35

Cabaña de los Kennessy

Cordillera litoral de Oregón

Viernes, 16.23 h.

Las heridas del cuello de Dorman habían sanado y un tangible calor emanaba de su cuerpo. El hombre abrió la boca para pronunciar unas palabras, pero de sus cuerdas vocales destrozadas sólo salió un gorgoteo.

—¡Tire el arma! —susurró por fin, sin voz, haciendo un gesto con su revólver.

Mulder se metió la mano despacio en el bolsillo y tiró la pistola, que cayó al barro y se deslizó hasta detenerse contra un montón de pinaza seca.

—Nanotecnología —dijo, intentando disimular el asombro en su voz—. Se está curando usted mismo.

—¡Usted está de su parte! —afirmó Dorman con un ronco susurro—. Es uno de ellos.

Soltó el abrigo de Mulder dejando en la tela un rastro de moco que se iba extendiendo, moviéndose por voluntad propia, como una ameba.

—¿Puedo quitarme el abrigo? —preguntó Mulder, sin querer parecer alarmado.

—Adelante. —Dorman se levantó sin soltar la pisto— la. Mulder se quitó el abrigo, conservando la chaqueta.

—¿Cómo me ha encontrado? ¿Quién es usted?

—Soy del FBI. Me llamo Mulder. Estaba buscando a Patrice y Jody Kennessy, no a usted. Aunque desde luego me gustaría saber cómo ha sobrevivido al incendio de DyMar, señor Dorman.

—¡Del FBI! —resopló Dorman con desdén—. Sabía que estaban metidos en la conspiración. Están intentando destruir información, acallar nuestros descubrimientos. Pensaban que yo estaba muerto, pensaban que me habían matado.

En otras circunstancias, Mulder se habría echado a reír.

—Jamás me han acusado de formar parte de una conspiración. Le aseguro que jamás había oído hablar de usted ni de David Kennessy o los laboratorios DyMar antes del incendio. —Hizo una pausa—. Usted está contaminado con algo salido de las investigaciones de Kennessy, ¿no?

—¡Yo soy el resultado de esa investigación! —exclamó Dorman.

Algo se movió en su pecho bajo los jirones de su camisa. Dorman dio un respingo y casi cayó doblado. Mulder vio unos bultos que se agitaban como serpientes, tumores de un extraño color aceitoso que se movían bajo la piel y que luego se calmaron y volvieron a hundirse en la masa muscular.

—Pues parece que la investigación todavía necesita perfeccionarse —comentó.

Dorman le hizo señas con la pistola para que se diera la vuelta.

—¿Tiene coche?

Mulder asintió, pensando en la camioneta.

—Bueno, algo así.

—Vamos a salir de aquí. Tiene que ayudarme a encontrar a Jody, o por lo menos al perro. Están con… con la mujer. Me dejó aquí creyendo que estaba muerto.

—Considerando el estado de su cuello, me parece una suposición muy razonable —dijo Mulder, aliviado al oír que Scully había estado allí, que seguía viva.

—Usted me va a ayudar, agente Mulder. Es la única forma de que pueda encontrarles.

—¿Para poder matarles como mató a Patrice Kennessy, al camionero y al vigilante de seguridad?

Dorman dio otro respingo, presa de una convulsión.

—No quería matarles, pero no tuve más remedio. Y si no me ayuda, haré lo mismo con usted. No intente tocarme.

—Créame, señor Dorman —Mulder le miró las heridas cubiertas de moco—, lo último que se me ocurriría en esta vida es tocarle.

—No quiero hacer daño a nadie —afirmó Dorman con el rostro desencajado de angustia—. Yo no planeé nada de esto. Pero cada vez es más difícil no herir a nadie. Si pudiera conseguir un poco de sangre, preferiblemente la del niño, aunque la del perro también serviría, nadie más saldrá perjudicado y yo me pondré bien. Es así de sencillo.

Por una vez Mulder mostró su escepticismo. Sabía que habían utilizado al perro para realizar experimentos, pero ¿qué tenía que ver el chico con todo aquello?

—¿Qué logrará con eso? No lo entiendo.

Dorman le miró con absoluto desdén.

—Por supuesto que no lo entiende, agente Mulder.

—Pues explíquemelo. Usted lleva en su cuerpo esas nanomáquinas, ¿no es así?

—David las llamaba «nanocritters».

—El perro también las lleva en la sangre —adivinó Mulder—. Unas nanomáquinas desarrolladas por David y Darin Kennessy para curar el cáncer de Jody.

—Y parece ser que los nanocritters de Jody funcionan bien. —Dorman le miró con ojos brillantes—. Ya se ha curado de la leucemia.

Mulder se quedó petrificado entre el denso ramaje del bosque, intentando asimilar la nueva información.

—Pero… si el perro y el chico están infectados, si el perro se ha recobrado de sus heridas y Jody está sano… ¿Por qué está usted así? ¿Por qué la gente muere con sólo tocarle?

—¡Porque sus nanocritters funcionan a la perfección! —casi gritó Dorman—. A diferencia de los míos. —Hizo un gesto a Mulder para que echara a andar hacia la cabaña, donde tenía aparcada la camioneta—. No tuve tiempo. El laboratorio estaba ardiendo y yo iba a morir, como David. ¡Me traicionaron! Cogí… lo único que encontré a mano.

