Capítulo diecisiete

Lágrimas

Llegamos rápidamente y, gracias a Vatur y a los señores diseñadores de automóviles de alta seguridad, sin ningún accidente. Había notado a Eva conduciendo a la defensiva, esquivando toda aglomeración de tránsito posible y tragándose cada imperfección de nuestras calles, mientras las ruedas derrapaban en el hielo y desafiaba todas y cada una de las indicaciones de velocidad. Casi había devuelto lo poco que tenía en el estómago, gracias a las sacudidas, y me sentía como un cubo de hielo en un vaso de whisky. Durante el viaje estuve recostada en el asiento trasero, con mi cabeza apoyada en la falda de Carim. Eva maldecía en voz alta, tanto como en su mente, su loba estaba descontrolada haciendo que el gato de Carim arañara las paredes mentales que le permitían mantener su forma humana. Quise quejarme de aquello, pero no tenía fuerzas. Estaba débil debido al esfuerzo de la huida, también a causa de que mi cuerpo luchaba intentando llevarme a una inconsciencia que no quería, sabía que descansar era lo mejor, poco alimentada y lastimada necesitaba reunir fuerzas para reponerme, en cambio me forcé a mantener los ojos abiertos mientras Carim acariciaba mi cabello del mismo modo en que lo haría una madre y me mantenía en mi asiento pese al traqueteo del coche. Cerré los ojos, creo que perdí la noción del tiempo. Sentí que volvía moverme, pero ya no eran sacudidas. Ahora unos brazos fuertes me cargaban hacia el interior de una casa poco iluminada; escondí mi rostro en su hombro cubriendo el malestar que reflejaba mi semblante. En medio de mi confusión pude apreciar la voz de mis hermanas cerca de mí, se notaban agitadas; moví la cabeza y vi por el rabillo del ojo pequeños destellos de luz hasta que alguien pateó una puerta y me llevó hasta una cama. Me depositó suavemente sobre ella apoyando mi cabeza en lo que parecían ser varias almohadas. Cuando se alejó pude ver los ojos del mayordomo de Nicolás. Sentí vergüenza por haberlo hecho cargarme hasta allí. Por lo visto su contextura pequeña no se equiparaba con su fuerza. Él sonrió, y por un momento hice una mueca parecida a una sonrisa, pues descubrí que no conocía su nombre. Tenía la garganta reseca y me dolía tanto el cuerpo como el alma.

—¡Sal cariño…! —el rostro triste de Carim apareció delante de mí, la preocupación pintándose sobre sus facciones. Pestañeé buscando la forma de encontrar ánimo para permanecer despierta.

Debía lograrlo, tenía que saber qué había sucedido, cómo habían dado con mi paradero. ¿Por qué me había dejado marchar? ¿Qué eran esos tipos que lo habían atacado y por sobre todo… por qué yo? Eso era algo que rondaba en mi mente desde que el nefilim me confesó que esta vez no fallaría. Concentrándome en las preguntas que se amontonaban en mi garganta encontré un poco de lucidez.

—Pensé que estarías… —gimoteó y giró su rostro; se secó una lágrima, intentando que no lo notara. Carim era malísima actuando.

—Déjala Carim, está cansada… ¿Cómo estás? —intenté murmurar un simple «bien», pero mi garganta estaba tan seca que rayaba como lija. Me tomé el cuello y tosí. No ayudó en nada—. Tranquila, estás famélica —ella se movió de modo que la perdí de vista, no podía mover la cabeza, tenía los ojos clavados en el techo, tan solo eso mantenía mis náuseas a raya; escuché una puerta abriéndose. Carim acaricio mi mejilla y sonrió con los ojos vidriosos y su nariz colorada—. ¿Podrías traerle alguna de las rojas?

Eva. No hacía falta saber a quien le había pedido eso, ni qué eran «las rojas». Pastillas de sangre, las mismas que mi cuerpo se negaba a tomar, inútiles píldoras de glóbulos rojos que se oponían a entrar en mi cuerpo y nutrirme. Genial. Escuché la puerta abriéndose nuevamente un momento después. Eva se acerco a mí con aire de preocupación y sus cejas casi juntas sobre el puente de su nariz.

—Debemos sentarte, dudo que puedas beber así.

En mi interior tan solo luchaba por encontrar mi voz y las fuerzas para preguntar: ¿Dónde está Hero? ¿Qué ha pasado con Phill? Al fin de cuentas él no me había lastimado.

