22.- Nudos corredizos
22
NUDOS CORREDIZOS
Charlie Luke volvió por la mañana del día en que la señorita Evadne iba a celebrar su reunión. Campion todavía seguía en la cama cuando llegó el inspector, pero no estaba dormido.
Se había despertado con una pregunta en la cabeza. Una pregunta que su subconsciente había formulado dentro del sueño y cuya respuesta le parecía más evidente y elemental cada vez que consideraba la cuestión.
Consultó su reloj y vio que eran las siete menos cuarto. Al mismo tiempo advirtió que en la casa no solo había actividad, sino también agitación. Se puso el batín y, al abrir la puerta, se encontró con una ofensiva de olores extraños que sugerían que la señorita Jessica había estado cocinando otra vez. Sin embargo, no prestó mucha atención, pues al otro lado del rellano la señorita Roper estaba soltándole una bofetada a Charlie Luke. Renee estaba tan enfurecida como una tigresa que intenta defender a sus criás.
Con expresión fatigada, pero conteniéndose de forma notable, Luke la agarró por los codos y la alzó en vilo; ella pataleó en el aire.
—Vamos, señora —dijo—. Pórtese bien o tendré que llamar a un agente con casco para que se ocupe de usted.
La señorita Roper dejó de patalear, y finalmente el inspector la soltó. Pero ella seguía estando indignada.
—Uno de sus hombres ha estado con él toda la noche, y ¡menuda mañanita nos ha dado a Clarrie y a mí! Ahora está durmiendo, y no voy a permitir que lo despierte. El pobre está enfermo.
—No lo dudo, pero tengo que verlo igualmente.
En ese momento, Renee reparó en la presencia de Campion, al que miró como si fuera su salvador.
—Por favor, querido —dijo—, haga entrar en razón a este muchacho tan estúpido. El capitán ha tenido un accidente. No suele pasarle, pero cuando ocurre, puede ser suficiente para acabar con él. A Charlie se le ha metido en la cabeza la absurda idea de que el pobre hombre ha estado escribiendo cartas anónimas, cosa de la que es incapaz, sé lo que me digo… Aunque en este momento me entran ganas de retorcerle el cuello. He conseguido que se duerma, y no va a poder hablar en unas cuantas horas. Déjenlo en paz. Ni siquiera es capaz de tenerse en pie.
Un inquietante ruido procedente de la habitación que había a sus espaldas vino a confirmar su diagnóstico, y su cuerpecillo bronceado tembló como el de un pájaro.
—¡Váyase de una vez, por favor! —instó a Luke—. Si el capitán ha hecho algo, podrá preguntarle lo que quiera tan pronto como empiece a recuperarse. Lo conozco. Ahora mismo reconocería lo que hiciera falta con tal de que lo dejaran un minuto en paz.
Luke titubeó, y Renee le empujó con ambas manos.
—¡Menudo día me espera! —se lamentó—. Tengo que limpiar toda la casa, el muchacho va a venir del hospital y habrá que acostarlo inmediatamente, y luego está esa absurda recepción, lo último que me faltaba. Evadne ha invitado a medio Londres, o eso parece. Llévese al señor Luke a su cuarto, Albert, ahora mismo haré que les suban algo para desayunar.
El maltrecho militar emitió un nuevo gemido, más violento esta vez, y finalmente el inspector tomó una decisión.
—Voy a darle media hora —dijo. Su mirada se cruzó con la de Campion, y levantó ambos pulgares en un gesto de lo más expresivo—. Todo controlado —añadió, cerrando la puerta de la habitación. Miró el sillón más cómodo del cuarto, apartó la vista y dijo—: Se lo cedo.
Campion parecía estar satisfecho.
—¿Tienen a la mujer? —preguntó.
