21.- Un trabajo casero
21
UN TRABAJO CASERO
Charlie Luke vertió un poco más de agua sobre el pelo gris del capitán, que seguía cabeceando.
—No hay manera —concluyó, enderezándose—. El viejo bribón está como una cuba. Seguramente se ha bebido la botella entera. Tendremos que dejarlo dormir y recuperarse antes de hablar con él.
Le hizo un gesto con la cabeza al joven agente que estaba a su lado, y entre los dos acostaron al anciano en su estrecha cama. Campion contemplaba la escena sin decir nada. Al entrar, Luke y él se habían encontrado con el capitán despatarrado en el sillón, con un sacacorchos y una botella dewhisky prácticamente vacía a sus pies. Sus manos apretaban un vaso contra su pecho de militar y su boca abierta emitía un ruido parecido al de una trompeta. Era verdaderamente desalentador.
El joven agente, que había llegado de forma providencial con un mensaje para Luke, había respondido a la emergencia con experiencia y entusiasmo. Luke también tenía sus propios métodos para revivir a los alcohólicos, pero el viejo capitán no había respondido a ninguno.
Huyendo de la vergüenza, Seton había buscado refugio en la botella que tenía escondida en una vieja sombrerera de cuero, y se había empleado a fondo. En aquel momento se encontraba en otro lugar, temporalmente a salvo de la sordidez del presente.
Charlie Luke estaba al pie de la cama, con el mentón erguido y una expresión sombría en su rostro moreno.
—Viejo chiflado —masculló, alicaído—. Me he llevado un susto de muerte al entrar. Pensaba que me había hecho otra jugada como la de Papá Wilde. No me hace mucha gracia eso de ir encontrándome a vejestorios inconscientes cada dos por tres.
Campion pensó que convenía tranquilizar un poco al inspector.
—Quizá el capitán le tenga miedo a Renee. ¿Cómo lo ve?
—¿Renee? —Luke echó una ojeada por la desordenada habitación—. Bueno. Esto no puede ser. Pollit, haga el favor de ordenar un poco el cuarto mientras vigila al capitán, ¿entendido? Estaremos al otro lado del rellano.
Guió a Campion hacia su propia habitación.
—El comisario le envía una carta —lo informó Luke, pasándosela—, y Porky me ha mandado un par de memorandos desde la comisaría. Vamos a ver de qué se trata. Da-da-da… ¡Ah!
Como de costumbre, el inspector estaba leyendo las notas con todo el cuerpo. Las azuladas cuartillas mecanografiadas vibraban en sus manos como si estuvieran vivas; Luke les daba la vuelta con tanta aparatosidad que el movimiento recordaba al de unas prendas tendidas con pinzas.
Campion abrió su propio sobre, y aún seguía enfrascado en la lectura cuando el inspector irguió la cabeza. Separó la persiana unos centímetros.
—En la calle sigue habiendo gente —constató. Volvió a sentarse junto a Campion—. No me gusta esta situación —dijo—. Ahora resulta que nadie tiene dinero. Y también está ese asunto de Jas. Todo esto me huele a chamusquina.
Extendió las cuartillas sobre la mesa.
—Papá Wilde estaba endeudado con todo el mundo; con los proveedores, con la compañía del gas, con el banco… Lo hemos investigado todo, y, si tenía ingresos, desde luego no los ahorraba ni los usaba para pagar las facturas… ni siquiera para comer. El informe del forense habla de «malnutrición». ¡Pobre hombre! A mí me caía bien porque tenía carácter, no sé si me explico.
—¿Un chantaje de algún tipo? —sugirió Campion.
—Eso parece. —Charlie Luke meneó la cabeza—. Es posible que en el pasado cometiera un error. Al fin y al cabo era farmacéutico, ¿no? —Hizo ademán de verter en un vaso el contenido de un frasco imaginario—. Es posible que alguna vez se equivocara con la dosis, o que tratara de ayudar a una muchacha que se hubiera metido en un lío. Algo de ese estilo habría bastado para que cualquiera lo tuviera a su merced. A lo largo del último año he entrado un montón de veces en la farmacia para hablar con él, pero ninguna de mis visitas lo había llevado a dejar este mundo hasta ahora.
