2.- El tercer cuervo
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EL TERCER CUERVO
Un cuervo significa peligro;
dos, desconocidos; tres, una llamada.
Se detuvo en lo alto de la pequeña loma y miró atrás. A sus pies, la escena se extendía como una miniatura reluciente, como si se encontrara bajo la cúpula de un pisapapeles de cristal. Contempló el césped brillante, la cinta del camino y, más allá, no mayor que una marioneta, la desaliñada figura con la cabeza en forma de champiñón, un borroso misterio agazapado en el banco oscuro.
Campion vaciló un instante y se sacó del bolsillo uno de esos minúsculos telescopios. Cuando se lo puso ante los ojos, la imagen de la mujer se precipitó hacia él a través del aire soleado; por primera vez, pudo verla con todo detalle. Seguía cabizbaja, con el periódico en el regazo, pero, de pronto, como si se hubiera dado cuenta de que la estaba observando, levantó la cabeza y le miró directamente a los ojos, o eso le pareció. Pero Campion estaba demasiado lejos como para que ella hubiera visto el telescopio, o incluso como para haberse percatado de que él estaba mirando en su dirección. Su rostro lo dejó asombrado.
Bajo el borde irregular del cartón, claramente visible tras la abertura central del velo, aquella cara denotaba inteligencia. Tenía la piel oscura, los rasgos delicados y los ojos hundidos, y todo el conjunto parecía dar fe de su mente despierta.
Apartó el telescopio con rapidez, consciente de su intrusión, y, por pura casualidad, fue testigo de un pequeño incidente. Un chico y una chica habían aparecido entre los arbustos, justo detrás de la mujer. Estaba claro que no esperaban toparse con ella, y en el preciso instante en que aparecieron en el campo de visión de siete leguas de Campion, el chico se detuvo y pasó el brazo por los hombros de la chica. Emprendieron la retirada, caminando sigilosamente hacia atrás. El chico era el mayor de los dos, de unos diecinueve años de edad, y tenía la típica constitución desmañada y huesuda que augura corpulencia y peso. Llevaba la cabeza descubierta, mostrando un pelo rubio y desgreñado, y su rostro sonrosado estaba marcado por unas facciones feas pero agradables. Campion podía ver su expresión con claridad, y se sorprendió ante la inquietud que translucía.
La chica era un poco más joven, y la primera impresión de Campion fue que iba vestida de forma un tanto extraña. Recortándose contra las flores de vividos colores, su cabello relucía con un lustre negroazulado, muy parecido al que lucen las amapolas en la parte central de la flor. Resultaba imposible apreciar su rostro con claridad, pero Campion se fijó en la alarma que destilaban sus ojos redondos y, sorprendido una vez más, detectó en ellos la misma indefinible aserción de inteligencia.
Los siguió con el telescopio hasta que llegaron a un santuario formado por un grupo de tamariscos y desaparecieron. Se moría de curiosidad. Las palabras de Yeo, afirmando que su intervención en el caso Palinode era cosa del destino, le vinieron a la mente como una profecía.
A lo largo de aquella semana se habían sucedido una serie de coincidencias que le habían hecho tener el caso muy presente. La aparición casual de estos dos jóvenes era el último de tales episodios. Se dio cuenta de que sentía una gran curiosidad por saber quiénes eran y por qué temían ser vistos por la insólita bruja sentada en el banco.
Se alejó a paso rápido. No podía permitir que el viejo hechizo volviese a caer sobre él. Dentro de una hora, telefonearía al Gran Hombre y aceptaría con gratitud y modestia la extraordinaria buena fortuna que había obtenido gracias a sus amigos y allegados.
Estaba cruzando la calle cuando se fijó en una vieja limusina con un blasón familiar en la portezuela.
La ilustre señora, una viuda de gran renombre, estaba esperándolo con la ventanilla bajada. Campion se acercó y se quedó plantado ante ella, con la cabeza descubierta bajo el sol.
—Mi querido muchacho. —Su fina voz tenía el encanto de un mundo desaparecido dos guerras atrás—. Lo he visto por casualidad y he decidido detenerme para decirle lo mucho que me alegro. Ya sé que se trata de un secreto, pero Dorroway vino a verme anoche y me lo contó todo con la mayor discreción. Así que ya está decidido. Su madre estaría muy contenta.
El señor Campion le respondió con los sonidos de gratitud pertinentes, pero en sus ojos había una nota de desolación que la experimentada mujer no podía ignorar.
