25.- Yendo a Apron Street
25
YENDO A APRON STREET
La multitud congregada ante Portminster Lodge se había reducido como un trozo de franela bajo la lluvia. Cinco minutos antes, Dice había abierto la puerta de la casa y había invitado a los periodistas a entrar para hablar con el inspector Bowden. Mientras las gabardinas empapadas de los agradecidos reporteros pasaban al interior, los cuatro hombres —que no querían llamar la atención— bajaron por las escaleras y, ostensiblemente, tomaron cuatro direcciones distintas.
Se reunieron en la boca del callejón. Lugg y Charlie Luke rodearon la vivienda y fueron a la entrada principal del banco, mientras que Yeo y Campion se quedaban en el escalón de piedra de la pequeña y mugrienta puerta lateral, oscura bajo la arcada. A su derecha discurría Apron Street; las luces que manaban de las ventanas de la casa de los Palinode trazaban senderos brillantes en la calzada. A su izquierda se extendía el angosto callejón, cuyos viejos adoquines y fachadas de ladrillo recogían la escasa luz que quedaba como si estuvieran tallados en madera.
Yeo se aproximó a su compañero y murmuró en un tono entre sorprendido y exasperado:
—¿Por qué se refiere Luke a ese hombre como «el Leporino»?
—Pronto lo entenderá, o eso espero. —Campion acercó el oído a la puerta para escuchar.
De pronto les llegó el estridente sonido del timbre desde el otro lado de la casa; Lugg lo estaba manteniendo pulsado, sin soltarlo. El timbrazo era un ruido sostenido, sin pausa, como la lluvia.
Yeo estaba intranquilo. Era un hombre de cierta edad y respiraba con pesadez, de forma que sus inspiraciones se oían apagadamente a través del susurro de la lluvia.
—Qué curioso. Tiene que haber alguien dentro. Pero no voy a entrar sin una orden judicial, Campion, se lo advierto. Yo confío en usted. Todos confiamos y dependemos de usted, pero hay límites que uno no puede traspasar.
El ruido del timbre cesó de repente.
Una alarma resonó en el interior y en la fachada del edificio, y ambos dieron un respingo. Yeo soltó un juramento cuando una sombra, delgada y silenciosa como un gato callejero, llegó corriendo por la acera.
Era Luke. Estaba excitado y les habló con desenvoltura.
—Bueno —dijo—. Es Lugg. Ha entrado por la ventana tras hacer añicos el cristal. Carajo, nunca va a dejar de ser un ladrón, ¿verdad? Va a abrirnos la puerta para que podamos entrar y proteger la propiedad. Disculpe, jefe. Pero estoy haciendo lo mejor para el caso.
Campion se imaginó, más que vio, la expresión de Yeo, y se habría echado a reír si se hubieran encontrado en otra situación. Pero ahora había llegado el momento de la verdad. Todavía era posible que abrieran el armario del rincón y lo encontraran lleno de libros o vacío.
Luke se arremangó.
—Ya es hora de que los policías entremos en acción. Más nos vale desconectar la alarma antes de que los chicos de la prensa la oigan desde el otro lado de la calle, ¿no le parece? —El inspector estaba sonriendo, pero la petición estaba más que clara—. Vamos, señor, haga su truco de magia.
Salieron a la calle. Pero, antes de doblar la esquina, Campion miró atrás y el sonido que emitió hizo que los demás se detuvieran y se girasen a mirar. En el centro del callejón había aparecido una visión espeluznante.
Procedente de una cochera, cuyas puertas debían de estar abiertas en la oscuridad, un monstruoso anacronismo había aparecido en la calzada. Se trataba de un vehículo tirado por caballos, negro y siniestro, con un alto pescante para el cochero y una caja de forma siniestra, lisa y alargada, cerrada por completo. Oscilante y reluciente a la luz de sus anticuados faros, el remolque para ataúdes trazó una curva y se alejó con sorprendente ligereza y rapidez hacia la salida del callejón que desembocaba en Barrow Road.
La mano de Yeo agarraba el hombro de Campion como si fuera de hierro. El comisario estaba atónito.
—¿Qué demonios es eso? —quiso saber—. ¿Y quién es? ¿Adónde va a estas horas de la noche?
Campion soltó una risita nerviosa.
