CAPÍTULO 7

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MONASTERIO KIR, ISLAS VOLKARAN,

REINO MEDIO

Tres personas reunidas en una habitación ubicada en los pisos superiores del monasterio. La estancia había sido la celda de uno de los monjes y, por tanto, era fría, austera, pequeña y carente de ventanas. El trío —dos hombres y una mujer— se hallaba en el centro mismo de la reducida habitación. Uno de los hombres tenía un brazo en torno a los hombros de la mujer y ésta lo enlazaba por la cintura; los dos parecían sostenerse mutuamente, como si fueran a caerse de no apoyarse el uno en el otro. El tercero de los presentes se encontraba muy cerca de la pareja.

—Están preparándose para la marcha.

El mago tenía la cabeza ladeada, aunque no era su oído físico el que captaba el batir de las alas del dragón a través de los gruesos muros del monasterio.

—¡Se marcha! —comenzó a gemir la mujer, dando un paso adelante—. ¡Quiero volver a verlo! ¡Hijo mío! ¡Sólo una vez más!

—¡No, Ana! —La voz de Triano era severa; su mano asió la de la mujer y la apretó con fuerza—. Fueron precisos largos meses para romper el hechizo. ¡De esta manera es más sencillo! ¡Tienes que ser fuerte!

—¡Ojalá hayamos obrado bien! —sollozó la mujer, volviendo el rostro contra el hombro de su esposo.

—Deberías haberlos acompañado, Triano —dijo Stephen con voz áspera, aunque la mano con que acariciaba el cabello de su esposa era suave y cariñosa—. Aún estamos a tiempo.

—No, Majestad. Hemos estudiado este asunto largo y tendido. Nuestros planes están bien urdidos. Ahora, debemos llevarlos a cabo y rogar que los antepasados estén con nosotros y que todo salga como esperamos.

—¿Has advertido a ese…, Hugh?

—Un tipo duro como ese asesino a sueldo no me habría creído. No habría servido de nada y podría haber causado mucho daño. Ese hombre es el mejor. Es frío y despiadado. Debemos confiar en su habilidad y en su modo de ser.

—¿Y si fracasa?

—En ese caso, Majestad —respondió Triano con un leve suspiro—, deberemos prepararnos para afrontar el final.