Mulder se volvió para mirarle con gesto de sorpresa.

—Usted utilizó una generación anterior de nanocritters, unas máquinas que no estaban del todo probadas. Se las inyectó para poder sanar y escapar mientras todos pensaban que había muerto.

—El perro fue nuestro primer éxito auténtico. Ahora me doy cuenta de que David debió de llevarse de inmediato una muestra de nanocritters vírgenes para inyectársela en secreto a su hijo. Jody estaba a punto de morir de leucemia, de modo que no tenía nada que perder. Dudo que Patrice lo supiera siquiera. Pero hoy he visto a Jody, y está curado. Está sano. Los nanocritters han funcionado a la perfección en su cuerpo. —La piel de Dorman se ondulaba y se agitaba bajo la tenue luz del bosque.

—A diferencia de los suyos —señaló Mulder.

—David estaba paranoico y no quería dejar nada valioso al alcance de cualquiera. Por lo menos eso sí que lo había aprendido de su hermano. Yo sólo tuve acceso a lo que quedaba en el almacén criogénico. Algunos de nuestros prototipos habían producido resultados… alarmantes. Debí tener más cuidado, pero el laboratorio estaba en llamas. Una vez en mi organismo, las máquinas se reprodujeron y se adaptaron a mi código genético, a la estructura de mis células. Pensé que daría resultado.

Mulder intentaba calibrar todas las posibilidades.

—De modo que DyMar fue bombardeado porque alguien había averiguado lo que estaban investigando allí y no quería que la nanotecnología siguiera adelante. No querían que David Kennessy la probara con su perro o su hijo.

—La cura para todas las enfermedades, la posibilidad de la inmortalidad… ¿Por qué no iban a quererla para ellos solos? Pretendían llevar las muestras a un laboratorio oculto donde proseguirían con el trabajo en secreto —prosiguió Dorman sin aliento—. Yo iba a estar al cargo de las nuevas investigaciones, pero esa gente decidió matarme a mí también.

Volvió a hacer un gesto con el revólver y Mulder siguió avanzando con cautela. Comenzaba a comprender.

Los prototipos de nanocritters se habían adaptado al ADN de los primeros animales de laboratorio, pero cuando Dorman se los inyectó él mismo, los exploradores celulares tuvieron que adaptarse a un código genético totalmente distinto, con lo cual los policías biológicos se encontraron con instrucciones contradictorias. Este cambio drástico debió volver totalmente locas a esas máquinas, que ya eran inestables.

—De modo que los prototipos de nanocritters tienen conflictos de programación —aventuró Mulder—. Cuando alcanzan a una tercera persona, una nueva estructura genética, enloquecen todavía más. Eso es lo que provoca esta variante vírica de cáncer cada vez que usted toca a alguien. Se produce un colapso del sistema nervioso que se extiende como el fuego por el cuerpo.

—Si eso es lo que usted cree… —masculló Dorman—. Lo cierto es que no he tenido mucho tiempo para realizar pruebas.

Mulder arrugó el ceño.

—¿Es esa mucosa la sustancia portadora de las nanomáquinas? —preguntó, señalando el cuello de Dorman, que relucía de baba.

El otro asintió.

—Está infestada. Si alguien toca el fluido portador, las nanomáquinas penetran rápidamente en su cuerpo. La destartalada camioneta roja estaba en medio del camino, justo delante de ellos. Cuando pasaron de largo el cadáver de Patrice Kennessy, Dorman tuvo mucho cuidado de no tocarlo.

—Y a usted le pasa lo mismo que a sus víctimas —dijo Mulder—. Pero mucho más despacio. Su cuerpo se está destruyendo, y cree que la sangre de Jody le salvará de alguna manera.

Dorman suspiró. Le quedaba muy poca paciencia.

—Los nanocritters que él lleva son completamente estables. Eso es lo que necesito. Están funcionando bien, sin errores contradictorios como los míos. Las nanomáquinas del perro también son buenas, pero las de Jody ya están adaptadas al cuerpo humano.

Dorman respiró hondo y Mulder se dio cuenta de que el hombre no tenía razones para creer su propia teoría, simplemente esperaba contra toda esperanza que sus especulaciones fueran ciertas.

—Si consigo una transfusión de nanocritters estables, serán más fuertes que los míos. Los reemplazarán y les ofrecerán una nueva programación. —Miró intensamente a Mulder, como si quisiera cogerle por los hombros—. No pido tanto.

Cuando llegaron a la camioneta, Dorman ordenó a Mulder que sacara las llaves.

—Están en el contacto.

—Vaya, qué confiado. —La camioneta no es mía— explicó Mulder vacilante, intentando decidir qué hacer a continuación.

Dorman abrió de golpe la portezuela.

—Muy bien, vámonos.

Se acomodó en el asiento, lo más lejos posible del volante, para evitar el contacto.

—Tenemos que encontrarles.

Mulder puso el motor en marcha, atrapado en el mismo vehículo con el hombre cuyo contacto causaba la muerte instantánea.