—Es Jas —indicó—. Nos lo acaba de confirmar todo. Podríamos darle las gracias. O, mejor dicho, las gracias hay que dárselas a la idea que ha tenido Luke. Jas se está «yendo a Apron Street» en nuestras mismas narices. ¿Podemos conseguir un coche?
—Pues claro. —Luke echó a andar por la calle con sospechosa celeridad.
Sobre sus cabezas, la alarma antirrobo seguía vociferando con su aterrada cacofonía. Yeo guardó silencio un momento y se acercó a su viejo amigo. Se aclaró la garganta y le habló con firmeza:
—Espero que sepa lo que está haciendo.
—Lo mismo digo, jefe —convino Campion con sinceridad.
Un alargado automóvil negro apareció bajo la cortina de lluvia.
Yeo soltó un gruñido.
—¿Y qué pasa con el banco?
—Dice vendrá ahora mismo con un par de agentes, señor. Ellos se ocuparán de todo.
Luke lo metió en el coche poco menos que a empujones, hizo otro tanto con Campion y estaba a punto de subir él mismo cuando un hombretón empapado se cernió sobre ellos, emergiendo de la húmeda oscuridad. Estaba tan furioso como un ave de corral asustada, y lo cierto es que los ruidos que hacía eran muy similares.
—¡A ver! ¡A ver! ¿Se puede saber qué es lo que pasa? ¿Qué andan tramando? ¿De qué va todo esto? —Lugg estaba calado hasta los huesos. El agua corría por su calva cabeza, y de su bigote pendían unas cuantas gotas diamantinas. Empujó a Luke a un lado, irrumpió en el coche como una empapada bola de cañón y se sentó como pudo en el suelo de la parte trasera, incrementando la incomodidad de todos los presentes.
Luke cerró la puerta nada más entrar y el automóvil se puso en marcha enseguida; mientras tanto, Lugg seguía con su letanía.
—Tengo cristales rotos en los sobacos, he dejado la puerta abierta y cubierta de huellas dactilares, ¡y ahora ustedes se van como unos niñitos asustados…! Conociendo a algunos, no me extraña, ¡pero de usted no me lo esperaba, señor Yeo!
Luke hizo un gesto con su manaza, instándole a guardar silencio durante un momento.
—Muy bien, señor —le dijo a Campion—. ¿Qué mensaje hay que transmitir?
La información, que dejó atónito a todo el que la recibió, fue retransmitida al cabo de unos segundos.
—Coche Q23 llamando a todas las unidades. Inspector jefe Luke. Estoy siguiendo a un coche negro tirado por caballos con un pescante individual. Su nombre técnico es «remolque para ataúdes». Repito: remolque para ataúdes. Ha sido visto en Barrow Road y se dirige al norte de la ciudad. Informen a todos los efectivos. Corto.
Mientras se iban aproximando a la vieja estación de tranvía situada en lo alto de Barrow Road, Yeo terminó por estallar.
—¿Qué es lo que está pasando aquí? —le murmuró a Campion, que estaba apretujado a su lado—. A nadie va a pasarle desapercibido ese anticuado carricoche. Es imposible no fijarse en él. Una llamada ordinaria habría sido suficiente para que lo detuvieran en menos de media hora. ¿A qué están jugando?
—Es fundamental que siga su camino y no se detenga. Tenemos que alcanzarlo antes de que pare; eso es lo principal.
—Muy bien, como usted diga. ¿Tiene idea de adónde va?
—Creo que a Fletcher s Town. ¿Cuál es la dirección, Lugg?
El empapado bulto informe se acomodó un poco apoyándose en los asientos:
—¿La de Peter George Jelf? Lockhart Crescent, 78. ¿Van a avisar por radio? ¡No podemos perderlo!
—¿Peter George Jelf? Ese es un nombre del pasado. —Yeo lo dijo con sorpresa y gratitud en la voz—. El viejo Pullen ha venido a verme esta mañana y ha mencionado que se ha tropezado con Jelf en la estación de Euston. Al parecer, el tipo tiene un aspecto más bien respetable, lo que es una contradicción en sí misma, y le ha dicho que ahora lleva un pequeño negocio de transportes en el norte de Londres. Pullen ha mirado en el interior de su camioneta, y lo único que ha visto dentro es un cajón con la inscripción «Almacenes El Manejo», un nombre muy apropiado, en vista de la trayectoria vital de nuestro hombre.
