Corrompiendo al Presidente (1998)

He oído y leído tantos chistes y ocurrencias sobre los enredos sexuales del presidente Clinton —bautizados por una periodista como el pitogate— que me cuesta distinguir los hechos de las fantasías. Por ejemplo, hasta ayer creía una delirante invención que el inquilino de la Casa Blanca hubiese sostenido, en serio, que sólo cuando hay penetración hay adulterio, razón por la cual él habría preferido, en sus descarríos, lo que Gide llamaba "los escarceos anodinos" —el sexo manual u oral— a la ortodoxa cópula.

Pero, por The Herald Tribune, me entero que se trata de una verdad como un templo y que los abogados de Clinton —David Kendall, Nicole Seligman y Michel Kantor— se disponen a esgrimir esta teoría clintoniana sobre el adulterio para defender al Presidente contra la acusación de perjurio, por haber negado ante la Justicia haber tenido relaciones sexuales con Mónica Lewinsky. En efecto, de acuerdo a esta filosofía moral, al no haber visitado bíblicamente a la ex becaria, el Presidente dijo una estrictísima verdad: las felaciones no se califican como sexo y llegan, cuando más, a la categoría de aerobics o calentamiento muscular.

Bromas aparte, hay algunas interesantes comprobaciones que hacer respecto del barroco culebrón de la Casa Blanca. La primera es de índole marxiana y ratifica la tesis del ilustre profeta según la cual la moral es una superestructura condicionada por la realidad económica: el 65% de los ciudadanos estadounidenses, felices con el estado esplendoroso de la economía, están dispuestos a olvidar los pecadillos presidenciales y rechazan con vigor el empeño de ciertos jueces y congresistas en abrir un proceso que podría desembocar en la destitución del mandatario.

Otra, es que el movimiento feminista norteamericano es más progresista que feminista, o, dicho de otro modo, administra sus úcases, campañas, fulminaciones y defensas, no tanto en función de los intereses de la mujer cuanto de la "causa progresista". En tanto que, hace seis años, cuando el famoso escándalo de Anita Hill —que habría sido víctima de acoso sexual por parte de su jefe, Clarence Thomas, aspirante a miembro de la Corte Suprema—, se movilizó en bloque y con formidable beligerancia en su defensa, ahora, con escasas excepciones, se ha movilizado más bien en defensa del presidente Clinton y abundado en razones para apuntalar la tesis de Hillary Clinton según la cual todo lo que le ocurre a su maltratado esposo es "una conspiración de la extrema derecha y del ultrafanatismo religioso". Una de las mayúsculas sorpresas que nos ha deparado este asunto ha sido descubrir que, entre las peores descalificaciones que han merecido Mónica Lewinsky, Paula Jones, Jennifer Flowers, Kathleen Willey y demás reales o supuestas "acosadas" por Clinton, figuran las de feministas tan prestigiosas como Betty Friedan, Gloria Steinem y Susan Faludi.

Está claro, pues, que en materia de acoso sexual ser un conservador, como el juez Thomas, es un agravante, y ser un progre, como Clinton, un atenuante e incluso un eximente de la presunta falta. Pido a mis lectores que, en un pequeño esfuerzo imaginativo, reemplacen al actual presidente estadounidense con Ronald Reagan y fantaseen lo que hubiera ocurrido, en Estados Unidos y el resto del mundo, si éste hubiera sido acusado, durante su gestión, de haber asaltado en el Oval Office a la atribulada señora Kathleen Willey, viuda de un colaborador político suicidado ese mismo día y que le iba a pedir trabajo, acariciándola y obligándole a cogerle la bragueta. Hasta la luna y las estrellas más remotas hubieran llegado los aullidos frenéticos de reprobación de los enfurecidos valedores de la viuda vejada. Y qué sesudos análisis nos hubieran infligido los intelectuales biempensantes, explicándolos que está dentro de la lógica de las cosas que un defensor del mercado libre y del capitalismo sea inevitablemente un falócrata aquejado de satiriasis crónica, además de pedófilo y sádico. A la acariñada Kathleen Willey, en cambio, le han llovido las condenas y lo menos que se le ha dicho es que es una malagradecida, pues ¿no obtuvo acaso el puesto que pedía? ¿Tanto aspaviento por haber sido distinguida con un cariñoso manoseo presidencial? ¡Estamos entrando en el tercer milenio, mujer!