Campion tosió con discreción.
—Parece que estaba metido en algo más bien serio, ¿no cree?
—Es posible. —Luke daba la impresión de sentirse irritado por dicha posibilidad—. También es posible que ese par de cuervos de la funeraria sepan algo —agregó, en un tono más esperanzado—. Les estamos apretando las tuercas de lo lindo. Perdone, ¿tiene usted alguna novedad?
Tenía los ojos fijos en la misiva de Campion. Este lamentó tener que responder:
—Nada de interés, me temo. He estado haciendo algunas preguntas, sin mucho resultado. Looky Jeffreys ha muerto en la enfermería de la cárcel sin decir nada más sobre Apron Street; solo sabemos que no quería acabar en esta calle. Jeffreys fue detenido tras haber entrado en una casa a robar, de una forma más bien inepta. Al parecer, obró por su cuenta.
—Pues qué bien.
—También he solicitado información sobre Bella Musgrave. Bella y sus dos hermanas tienen una pequeña tintorería y lavandería en Stepney. Y, en este momento, Bella se encuentra en paradero desconocido. Sus hermanas no saben dónde está, aunque esperan que regrese en cualquier momento. Y también está esto. —Campion echó mano de tres cuartillas llenas de texto mecanografiado—. Pregunté a los especialistas del laboratorio si un aficionado podría preparar escopolamina a partir de hojas de beleño. Este es su informe. Parece que Yeo se ha tomado la molestia de traducírnoslo todo en esta anotación de aquí.
Luke se acercó a los ojos la frase que el comisario había garabateado a lápiz.
—«Por lo que puedo entender, parece que no es posible» —leyó. Frunció la nariz y añadió—: Así no vamos a ninguna parte. —Luke cerró los ojos—. Ese viejo Lawrence se está comportando de forma extraña y no termina de decirnos la verdad. Pero voy a darle mi opinión. —Abrió sus ojos y los clavó en Campion—. Creo que en realidad es incapaz de matar a una mosca —sentenció—. Pase… Ah, es usted, George. Señor Campion, le presento al sargento Picot. Acaba de venir del establecimiento de los Bowels. ¿Ha habido suerte, George?
El recién llegado exudaba fiabilidad y respeto hacia la ley y los derechos de los ciudadanos, del mismo modo en que otros hombres exudan justo lo contrario.
—Buenas tardes, señores —saludó con sencillez—. Bueno, hemos estado hablando con los dos. Hemos registrado el edificio otra vez y hemos mirado con lupa los libros de contabilidad. Pero no hemos encontrado nada sospechoso. —Picot fijó una mirada severa en el rostro del inspector de división—. A mí me parece que ese negocio está perfectamente en regla.
Luke asintió con la cabeza. Cuando se sentía abatido, su cuerpo era tan expresivo como cuando estaba eufórico. Tenía los hombros encorvados, y su pelo de pronto parecía haberse apagado.
—El señor Campion se estaba preguntando si en los últimos tiempos han traído un cuerpo a la funeraria, un cuerpo cedido por los familiares para que se enterrara aquí.
—La última vez que hicieron algo parecido fue en 1930. El trabajo de enterrador no es el más idóneo para dedicarse a hacer cosas raras. Hay mucho control; muchos registros, certificados y demás. Lo cierto es que no veo a quién podría interesarle contratar a unos sepultureros para hacer contrabando. Sea cual sea la mercancía de la que estemos hablando, un simple camión resulta mucho más indicado para este tipo de trabajos. Nadie se fija en un camión de reparto, pero todo el mundo se fija en un ataúd. —Negó con la cabeza—. No le veo sentido a la cosa.
—Así que no le ve sentido, ¿eh, George? —dijo Luke, con una sonrisa sardónica—. ¿No ha visto el féretro de los adornos dorados?
