24.- A través de la red

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A TRAVÉS DE LA RED

El exagerado rumor inicial, según el cual la recepción de los Palinode iba a ser como un banquete de los Borgia, pronto se vio sustituido por algo más cercano a la verdad. Con todo, nadie estaba autorizado a salir de la casa, y la tensión era muy elevada.

La prensa se había congregado en el jardín, que estaba húmedo por la lluvia. No los habían dejado entrar en la vivienda, por lo que simplemente esperaban, agrupados en corrillos, mojados, irritables y llenos de ideas poco recomendables.

En el interior, el nerviosismo era todavía más acusado. En la gran habitación de la señorita Evadne, la fiesta seguía adelante en un ambiente sombrío. No se habían producido más bajas hasta el momento. El inspector Porky Bowden, la mano derecha de Luke en comisaría, continuaba tomando nombres, direcciones y alguna que otra corta declaración. Dice y sus inexpresivos agentes habían retirado todo vaso, taza o jarra que contuviera alguna bebida.

En los intervalos que se daban entre una y otra cosa, Adrián Siddons recitaba.

En la planta baja, la sala de estar y el cuarto adyacente habían sido transformados en un improvisado pabellón hospitalario para Lawrence. A petición del médico, Clarrie había quitado las pantallas de las lámparas, dejando las bombillas al desnudo, y las dos descuidadas estancias, que nadie de la casa solía visitar, exhibían ahora una escueta sordidez marcada por el polvoriento suelo de tablones, la cruel iluminación y la desportillada loza del baño.

El doctor Smith estaba subiéndose las mangas de la camisa cuando Renee llegó con un montón de toallas limpias. Se había puesto un delantal de cocina por encima del vestido negro, y, ahora que habían conseguido evitar la tragedia, se mostraba aliviada y animada.

Sonrió a Lawrence, que yacía en el gastado sofá de estilo Imperio con un aspecto horrorosamente parecido al de un ave a medio desplumar. Tenía la piel húmeda y lívida, pero ya se encontraba fuera de peligro, y una rabia ofendida y perpleja estaba empezando a adueñarse de él.

Campion y el inspector de división se dedicaban a cotejar sus respectivas notas. Ambos estaban cansados, pero Luke parecía estar recuperando las energías.

—¿Se da cuenta? Estamos hablando de un brebaje totalmente distinto. —El sordo murmullo de su voz zumbó en los oídos de Campion mientras trazaba sendos círculos alrededor de un elemento que estaba presente en uno y otro listado—. A este caballero le dieron algo diferente que a los demás. De color distinto, con un olor distinto. No vamos a tener el análisis del laboratorio hasta mañana. No hay forma de conseguirlo antes, así que tendremos que hacer cuanto podamos sin él.

Su lápiz recorrió una anotación: «Dice que no se fijó en quién le dio la copa».

—¿Y qué me dice de esto?

—Que parece probable. Si pudiera, nos ayudaría —dijo Campion—. Como es natural, no está muy contento con lo sucedido.

—Lo mismo pienso yo. —En sus esfuerzos por no hacer ruido, su voz sonaba como un gigantesco moscardón—. Todos los que tienen relación con la familia parecen estar ayudando. La propia señorita Jessica. Lugg, Clitia, incluso el doctor, aunque fuera durante un rato; el señor James, el señor Drudge, el abogado ese… Renee, los actores… Todo el mundo.

Campion se volvió hacia el médico.

—No puedo asegurarlo —dijo este—, y no lo sabremos con certeza hasta que tengamos el análisis, pero creo que a este hombre le han dado algo más que una simple infusión de hierbas venenosas. ¿Me explico?

Luke lo miró con cierta sorpresa.

—Lo que le sirvieron era algo distinto —indicó—. De otro color…

—Sí, claro. Creo que esa tisana era tóxica, fuera lo que fuera. Lo que seguramente le salvó la vida, pues lo hizo vomitar. Pero creo que le dieron algo más. —Titubeó, y sus ojos melancólicos saltaron de un investigador a otro—. Algo más ortodoxo, por así decirlo. El señor Lawrence estaba adormilado y rígido a la vez, lo que resulta cuando menos peculiar. La reacción también ha sido muy rápida. Es posible que le hayan administrado una gran dosis de doral. No lo sé. Aunque pronto lo sabremos, claro está. He tomado muestras. Por cierto, ¿dónde está su copa? La llevaba en la mano, ¿no?

