15
Clínica veterinaria Hughart
Lincoln City, Oregón
Miércoles, 17.01 h.
En cuanto se acercaron a la clínica veterinaria del pequeño pueblo de Lincoln City, Scully oyó ladridos de perro y gemidos de otros animales. El edificio era un caserón con una armazón de aluminio blanco manchado de moho. Las contraventanas de madera necesitaban una mano de pintura. Los dos agentes subieron por los escalones de cemento y abrieron la puerta principal.
Mientras intentaban localizar al hermano de David Kennessy, a Mulder le había llamado la atención un informe enviado desde aquella clínica veterinaria. Cuando Scully pidió un análisis del extraño fluido que había extraído en la autopsia del vigilante de seguridad, el Centro de Control de Epidemias había reconocido de inmediato un parecido con otra muestra, también enviada desde Oregón.
Elliot Hughart había tratado a un perro, un labrador negro, que también estaba infectado con la misma sustancia. A Mulder le intrigó la coincidencia. Al menos ahora tenían algo para empezar a investigar. La recepcionista de la clínica veterinaria parecía ajetreada. Había otros clientes sentados en sillas plegables junto a sus animales. Unos garitos jugaban en una jaula, los perros gemían atados a sus correas. Varios pósters advertían de los peligros de la leucemia felina y las pulgas. Había un revistero cargado de números atrasados del Time, el Cat Fancy y el People.
Mulder se acercó a la recepcionista mostrándole su placa.
—Soy el agente Fox Mulder, del FBI. Nos gustaría ver al doctor Hughart, por favor.
—¿Tienen hora? —preguntó ella. Al cabo de un instante le miró parpadeando—. ¿Eh? ¿Ha dicho del FBI?
—Hemos venido a verle con relación a un perro que trató hace un par de días —dijo Scully—. Envió una muestra al Centro de Control de Epidemias.
—Les haré pasar lo antes posible. Creo que el doctor está realizando en este momento una operación de esterilización. ¿Quieren esperar en el quirófano?
Mulder movió los pies.
—Esperaremos aquí fuera, gracias.
Tres cuartos de hora más tarde, cuando el ruido y el caos de los animales le habían provocado a Scully un fuerte dolor de cabeza, salió el doctor con una mirada de intensa curiosidad bajo sus pobladas cejas grises. Los agentes del FBI destacaban en la sala de espera.
—Vengan a mi despacho —les dijo, señalando una pequeña sala de exploraciones.
Una vez allí, cerró la puerta. Una mesa de acero inoxidable ocupaba el centro de la estancia, que olía a pelaje húmedo y desinfectantes. Varias vitrinas contenían termómetros y agujas hipodérmicas para tratar la tenia, la rabia y la fiebre.
—Bueno —comenzó Hughart con voz queda y suave, pero evidentemente nervioso—. No había tratado nunca con el FBI. ¿En qué puedo ayudarles?
Usted envió ayer al Centro de Control de Epidemias una muestra de sangre de un labrador negro —dijo Scully—. Nos gustaría hacerle algunas preguntas.
Mulder sacó una fotografía de Vader que había encontrado entre las pertenencias familiares en la casa de Tigard.
—¿Puede identificar a este perro? ¿Es el que trató usted?
El veterinario alzó las cejas sorprendido.
—Es prácticamente imposible saberlo con certeza con una fotografía como esa. Pero sí parece del mismo tamaño y la misma edad. Podría ser él. —Hughart parpadeó—. ¿Es un asunto criminal? ¿Qué tiene que ver el FBI?
Scully sacó las fotografías de Patrice y Jody Kennessy.
—Estamos intentando localizar a estas dos personas, y tenemos razones para creer que son los dueños del perro.
El doctor movió la cabeza y se encogió de hombros.
—Desde luego no lo trajeron ellos. El perro fue atropellado. Lo trajo un turista. La verdad es que el hombre estaba ansioso por marcharse. Tenía un par de niños llorando en la camioneta y era muy tarde. De todas formas traté al perro, aunque no tenía muchas esperanzas. —Movió la cabeza—. Se nota cuando un animal está a punto de morir. Ellos lo saben y se les ve en los ojos. Pero aquel perro… No sé, era muy raro.
—¿En qué sentido? —preguntó Scully.
—Estaba herido de gravedad —dijo el anciano—. Tenía las costillas rotas y daños en los órganos internos. Yo no esperaba que sobreviviera. El animal sufría muchísimo. —Pasó los dedos con aire distraído por la mesa de acero inoxidable y dejó en ella sus huellas—. Intenté curarle las heridas, pero era evidente que no había esperanzas. Estaba muy caliente. Nunca había visto un animal con tanta fiebre. Por eso le hice un análisis de sangre, aunque lo cierto es que no esperaba encontrar lo que encontré. Mulder alzó las cejas y Scully lo miró un instante.
—Después de un fuerte traumatismo por accidente de coche no es de esperar que le subiera la fiebre —le dijo al veterinario—. Y menos si el animal tenía una conmoción y estaba entrando en coma.
El doctor asintió con impaciencia.
—Sí, ya lo sé. Por eso tenía tanta curiosidad. Yo creo que el animal ya tenía algún tipo de infección antes del accidente. Tal vez por eso estaba tan desorientado y se dejó atropellar. —Hughart parecía inquieto, casi avergonzado—. Cuando vi que no había esperanzas le puse una inyección de euthanol, es decir, pentabarbitol de sodio, para dormirlo. Diez centímetros cúbicos, más que suficiente para el peso del animal. Es lo único que se puede hacer en esos casos, evitarle el dolor y el sufrimiento… Porque el perro estaba sufriendo mucho.
—¿Podríamos ver el cuerpo? —preguntó Scully.
—No. —El veterinario se volvió—. Me temo que es imposible.
