sequé las lágrimas lentamente.
—Creo que podré hacerlo; Phill dijo que estaría allí si lo llamaba. ¿Por qué?
—Porque tengo permiso para una tregua… —moví la cabeza para poder verlo, y cuando nuestros ojos se encontraron, sonrió— y la bendición de la diosa. Me quitó una lágrima de la mejilla. —Ven, vamos abajo, necesitamos un plan—. Nicolás conocía todo de mí, mis mejores momentos, los peores, mis tristezas, mi dolor, pero nunca me había subestimado por ello. Bajé a su lado aún apretada contra su cuerpo, escalón por escalón pensando en Hero. Debía haber un modo. Nicolás parecía haber presentido mi dolor y me cubrió con su brazo apretándome más contra su pecho.
—Nicolás —me detuve antes de llegar abajo y las palabras se me atascaron en la garganta, como si mi cerebro no pudiera retomar el hilo del caos de mis pensamientos. No podía mentirle, me estudió un momento y asintió.
—Lo sé —fue lo único que me dijo y atinó a seguir, pero lo retuve de la muñeca.
—Están fallando, las pastillas, ya…
—Lo sé Sal, agradezco tu honestidad, es muy valiente aunque nunca dudé de eso, tú siempre has sido muy valiente, pero todavía podemos hacer algo, ya verás. —A veces su optimismo me colmaba el vaso, siempre había creído que uno debía desconfiar de las personas muy positivas. ¿Acaso nadie ve las cosas como yo? Era una bomba a la cual solo le faltaba una pieza para explotar… pero no podía dudar de él. No cuando confiaba tanto en mí.
—Solo prométeme algo —sabía que él sería el único que no podía ser juzgado y me negaba a pisotear el código o a dejar que todo corriera por las manos de Ben, maldito, seguro sonreiría mientras me asesinaba. No, no le daría el gusto. Una sonrisa se formó en su rostro, y sus ojos parecieron leer mi alma como tantas veces. No recordaba los años o siglos que estaba a su lado, siempre a su lado, velando por mí. Aquel hombre con piel tostada y cara de modelo, era más sabio que muchos y más hermoso que la mayoría.
—No lo haré —replicó incluso antes de que una palabra saliera de mi boca.
—¡¿Qué?! —le pregunté molesta. Nunca había logrado averiguar si él podía leer mi mente, pero a veces lo parecía—. No sabes lo que diré… —protesté. Una risita se escapó de sus labios y sus ojos me miraron divertidos. Él colocó las manos en mis hombros y se agachó hasta que sus ojos quedaron a la altura de los míos.
—Me pedirás que te mate si te descontrolas ¿cierto? Sé que luchas con la sed hace días, o semanas, pero te he visto batallar Sal, encontraremos un modo. No has bajado los brazos —clavé mis ojos en el suelo— muchos otros se han descontrolado tan solo en el principio, tú en cambio —pasó una mano por mi barbilla para que lo mirase— tú no lo has hecho.
—Nick… ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes estar tan seguro? Si la locura me toma, si tan solo me vuelvo loca, me encerrarán allí, me matarán Nick… si la diosa no lo hace antes. —No me soltó.
—Confía en mí Salomé. ¿Cuándo has dejado de confiar en mí? ¡No me digas que fue después de que me hice unos claritos! —Hice una mueca, intentando contener una sonrisa, recordaba esa época, había sido un tiempo en que Nicolás decidió «probar» cosas nuevas. Él sabía la respuesta a eso, se traslucía en mi rostro. Nunca. Ni una sola maldita vez. Habría brincado de un edificio si él me lo pidiera—. Estoy aquí, encontraremos un modo, lo prometo.
—¿Y Ben, cuando lo sepa? Querrá mi cabeza, Nicolás.
—Él ya lo sabe, ¿crees que algo así pudo pasársele por alto? —retrocedí dos pasos hasta chocar contra el muro. Nicolás suspiró y apoyó sus manos en la cintura. Me sentía traicionada, herida…— No, antes de que pongas esa cara, no fui yo quien se lo dijo, no fue ninguno que conozcas.
—¿Entonces cómo? ¿Cómo lo supo?
—Eso es algo difícil de explicar Sal, dame un tiempo, prometo explicártelo todo…
—¿Me quiere muerta?