—Se la ha llevado Dice. Ha estado reuniendo todas las pruebas —indicó Luke, que seguía interesado en aclarar aquella nueva posibilidad—. Doctor, ¿es posible que se trate de un nuevo envenenamiento con escopolamina?

—No, en absoluto. Ha sido lo primero que he pensado, de forma que me he fijado bien en los síntomas, pero me parece muy poco probable. Prácticamente descartable.

—Alguien está intentando hacer que parezca cosa de Jessica.

Aquella afirmación, pronunciada por una voz áspera y reseca por los vómitos, los pilló a todos por sorpresa. Se acercaron al sofá de inmediato; Lawrence los estaba mirando, convertido en una gárgola viviente. Tenía el pelo húmedo y el rostro reluciente, pero sus ojos brillaban con la misma inteligencia de siempre.

—Están intentando inculpar a mi hermana. —Pronunciaba las palabras de forma meticulosa, como si pensara que estaba hablando con unos individuos estúpidos o, cuando menos, medio sordos—. Pretenden convertirla en su chivo expiatorio.

—¿Por qué piensa eso? —preguntó Luke con interés.

El convaleciente respondió con voz rota, al tiempo que trataba de enderezarse sobre los cojines.

—En mi copa había un trozo de hoja. Me lo he sacado de la boca tras tomar el primer sorbo; me he bebido la mitad de un solo trago. Los brebajes de ese tipo hay que beberlos de golpe, o casi. Es la única forma posible. Todos tienen un sabor horrible. —Lo dijo con tal convicción que nadie sonrió—. Era una hoja de cicuta. Un clásico. Por eso me he dado cuenta. Lo he comprendido al instante.

—¿Y por qué está tan seguro de que no ha sido la señorita Jessica?

El doctor hizo la pregunta antes de que los otros dos tuvieran tiempo de intervenir. La planteó con sencillez, como si la mente de Lawrence estuviera tan maltrecha como su cuerpo. El paciente cerró los ojos, exasperado.

—Mi hermana no habría sido tan bruta —musitó—, suponiendo que fuera capaz de hacer algo así. Incluso los mismos griegos admitían que la cicuta resulta muy difícil de administrar. Ella lo habría tenido en cuenta. Un ignorante está tratando de hacer que parezca que fue Jessica quien envenenó a Ruth, cosa que es tan ridícula como perversa.

El doctor Smith levantó la barbilla.

—Creo que el señor Lawrence tiene razón —dijo—. Es algo que ya me rondaba por la cabeza. El responsable de todo esto es alguien que se está pasando de listo, Luke. Aunque no termino de comprender la necesidad de agredir al joven Dunning.

—Pero yo pensaba que ya sabían quién era. Creía que la policía estaba preparando su red.

Se habían olvidado de Renee. Su intervención los tomó por sorpresa y los dejó sin respuesta.

—¿Me están diciendo que aún no lo saben? —quiso saber—. ¿Es que no van a detener a nadie? ¿Cuánto tiempo va a durar todo esto?

El doctor tosió.

—Bueno, lo cierto es que yo había oído que la policía estaba a punto de entrar en acción… —dijo—. Según tengo entendido, iban a darle un vuelco al caso…

Lo dejó ahí. Charlie Luke se mostró introvertido.

—Necesitamos interrogar a un hombre llamado Joseph Congreve —explicó, no de muy buena gana—. Está en paradero desconocido, y es posible que nuestra búsqueda haya levantado la liebre. Bueno, ¿viene usted conmigo, señor Campion? La señorita Jessica está esperándonos en la habitación de al lado. Dice usted que tiene un parto ahora, ¿no es así, doctor? Bueno, pues vuelva en cuanto pueda. Cuide de Lawrence, Renee.

Pasaron al comedor. La primera persona a la que vieron, de pie junto a la chimenea y debajo del retrato del profesor Palinode, fue al comisario Yeo. No estaba participando en la investigación.

Plantado ante el hogar, con las manos unidas tras la espalda, fijó la mirada en ellos, pero no sonrió.

