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Infierno de DyMar

Viernes, 21.58 h.

Mulder debería haber imaginado que los hombres de negro les estarían esperando en el perímetro del edificio. Algunos de los «refuerzos» de Lentz se habrían dado cuenta de que no había necesidad de correr riesgos y era mejor esperar a que salieran los supervivientes, si los había.

—Alto, agente Mulder, agente Scully —dijo el que iba en cabeza—. Todavía podemos llegar a un resultado satisfactorio.

—No nos interesan sus resultados satisfactorios —replicó Mulder con una tos.

Scully rodeó a Jody con los brazos. Le brillaban los ojos.

—No pienso entregarles al muchacho. Sabemos para qué lo quieren.

—Entonces conoce el peligro —dijo Lentz—. Nuestro amigo, el señor Dorman, nos ha mostrado los riesgos de todo esto. No podemos permitir que esta tecnología se expanda sin control. No tenemos más remedio que hacer esto. —Sonreía, pero no con los ojos—. No me lo ponga más difícil—. No se lo van a llevar— insistió Scully con vehemencia. Con el rostro manchado de hollín y la ropa cubierta de ceniza y apestando a humo, se irguió delante de Jody con gesto desafiante, interponiéndose entre el chico y las armas. Mulder no estaba seguro de que su cuerpo pudiera detener las ráfagas de gran calibre, pero pensó que tal vez su determinación hiciera desistir a los hombres de negro.

—No sé quién es usted, señor Lentz— dijo Mulder, acercándose a Scully—, pero este joven está bajo nuestra custodia.

—Sólo quiero ayudarle —contestó Lentz—. Le pondremos bajo atención médica. Le llevaremos a una instalación especial donde le cuidarán personas que pueden… comprender su condición. Ustedes saben que en un hospital normal no podrían ayudarle.

Scully no cedió.

—Tampoco creo que Jody sobreviviera a sus tratamientos.

A lo lejos se oían por fin sirenas y ruido de vehículos que corrían por las calles en dirección a la base de la colina entre llameantes luces rojas y azules. Las llamas seguían alzándose entre las ruinas de DyMar.

Mulder siguió acercándose a su compañera, con la mirada clavada en Lentz, sin hacer caso de sus hombres.

—Ahora hablas como yo, Scully— dijo.

—Denos al chico— insistió Lentz. Las sirenas se oían cada vez más fuerte.

—De ninguna manera— contestó Scully.

Varios coches de bomberos y de policía subían por la colina. En unos segundos llegarían al incendio. Si Lentz quería hacer algo, tenía que ser en ese momento. Pero Mulder sabía que si los mataban, no tendrían tiempo de ocultar las pruebas antes de que llegara más gente.

—Señor Lentz— dijo uno de los hombres.

Scully avanzó un paso, se detuvo un instante y comenzó a alejarse lentamente, paso a paso. Lentz se la quedó mirando. Sus hombres seguían apuntando con las armas. En ese momento los bomberos abrían la alambrada para dejar paso a los vehículos.

—No saben lo que están haciendo— dijo Lentz fríamente. Miró a los bomberos, como si todavía pensara en la posibilidad de disparar a los dos agentes y eliminar los cadáveres ante las mismas narices de los equipos de emergencia. Adam Lentz y sus hombres se quedaron inmóviles, furiosos y derrotados, recortados sus perfiles contra el devorador incendio que acababa con los restos de los laboratorios DyMar.

Pero Scully sabía que estaba salvando la vida de Jody. Siguió caminando, siempre sujetando al chico por el brazo. Él miraba testarudo la pared de llamas.

Mientras los hombres de uniforme se apresuraban a sacar las mangueras para apagar el fuego, el equipo de Lentz retrocedió y desapareció entre las sombras del bosque. Scully, Mulder y Jody se las arreglaron para llegar a su coche, entre los árboles.

—Yo conduzco— dijo Mulder—. A ti no te veo muy centrada.

—Bien. Yo me ocuparé de Jody— contestó ella.

Mulder puso en marcha el motor, casi esperando oír disparos y estallar el parabrisas por los impactos de bala. Pero no sucedió nada. El coche se alejó de los laboratorios arrojando grava con las ruedas. Tuvo que mostrar varias veces su placa de identificación para pasar por diversos controles y se preguntó cómo explicaría Lentz la presencia allí de su grupo… si es que los encontraban.