Carim pasó un brazo por mi cintura y Eva me ayudó a levantarme un poco, acomodando almohadones en mi espalda para que permaneciera recta. Mis músculos estaban tiesos, sabía que en parte era a causa del golpe, pero también era porque, como todo vampiro, necesitaba la sangre. Eso era mi alimento; no ingerir la cantidad necesaria no solo podía llevarme a la locura sino que el cuerpo comenzaría a consumirse de dentro hacia fuera para saciar el hambre, primero los órganos más pequeños e inútiles y luego los más importantes, aunque pensándolo bien… ¡no tengo órganos inútiles! Todos son necesarios. Cuando no nos alimentábamos nuestro cuerpo se volvía… caníbal. Sentada contra las mullidas almohadas que se apretaban contra el respaldar de la cama observé el lugar y pestañeé con fuerza. Era la misma habitación de la que había escapado. Abrí la boca mecánicamente cuando Eva llevó la pastilla a mi lengua, luego me acercó un vaso a los labios y el líquido corrió por mi garganta. Me atraganté al principio y se apartaron para dejarme toser, luego asentí para tomar otro poco. Tragué con fuerza sintiendo cómo el agua corría por mi garganta dolorida.

—Tranquila… traga despacio —cuando alejó el vaso encontré mi voz. Bueno algo parecido. Parecía un graznido, pero igual serviría.

—¿Dónde está Hero? —me agité cuando se miraron sin responder. Mis ojos fueron de una a otra. Hasta que decidí que si no me lo decían lo buscaría por mí misma. Intenté levantarme cuando Carim me sostuvo.

—Cálmate Sal… debes quedarte abajo. La sangre de Eva tan solo fue un aperitivo.

—Dime ¿dónde está? —en mi mente se interpuso la imagen de Hero tomando la estaca de su pecho con fuerza y sus ojos suplicantes. Esta vez sí que lo había echado todo a perder. Aún no terminaba de comprender por qué me importaba tanto; pero sí, me preocupaba.

—Está con Nicolás… —dijo Eva intentando calmarme. Me relajé solo un poco y ellas disminuyeron la presión de su agarre, solo un poco. Sabía que podían sentir mi determinación de encontrar respuestas.

—¿Aquí? —volví a querer pararme, pero ambas me sostuvieron. El miedo y la intranquilidad por mi salud las tenían alteradas—. Déjenme, debo verlo, debo hablar con él.

—No Sal, espera…

—¿No me escuchaste? Si quieres que me quede aquí, debo hablar con él —determinada a marcharme forcejeé un poco más, pero mis músculos estaban doloridos.

—¡No quiere verte! —sentencio Eva, y su voz fue tan dura que me paralizó. Aquellas palabras me atravesaron creando diminutos cortes en mi piel, ínfimos, pero miles de ellos. Carim sacudió la cabeza y escuché la conversación que mantenían. Una conversación mental… que se suponía no oyera.

¿Qué?

¿Por qué le has dicho eso? Ella no tenía por qué saberlo ahora, ¿no podías esperar?

Para qué, ella querría verlo, o se lo decíamos o se habría escapado. ¿Crees que él la tratará mejor?

—¡Basta! —golpeé mis puños en la cama intentando parecer ruda, el movimiento hizo que viera estrellas y no había causado la impresión esperada. Ambas me miraron como si un niño hubiera hecho una rabieta—. ¡Puedo oírlas! No me importa que quiera o no. Debo verlo. ¡Ahora! Y cualquier cosa que pueda decirme será mi problema.

—Está muy cabreado Sal, incluso Nicolás lo tiene aquí por… no sé bien qué razón, pero está en el otro lado de la casa. —Carim dudó y tragó con fuerza, sus ojos se ampliaron un momento—. ¡Mierda, no debía decir eso! —murmuró ofuscada su voz interior.

—¡Carim!

—No sé qué pasó, pero él simplemente cambió…

—¿Cómo cambió? ¿Le creció una cabeza adicional? ¿Tres ojos? ¿Tiene alas de murciélago? ¿Alas? —no podía dejar de verlo con aquella estaca, sus ojos eran de un azul tan puro como el cielo del día y se iba apagando. Sacudí la cabeza con fuerza como para enviar esas imágenes a lo más profundo de mi cerebro.

—No, no… —Eva se levantó y caminó hasta la otra punta de la habitación; luego volvió a mirarme—. ¿Qué pasó? ¿Qué pasó ahí?