Todos comprendieron el significado de su presencia en la casa. Al parecer, sí que iba a haber una detención, después de todo.

Luke fue a hablar con él inmediatamente, y Campion se disponía a hacer otro tanto cuando una mano suave lo detuvo. La señorita Jessica se dirigió a él como si fuera su salvador. Se había quitado el sombrero de cartón, pero seguía luciendo el velo de automovilista al estilo de las románticas mujeres victorianas. No llevaba el bolso, y su vestimenta —la habitual combinación de muselina sobre lana— se había ajustado a su cuerpo de forma peculiar. Tenía un aspecto curioso, en cierto modo decorativo, y femenino al cien por cien.

—Lawrence ha tomado algo que le ha sentado mal —dijo con discreción—. ¿Lo sabe usted?

—Sí —respondió Campion en tono grave—. Las consecuencias habrían podido ser muy serias.

—Lo sé. Eso me han dicho. —Con una mano señaló a Dice y a los demás policías. Su bonita voz parecía tan inteligente como siempre, pero Campion advirtió, apenado, que estaba verdaderamente aterrada.

—Yo no he cometido ningún error —añadió la señorita Jessica, con el lastimoso tono solemne de quien no está seguro del todo—. Tiene que ayudarme a convencerlos. He seguido las recetas de Boon con muchísimo cuidado, excepto cuando he tenido que hacer alguna omisión. Íbamos a celebrar una recepción, y una siempre quiere lo mejor para sus invitados, ya sabe usted.

Había seriedad en su pequeño rostro, e inquietud en sus hermosos ojos.

—Yo quiero mucho a Lawrence —dijo, como si reconocerlo constituyera una muestra de debilidad—. Estoy más unida a él que a ninguna otra persona. Nunca le haría daño. Aunque lo cierto es que nunca haría daño a nadie, al menos de forma consciente.

—Vamos a ver —dijo Campion—. ¿Qué es lo que ha hecho usted exactamente? —Porque estaba claro que la mujer estaba ansiosa por decírselo.

—Preparé dos infusiones, una de ortigas y otra de hierba de Santa María. Evadne fue quien compró la yerba mate, y la preparó ella misma. Era la bebida de color marrón claro, ya sabe, bastante parecida al té. La tisana de ortigas era de color gris, y la de hierba de Santa María de un tono amarillento. Pero me han dicho que lo que Lawrence bebió era de un color verde botella oscuro.

—Con hojas dentro —musitó Campion, de forma involuntaria.

—¿En serio? —La señorita Jessica reaccionó inmediatamente—. Entonces no ha sido nada de lo que yo he preparado. Siempre lo filtro todo con mucho cuidado a través de un retal de una sábana vieja… limpia, por supuesto. —Miró a Campion con ojos inquisitivos—. ¿Se acuerda de lo que dice Boon? «El residuo constituye un valioso añadido vegetal al régimen alimenticio».

—Por Dios —dijo el investigador, escrutando su rostro a través de los cristales de las gafas—. Sí, supongo que eso es lo que dice. A ver, ¿tiene usted esos, eh, residuos vegetales en la cocina?

No llegó a oír su respuesta, pues la puerta se abrió de pronto y Clarrie Grace, con el rostro enrojecido y angustiado, entró portando una bandeja con una botella de whisky irlandés sin abrir, un sifón y media docena de vasos.

—De parte de la señorita Roper —anunció, dirigiéndose a los presentes como si fueran el público de un teatro—. El whisky es del bueno, así que disfrútenlo.

Dejó la bandeja en el extremo de la mesa que hacía las veces de escritorio, les dedicó su mejor sonrisa de escenario y se marchó con rapidez, dejando muy claro que no tenía intención alguna de escuchar su conversación de forma indiscreta.

Los policías hicieron caso omiso de la interrupción y siguieron hablando entre ellos. La señorita Jessica se giró hacia su salvador.

—Una mujer un poco tonta, pero muy amable —musitó.

—Es posible —convino él en tono ausente, y fijó su mirada en el cuadro que pendía sobre la repisa de la chimenea.

Había olvidado la capacidad de su interlocutora para leer las mentes ajenas, así que no pudo evitar sorprenderse cuando esta se ruborizó ligeramente y le habló como si hubiera adivinado sus pensamientos.