—No, te quiere viva al igual que yo —se acercó y me apretó contra su pecho y volvimos a bajar la escalera.
—¿Ben no me quiere muerta? . —No podía creerlo—. ¿Me quiere encerrar, cierto? —Nicolás rio.
—El tipo no se caracteriza por llevarse bien con las personas, pero créeme cuando te digo que Ben no quiere nada de eso para ti.
—¿Por qué?
—Porque Vatur tiene más de una forma de hacer las cosas Salomé, solo por eso. —Nicolás abrió la puerta para que pasara primero; en la sala, Mikela estaba parada junto a una esquina, Eva y Carim también se hallaban ahí, sentadas hombro a hombro, en el sillón. Me estudiaron lentamente al entrar.
—Deja de babear Sal —la broma vino de Carim cuando me vio junto a Nicolás. No dudaba de que ambas no hubieran escuchado y sentido cada una de mis palabras. Y allí estaban con una sonrisa. No podía defraudarlas, así que me forcé a sonreírles.
—Te ves fatal, mejor no sonrías, parece que estás mostrando los dientes más que sonreír —se burló Eva, y le saqué la lengua.
—No, no la lengua, vimos lo que hacías con ella y la verdad deberías al menos lavarte la boca —fruncí el ceño y caminé hasta ellas. Empujé a Eva para que me hiciera espacio y la loba puso mala cara, aunque en el fondo tan solo era una broma. El lazo trasmitía todo, sabía que ellas sentían mi dolor, pero Eva siempre decía que si nos veíamos mal era peor, que mejor era sonreír y menear el trasero al mundo. Lo hice.
—Tenemos problemas. Los humanos se están levantando. —Nicolás nos enfrentó a las tres y por una milésima de segundo juro que las tres babeamos.
—¿Qué? —la voz de Mikela era de incredulidad. Eso era lo bueno de nosotras tres, tres elementales, mal o bien siempre estaríamos juntas en esto. Nunca sentiríamos la soledad que ella debía estar sintiendo y por un momento muy breve me sentí mal por ella. Solo un momento. ¿Es algo cierto? Después no digan que no soy buena.
—Están juntándose, dicen que la S.A. no puede controlar a los suyos. Han tomado las armas y se deciden a salir en grupos.
—¿Están locos? —pregunté descreída de que aquello fuera cierto. Los años oscuros habían sido muy duros para ambos grupos. Tanto humanos como oscuros habían sufrido perdidas, y ahora el hilo de aquella paz forzada a hierro y fuego corría el riesgo de romperse.
—Muchos oscuros se están moviendo a tierras de la Asociación… —dijo Carim con una mueca de dolor. Imaginé que su familia se habría marchado de su casa—. Han matado a dos familias cercanas al lugar donde Zell mató a la niña.
—¿Qué? —no lo podía creer. ¿Acaso no sabían que nos estábamos partiendo el lomo para encontrarlo? Malditos humanos—. Esto es una locura.
—Están descontrolados, temen por sus vidas. No podemos culparlos. —Nicolás paseó sus ojos entre nosotras y sentí el peso de la responsabilidad sobre nuestros hombros—. Las autoridades humanas no creen poder manejarlos. Han dado una veda y un toque de queda, pero no sé cuántos lo cumplirán. —Nicolás se rascó la cabeza y se frotó la cara con la mano. Estaba cansado y no podíamos culparlos, últimamente había sido una locura—. Amenazan con levantarse, los humanos no saben cuánto podrán contenerlos.
—¡Necesitamos detener esto, ahora! —Eva estaba furiosa. Sus puños golpearon contra sus rodillas—. Si siguen matando oscuros no podremos detener la masacre.
—¿Qué hará Ben? —pregunté. Aún no podía creer las palabras de Nicolás. Tal vez fuera por esto; Ben tan solo no quería perder más personal, y por eso mi cabeza no estaba en juego. Qué más daba, si la cacería de oscuros comenzaba esto sería un caos. ¿Qué le haría al mundo un chupasangre más? O tal vez esperara que algún humano me asesinara para quitarse responsabilidad.
—Él detendrá como pueda a los humanos, está amenazándolos con lo peor, pero aún necesitamos una salida rápida. Si las autoridades humanas no logran hacer nada será un desastre.