—¿Ya ha sido eliminado? —quiso saber Mulder.
—No. —Hughart los miró y luego clavó la vista en sus dedos limpísimos—. Mientras trabajaba en el laboratorio examinando la muestra de sangre, oí un ruido. Al venir vi que el perro bajaba de un salto de la mesa, aunque juro que tenía las patas rotas y las costillas aplastadas.
Scully no podía creerlo.
—¿Y lo examinó usted?
—No pude. Cuando intenté cogerlo, el animal me ladró y se marchó. Salí corriendo tras él, pero desapareció en la noche corriendo y brincando como un cachorro.
Scully miró a Mulder con las cejas alzadas. El veterinario, que parecía sumido en sus propios recuerdos, se rascó la cabeza con gesto perplejo.
—Me pareció ver una sombra desaparecer entre los árboles, pero no estoy seguro. Le llamé para que volviera, pero el perro sabía muy bien dónde quería ir.
Scully estaba atónita.
—¿Está sugiriendo que un perro atropellado al que le han administrado una inyección de pentabarbitol de sodio concentrado fue capaz de bajar de la mesa de operaciones y salir corriendo?
—Menuda resistencia —comentó Mulder.
—Escuchen, yo no tengo ninguna explicación —dijo el veterinario—, pero eso fue lo que pasó. El perro no tenía ninguna herida… aunque no puedo haber cometido un error así. Al día siguiente pasé horas buscando por el bosque, las calles, los jardines, esperando encontrar su cadáver no muy lejos de aquí. Pero no vi nada. Tampoco he oído decir nada, y les aseguro que cuando sucede algo inusual por aquí, la gente hace comentarios.
—¿Todavía tiene la muestra de sangre del perro? —preguntó Scully—. ¿Podría echarle un vistazo?
—Por supuesto —contestó Hughart, como si se alegrara de obtener alguna confirmación.
Llevó a los agentes al pequeño laboratorio donde realizaba pruebas de parásitos y análisis de sangre. En un mostrador bajo unas suaves luces fluorescentes se veía un gran microscopio. Hughart sacó de una caja una placa con una mancha de sangre seca y marrón, la colocó bajo la lente y ajustó el microscopio después de encender la luz inferior. El anciano se retiró e hizo un gesto a Scully para que se acercara a mirar.
—La primera vez que lo vi —comentó— la muestra era un hervidero de esas diminutas manchitas. Nunca había visto nada igual, y eso que he estado muchos años estudiando todas las clases de parásitos en sangre que se conocen: nematodos, amebas y otros tipos. Pero estos… Por eso envié la muestra al Centro de Control de Epidemias.
—Y ellos nos llamaron a nosotros. —Scully vio en el microscopio las células del perro así como numerosos centelleos que parecían demasiado angulares, demasiado geométricos, muy diferentes de cualquier otro microorganismo que hubiera visto nunca.
—Cuando se movían y estaban vivos parecían casi… no sé cómo describirlos —dijo el veterinario—. Ahora están inmóviles, como si estuvieran hibernando. O muertos.
Scully observó las manchas sin comprender tampoco. Mulder esperó pacientemente hasta que ella al fin le dejó echar un vistazo. Scully se volvió hacia Hughart.
—Gracias por su tiempo, doctor Hughart. Tal vez volvamos a ponernos en contacto con usted. Si tiene alguna información del paradero del perro o de sus dueños llámenos, por favor.
—Pero ¿de qué se trata? —preguntó el veterinario, mientras acompañaba a Mulder y Scully a la puerta—. ¿Qué tiene que ver con esto el FBI?
—Es un caso de personas desaparecidas —explicó Mulder—. Y hay cierta urgencia.
Mulder y Scully atravesaron la sala de recepción llena de una variedad de perros, gatos y jaulas. Varias salas de exploración estaban cerradas y tras las puertas se oían ruidos extraños.
El doctor parecía reticente a volver a su habitual pandemónium de ladridos y maullidos, y se quedó en la puerta mientras ellos bajaban.
Mulder se abstuvo de hacer comentarios hasta que estuvieron dentro del coche.
—Scully, me parece que las investigaciones de los Kennessy eran muy poco ortodoxas.
—Admito que se trata de una infección muy extraña, pero eso no significa que…
—Piénsalo, Scully —insistió él con ojos brillantes—. Si en DyMar se desarrolló algún novedoso tratamiento de regeneración, David pudo probarlo con el perro de la familia. —Scully se mordió el labio—. Teniendo en cuenta el estado de su hijo, se entiende que estuviera bastante desesperado para intentar cualquier cosa.
Scully se abrochó el cinturón de seguridad.
—Pero, Mulder, ¿qué clase de tratamiento puede curar a un perro de unas heridas mortales producidas por un accidente de coche y además neutralizar los efectos del pentabarbitol de sodio?
—Tal vez algo que combinara la experiencia de Darin y David Kennessy —contestó Mulder, poniendo el coche en marcha.
Scully desplegó el mapa de carreteras, buscando el siguiente punto de destino: la zona donde Darin Kennessy había ido a esconderse.
—Mulder, si realmente hubieran descubierto una… una cura milagrosa, ¿por qué habría abandonado Darin la investigación? ¿Por qué iban a querer incendiar el laboratorio y destruir todos los datos?
Su compañero salió del aparcamiento y dejó pasar a una hilera de camiones antes de entrar en la carretera que atravesaba el pintoresco pueblecito. Pensó en el vigilante muerto, la proliferación inexplicable de tumores, la mucosa…
—Tal vez no todas las muestras de DyMar tuvieron éxito. Tal vez quedó suelto algo peligroso.
Scully miró al frente.
—Tenemos que encontrar a ese perro, Mulder.
Él aceleró sin decir nada.