—Está en el calabozo, llorando como una magdalena. —El cuerpo de Luke se estremeció con gran expresividad—. La hemos estado interrogando casi toda la noche, y el suelo de la comisaría está perdido de lágrimas. Lo más curioso es que solía mostrarse muy explícita por escrito, pero esta noche no hemos conseguido arrancarle una sola palabra, salvo «¡Dios mío!», durante casi tres horas.
—¿Ha confesado?
—Sí. Hemos encontrado el papel, la tinta y los sobres, así como una muestra de su falsa escritura en un papel secante. Pero no lo ha reconocido hasta el amanecer. Se ha pasado horas sentada, inmóvil, como una rana mugidora. —Hinchó los carrillos, bajó la cejas y trazó un busto pechugón con las manos—. Hasta que ha cantado la traviata. Nos lo ha contado todo sobre su querido capitán. Tan indefenso y tan maltratado por la vida. Se sintió conmovida y decidió hacer algo impensable, a pesar de su tan distinguida educación. Me pregunto cómo se las arreglan estos viejos para camelárselas. ¿Simplemente les muestran sus bolsillos vacíos y rompen a llorar?
Se hundió un poco más entre los cojines, haciendo todo lo posible por mantener los ojos al menos medio abiertos.
—En defensa del capitán, he de decir que esa mujer es una farsante de tomo y lomo. No creo que el pobre hombre tuviera la menor idea de lo que se estaba cociendo detrás de todo ese cuento de que podía ver el futuro. Lo más probable es que no hiciera otra cosa que darle a la lengua, con la idea de hacerse el interesante.
—Ya —dijo Campion—. ¿Y cómo le ha ido con su hermano?
Luke frunció el ceño.
—El viejo Leporino se nos escapó —dijo—. Mientras ella nos recibía en la entrada, el vejestorio se escabulló por la puerta de atrás. Daremos con él, está claro, pero no deja de ser un engorro —reconoció.
—¿Fue suya la idea de escribir las cartas?
Los ojos enrojecidos pestañearon al oírlo.
—No me lo parece. No hay nada que lo indique. No, yo diría que la iniciativa fue de la vieja Clarividencia. Lo que es una pena. Por lo general, cuando uno encuentra una pista sólida en un caso como este, todo lo demás viene rodado. Pero aquí nos encontramos con que todo esto lo ha provocado una arpía malvada, que se ha enamorado del capitán como una colegiala y que está resentida con el médico porque en su momento le dio la espalda. Y es que es justo eso lo que pasó. Está más que claro, por mucho que la vieja diga que estuvo visitándolo durante una temporada porque le dolía la barriga y que luego simplemente dejó de ir. El matasanos tiene fama de no aguantar a las pacientes histéricas. Pero bueno, todo ha quedado más o menos explicado, ¿no?
—Me pregunto si es así. Resulta bastante extraordinario que esta mujer estuviera en lo cierto. Acusó al médico de no haber reparado en un asesinato y, efectivamente, así fue. Para tratarse de simple rencor, la cosa tiene su miga.
Luke contestó:
—Lo sabía porque se lo dijo el capitán. Por eso quiero hablar con Seton en persona. Es posible que le dijera más de lo que sabía. Ya sabe lo que sucede cuando uno empieza a venir dos veces por semana para contar sus problemas. Se olvida de lo que dijo la vez anterior, pero la otra persona no. ¿Cómo iba a saber el viejo Leporino lo que estaba pasando en la casa?
Campion no discutió y empezó a vestirse.
—¿A qué hora va a presentarse la señorita Congreve ante el juez? ¿Tiene usted previsto asistir?
—A las diez. Y Porky puede ocuparse. La dejarán en libertad bajo fianza. ¿Puedo ayudarlo en algo?
Campion sonrió ampliamente.
—Si no le importa que se lo diga, yo que usted aprovecharía para dormir una o dos horas en mi cama. Para cuando se levante, el capitán será más o menos inteligible, aunque no creo que esté de muy buen humor. Entretanto, me gustaría seguir el hilo de una idea que he tenido esta noche. ¿Dónde puedo encontrar la consulta del forense de la zona?