Cerré los ojos y me restregué la cara. Me sentía nerviosa.

—Necesito oírlo de ti —sabía que las imágenes corrían por mi mente, la desesperación, el dolor… el orgasmo… Abrí los ojos y enfrenté a mis hermanas.

—Una voz se coló en mi cabeza… —mis palabras sonaron monótonas, sin emoción alguna.

—¿Como la voz que oíste cuando el nefilim apareció? —Había olvidado ese episodio. Lo había olvidado por completo; la primera noche, luego de la reunión, lo había oído. Me tomé la cabeza.

—Sí, como esa, luego todo pasó muy rápido, Phill y yo…

—¿Phill? —callé ante sus miradas de desaprobación—. ¿El nefilim…? —Eva parecía confundida y sacudí la cabeza. Carim me observaba incrédula, amonestándome con esos bellos ojos de madre.

—Necesito hablar con Hero —me moví hacia un lado de la cama, donde antes había estado Eva y detuve sus palabras levantando una mano— y lo haré ahora… luego sabrán por mi boca todo lo demás; primero necesito hablar con él.

—Sal, no es el mejor momento…

—¿Por qué? —Carim otra vez esquivó mi mirada, pero Eva sacudió la cabeza indicándole que debía decirlo.

—Hero te buscó, incluso encontró a una bruja arpía, a la cual odio personalmente y desearía matarla, pero él la encontró para buscarte, y no estaba muy feliz por tenerla cerca. La cosa es que recorrió la ciudad, por cielo y tierra; estaba muy angustiado.

—¿Sabes lo que es peor? —esta vez fue Eva quien habló. Tenía los puños apretados y su voz sonaba ronca—. Sabes… él realmente te buscó… ¿Sabes como te nombraba? —Sentí la ira burbujeando dentro de ella—. ¿Sabes cuánto luchó por encontrarte?

—Eva yo… —gimoteé.

—¡Él estaba allí Sal! ¿Sabías…? —gritó y un momento después pude escuchar cómo cerraba la boca con un fuerte sonido de sus fauces. Apretó los dientes y dio un paso hacia mí—. ¿Sabes qué sentía…?

—¡No quise hacerlo! No planeé mi secuestro, simplemente él me sacó de allí —grité haciendo que mi garganta me castigara con un terrible dolor. Recordé el golpe que le había dado a Hero y me dolió el pecho. Pero era cierto, yo no me había fugado con un novio de la niñez, él me había sacado de allí— ¡… y lo demás, juro que no quise hacerlo, no quise! —le grité y tosí.

—¡Eva! ¡Detente…! —pidió Carim al momento que Nicolás entraba.

—¿Qué ocurre? —dijo y nos quedamos en silencio. Bajé la cabeza avergonzada. Nicolás caminó hacia mí y levantó mi mentón con dos dedos hasta que nuestros ojos se encontraron.

—Debo hablar con él. —Nicolás me estudió como si fuera un extraño y sonrió. O al menos lo intentó.

—Estás mejor de lo que creía… —Miró a mis hermanas.

—Nicolás…

—No —sentenció él amargamente sin siquiera mirarme y me soltó—. Debes comer y descansar.

—¡No! Quiero verlo —protesté como una niña y claramente mi voz sonó igual que si lo fuera. Nicolás no respondió, en cambio caminó hasta Eva y Carim. Viéndolos así me levanté y fui decidida hasta la puerta. Pero cuando tiré del picaporte este ni se movió. Volví a intentarlo al tiempo que recordaba a Phill y su magia.

—¿Qué diablos pasa? —grité y aporreé la puerta con todas mis fuerzas. Las pocas que tenía, así que casi pasó inadvertido. Mis ojos se humedecieron al instante. Me volví ofuscada—. ¿Estoy prisionera? —una lágrima corrió por mi mejilla y la quité. Nicolás se movió lentamente, colocándose entre mis hermanas—. ¡Nicolás! ¿Estoy prisionera?

—No, no lo estás… —la desesperación me cubrió por completo. En sus ojos había desaprobación y disgusto—. Debes quedarte aquí por un tiempo…

—No, no, debo verlo, por favor —sollocé y caminé hacia él sintiendo cómo las lágrimas caían por mi rostro, me tomé de su mano y caí de rodillas—. Por favor Nicolás… lo lamento, lo lamento.