La mayoría de comentaristas europeos y latinoamericanos que han opinado sobre "el escándalo Lewinsky" han aprovechado para descargar unos cuantos mandobles contra la `hipocresía' del sistema político norteamericano, diseñado por puritanos, que finge exigir de sus dirigentes una estrictísima, inflexible conducta, sabiendo perfectamente que en la práctica ninguno de ellos la respeta, porque aquel patrón de comportamiento es simplemente irreal, irrespetable. ¿No es mil veces superior —es decir, más honesto y más práctico— el sistema europeo, que diferencia nítidamente la esfera privada de la pública, y no se entromete en las intimidades sexuales de los políticos, cuya privacidad se respeta? ¿A quién le importa lo que haga un congresista, ministro o premier bajo o sobre las sábanas, en los pasillos o en los baños, si lo hace con adultos que consienten de buena gana a ese quehacer? No ha faltado quien señalara, como un ejemplo a seguir, la civilizada discreción con que periodistas y opositores franceses respetaron al fallecido presidente Mitterrand que cohabitaba en el Palacio del Elysée con su esposa y con su amante sin que nadie viniera a fregarle la paciencia con lecciones de moral.

Aunque yo estoy a favor de que se respete la vida privada de la gente, desde luego, no comparto esa desdeñosa recusación del `sistema estadounidense' como ingenuo y ridículo. Quienes lo ningunean con tanta jactancia se quedan en la superficie y no advierten que, bajo las manifestaciones cómicas o grotescas a que puede dar lugar, como es el caso del `escándalo Lewinsky', esa vigilancia ilimitada, feroz, que escudriña incluso los más secretos rincones de la conducta de quien detenta un cargo público, en verdad refleja una desconfianza profunda hacia el poder y una voluntad férrea de impedir que quien lo ocupa abuse de él o se eternice ejerciéndolo.

No es puritanismo religioso sino iconoclasia cívica lo que determina ese escrutinio permanente y abrumador a que son sometidos los dirigentes políticos en Estados Unidos: una manera de recordarles a diario que son seres de carne y hueso y que no les está permitido convertirse en estatuas ni creerse semidioses, aunque tengan mucho éxito en su gestión y los votos los hayan llevado a la presidencia del país más poderoso del mundo. Esa tradición la heredó Estados Unidos de Inglaterra, el país que premió a Winston Churchill —lo más parecido que ha tenido en su historia a `un hombre fuerte'—, que la había llevado a resistir a Hitler y a ganar una guerra que parecía perdida —con una ignominiosa derrota en las urnas.

Gracias a esa saludable costumbre, de entraña profundamente democrática, Estados Unidos no ha tenido en su historia un solo dictador, ni un caudillo, ni un hombre fuerte, ni siquiera esos `líderes democráticos' a la manera de un De Gaulle, que, aunque guardan las formas institucionales, son endiosados de tal modo que su poderío debilita profundamente la cultura democrática de un país y lo llevan a las orillas del autoritarismo. Hay quienes piensan, de buena fe, que el hecho de que un país entero quede poco menos que paralizado por una idiotez pintoresca como la mancha de semen en la pollera de Mónica Lewinsky y el manoseo chismográfico a que con este motivo es sometido el Presidente, revela una debilidad neurálgica del sistema, una falla que podría a la larga provocar su desplome.

En verdad, ocurre exactamente lo contrario. En Estados Unidos los presidentes —y los políticos en general— son más débiles y vulnerables que en otras partes; pero, gracias a ello mismo, su sistema es más seguro y más sólido que en otras democracias. No depende, en lo fundamental, de quienes lo administran, aunque, por supuesto, algunos dirigentes cumplan mejor y otros peor con las funciones que se les confían. Pero, todos ellos son prescindibles y ésa es la gran lección que, de manera consciente o inconsciente, saca la sociedad norteamericana de las crisis periódicas que remecen a la clase política. La libertad de los políticos que acceden al poder ha sido recortada para que el conjunto de la sociedad —cada uno de los ciudadanos— sea más libre. Es gracias a ello, y no al revés, que Estados Unidos ha llegado a ser lo que es y, en consecuencia, a despertar tanta rencorosa envidia en el resto del mundo.

Artículos y ensayos
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml
sec_0128.xhtml
sec_0129.xhtml
sec_0130.xhtml
sec_0131.xhtml
sec_0132.xhtml
sec_0133.xhtml
sec_0134.xhtml
sec_0135.xhtml
sec_0136.xhtml
sec_0137.xhtml
sec_0138.xhtml
sec_0139.xhtml
sec_0140.xhtml
sec_0141.xhtml
sec_0142.xhtml
sec_0143.xhtml
sec_0144.xhtml
sec_0145.xhtml
sec_0146.xhtml
sec_0147.xhtml
sec_0148.xhtml
sec_0149.xhtml
sec_0150.xhtml
sec_0151.xhtml
sec_0152.xhtml
sec_0153.xhtml
sec_0154.xhtml