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Campamento de maquis
Oregón
Un mes más tarde
Todos eran allí desconocidos, pero al menos Jody se sentía a salvo. Después del infierno del que había sobrevivido, después de que todo su mundo quedara destruido poco a poco (primero la leucemia, luego el incendio que mató a su padre, después la larga huida que terminó con la muerte de su madre), notaba que no le costaría adaptarse a cualquier cosa.
Allí en el campamento de maquis, su tío Darin se mostraba excesivamente protector, pero también amable. Se negaba a hablar de su trabajo o de su pasado, y a Jody le parecía bien. En aquella aislada comunidad, todo encajaba como las piezas de un puzzle. Un puzzle como aquel de la Tierra elevándose sobre la Luna que su madre y él habían montado en una de aquellas tardes en la cabaña escondida… Jody tragó saliva. La echaba mucho de menos.
Cuando Scully le llevó al campamento, los miembros del grupo lo tomaron bajo su protección. Jody Kennessy era para ellos un símbolo: aquel muchacho de doce años se había enfrentado al oscuro y opresivo sistema y había sobrevivido. Su historia no había hecho más que reafirmar la determinación del grupo de mantenerse aislado y apartado del destructivo gobierno al que tanto despreciaba.
Jody, su tío Darin y los demás maquis dedicaban los días a arduas tareas físicas. Todos ellos enseñaban a Jody sus diversas especialidades. El chico todavía se estaba recuperando de sus heridas mentales y emocionales y pasaba mucho tiempo paseando por el perímetro del campamento, cuando no estaba trabajando en los huertos y campos para ayudar a la colonia a ser autosuficiente. Los maquis cazaban y cultivaban la tierra para proveerse de comida aparte de las enormes reservas de latas y comida liofilizada con las que contaban.
Era como si toda la comunidad hubiera sido trasladada allí desde otra época. A Jody no le importaba. Ahora estaba solo. No se sentía ni siquiera unido a su tío Darin, pero sobreviviría. Al fin y al cabo había superado un cáncer terminal.
Los otros miembros del grupo sabían dejarle a solas cuando estaba taciturno, dándole el tiempo y el espacio que necesitaba. Jody paseaba a lo largo de las alambradas mirando a los árboles.
El bosque estaba sumido en una niebla que se ocultaba en las hondonadas y se iba evaporando a medida que el día se caldeaba. Las nubes seguían grises en el cielo, aunque apenas se veían a través de las copas de los árboles. Jody caminaba con cuidado, aunque Darin le había asegurado que en realidad no había ningún campo de minas, trampas ni defensas secretas. A los maquis les gustaba hacer correr esos rumores para mantener el aura de miedo y seguridad en torno al campamento. Su principal objetivo era permanecer apartados del mundo exterior, y para ello utilizarían todos los medios a su alcance. Jody oyó un perro ladrar a lo lejos. El aire frío y húmedo parecía intensificar las ondas sonoras. Los maquis tenían muchos perros en el campamento: pastores alemanes, sabuesos, rottweilers, dobermans. Pero aquel ladrido le resultaba familiar. Jody alzó la vista.
El perro ladró de nuevo.
—Eh, ven aquí —llamó el niño.
Oyó un rumor entre los matorrales y un enorme perro negro surgió de la niebla, entre ramas y arbustos, y salió disparado hacia él, ladrando feliz.
—¡Vader! —exclamó Jody encantado. Pero de pronto se calló, preocupado.
El perro parecía sano y salvo. Jody lo había visto desvanecerse entre las llamas. Había visto el edificio DyMar derrumbarse entre ascuas, escombros y vigas retorcidas. Pero Jody también sabía que su perro era especial, como lo había sido él antes de que los nanocritters se desvanecieran en su cuerpo. Las nanomáquinas de Vader no contaban con ese sistema de seguridad.
El perro se acercó dando brincos y se le echó encima lamiéndole la cara y meneando la cola con tal brío que todo el cuerpo le temblaba. No llevaba collar ni ninguna marca que pudiera demostrar su identidad. Pero Jody lo conocía bien.
Supuso que su tío podría sospechar la verdad, pero a los demás les diría simplemente que había encontrado otro perro, otro labrador negro como Vader, y que pensaba ponerle el mismo nombre. Ninguna persona del mundo exterior lo encontraría jamás.
Abrazó a su perro y lo acarició. No tenía que haberlo dudado. Debió mantener siempre las esperanzas. Su madre lo decía: su perro siempre volvería sano y salvo.
Vader siempre volvía.