8

Pasaron unos días. Luego una semana. Luego otra, y otra. Antes contaba mi vida por fines de semana, idas al teatro y sesiones de diálisis de Lyle. Marcaba los días con deberes para el colegio o tardes en que tenía que cuidar niños. Pero lo que ahora señalaba en mi vida eran los progresos que hacía tumbada en un sofá, con Hally o Lissa, Ryan o Devon a mi lado. El número de palabras que lograba pronunciar. Los dedos que conseguía mover.

Y por primera vez, mi mente bullía con recuerdos que eran míos y solo míos. Mi primera sonrisa cuando Hally me contó entre susurros todas las cosas absurdas y sin sentido que había logrado que su hermano hiciera cuando eran pequeños. Mi primera carcajada, que hizo dar un respingo a Lissa antes de echarse a reír ella también. Pero incluso los días en que en vez de progresar parecía que retrocedía y yacía muda y paralizada en el sofá, atrapada en la oscuridad que reinaba tras nuestros párpados, siempre había alguien a mi lado que me hablaba y me contaba historias.

Así me enteré de que la familia Mullan había venido a vivir a Lupside un año antes que nosotras, cuando su madre encontró un nuevo trabajo. De lo mucho que Ryan echaba de menos su antigua casa, pues había vivido doce años en ella y se sabía de memoria el sitio que ocupaba cada libro de la biblioteca y el crujido de cada peldaño de la escalera de caracol. De que Hally, en cambio, no la echaba de menos porque casi no tenían vecinos y los pocos que había eran odiosos. De que, pese a todo, los dos tenían buenos recuerdos del campo que había detrás de la casa y de la infancia que habían pasado jugando allí mientras se imaginaban estar en cualquier otro lugar menos en el que en realidad estaban.

Recuerdo con claridad meridiana el primer día que abrí los ojos.

Hally gritó y salió disparada en busca de Devon.

—¡Mira! —exclamó—. ¡Mira!

—¿Eva? —dijo Devon. Pero no era Devon.

Aquella fue la primera vez que los sorprendí al cambiarse, que sorprendí a Ryan abriéndose camino para mirarme. Ni siquiera pude mover los ojos ni sonreír ni reírme, solo mirarlo fijamente. Estaba tan cerca que casi podía contarle las pestañas, que eran largas, oscuras y curvadas como las de Hally.

Recuerdo aquella imagen de Ryan, con una sonrisa de medio lado y el pelo húmedo y más rizado de lo habitual a causa de la lluvia que había caído aquella tarde. Era la primera vez que lo veía de verdad, pues casi nunca coincidíamos en el colegio, y cuando nos veíamos siempre parecía ser Devon quien tenía el control. Hizo un leve gesto de fastidio con los ojos cuando Hally le dio un codazo para que se apartara y yo pudiese mirarla a ella.

—Dentro de nada —dijo con una sonrisa— estarás dando volteretas.

En ocasiones como aquella, la creía. Otras veces no estaba tan segura.

—No te preocupes —me dijo Ryan una tarde en que no estaban Hally y Lissa.

Cada vez nos dejaban más tiempo a solas con Ryan, y Addie había dejado de preguntar adónde iban. A mí me daba igual. Me gustaba aquel chico que colocaba una silla junto al sofá, que me hablaba de voltajes e instalaciones eléctricas y luego se echaba a reír y decía que debía de estar aburriéndome como una ostra, pero que todo aquel rollo me serviría como incentivo para recuperar el control de mis piernas y poder escapar.

¿Y si nunca llego a recuperar el control?, pregunté. Ahora hablaba mucho con él y con Lissa; sabía que no podían oírme, pero hablaba de todos modos. A veces llegaban a pasarse una hora entera hablando solos. Lo menos que podía hacer para corresponder era hablarles, aunque ellos no lo supieran.

Ryan acercó más su silla.

—Devon y yo nunca llegamos a asentarnos del todo. Hubo unos meses, cuando teníamos cinco o seis años, en que me pareció estar perdiendo fuerza. Todo el mundo daba por hecho que habría desaparecido antes de cumplir los siete. —Sonrió—. Pero volví. No sé exactamente cómo. Recuerdo que luché por el control, que Devon también peleó… y no sé más. Nuestros padres no se lo dijeron a nadie. ¿Recuerdas que te comenté que nuestra madre trabaja en el hospital?

Lo recordaba. De ahí habían sacado el fármaco; lo habían robado un día que Hally había ido con su madre. Addie se echó a temblar como una hoja cuando se enteró.

—Ella sabe de estas cosas. Creyó que lo único que pasaba era que íbamos algo retrasadas o algo así. O al menos esa era su esperanza. Así que no dio parte y procuró que lo ocultásemos; y ella nos mantuvo ocultos a nosotros. Donvale (donde vivíamos antes) es uno de esos sitios rurales y muy pequeños, así que era más fácil mantenerlo en secreto. Papá nos dio clase en casa los dos primeros cursos para que no pasáramos demasiado tiempo con gente durante esa época en la que uno acaba de asentarse. Nuestros padres tenían miedo, ¿sabes?

Tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas —de todas mis fuerzas y de toda mi capacidad de concentración—, pero logré dominar nuestros labios, nuestra lengua, para que formasen una sola palabra: «Sí». Y con esa palabra intenté transmitirlo todo.

Ryan sonrió, como siempre que yo hablaba, aunque no dijese más que un par de sílabas. Pero luego su sonrisa se desvaneció:

—Los agentes del Gobierno no habrían transigido con la fecha límite; no con nosotros.

