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Infierno de DyMar

Viernes, 21.38 h.

La trampa había saltado. Tal vez no con la limpieza que Adam Lentz había esperado, pero aun así los resultados serían los mismos, aunque un poco más sucios.

Claro que la suciedad siempre podía limpiarse.

Los disparos restallaban en la noche, pero ninguno de ellos logró abatir a Jeremy Dorman. Aunque los miembros del equipo de Lentz habían recibido instrucciones de utilizar toda la fuerza necesaria para capturar al chico y al perro, la agente Scully los había estado protegiendo. Había cuidado del muchacho con todas las habilidades aprendidas en la academia del FBI en Quantico.

Pero Lentz y sus hombres habían recibido un entrenamiento más riguroso en escuelas menos acreditadas.

Después del tiroteo inicial, Lentz creyó ver al agente Mulder ponerse a cubierto en el edificio. No importaba. A su tiempo se encargarían de todo.

La espantosa transformación de Jeremy Dorman había concitado la atención de todos los miembros del equipo. Al ver a varios de sus compañeros morir a manos del monstruo, salieron tras él con gesto sombrío e intenciones asesinas.

Lentz, sin embargo, se había refugiado lejos de Dorman. Todavía estaba decepcionado al ver cómo la fría eficiencia de su equipo se había desmoronado rápidamente sustituida por una ciega sed de venganza. Había pensado que aquellos eran los hombres mejores y más profesionales del mundo.

Oyó el agudo grito de un hombre entre las ruinas, y más disparos. El equipo había acorralado a Dorman dentro del edificio. Por lo menos en eso las cosas iban como él esperaba.

Lentz se detuvo junto al vehículo táctico más cercano y cogió el control remoto de demolición, aunque tendría que esperar el momento oportuno. Su grupo había llegado veinticinco minutos antes que Scully y el muchacho, pero Lentz no se había precipitado. Era mucho más eficaz esperar a que todos llegaran a la cita.

El escogido equipo de demolición de Lentz había utilizado las cargas explosivas almacenadas entre los materiales de construcción, así como otros materiales incendiarios y explosivos que llevaban en su propia furgoneta. Habían colocado tambores de gasolina solidificada en los cimientos medio derruidos del sótano. Cuando los tambores explotaran, las llamas devorarían los pisos restantes y todo el edificio de DyMar. No quedaría ni rastro.

Lentz no quería acabar con los hombres que habían seguido impulsivamente a Dorman entre las ruinas, pero eran prescindibles. Cada hombre era consciente del riesgo que corría cuando firmó.

El agente Mulder también había desaparecido en el edificio. Lentz sospechaba que parte de los disparos iban dirigidos a él. Sus hombres se habían propuesto eliminar a todos los testigos. Lentz había recibido claras instrucciones: no había que matar a Mulder. Él y su compañera, Scully, formaban parte de un plan mayor, pero Lentz tenía que tomar decisiones sobre la marcha. Tenía que establecer una escala de prioridades. Y aquella situación, con Dorman convertido en un monstruo, era de prioridad absoluta. Si fuera necesario ya se excusaría más tarde ante sus superiores. Más tarde.

Al fin y al cabo Mulder y Scully sabían demasiado. Y este avance en nanotecnología era un arma, una maldición que tenía que ser controlada a cualquier precio. Sólo ciertas personas podían tener acceso a algo tan poderoso.

Y ahora era el momento.

Uno de los hombres volvió a la furgoneta acorazada. Tenía los ojos vidriosos y la frente perlada de sudor. Jadeaba y miraba como un loco en torno a él.

—Contrólese —le espetó Lentz.

Esa palabra hizo el efecto de una descarga eléctrica. El hombre se detuvo, vaciló un instante y tragó saliva. Se quedó muy derecho, respirando con normalidad, carraspeó y permaneció a la espera de recibir alguna orden. Lentz alzó el pequeño transmisor que tenía en la mano.

—¿Está todo listo?

El hombre miró los controles dentro de la furgoneta. Parpadeó y respondió con palabras tan rápidas y restallantes como los disparos que hendían la oscuridad.

—Está todo, señor. Haré detonar las cargas explosivas. En un circuito paralelo, la gasolina explotará también. Lo único que tiene que hacer es pulsar el botón rojo.

Lentz asintió con la cabeza.

—Gracias. —Echó un último vistazo al armazón del edificio quemado y pulsó el botón.

Los laboratorios DyMar estallaron de nuevo en llamas.