—Una vez que esté allí le gustará —dijo, recordándole las mentiras que en su momento le habían contado sobre el colegio—. Al fin y al cabo, se trata del último lugar civilizado que queda en el mundo, y el clima es estupendo para los niños. ¿Y cómo está Amanda? Sin duda va a volar hasta allí con usted, como es natural. Diseña sus propios aviones, ¿no es así? Qué listas son las chicas de hoy.
Campion titubeó.
—El plan es que venga más adelante —dijo por fin—. Su trabajo es verdaderamente importante, y me temo que va a tener que atar muchos cabos antes de poder marcharse.
—¿En serio? —Los ancianos ojos de la aristócrata lo miraron con astucia y desaprobación—. No permita usted que se retrase mucho tiempo. Desde el punto de vista social, es fundamental que la esposa de un gobernador esté a su lado desde el principio.
Campion pensó que lo dejaría ahí, pero resultó que a la mujer se le había ocurrido otra cosa.
—Por cierto, estaba pensando en ese sirviente tan extraño que tiene usted —dijo—. Tugg… o Lugg. El que tiene esa voz tan insufrible. Debe usted irse sin él. Lo entiende, ¿verdad? Dorroway se había olvidado de él, pero prometió mencionarle el asunto. Esos pobres individuos que son tan fieles a su amos pueden llegar a ocasionar grandes equívocos y causar muchos daños. —Sus labios azulados moldeaban las palabras con meticulosidad—. No sea usted tonto. Se ha pasado la vida entera malgastando sus capacidades en el afán de ayudar a personas que no lo merecen, a individuos que se han metido en problemas con la policía. Ahora tiene la oportunidad de ocupar un cargo que incluso su propio abuelo habría considerado adecuado. Me alegro de poder verlo. Adiós, y mi más sincera enhorabuena. Por cierto, haga que le confeccionen las ropas de su hijo en Londres. Tengo entendido que las modas de ese lugar son más bien extravagantes y que a los niños no les sientan bien.
El gran coche se puso en marcha. Campion siguió su camino con lentitud. Se sentía como si estuviera arrastrando una pesada espada ceremonial, y seguía igual de deprimido cuando salió del taxi ante la puerta de su apartamento en Bottle Street, la calle cortada que se extiende hacia el norte desde Piccadilly.
La angosta escalera le resultaba tan familiar y amigable como un viejo abrigo, y, cuando la llave giró en la cerradura, toda la calidez del santuario en el que había estado viviendo desde que abandonó Cambridge corrió a recibirlo como lo habría hecho una amante. Contempló detenidamente la sala de estar por primera vez en casi veinte años, y se sintió atónito al toparse con el selvático montón de trofeos que tantos recuerdos le traían. Prefirió no mirarlos.
En el escritorio, el paciente teléfono aguardaba inmóvil, y, tras él, el reloj indicaba que faltaban cinco minutos para la hora. Se preparó para lo que lo esperaba. Había llegado el momento. Cruzó la estancia a paso rápido, con la mano extendida.
La nota que descansaba sobre el secante llamó su atención, pues estaba clavada a la superficie con una daga de hoja azulada, un recuerdo de su primera aventura que se había acostumbrado a utilizar como abrecartas. Se sintió irritado por la extravagancia del truco, pero dos cosas llamaron su atención: la tipografía experimental del encabezamiento de la carta y la espontaneidad del anuncio publicitario. Campion agachó la cabeza para empezar a leer:
CORTESÍA — COMPRENSIÓN — CONFORT
en el tránsito al más allá
JAS BOWELS E HIJO
Servicios funerarios «con sentido práctico»
Entierros familiares
12, Apron Street,
Londres W3
«Sea usted rico o no tenga un denario,
nos hacemos cargo de su calvario».
A la atención del Sr. Magersfontein Lugg,
En casa del muy honorable Sr. A. Campion,
12A Bottle Street,
Piccadilly,
Londres
Querido Magers,
Si Beatty estuviera viva que ya no es así convendrás conmigo en que es una pena sería ella la que estaría escribiendo esta carta y no yo o mi chaval.
Esta tarde nos estábamos preguntando si podrías ayudarnos a que tu señorito, si es que sigues trabajando para él y esto te llega, nos echara una mano con el jaleo de los Palinode sobre el que habrás leído en el periódico.
Las exhumaciones, como las llamamos en el sector, nunca son agradables y también son malas para el negocio que antes de todo esto iba mucho mejor.
