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Ruinas de los laboratorios DyMar

Martes, 16.50 h.

No mucho antes del amanecer, sobre las colinas de Portland apareció una insólita franja de cielo azul. Mulder alzó la vista con los ojos entornados mientras subía en el coche alquilado la pronunciada pendiente en dirección a las ruinas de los laboratorios DyMar. Le hubiera gustado tener sus gafas de sol.

Gran parte de la estructura de los edificios permanecía intacta, a pesar de haber sido devorada por el fuego en su totalidad. Las paredes estaban ennegrecidas, el armazón de madera convertido en carbón y los muebles destrozados y retorcidos. Algunas vigas habían caído del techo mientras que otras se balanceaban precariamente contra las paredes de hormigón y las vigas de metal. Entre las cenizas y la piedra rota abundaban los cristales rotos.

Al coronar la colina y llegar a la combada alambrada que rodeaba el recinto, Mulder aparcó el coche y se quedó mirando a través del parabrisas.

—Menuda mansión sería esta —dijo—. Tendré que hablar con mi agente inmobiliario. Scully salió del coche.

—Demasiado tarde para hacer una oferta, Mulder. Esto será demolido dentro de unos días para construir un nuevo parque empresarial. —Miró la densa pineda y contempló la vista de Portland que se extendía debajo con el sinuoso río y su collar de puentes.

Él advirtió que el equipo de construcción avanzaba muy deprisa. De seguir con aquel sorprendente ritmo, apenas tendrían tiempo de terminar la investigación.

Abrió la alambrada, que en algunas zonas estaba hundida y mostraba grandes agujeros. Toda la valla estaba adornada de señales de peligro que advertían del riesgo de derrumbamientos en el edificio. Mulder dudaba de que los carteles disuadieran al más timorato de los vándalos.

—Por lo visto la muerte de Vernon Ruckman ha sido mucho más eficaz que los vigilantes o los carteles —comentó Scully. Se detuvo un momento en la alambrada y luego fue tras su compañero a la zona del incendio—. Me he puesto en contacto con la policía local para que me pusiera al corriente de su investigación sobre el incendio, pero de momento todo lo que me han dicho es que está pendiente y no hay nada nuevo.

Mulder alzó las cejas.

—O sea, era un grupo de protesta con fuerza suficiente para convertirse en una turbamulta y ahora resulta que no pueden encontrar a ningún miembro.

—El laboratorio del FBI está analizando la nota de reivindicación del atentado. Esta misma tarde deberíamos saber quién está detrás de Liberación Inmediata. La nota parece obra de un aficionado.

Mulder se quedó mirando las negras paredes de las instalaciones DyMar. Luego los dos se internaron entre las ruinas con cautela. Se percibía un penetrante olor a hollín, plástico quemado y productos químicos volátiles. Mientras admiraba desde las ruinas el paisaje del bosque y la ciudad a sus pies, Mulder imaginó a una multitud de manifestantes furiosos e incontrolados subiendo por el camino aquella noche, una semana y media atrás. Respiró hondo una bocanada de aire cargado de ceniza.

—Uno se imagina a una multitud de campesinos portando antorchas, ¿verdad, Scully? —Miró el techo inestable, las columnas rotas, las paredes caídas, y avanzó con cuidado por lo que debía de haber sido el vestíbulo principal—. Una muchedumbre furiosa dispuesta a quemar el laboratorio infernal y matar al científico loco.

Scully parecía turbada.

—Pero ¿por qué estaban tan furiosos? —preguntó—. Algo sabían. Esto era un centro de investigación sobre el cáncer. De todos los campos de la ciencia, este precisamente deberían respetarlo hasta los manifestantes más vehementes.

—No creo que el motivo de preocupación fuera la investigación sobre el cáncer.