Aquella pregunta hizo que Luke se olvidara de protestar por el ofrecimiento. El inspector era demasiado avisado como para preguntar directamente, pero tomó asiento, con una expresión atenta y curiosa.
—Está en Barrow Road, 25 —respondió—. Pero varios de mis hombres están libres en este momento. No hace falta que vaya en persona.
La despeinada cabeza de Campion emergió de la camisa.
—No le demos más vueltas —indicó—. De todas formas, es muy probable que me equivoque.
Terminó de desayunar poco antes de las nueve y bajó corriendo por las escaleras hasta encontrarse con la señora Love y su cubo, que le bloqueaban el paso. La anciana sirvienta llevaba una cofia azul claro y una bata blanca; su mirada mostraba la misma picardía de siempre.
—Hoy vamos a tener compañía —gritó, guiñándole un ojo acuoso. En tono áspero, añadió—: Muchos van a venir por lo del veneno. ¡Digo que muchos van a venir por lo del veneno! —Rompió a reír como una niña traviesa—. No se olvide de la fiesta. Vuelva a tiempo. ¡Digo que vuelva a tiempo!
—Oh, volveré bastante antes —aseguró él. Salió a la calle y se encontró con una mañana soleada y neblinosa.
Pero estaba equivocado. Su visita le ocupó gran parte de la mañana y redundó en una larga serie de encuentros adicionales, todos de naturaleza muy delicada, por lo que se vio obligado a echar mano de todas sus reservas de tacto. Fue preciso localizar a parientes y hacerles preguntas, así como establecer la identidad de los familiares más próximos. Sin embargo, para cuando el sol se puso en Apron Street, tiñendo la calle de un sangriento color rojo, él ya estaba de vuelta, caminando con renovada energía.
Su primera impresión fue la de que la casa estaba en llamas. El gentío que había a su alrededor había aumentado considerablemente. Con refuerzos de dos agentes, Corkerdale montaba guardia junto a la entrada del jardín; las puertas principales de la vivienda estaban abiertas de par en par. La recepción organizada por la señorita Evadne había dado comienzo.
En el interior, la atmósfera era eléctrica. Gracias a algo tan simple como dejar todas las puertas abiertas, la casa tenía ahora un aspecto verdaderamente hospitalario. Alguien —Campion sospechaba que Clarrie— había colocado un viejo candelabro de bronce con cuatro velas en el remate plano del poste de la barandilla. Las llamas de las velas oscilaban con cada corriente de aire, y cierto olor a sebo flotaba en el ambiente, pero el efecto general era bastante alegre.
Nada más poner el pie en el felpudo de la entrada, Renee había acudido a recibirlo desde la sala. Estaba sorprendentemente elegante, vestida de negro de pies a cabeza, salvo por un pequeño delantal blanco de seda, de los que se usan a la hora del té, adornado con capullos de rosa. Lo primero que Campion pensó fue que su instinto histriónico la había llevado a disfrazarse de criada, pero las palabras de Renee no tardaron en corregirlo.
—Ah, es usted, querido —dijo, cogiéndolo por el brazo—. Menos mal que por fin ha llegado alguien mínimamente respetable. Soy la única de toda la casa que se ha acordado de ponerse alguna prenda de luto. No es que sean unos insensibles, lo que pasa es que siempre están tan ocupados pensando que no tienen tiempo para pensar, no sé si me explico.
—A la perfección. Le queda muy bien. Está muy guapa.
Renee se echó a reír, y en sus ojos inquietos apareció un destello de sol.
—¡Sinvergonzón! —espetó—. No es el momento para esa clase de cosas. Ojalá lo fuera. Una cosa, Albert —dijo, bajando la voz y mirando en derredor—, ¿es verdad eso de que la policía ya ha dado con un sospechoso y está cada vez más cerca de detenerlo?
