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Nunca antes habíamos estado en el mar, ni probado su sabor salado mientras saltábamos las olas, ni sentido la arena escabulléndose bajo los pies por efecto del reflujo. Salpiqué a Hally y ella echó la cabeza atrás entre risas y gritos; el viento le alborotó el pelo. Kitty y Jaime buscaban conchas en la orilla, de espaldas a nosotros. No importaba que no dispusiéramos de trajes de baño. Teníamos todo el verano por delante. Y el verano siguiente, y el siguiente, y el siguiente.

Los días eran cada vez más calurosos. Cuando el sol brillante se convertía en abrasador, casi podía quemar los fríos recuerdos de los asépticos y blancos pasillos de la Clínica Normand. Supuse que a Lyle le encantaría estar aquí, pero deseché ese pensamiento. Me hacía sufrir demasiado.

Chapoteé entre las olas; teníamos los pantalones cortos empapados y la camiseta pegada a la piel. Los cortes de nuestras piernas habían cicatrizado y ya tenían costra, y el salitre no les venía mal. Ni siquiera las heridas de las manos y la frente nos escocían casi nada cuando las alcanzaba una ola. Nos iban a quedar cicatrices, pero eso era inevitable.

Jackson nos había acompañado, aunque se mantuvo a una distancia prudencial del agua. Quizá porque se mostraba reticente a formar parte de nuestro grupo. Aun así, me saludó con la mano.

Siempre con la misma sonrisa, comentó Addie. Como si a todas horas hubiese alguna bobada que lo hiciera sonreír.

—¿Lo estás pasando bien? —preguntó Jackson cuando salí del agua entre chapoteos y me acerqué. El intenso azul del océano apagaba el azul de sus ojos y los hacía parecer casi transparentes. Le sonreí y desvié la mirada, porque aquel no era el chico al que yo quería ver.

El sol me hizo parpadear, pero enseguida localicé a Ryan. Se encontraba en la orilla, a unos diez metros de donde habíamos estado Hally y yo. Aún tenía puestos los zapatos. El viento le levantaba un poco el pelo y mi sonrisa se ensanchó, aunque se desvaneció enseguida.

—¿Qué pasa? —preguntó Jackson.

—¿Qué? —repuse—. Nada.

—Una chica no pone esa cara cuando no le pasa nada —dijo Jackson, y se echó a reír—. ¿No sabe que te gusta?

Me ruboricé y no me digné a mirarlo.

—¿Cómo sabes que me gusta?

Jackson soltó otra risita socarrona.

—Bueno, él sí lo sabe —añadí. Ni siquiera necesitaba concentrarme para recordar aquel beso en el pasillo, la calidez de su boca, el contacto de sus manos. Un beso robado en la oscuridad que fue suficiente para eclipsar el sol de la playa.

—¿Y tú no le gustas a él? —preguntó Jackson en tono de duda.

Ryan estaba de espaldas a nosotros. Miró a su hermana, luego se volvió hacia el océano, a su vasta y brillante extensión.

—No —respondí—. No, no es eso. —Addie se revolvió, pero no dijo nada. Y yo tampoco iba a aclarar demasiado, porque no quería dar la impresión de que la estaba culpando a ella. No la culpaba de nada, pero las cosas eran como eran—. Es que no es solo cosa de nosotros dos, ¿sabes? —Me giré de espaldas a Ryan y busqué los ojos de Jackson. Era tan alto que tuve que echar la cabeza atrás—. También está Addie…

La sonrisa de Jackson se apagó un poco.

—Pero Addie no tiene por qué estar ahí.

—Por supuesto que tiene que estar. —Fruncí el ceño—. Esa es la cuestión, somos híbridas. Nunca estamos solas. Nosotras…

—¿Nunca has desaparecido para regresar después? —quiso saber Jackson.

Me quedé mirándolo.

El sol caía a plomo muy, muy caluroso.

—¿Nunca? —repitió en voz baja—. ¿Nunca te has obligado a quedarte dormida? ¿A dejar sola a Addie?

El verano en que cumplimos trece años había desaparecido durante unas horas. Sin medicación ni drogas. Yo sola, sin más ayuda que el deseo de desaparecer.

—Pero… —empecé.

—Hace falta práctica —dijo Jackson. Su mirada era ahora más dulce—. Muchas horas de práctica, si de verdad quieres dominarlo. Pero es normal, Eva. Es lo que hace todo el mundo. Creí que lo sabías.

¿Cómo lo íbamos a saber? ¿Quién nos hubiese explicado qué era normal y qué no? Me había pasado la vida aferrada a mi hermana y aterrorizada ante la idea de soltarme de ella.

Hally les dijo a Kitty y Jaime que se metieran en el agua, y se echó a reír cuando ambos dejaron caer las conchas en el acto y obedecieron sin siquiera quitarse los zapatos.

¿Eva?, llamó Addie.

No es necesario que nos pongamos a hablar de esto ahora, le dije. Por favor, no en este momento

Era demasiado para un momento como aquel. Para un día como aquel. Para aquel instante. Y Jackson debió de darse cuenta, porque no añadió nada más, solo me sonrió cuando intenté sonreírle yo. Me aparté de su lado.

Ryan seguía junto a la orilla.

Me acerqué con cautela, temerosa de que se convirtiera en Devon antes de que llegara a su lado. Pero no mutó. Se limitó a mirarme.

—Hola —dijo cuando yo estaba a unos pasos.

—Hola —respondí, y me acerqué más. Los dedos de los pies se me hundieron en la arena.

Ryan recorrió los pocos pasos que nos separaban y se situó a mi lado. El agua le lamía los zapatos y mis pies descalzos.

—Has estado hablando con Peter —me dijo.

Era cierto. Había comenzado a asistir a las reuniones que mantenía con sus amigos, a asimilar lo que era ser híbrido y libre y luchar en nuestro país. A preguntarle qué había de verdad en lo que nos habían contado sobre los demás países. Si de verdad estaban prosperando y enviando suministros.

Lo era. Y nos enviaban material.

Los rostros de los demás niños seguían apareciendo en nuestros sueños. Bridget. Cal. Derivados a otro hospital. A otra institución. Embutidos en otro uniforme.

Pero para evitar eso trabajaban Peter y los demás. Para destruir las instituciones. Para liberar a todos esos niños que habían sido arrancados de sus hogares y cuyas familias jamás podrían volver a hablar de ellos.

Nosotros ahora formábamos parte de aquel movimiento de resistencia.

—¡Ryan! —exclamó Hally, y se rio al tiempo que nos hacía señas con la mano—. ¡Eva! ¿Qué hacéis ahí? Venid.

Ryan me sonrió. Yo le correspondí. Me dio la mano y me llevó al agua hasta donde ya empezaba a cubrir y las olas nos empujaban y arrastraban adelante y atrás, adelante y atrás.

—Tus zapatos… —dije entre risas, pero él siguió avanzando. También se echó a reír, y me sentí más ligera de lo que me había sentido en toda mi vida. Llena de aire, nubes y sol.

Cerré los ojos y apreté la mano de Ryan, que me guio como hizo aquel día ya tan lejano, cuando yo estaba ciega e inmovilizada en su sofá, asustada y aturdida, bajo el control de todo el mundo excepto del mío. Dejé que la luz del sol empapara mi piel.

Addie estaba cálida y radiante a mi lado, siempre mi otra mitad. Pero yo… yo era Eva, Eva, Eva de pies a cabeza.