25

Cabaña de los Kennessy

Cordillera litoral de Oregón

Viernes, 12.58 h.

Fuera de la cabaña Vader ladró. Se incorporó en el porche y se puso a andar de un lado a otro gruñendo. Patrice se puso tensa y corrió a la ventana con la boca seca. Hacía doce años que tenía a Vader y sabía que no estaba jugando ni gruñéndole a una ardilla. Aquello era un ladrido de advertencia y Patrice hacía tiempo que esperaba y temía algo así.

Los árboles que bordeaban la hondonada se alzaban oscuros, claustrofóbicos en torno a las colinas que los protegían. Incluso parecían haberse aproximado en silencio, como un implacable ejército, como la muchedumbre enfurecida que ella había imaginado en torno a DyMar.

La hierba del claro se mecía bajo la suave brisa, cargada de rocío. Patrice, en su día, había pensado que el lugar era hermoso, un emplazamiento perfecto para la cabaña, «un sitio maravilloso», había dicho Darin, y ella había compartido su entusiasmo.

Ahora, sin embargo, el claro la hacía sentir expuesta y vulnerable. Vader ladró de nuevo y se adelantó hasta el borde del porche, señalando con el morro el camino que se internaba en el bosque.

—¿Qué pasa, mamá? —preguntó Jody. Por su expresión Patrice supo que el chico tenía tanto miedo como ella. En las últimas dos semanas lo había entrenado muy bien.

—Alguien viene.

Haciendo acopio de valor, Patrice apagó las luces de la cabaña, cerró las cortinas y abrió la puerta para montar guardia en el porche. Habían ido a refugiarse allí sin realizar ningún preparativo. No tenían ninguna pistola, ningún arma. Patrice había registrado a fondo la cabaña, pero a Darin no le gustaban las armas de fuego. Ahora no contaban más que con sus propias manos y su ingenio. Vader la miró y se volvió de nuevo hacia el camino.

Jody se acercó a ella, intentando ver algo, pero Patrice le empujó dentro de la casa.

—¡Mamá! —exclamo él, indignado. Patrice le señaló con el dedo con gesto severo y Jody retrocedió rápidamente.

Patrice estaba poseída por su instinto protector de madre. No había podido hacer nada ante el cáncer, no había podido hacer nada cuando el padre de Jody murió a manos de oscuros hombres que pretendían ser activistas, los mismos que habían intervenido sus teléfonos y los habían estado siguiendo, los mismos que ahora podían estar buscándoles. Pero sí que había reaccionado para poner a su hijo a salvo, y de momento lo había mantenido con vida. Patrice Kennessy no tenía intenciones de rendirse ahora.

Una figura apareció entre los árboles, a pie por el largo camino flanqueado de oscuros pinos. Era evidente que se dirigía a la cabaña.

Patrice no tenía tiempo de salir corriendo. Se había llevado a Jody a las montañas por la cantidad de maquis, cultos religiosos y extremistas que había en ellas, gente que sabía muy bien guardar su intimidad. El hermano de David se había unido a uno de esos grupos, abandonando incluso la cabaña en busca de un refugio más seguro, pero ella no se había atrevido a acudir a Darin. Sus perseguidores podían ir también a por él. Patrice tenía que buscar lo inesperado.

Ahora le daba vueltas la cabeza. Intentaba pensar en el más mínimo error que hubiera podido cometer, y de pronto recordó que la última vez que había ido a comprar comida vio en el mostrador de la tienda un ejemplar del periódico semanal de Oregón donde aparecían las ruinas quemadas de los laboratorios DyMar.

Había dado sin querer un respingo al verlo, aunque intentó mantener la compostura aferrándose a sus compras delante de la bandeja de chocolatinas. La mujer de la tienda, con el pelo teñido de un rojo chillón, la miró. Pero nadie hubiera podido averiguar nada por aquella coincidencia, se dijo Patrice, nadie habría relacionado aquella noticia con una mujer que viajaba sola con su hijo de doce años.

Sin embargo, la mujer la había mirado con especial interés…

—¿Quién es, mamá? —preguntó Jody en un susurro desde la chimenea—. ¿Lo ves?

Patrice se alegró de no haber encendido el fuego esa mañana, porque el humo de la chimenea podría haber llamado todavía más la atención.

Habían forjado un plan previendo esa situación: los dos se marcharían sin que nadie lo advirtiera y se desvanecerían entre los árboles. Jody conocía bastante bien el bosque y podrían permanecer allí escondidos.

Pero aquel intruso los había cogido por sorpresa. Venía a pie y no le había delatado el ruido de ningún motor. Ahora no tenían tiempo para escapar.

—Jody, coge a Vader y vete a la puerta de atrás. Estate listo para salir corriendo hacia el bosque si es necesario, pero sólo si es necesario.

Jody la miró alarmado.

—Pero no puedo dejarte aquí, mamá.

—Si me quedo, tendrás tiempo de esconderte. Pero si no quieren hacernos ningún daño, entonces no tienes de qué preocuparte —dijo con rostro pétreo. Jody se sonrojó al darse cuenta de lo que aquello implicaba.

Ella se volvió hacia la puerta.

—Y ahora escóndete. Espera que llegue el momento.

Patrice esperó con los brazos cruzados al intruso que se acercaba. Estaba casi paralizada de terror. Aquel era el momento de la confrontación, el momento que temía desde que recibió la llamada desesperada de David.

El intruso era un hombre de hombros anchos que caminaba de forma peculiar, como si estuviera herido. Estaba sucio, desaliñado y empapado. Se acercaba a trompicones, pero se detuvo en seco al verla en el porche.

Vader gruñó. Incluso desde tan lejos Patrice vio que él la miraba a los ojos. Sus rasgos estaban cambiados, como desencajados, pero a pesar de todo le reconoció y sintió una oleada de alivio, algo que no experimentaba hacía tiempo. ¡Por fin un amigo!

—Jeremy —dijo con un suspiro—. ¡Jeremy Dorman!