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Carreteras secundarias de Oregón
Viernes, 18.24 h.
Mientras la camioneta siguiera avanzando bajo la creciente oscuridad, Mulder al menos no tenía que mirar a Jeremy Dorman, no tenía que ver las espantosas ondulaciones y agitaciones de su piel.
Tras un largo período de inquietud y dolor apenas contenido, Dorman parecía estar cayendo en la inconsciencia. Era evidente que el hombre estaba angustiado. No le quedaba mucho tiempo de vida. Su cuerpo dejaría de funcionar después de sufrir daños tan graves. Si Dorman no conseguía pronto ayuda, moriría.
Pero Mulder no sabía hasta qué punto creer su historia. ¿En qué medida había sido responsable del desastre de DyMar?
Dorman abrió pesadamente los ojos y se incorporó de un brinco al ver la antena del teléfono móvil de Mulder, que asomaba del bolsillo de su chaqueta.
—¡Un teléfono! ¡Tiene un teléfono móvil!
Mulder pestañeó.
—¿Qué pasa con mi teléfono? —Utilícelo. Llame a su compañera. Así los encontraremos.
Hasta ahora Mulder había evitado acercar aquel monstruo a Scully o el chico inocente que estaba con ella, pero ahora no veía cómo seguir posponiéndolo.
—Coja el teléfono, Mulder —gruñó Dorman con tono amenazador—. Ahora mismo.
Mulder sostuvo el volante con una mano, dando bandazos para mantener el rumbo en la tortuosa carretera. Sacó la antena del teléfono con los dientes y con cierto alivio vio que la pantalla todavía indicaba FUERA DE SERVICIO.
—No puedo llamar —dijo Mulder, enseñándole el teléfono—. Estamos muy lejos de cualquier antena o estación y no hay cobertura. —Respiró hondo—. Créame, señor Dorman, ya he intentado llamarla muchas veces.
El hombre se desplomó contra la puerta del coche y borró con el dedo una mancha imaginaria en la ventanilla, dejando un rastro de mucosa traslúcida en el cristal.
Mulder no apartaba los ojos de la carretera. Dorman le miró con los ojos muy brillantes.
—Jody me ayudará. Sé que me ayudará. —Los árboles pasaban de largo en el ocaso—. Éramos amigos. Yo era como un tío adoptivo. Jugábamos juntos, charlábamos. Su padre siempre estaba ocupado y el imbécil de su tío los mandó a todos al infierno después de aquella discusión con David y se fue a esconder la cabeza en el suelo. Pero Jody sabe que yo nunca le haría daño. Tiene que saberlo, por más cosas que hayan pasado.
Señaló el teléfono que yacía en el asiento entre ellos.
—Inténtelo otra vez, Mulder. Llámela, por favor.
A Mulder le conmovió la sinceridad y desesperación en la voz de Dorman. Cogió el móvil de mala gana, sin ninguna esperanza de que funcionara. Marcó el número y, para su sorpresa, el teléfono sonó.