—No, señor —respondió Picot, cerrando su libreta—. He visto cuatro ataúdes, todos de madera de color claro. El señor Bowels sénior reconoce haber sacado hace unos días un féretro que tenía guardado en un sótano alquilado de esta vivienda, pero dice que lo utilizó en un encargo, en Lansbury Terrace. Siempre podemos hacer que los asistentes al funeral nos den una descripción, pero si queremos contar con pruebas definitivas, será necesario solicitar una orden de exhumación. No me ha parecido oportuno hacerlo, señor, pues por el momento no nos ha servido de mucho.
Luke miró a Campion y esbozó una mueca.
—¿Qué me dice de ese trabajito del hotel?
—¿Lo del piano de cola, señor? —Picot frunció el ceño—. Bowels se ha mostrado muy franco al respecto. La cosa sucedió hará cosa de un año. El piano era del Balsamic Hotel, no suyo, y luego amortajó el cuerpo como Dios manda, en su propio establecimiento. Tiene un cobertizo que viene a ser una especie de morgue particular. Es su propietario legal, tiene todos los papeles en regla.
—¿En qué vehículo transportó el cadáver? ¿Tiene un camión? —intervino Campion.
—No, señor. Los vehículos de su propiedad son los siguientes. —Picot volvió a abrir la libreta—. Dos coches de caballos, uno en mejor estado que el otro. Este es un barrio modesto, ya me entiende, y los vecinos se toman muy en serio eso de enterrar a los suyos. Son muy tradicionales y prefieren que los entierros se hagan en coche de caballos. Prefieren los automóviles para las bodas. Los Bowels también tienen dos coches para los familiares. Si hacen falta más, alquilan limusinas. Y, bueno, también tienen un remolque para el féretro. Eso es todo. Tienen cuatro caballos, negros los cuatro. Tres son bastante viejos, pero el cuarto es joven.
—¿Ha visto usted todo esto?
—Sí, señor. He estado acariciando a los caballos.
—¿Qué es eso de un remolque para el féretro? ¿Se refiere a ese cacharro siniestro que parece una purera de ébano con ruedas? No he visto uno desde que era niño.
—¿No, señor? —Parecía que en realidad Picot quería decir «Peor para usted»—. A la gente de por aquí le parece más digno que el ataúd vaya en uno de estos remolques. Los Bowels tienen uno muy bueno, viejo pero bien cuidado. Con un buen pescante para el conductor. Siempre causa muy buena impresión. Pero hay otra cosa que creo que vale la pena mencionar. Durante todo el tiempo que hemos estado hablando con Bowels sénior, el viejo caballero ha estado sudando como un cerdo. Ha respondido abiertamente a nuestras preguntas, y no hemos encontrado nada raro; nos ha ofrecido su ayuda, nos ha enseñado la casa sin protestar y ha sido muy educado en todo momento, pero lo cierto es que no ha parado de sudar.
—¿Y qué deduce de esto? ¿Que tenía un resfriado? —Charlie Luke parecía exhausto.
—No, señor —respondió Picot en tono de reproche—. Lo que deduzco es que estaba muerto de miedo. No sé por qué. Lo mencionaré en el informe, por supuesto. Buenas noches, señor.
El inspector de división cogió su sombrero.
—Creo que me voy a ir a casa —dijo—. La señorita Ruth ha sido envenenada. Al novio de Clitia le han soltado un buen porrazo. Papá Wilde se ha suicidado. El capitán ha estado bebiendo hasta perder el conocimiento. Jas es inocente, pero se pasa el día sudando a mares. Y nosotros estamos en el mismo punto en el que estábamos al principio. ¡Maldita sea! Ni siquiera sabemos quién ha escrito esos anónimos.
—Ah —dijo Campion—. Ahora que me acuerdo. No le he devuelto la última carta anónima que le ha llegado al médico.
Se sacó la cuartilla del bolsillo y la desdobló. El segundo párrafo, el que le interesaba, estaba casi al final. Lo leyó en voz alta.
—«Y el cristal sabe que no hay que olvidar que los individuos como usted son todos unos…».
Sus perezosos ojos se cruzaron con los de Luke.
—Me he tropezado con esta clase de mensajes en otras ocasiones —dijo—. Ese cristal tan comunicativo puede ser una bola de cristal. ¿Sabe si hay alguna vidente en el barrio?
Luke se sentó abruptamente con el sombrero colgando de una de sus flacas muñecas.