Los dos pensamos que nos iría bien que tu señorito nos ayudara con la policía etcétera y que nosotros podríamos ser útiles para quienes no van de azul, tú ya me entiendes.
Sin forzarlo demasiado, traetelo un día a tomar el té y charlar un poco, pues no tenemos mucho que hacer después de las tres y media, y vamos a tener menos que hacer si las cosas siguen por este camino.
Recibe un abrazo, con la esperanza de que todo haya quedado olvidado.
Tuyo afectuosamente,
Jas Bowels
Cuando alzó la cabeza del papel, detectó un movimiento en la entrada que había tras él; el suelo tembló con suavidad.
—Hay que tener una jeta de hormigón armado, ¿eh? —La pintoresca personalidad de Magersfontein Lugg invadió la sala como solo lo hace el olor a comida. Llevaba puesto un déshabillé y sujetaba ante sí una pieza de ropa interior de cuerpo entero, confeccionada en franela gruesa; a primera vista, parecía que iba disfrazado del trasero de un elefante de pantomima. La «voz tan insufrible» que había mencionado la gran señora no era más que cuestión de gustos, en realidad. Muy pocos actores lograrían imitar la expresividad y la ductilidad que había en aquel resonante retumbo.
—Un hombre horroroso, ese Bowels del demonio. Ya se lo dije a ella cuando se casó con él.
—¿Justo en la boda? —preguntó su jefe con curiosidad.
—Después de haberme bebido media botella de champán. —Pareció recordar el episodio con satisfacción.
Campion posó la mano sobre el teléfono.
—¿Y quién era ella? ¿Su amor verdadero, Lugg?
—¡No, por Dios! Era mi hermanita. Ese maldito paleador de gusanos es mi cuñado. Llevaba treinta años sin dirigirle la palabra y sin pensar en él… hasta que hoy ha llegado esto.
Campion se sorprendió al ver que su viejo compañero de fatigas lo miraba directamente a los ojos, cosa que no había pasado en mucho tiempo.
—Jas se lo tomó como un cumplido. —Sus relucientes ojillos lo observaron a través de los pliegues circundantes, con una agresividad que no llegaba a encubrir el reproche e incluso el pánico que anidaban en su interior—. Es un tipo de esos. Me cogió tirria después de que me retirasen de la circulación una temporadita, ¡como si a él también lo hubieran metido allí dentro por mi culpa! Se puso hecho una furia y me devolvió el regalo de boda que compré para mi Beatty, haciéndome unas cuantas preguntas del tipo al que usted y yo no estamos acostumbrados. No quise volver a saber nada más de él en la vida. Y ahora aparece de repente, me dice que, por cierto, mi hermana lleva un tiempo muerta, cosa que yo ya sabía, y me pide un favor. No es más que una coincidencia, ya lo sabe. ¿Quiere que vaya fuera mientras hace usted sus llamadas?
Campion, delgado y con gafas, se alejó del escritorio.
—¿Es que están ustedes compinchados? —preguntó con brevedad.
El lugar donde antaño estuvieran las cejas del señor Lugg se alzó hasta alcanzar la calva bóveda de su cráneo. Dobló su pieza de ropa interior con cuidado.
—Haremos como que no he oído eso —dijo, con aire muy digno—. Solo estoy preparando mis cosas. Tampoco pasa nada. Ya tengo escrito el anuncio.
—¿El qué?
—El anuncio. «Caballero al servicio de caballeros busca un empleo interesante. Referencias extraordinarias. Preferencia por títulos nobiliarios». Es eso, más o menos. No puedo ir con usted, jefe. No quiero verme envuelto en un conflicto internacional.
El señor Campion se sentó a releer la misiva.
—¿A qué hora ha llegado esto, exactamente?
—Con el último reparto del correo, hace diez minutos. Puedo enseñarle el sobre si no se lo cree.
—¿Sería posible que la vieja Renee Roper estuviera detrás de todo esto?
—La señora Roper no fue quien casó a mi hermana con este individuo, si a eso se refiere. —Lugg hablaba en tono desdeñoso—. No se ponga tan nervioso, hombre. Lo de Bowels es una simple coincidencia, la segunda con la que se ha encontrado en relación a este embrollo de los Palinode. Pero no se ponga nervioso. No es para tanto. Y, de todas formas, ¿a usted qué le importa Jas?
—Jas Bowels viene a ser el tercer cuervo, ya que quiere saberlo —dijo Campion. Al cabo de un momento, su rostro adoptó una expresión de tranquila felicidad.