—Sal, no sabemos por qué, pero corres peligro y, hasta que no averigüemos por qué te buscan, es mejor que estés aquí —se agachó y me tomó las manos. Aquello era lo mismo que yo me preguntaba. Su voz sonaba dolida pero segura—. No es necesario, sé lo que ocurrió, Mikela nos lo explicó —levanté violentamente la vista hasta él, fulminándolo con la mirada.

—¿Él lo sabe? —Nicolás observó mis manos mientras acariciaba con sus dedos largos mis lastimaduras.

—Creo que sabe lo suficiente —levantó sus ojos y en su modo de mirarme pude confirmar todo lo que pensaba. Hero lo sabía—. Olvídalo por ahora, necesitaremos toda la información…

Olvídalo Sal, olvídalo todo —eso me había dicho. El maldito había dicho lo mismo, pero no iba a lograrlo.

—¡Por favor, Nicolás…! Dime que no lo sabe.

—Lo lamento Sal —se levantó con lentitud mientras yo quedaba tirada en el suelo, mis ojos cerrados derramando las lágrimas que había contenido desde que ocurrió aquello.

Hero había sido el despertador para mi mente, pero no lo había visto de ese modo, no lo había entendido. Tantos años de soledad me hicieron olvidar qué era «sentir», y cuando Hero apareció había cambiado todo. Tuve miedo. Mi mente se abrasó inconscientemente viendo cómo se derrumbaba cada muro que había alzado para no unirme emocionalmente con nadie que no fueran mis hermanas y Nicolás. Cada muro mental caía haciéndose añicos contra el suelo de mi mente, cada uno dejando sentir una emoción nueva. Aquel juego de poder que se había iniciado en las reuniones de la S.A. había sido más que eso, yo lo deseaba y lo sabía. Él era todo lo que quería; seguro, mortal, masculino… peligroso. Todo lo que mi ser quería tener, y ahora lloraba por dentro y por fuera como si cada lágrima contenida fuera a ahogarme, cada lágrima de soledad, de dolor. Aquel vampiro hacía que mi cuerpo vibrara de una forma tal como no lo había hecho en años, y lo había perdido…

—Volveré más tarde, avísenme si necesitan algo. —Nicolás se marchó pero no pude levantar la cabeza. Me sentía humillada. Tenía miedo, mucho miedo a lo que podía sentir. Aquellos muros ciegos habían caído por él. Solo por él.

Una mano tocó mi hombro y miré a Eva. Alejó su mano, me levanté sola y torpemente moví mis pies, paso a paso. La furia luchaba en mi interior, y en momentos como estos era en los que deseaba ser de otra especie, tener garras para romper todo a mi paso, pero lo que deseaba más era no escucharlas, no sentir el lazo. Me alejé tirando de mi cuerpo hasta la cama nuevamente. Me tendí allí sin pensar en nada más que cerrar el vínculo. Levanté los muros de mi mente, los que quedaban intactos para encerrarme dentro de mi derruida cabeza que no paraba de sentir, avivando emociones que no había experimentado en mucho tiempo, y parecían apiñarse una con otra hasta formar una súpernova o un agujero negro que intentaba tragarme por completo. Levanté unos pocos muros, solo aquellos que me permitirían dejar de oírlas, para no sentir la compasión de Carim, el dolor de Eva. Me merecía aquello. Había tenido sexo con un nefilim. El mismo nefilim que no defendió a mi familia, pero aunque pareciera estúpido, no era él, era yo… yo tenía el problema. Había lastimado a Hero. Había defraudado a mis hermanas. Yo era quien se había cubierto con tantas capas que no sabía qué era sentir algo por alguien que no fueran ellas dos. Mi pecho ardía por el dolor, como si mi alma se hubiera caído en algún momento dejando un hueco perfecto en mi pecho. El sueño de aquella noche había sido malo, la realidad, peor. Hero lo había averiguado y aun así no sabía que había pasado con Phill. No podía preguntarle a Nicolás, no obtendría respuestas en él. Me concentré intentando controlar mis sentimientos, buscando un sitio del cual aferrarme como había hecho de niña.

—¿Sal? —Carim me llamó, pero no me moví. No quería responder—. Cortó el lazo… ¿Sal? —Cerré los ojos tan fuerte que dolía. No quería escucharlas. Tan solo quería descansar, necesitaba pensar. Mi cuerpo tembló un poco hasta que mi mente se quedó en blanco. Simplemente estaba tirada allí, acurrucada y en blanco.