—Estaba pensando en el capitán y en esa mujer a la que estaba esperando junto al buzón —repuso Campion—. El viejo Seton lleva un anillo bastante nuevo con una pequeña esmeralda. Se trata de una piedra curiosa para un hombre de su generación, tan masculino, pero Renee me ha dicho que su cumpleaños cae en mayo, y he leído en una revista femenina que el color verde, y la esmeralda en particular, siempre traen suerte a los nacidos en mayo. Y estamos hablando de un hombre muy metido en su propio mundo, un pobre hombre con mucho tiempo libre. —Miró a Luke, que tenía los ojos clavados en él—. Las videntes se enteran de casi todos los asuntos personales de sus clientes. Y existe la posibilidad de que un hombre como el capitán se relacione (de forma un poco tonta, quizá a causa de un enamoramiento platónico) con una mujer un poco loca de entre cincuenta y sesenta años, a la que visita y cuenta su vida y la de los demás. Cuando la cosa estalló y las cartas anónimas se convirtieron en tema de conversación, sin duda sospechó de ella. Es posible que discutieran. Quizá ella lo amenazó con dejar una bajo su misma ventana. No lo sé. Pero está claro que cuando Lawrence le preguntó sobre esa carta, el capitán perdió la cabeza.
Luke estaba sentado, completamente inmóvil. Daba la impresión de estar verdaderamente petrificado. Cuando habló, lo hizo en voz baja.
—Tendría que pedir que me apartasen del caso. Es posible que usted ya conozca a esa mujer.
—¿Y usted?
—Un poco. —Se levantó, contemplando a su interlocutor con una mezcla de respeto y asombro—. Incluso sabía que Seton la había visitado una vez. Uno de mis hombres me dijo que había visto salir al capitán de su casa. Fue justo al principio del caso. En aquel momento no le di mayor importancia. Lo ha descubierto usted por simple deducción, mientras que yo ni siquiera había pensado en esa posibilidad.
—Quizá me equivoque. —El propio Campion parecía sentirse sorprendido por lo acertado de su intuición—. No sería la primera vez.
—De eso nada. —Charlie Luke había vuelto a la vida. En cuestión de un minuto había ganado determinación, y su aspecto de pronto era el de alguien diez años más joven—. Esa mujer existe. Se hace llamar la Hija del Faraón. Lee el futuro por seis peniques la sesión. Parecía inofensiva, así que nunca nos metimos con su trabajo.
El inspector se concentró de nuevo, rebuscando en los rincones de su admirable memoria.
—¡Sí! —exclamó de pronto—. ¡Sí! Es ella. En realidad se llama… Déjeme pensarlo… La señorita, la señorita… ¡Por Dios! —Abrió mucho los ojos—. ¿Usted sabe quién es, Campion? ¡Sí! ¡Es su hermana, maldita sea! Tiene que serlo. ¡Su hermana! Es la señorita Congreve… ¡La hermana del carcamal que trabaja en el banco! ¡Por Dios! ¡No dejes que me muera antes de llegar allí!
Estaba tan excitado que no reparó en el insistente golpeteo de la puerta. Esta se abrió de pronto, y Clitia White apareció en el umbral, contenta, si bien inoportuna. Ignoraba que había llegado en un momento crítico, y se quedó mirando a Luke, entre ansiosa y entusiasmada. Estaba más guapa que nunca. Un ceñido corpiño ponía de relieve el encanto de su busto juvenil. Una falda llamativa se extendía en marcados pliegues. Llevaba un pañuelo de lunares anudado de manera curiosa, y le daba el aspecto de una gatita arreglada para un concurso. Un sombrero de paja cubría con moderno donaire sus cabellos recién cepillados.
—¿Y bien…? —preguntó, sin aliento.
Charlie Luke se había detenido en su camino hacia la puerta. Campion nunca había sentido tanto respeto por él. El inspector la examinó con atención, con los ojos entrecerrados, concentrando toda la fuerza de su imponente personalidad en lo que la muchacha quería saber.
—Voy a decirle una cosa —repuso finalmente—. Si se quita ese pañuelo, el domingo la invito al cine.