—Almacenes El Manejo… —repitió Campion, con cierto alivio y satisfacción—. Así era como les devolvían el féretro; me lo había estado preguntando.
—¿Que les devolvían el féretro…? —preguntó Luke.
Campion iba a explicarse, pero el altavoz de la radio lo interrumpió:
—Oficina central de control llamando al coche Q23. El coche tirado por caballos que parece ser un remolque para ataúdes ha sido visto a las veintitrés horas, cuarenta y cuatro minutos en la esquina de Greatorex Road con Findlay Avenue, en el noroeste de la ciudad. El vehículo ha enfilado Findlay Avenue a gran velocidad. Corto.
—Ya veo; está virando por el parque —explicó Yeo, repentinamente inmerso en la excitación de la persecución—. Ya han pasado siete minutos de eso. Está virando, Campion. Es verdad que no hay tráfico, pero la calzada está resbaladiza; es peligroso. A ver, conductor, tuerza por aquí. Voy a decirle cómo se llega a Philomel Place. Si seguimos por aquí, atajaremos por el puente del canal y llegaremos a Broadway. Una vez allí, hay que girar por… ¡Maldita sea! ¿Cómo se llama ese callejón? Lo tengo en la punta de la lengua… Es una callejuela que hay por allí.
—No podemos perderlo. No podemos dejar que se pierda por las calles laterales —dijo Campion con brusquedad—. No debe llegar hasta Jelf, ni tampoco debe detenerse. Es vital.
—¿Por qué no llamamos a algún otro coche? El J54 está en Tanner’s Hill —intervino Luke—. Puede bajar a Lockhart Crescent, esperar a que llegue el carricoche y retenerlo hasta que los alcancemos, ¿no?
—Supongo que sí. —Campion no parecía sentirse muy contentó—. Quería que siguiera creyéndose fuera de peligro. Pero, sí, hagamos eso. Probablemente sea lo mejor.
Luke transmitió el mensaje mientras circulaban con rapidez por las oscuras calles. Yeo, cuyo conocimiento del plano londinense era legendario, estaba empezando a divertirse, mientras que el conductor —asimismo experimentado— lo miraba con creciente respeto.
Seguía lloviendo con insistencia, de forma continua e inevitable, o eso parecía. Dejaron atrás Findlay Avenue y giraron en la rotonda de Legión Street, allí donde la ancha arteria emprendía el camino hacia los barrios residenciales situados al norte y al oeste de la ciudad.
—Un poco más despacio —dijo Yeo con voz queda, como si estuviera pescando truchas en la orilla de un río—. Más despacio. No puede estar muy lejos de aquí, incluso si ha mantenido esa velocidad.
—Maldito sacamantecas… —musitó Lugg, jadeante.
—Maldito Leporino, querrás decir —respondió Luke.
Yeo había empezado a murmurar, más para sí que para el conductor. Se trataba de un susurro ininterrumpido del que apenas era consciente.
—Aquí está la residencia del viejo duque… Wickham Street… Lady Clara Hough Street… Por ahí hay una pequeña calle. A ver si… No, la calle esta por allá. Wickham Place Street… Wick Avenue… Más despacio, amigo, más despacio. Si nuestro hombre conoce el camino, sabe que torciendo por cualquiera de estas calles laterales se ahorra medio kilómetro. Aunque es posible que tenga miedo a perderse. Ahora puede acelerar un poco. La siguiente calle está a más de cien metros. ¡Maldita lluvia! Apenas veo por dónde vamos. Ah, sí, ahí está la capilla… Siga, siga. Coronet Street… Vuelva a reducir un poco.
La interrupción del altavoz fue muy bienvenida. La voz metálica y antinatural resonó a un volumen inesperadamente alto.
—Oficina central de control llamando al coche Q23. Atención. El agente 675 ha llamado a las veintitrés horas, cincuenta y ocho minutos desde la cabina 3Y6 situada en la esquina noroeste de Clara Hough Road con Wickham Court Road, notificando que ha sido agredido por el conductor del carruaje negro, un supuesto remolque para ataúdes. Siguiendo sus instrucciones del mensaje 17GH, ha intentado interceptarlo, pero el conductor lo ha golpeado con un objeto contundente, el mango de su fusta, probablemente. A continuación, el remolque se ha marchado a gran velocidad por Wickham Court Road en dirección norte. Corto.