—¿Entonces qué? ¿Los experimentos con animales? No sé qué tipo de experimentos realizaba el doctor Kennessy, pero yo ya he investigado otras veces a grupos pro derechos de los animales y lo más que han hecho ha sido irrumpir en algún laboratorio para sacar de sus jaulas a algunos perros y ratas. Nunca he tenido noticia de que mostraran un nivel tan extremo de violencia.

—Yo creo que el problema era el tipo de investigación. Alguien debía de considerarla una amenaza. ¿Por qué si no han desaparecido todos los datos?

—Parece que ya tienes una teoría, Mulder.

—David Kennessy y su hermano habían armado algún jaleo en la comunidad científica, probando nuevos enfoques y tratamientos poco ortodoxos que todos habían ya abandonado. Según el currículum de Kennessy, era un experto en bioquímica alterada y su hermano Darin había trabajado durante años en Silicon Valley. Dime, ¿qué relación puede haber entre la electrónica y la investigación del cáncer?

Scully no dijo nada. Seguía buscando el lugar donde habían encontrado al vigilante. Vio la sección acordonada y se quedó mirando la silueta del cuerpo todavía marcada entre las cenizas. Mulder, mientras tanto, apartó una hoja de metal retorcido y tropezó con una caja de caudales con la puerta abierta de par en par.

—Scully…

—¿Hay algo dentro?

Mulder alzó las cejas y rebuscó entre los escombros.

—No, está vacía. El interior está seco, pero no quemado.

Miró a su compañera. Era evidente que pensaba lo mismo que él. Alguien había abierto la caja después del incendio, no antes. Esa noche hubo aquí alguien más, alguien que buscaba los contenidos de esta caja.

—Por eso vino aquí el vigilante. Debió de ver a alguien.

Scully arrugó la frente.

—Sí, eso explicaría su presencia aquí. Pero no nos dice qué le mató. No le dispararon ni le estrangularon. Ni siquiera sabemos si llegó a encontrarse con el intruso.

—Pero es posible, incluso probable —dijo Mulder.

Ella le miró con curiosidad.

—De modo que esa persona se llevó todos los datos que necesitamos, ¿no?

Él se encogió de hombros.

—Venga, Scully. La mayoría de la información sobre la investigación de Kennessy estaba archivada y clasificada fuera de aquí. No podemos ponerle la mano encima. Es posible que aquí hubiera también alguna prueba, pero ahora ha desaparecido. Y hay un vigilante muerto.

—Mulder, ese hombre murió por alguna enfermedad.

—Murió por algún tipo de agente tóxico, que no sabemos de dónde salió.

—O sea que piensas que quienquiera que estuviese aquí esa noche mató al vigilante y se llevó los archivos de la caja fuerte.

Mulder ladeó la cabeza.

—A menos que otra persona se los hubiera llevado antes.

Scully apretó los labios. Rodearon un muro quemado, pasaron agachados bajo una viga caída y se internaron en el edificio.

Lo que quedaba de la zona de laboratorio era un peligroso laberinto, negro e inestable. Parte del suelo se había derrumbado sobre el sótano y las cámaras de almacenaje. La parte que quedaba intacta crujía bajo sus pies, muy debilitada después del incendio.

Mulder cogió un cristal. El calor lo había doblado y limado sus afiladas aristas.

—Yo creo que cuando su hermano abandonó el trabajo, Kennessy estaba muy cerca de algún resultado espectacular y estaba dispuesto a violar algunas reglas debido al estado de su hijo. Alguien descubrió su trabajo e intentó impedir que emprendiera acciones precipitadas. Sospecho que este movimiento espontáneo de protesta, de un grupo del que nadie ha oído hablar, era un violento esfuerzo por silenciar al doctor Kennessy y eliminar todos los progresos que había logrado.

Scully se apartó el pelo de la cara, dejándose una manchita de hollín en la mejilla. Parecía muy cansada.

—Tú ves conspiraciones por todas partes.

Él tendió la mano para limpiarle el tiznón.

—Sí, pero a veces tengo razón. Y en este caso ya ha costado la vida de dos personas, tal vez más.