—No he oído nada al respecto —repuso con curiosidad.
—Bueno, ha estado fuera todo el día, ¿no es así? Creo que esa es la situación. Clarrie me ha dicho que no se lo cuente a nadie, y no voy a hacerlo, por supuesto, pero hay decenas de policías más por los alrededores, esperando a que les den la orden de entrar en acción.
—Es una pena que nadie se la dé.
—No está la cosa para bromas, querido. Necesitan pruebas, ¿no es así? En cualquier caso, me alegraré cuando todo esto haya terminado, por muy chocante que me resulte el desenlace… No sería la primera vez que me llevo una sorpresa desagradable. ¿Y qué me dice del viejo capitán? Saliendo a escondidas de la casa para que le lean la fortuna, para jugar a los enamorados con esa…, con esa vieja pelandusca. ¡Una bruja de cuidado! Le metió el miedo en el cuerpo al escribir esas cartas. El capitán sin duda lo sabía. El jura que no, el muy mentiroso, pero, como ya le he dicho hace un rato, es posible que haya perdido la belleza, pero sigo teniendo dos dedos de frente.
Estaba indignada, pero se mostraba tan femenina como siempre. Sus ojos relucían como los de una muchacha despechada.
—Por supuesto, ahora se encuentra mal y se arrepiente —prosiguió—, y una no puede evitar perdonarlo, pero antes me ha jurado que no tenía ni idea de que había sido ella hasta que la muy pelandusca se lo reconoció y tuvo la desvergüenza de amenazar con dejarle a Lawrence una de esas asquerosas cartas en el buzón; ¡me han dado ganas de matarlo! Cuando ayer descubrió que Lawrence se olía algo, se escabulló escaleras arriba y bebió hasta perder el sentido, gracias a una botella que yo ni siquiera sabía que tenía. Todavía me entran ganas dé matarlo, lo digo en serio.
Campion soltó una carcajada.
—¿Y qué piensa hacer ahora? —preguntó—. ¿Vigilarlo para que no se escape?
—¡Querido, pero si no se tiene en pie! —En su risita apenas hubo malicia—. Se siente muy avergonzado y está metido en la cama, a la espera de que lo atiendan. No, si estoy aquí es para recibir a nuestros viejos amigos antes de que suban, para decirles que Clarrie ha montado un pequeño bar abajo, en la cocina. Hay un poco de ginebra y muchas cervezas. Pero suba usted a echar un vistazo arriba, y converse un poco con la gente; aunque, eso sí, no beba nada, y menos aún esa cosa amarillenta que han servido en los vasos. Nuestra querida amiga lo hace con hierba cana, y tiene un efecto bastante desagradable. Cuando se canse, baje a vernos al sótano. Yo siempre trato a mis invitados como se merecen.
Campion le dio las gracias y le sonrió con afecto genuino. La luz del atardecer entraba por la puerta e iluminaba directamente el rostro de su interlocutora, subrayando los contornos de sus delicadas facciones bajo la piel arrugada. Al girarse para subir, su mirada atravesó el umbral de la habitación de Lawrence y fue a dar con el hogar y la repisa de la chimenea. Se lo quedó mirando un momento y sus ojos volvieron a Renee, con una expresión de asombro en su cara pálida.
De repente, al ver aquello, acababa de sacar otro hilo de la madeja, y el lugar hasta ahora incomprensible que Renee ocupaba en aquella casa de pronto cobró sentido. Campion no vaciló.
—Renee, creo que sé por qué hace todas estas cosas —empezó.
Nada más decirlo comprendió que había cometido un error. El rostro de la mujer se tornó sombrío, y el recelo cubrió sus ojos.
—¿En serio, querido? —En su tono había una ligera nota de advertencia—. Pues hágame un favor: no se pase de listo. Nos vemos en la cocina.
—Como quiera —murmuró él.
Se marchó, muy consciente de que, a sus espaldas, Renee lo estaba observando sin sonreír.