—¡Maldita sea! Ahora sabe que vamos a por él —masculló Campion con rabia—. Así que se va a deshacer de su carga a la primera oportunidad.
—Wickham Court Road… ¡Estamos a dos pasos! —Yeo dio un respingo en el asiento—. No ha girado por las calles laterales. Por ahí, conductor. Gire a la izquierda al llegar arriba. Es casi medianoche. Ánimo, Campion, lo alcanzaremos. No tiene escapatoria.
Al torcer la esquina, la lluvia barrió las ventanillas como una sólida cortina de agua. Yeo asomó la cabeza por encima del hombro del conductor y escudriñó el exterior a través del trozo del cristal que había sido barrido por el limpiaparabrisas.
—Ahora siga por la derecha. ¡Y gire a la izquierda de inmediato! Muy bien, así… ¿Eh? ¿Y esto qué es? ¿Estas vallas publicitarias? Un momento, conductor, espere un momento. Ahora mismo estamos en lo alto de Wickham Hill. Wickham Court Road es esa calle de la izquierda. Es muy larga, y seguramente el coche patrulla esté esperando a unos trescientos metros de aquí. Así que el carricoche ha tenido que desviarse por aquí en los últimos cinco minutos. A ver, Luke, ¿por dónde cree que ha ido? No ha dado media vuelta, lo habríamos visto. Si hubiera torcido por Hollow Street, por donde circulan los tranvías, está claro que no habría tardado en tropezarse con algún otro policía. De forma que hay dos alternativas. Polly Road, que está ahí, a unos cincuenta metros. O esta pequeña callejuela, Rose Way. Pero esta vuelve a desembocar en Legión Street.
—Un minuto.
Campion abrió la portezuela y salió a la noche lluviosa en el mismo momento en que el coche se detenía. De pronto se encontró en un mundo angosto y sibilante cercado por el ladrillo y el agua. A un lado estaban las vallas publicitarias, sostenidas por armazones improvisados; al otro había edificios de apartamentos anticuados. Se quedó a la escucha, tratando de detectar un ruido que llamara la atención en aquella era mecanizada.
Luke salió del automóvil sin hacer ruido, se le acercó y también intentó escuchar algo, con el fuerte mentón en lo alto, sin atender a la lluvia que lo mojaba de pies a cabeza.
—No va a arriesgarse a seguir adelante. Se va a librar de su carga —aseguró Campion en voz baja—. Va a irse de rositas.
El altavoz del interior del coche emitió un sonido atronador a la altura de sus codos, y ambos dieron un respingo. La voz impersonal resonó de forma inquietante en la oscuridad.
—Oficina central de control llamando al coche Q23. Oficina central de control llamando al coche Q23. Mensaje para el inspector jefe Luke. Atención. Joseph Congreve, residente en el 51B de Terry Street West, ha sido hallado en estado grave tras haber sufrido una agresión. Congreve ha sido encontrado dentro del armario situado en el piso superior de la sucursal del Banco Clough en Apron Street, a las cero horas y dos minutos. Corto.
Una vez finalizado el mensaje, Luke emergió de su atónito silencio y cogió a Campion por la americana. El cuerpo le temblaba de asombro y decepción.
—¡Apron Street! —estalló con amargura—. ¡Apron Street! El viejo Leporino está en Apron Street. ¿Qué demonios hacemos aquí?
Campion estaba completamente inmóvil. Levantó la mano para pedir silencio y dijo:
—Escuche.
Del otro extremo de Rose Way, la callejuela mencionada por Yeo, llegaba un ruido inconfundible. Poco a poco fue aumentando de volumen, hasta resultar estruendoso. Unos cascos galopaban hacia ellos, y justo detrás llegaba el áspero murmullo de una ruedas con llantas de goma.
—Se ha llevado un chasco al llegar a Legión Street. No ha querido arriesgarse a tropezar con la policía, y por eso ha dado media vuelta —indicó Campion en un sordo susurro—. ¡Por Dios, aún podemos conseguirlo! ¡Rápido, conductor, rápido! Que no escape.
El coche de la policía se deslizó hasta bloquear la boca de la callejuela en el momento en que, precedido por el golpeteo de los cascos herrados sobre el asfalto, el remolque para ataúdes hacía su aparición.