Me debatí entre el horror y la envidia. Si sabes que tu hijo está mal, que no se desarrolla como es debido, ¿cómo no vas a llevarlo al médico? ¿Cómo no te vas a preocupar?

—Pero al final, lo de no asistir a un colegio normal comenzó a llamar la atención más de la cuenta. A nuestra madre le pareció que Devon mostraba señales de ser el dominante, así que cuando nos matriculó solo puso su nombre. «Tenéis que fingir», nos dijo. Ya habíamos aprendido lo importante que era.

Tenía la mirada fija en él, y deseaba tener las palabras y la fuerza para decirle que sabía exactamente a qué se refería, para hablarle de la curiosidad y el miedo que Addie y yo habíamos tenido que afrontar en el patio del colegio.

Pero Ryan lo sabía, igual que sabía que sus rasgos recordaban a los cuadros de nuestro libro de historia, a los extranjeros que había que mantener fuera del país a toda costa para que este siguiera a salvo.

—Así que fingimos. —Se encogió de hombros—. Y seguimos fingiendo. Por entonces Hally y Lissa tenían siete años y tampoco daban señales de ir a asentarse. —Rio—. Creo que papá y mamá estaban aún más preocupados con este segundo caso en la familia. A Hally le cuesta un poco mantenerse oculta.

Entonces, ¿qué hicieron?

—Hally siempre fue la que más se hacía notar, así que en el colegio la inscribieron a ella —dijo como si me leyese el pensamiento con solo mirarme—. Fingió tan bien, que comenzamos a asumir que era la dominante, incluso ante nuestros padres. Se sintieron muy aliviados. Y ahora ellos… bueno, nunca hablamos de eso. —Esbozó una sonrisa irónica—. Somos tan buenos actores que mis padres creen que somos normales, o al menos eso se dicen a sí mismos.

Jugueteó con su último proyecto: una linterna de pilas pero que también funcionaba a cuerda, como un reloj. Tenía cientos de cosas almacenadas en el sótano: radiocasetes conectados a altavoces, ordenadores montados por él mismo y otros que había desarmado, incluso cámaras diseccionadas. Me había prometido enseñármelas algún día, cuando fuese capaz de moverme.

—No estaba seguro de si encontraríamos a alguien más —dijo—. Y si lo encontramos, no sabía si… si sería prudente intentar… ser… —Hizo una pausa—. Hally tenía muchas ganas, más que cualquiera de nosotros. Necesitaba conocer a otros, ¿sabes? Estar con gente como nosotros. Pero yo pensé… bueno, Devon y yo pensamos que sería muy peligroso. Le costó varios meses convencernos. —Me miró un instante y volvió a concentrarse en la linterna—. Pero me alegro de que lo consiguiera.

Yo también, quise decir. Y probablemente habría podido, pero por algún motivo no habría sido suficiente. Porque si Hally no hubiera parado a Addie en el pasillo del colegio aquel día, o si no hubiera insistido en que fuésemos a su casa después de la inundación del museo, o si Devon no se hubiera prestado a revisar a escondidas las fichas de matrícula, o si Lissa no hubiera obligado a Addie a escucharla y un montón de detalles más, probablemente seguiría contando mi existencia por fines de semanas y tardes cuidando niños. Seguiría siendo tan solo un fantasma que no hacía más que fastidiarle la vida a Addie.

—Eva —dijo Ryan.

Alcé la vista y unimos nuestras miradas. Qué extraño era ver lo distinta que era la cara de ese chico cuando el control lo tenía él y no Devon. Tenía una sonrisa que me moría por devolverle.

—¿Sí? —dije de nuevo. La segunda vez era algo más fácil, como tocar un instrumento o cantar una canción después de haber ensayado.

Tardó un minuto en contestar. Frunció el ceño, que le arrugó la frente y le oscureció los ojos. Por un momento temí que fuesen a cambiarse. Devon casi no me hablaba. Si mutaba en aquel momento ello significaría el final de la conversación, y que me quedaría sola en el sofá hasta que Addie despertara. Pero no se cambiaron, aunque las palabras que Ryan pronunció a continuación sonaron forzadas y transmitían inseguridad:

—¿Te has preguntado alguna vez qué les pasa a esos niños que se llevan?

Me limité a mirarlo fijamente. Su ceño se acentuó. Abrió la boca y volvió a cerrarla sin pronunciar nada. Al cabo dijo:

—¿Te has preguntado cuántos híbridos hay en realidad por ahí sueltos?

Apartó su mirada de la mía y se puso tenso. Y entonces desapareció. Devon se apoyó contra la pared.

—De todos modos, no parece que por ahora puedas responder.

Justo en ese momento llegó Hally, y Devon se fue al piso de arriba. No tenía manera de pedirle que volviese, ni de hablar con Ryan.

Pasaban los días y las semanas casi sin que nos diésemos cuenta. Yo iba recobrando mi fuerza muy poco a poco; seguía tumbada en el sofá inmóvil y muda, excepto en las ocasiones en que lograba articular fragmentos de frases que cada vez iban siendo un poco más largos. Eso sí, pronto pude abrir nuestros ojos sin dificultad y mover los dedos de pies y manos. La primera vez que levanté la mano casi un palmo sobre el sofá, Hally soltó un chillido y se puso a aplaudir.

Cuando recuperar el control de nuestro cuerpo con tanta lentitud no me preocupaba, sí me preocupaba estar haciéndolo demasiado aprisa. ¿Iba demasiado rápido para Addie? Algunas tardes, Hally o Lissa le contaban los progresos que había conseguido. Addie nunca decía gran cosa, se limitaba a asentir con la cabeza y recoger la mochila para irnos a casa.

Y yo no podía evitar una sensación de vacío.