—¿Qué recursos tenemos?
—Todos los recursos están siendo usados, se han levantado los estados de alerta. Hubo una fuga de más de dos a diez vampiros, tres licántropos y se han llevado dos quimeras, creemos que han escapado tan solo en un intento de librarse de los controles, pero no es seguro, puede que estén trabajando con él o ellos, no podemos saber cuántos son en total, y tal vez ahora esté buscando aliados. Lo de esta noche ha sido un aviso, hay otros que tal vez trabajen con él.
—¿Aún no sabemos por qué lo hace?
—Tenemos un par de motivos, pero no es claro…
—¿Motivos?
—Sé que es alguien a quien cazaron, y sé de dos causas probables, pero yo no soy quien debe hablar de ello.
—¿Esa información estaba negada a nosotros?
—No puedo decir nada de eso. —Nicolás estaba más serio—. Lo lamento —las tres le gruñimos, pero Nicolás nunca cambiaba de parecer. ¿Les dije que odiaba sentir que algo se me escapaba?
—Bien, ¿quién más estará ahí afuera?
—Mis hermanos están aquí. —Eva nos miró una a una y volvió sus ojos a Nicolás— junto a cuatro grupos más de las otras facciones. No son muchos, pero ayudarán.
—¿Cinco? —Carim parecía confundida—. Creí que todo se resumía a los horuin.
—Eso porque eres rubia —me burlé. No era un buen momento para bromas, pero el día estaba sobre nosotras y no podríamos hacer nada, por lo tanto qué más daba hacer enojar a la rubia que me devolvió una mirada ofendida. Aunque sabía que no lo estaba.
—No, existen cinco tipos. —Eva levantó la mano con sus dedos extendidos— los horrimin que permanecen en forma humana; hurros que son casi humanos pero más fuertes y casi no tienen rasgos humanos, solo el andar; los hirros que logran su transformación total, como yo. —Eva lucía orgullosa— los herréis que son los peores y más temerarios y los lupus que permanecieron en su forma de lobo.
—¿Cómo pueden reír en un momento así? —Mikela nos miraba asqueada.
—Por cierto ¿qué demonios haces aquí?
—Ella se queda —dijo Nicolás cortando la respuesta de Mikela—. Sigamos… —nos miró, reprendiéndonos con la mirada, aunque su boca se movió en una media sonrisa pícara.
—Las sacerdotisas han sido puestas a trabajar junto a un grupo de inamhis —dijo eficientemente Carim.
—¿Los inamhis han accedido a ayudar? —Eva parecía sorprendida, y no era para menos. Los inamhis eran algo así como los hermanos menores de las moiras, podían entretejer una serie de eventos para que sucedieran, anudándolos entre sí, pero aún no tenían la visión a la larga de lo que hacían. Rara vez se mezclaban en trabajos como este; hubo una vez en el pasado que creyeron hacer el bien, sirvieron a un oscuro y provocaron la ruptura de los limbos logrando así que muchos seres se filtraran en la Tierra, sin poder impedirlo. Así que ahora se dedicaban a trabajos menores.
—Los asesinos están dispersos por la ciudad intentando mantener la paz, pero esta pende de un hilo. La buena noticia es que Ben tiene un presagio de las sacerdotisas, tenemos una pista de dónde estará en las últimas cinco horas del día de mañana.
—¿Y por qué no vamos por él? —la impaciencia regó mis terminaciones nerviosas.
—Vatur tuvo una visión del futuro, para mañana —concluyó Nicolás. Al escucharlo gruñí ferozmente y aporreé un almohadón a mi lado.
—¿Por qué? ¿Por qué no podemos ir? Lo tenemos en la mira y al alcance.
—Porque si cambiamos el presagio de la diosa puede que perdamos nuestra última chance —dijo Carim con su voz de intelectual que yo tanto odiaba— además es de día, y eso nos deja afuera.
—Me deja afuera —dije enfatizando cada palabra. Estaba claro que deseaba verlo sangrar, pero no permitiría que el caos se extendiera aunque con ello debiera abandonar mi pseudovenganza—. Hay otros que podrían con él.
—Al parecer la luz no lo afecta como a ti, él es como Hero, puede vivir a la luz.