—Ah, ya se ha fijado, ¿no es así? —dijo con suavidad—. El parecido es bastante evidente, ¿verdad? Su madre era bailarina, o eso tengo entendido.

Campion la miró, y la señorita Jessica prosiguió, hablando con rapidez pero sin levantar la voz, disfrutando del efecto que estaban teniendo sus palabras.

—También fue una muy dotada mujer de negocios, me parece. Mi madre, la poeta a la que tanto me parezco, nunca se enteró de su existencia, ni de la de la hija, claro está, pero mi padre era un hombre justo y les proporcionó bastante dinero. Sospecho que sabía que Renee había heredado su talento para lo práctico, al contrario que nosotros, pues se aseguró de que todas las propiedades (que para él tenían un valor sentimental) fuesen para ella. Esa es la razón por la que aceptamos tanto de ella.

Campion todavía estaba digiriendo la información cuando su interlocutora acercó su rostro al de él y musitó algo que lo dejó sin palabras.

—Sea muy discreto, por favor. Verá…, ella no sabe que nosotros estamos al corriente. Así evitamos que nadie se sienta incómodo.

En su voz gentil había una nota de complacencia. Entrelazó las manos en un gesto significativo, tal y como la poeta sin duda había hecho en la práctica y oscura era victoriana. Su ecuanimidad ni siquiera se inmutó cuando Luke apareció a su lado y le habló con brusquedad. La señorita Jessica se sentó allí donde le indicó el inspector y respondió a sus primeras preguntas con una seguridad absoluta.

El interrogatorio puso bastante más nervioso a Campion. Aquella situación constituía la clásica pesadilla para todo buen policía, doblemente en este caso, pues pronto quedó claro que la señorita Jessica podría haberse equivocado al preparar sus tisanas, aunque, al mismo tiempo, ninguno de los presentes creía que fuera culpable de los crímenes premeditados que habían tenido lugar.

Estaba a punto de dar la espalda a aquella insoportable entrevista cuando la voz de la señorita Jessica interrumpió sus meditaciones.

—Ah, ¿es esta la copa de la que ha bebido Lawrence? Tengan cuidado, por favor. Es una de las copas de jerez de Evadne. Son muy antiguas, y solo le quedan dos.

Las palabras se liberaron del presente inmediato y quedaron tendidas ante sus ojos, muy pequeñas y claras, como si estuvieran impresas en un tipo sólido y negro sobre una imagen de la sala.

Dos cosas resultaron patentes en este momento.

Luke, que sostenía la pequeña copa verdosa envuelta en un pañuelo doblado, fijó la mirada en él, con una expresión interrogante en sus ojos curiosamente almendrados. Campion se acercó a la señorita Jessica y se sorprendió al constatar que la voz le temblaba.

—He visto flores en estas copas. ¿Las usa su hermana para las flores? ¿Para las siemprevivas secas?

—¿Siemprevivas? —La mujer lo miró, horrorizada—. Oh, no, nada de eso. Son las dos últimas copas de jerez que le quedan, las heredó de mi padre. Evadne no las emplearía para otra cosa jamás en la vida. Son muy valiosas. No me había dado cuenta de que las había sacado. Normalmente están en la repisa de la chimenea. No tenemos jerez, por eso hemos tenido que preparar otras cosas para beber.

Campion había dejado de escucharla. Se disculpó brevemente, dio media vuelta y salió apresuradamente de la estancia. Fue a la sala de estar, donde Lawrence seguía tumbado en el sofá, y le formuló una pregunta que el convaleciente encontró absurda e irrelevante.

—Bueno, sí —respondió Lawrence Palinode finalmente—. Sí, ya que lo pregunta, es algo que siempre hacíamos. Siempre. Era una costumbre que teníamos, desde los viejos tiempos. Todos nosotros, sí. Siempre. ¡Por Dios! ¿No estará usted sugiriendo que…?

Campion lo dejó y se dirigió con rapidez al comedor. Tenía un aspecto descoloridamente juvenil.

—Vamos —le dijo a Luke con enérgica autoridad—. Primero las pruebas, supongo, y lo siguiente, amigo mío, será terminar de cerrar esa red suya. Si es que la hemos lanzado a tiempo.