—¡¿Qué mierda?! —dije dejando de lado mis modales.
—Además los humanos pidieron una tregua durante estas horas del día para ordenar a los suyos; si saliéramos ahora, que es cuando más actividad humana hay, podríamos crear una masacre.
—Si vamos por él ahora, estamos muertos, Vatur cree que debemos esperar. —Nicolás dijo cada palabra como siempre, como si viera más allá que nosotras y otra vez la pregunta de siempre: ¿Qué es Nicolás?
—¿Y por qué demonios confían en ella? —la voz de Mikela sonaba con asco. Aunque yo no creyera completamente en la diosa, sabía que era la única que velaba por nosotros. Nicolás confiaba en ella, y nosotros en él. No podíamos hacer aquello sin pasar por encima sus creencias.
—Porque es nuestra madre… —la contestación vino de Nicolás que estudió a Mikela en silencio. Por un momento pareció como si el aire se enfriara. Humana, Mikela era humana, casi lo habíamos olvidado.
—Podrían matarlo ahora y aquí están —dijo tragando ruidosamente bajo la mirada de Nick, que podía ser tan dulce como la miel o tan fría como el hielo— y aún no saben cómo curar a Hero. —Nicolás sacudió la cabeza y nos observó.
—Estoy en eso —dije mostrándole los dientes—. ¿Qué hacemos?
—Lo emboscaremos, Sal…
—Bien, ¿soy el cebo? —me froté las manos con entusiasmo.
—No, tú no —dijo Nicolás. Ya iba a protestar cuando él se giró hacia Mikela y la señaló—. Ella lo es.
—¿Yo? —la bruja parecía que iba a desmayarse, su boca abierta de sorpresa, sus ojos tan abiertos que parecían salírsele de las órbitas—. No, no, ¿estás loco, o qué? —Mikela retrocedió cuando Nicolás dio un paso hacia ella.
—¿Acaso tienes algo mejor que hacer cariño? —preguntó Eva—. Yo iría, pero tú eres la suertuda —se burló la loba robándonos una sonrisa. No me caía bien Mikela, y ya no era solo por Hero. Tan solo no me caía bien.
—No lo haré… —dijo cruzándose de brazos y la sentimos vacilar.
—¿Acaso me estás desafiando? —Nicolás no levantó ni por un momento la voz, pero el poder se filtró por la habitación y pegó de lleno en Mikela.
—No, yo, no, pero Nicolás… —ella se acercó a él con sus ojos de perrito mojado y bufamos ante esa imagen patética; si conociera un poco mejor a Nicolás sabría de antemano que podía intentar amputarse un brazo para no ir, pero él no cambiaría de idea. La detuvo a unos metros con la mano en alto.
—Está decidido.
—Oh, por Vatur, ¿por qué no te arrastras, muñeca?
—Nada harás que me haga cambiar, Mikela —le dijo Nicolás dejándola parada allí, perpleja.
—Cariño, no sabes lo que podría hacer por ti…
—Sí, lo sé, estarás allí… —Mikela se quedó muy quieta a solo un paso de él. Nicolás se dirigió hacia mí y algo en mi corazón dio un vuelco de alegría.
—Sal, ahora sería el momento… —Asentí en silencio, no hacía falta que terminara la frase. Me levanté lentamente y caminé hasta el sillón pequeño.
—¿El momento de qué?
—Va a llamar al nefilim —dijo Eva—. ¿Crees que Semiazas lo permitirá? —la vacilación se coló en su voz.
—Sí, lo ha permitido, varios de ellos trabajaron con nosotros —respondí con una sonrisa.
—¿Quién es Semiazas? —preguntó Mikela recobrando la voz.
—Semiazas es el jefe de los ángeles caídos —respondí orgullosa por estar un paso delante de ella. Tomé una inútil bocanada de aire y cerré los ojos. Bloqueé la conexión con mis hermanas un momento después de que me desearan buena suerte. Allá íbamos—. Phill, necesito hablar contigo… —no sabía si en verdad podría oírme. No hubo respuesta—. Phill, necesito tu ayuda. —Me tomé de aquel resquicio de necesidad e intenté, en un esfuerzo, contactar con él, debíamos lograrlo. Era una de las últimas chances y, como fuera, me aferraría a eso, con uñas y dientes.