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Pabellón de autopsias del hospital Mercy Portland, Oregón

Martes, 14.24 h.

A pesar de la gruesa tela de sus toscos guantes, Scully notaba la suave blandura de la cavidad interna del cadáver. Sus movimientos eran de una imprecisión y una lentitud irritantes, pero al menos los gruesos guantes la protegían del contacto con lo que quiera que hubiera matado a Vernon Ruckman. El filtro de aire le bombeaba en la cara un aire frío y rancio. Tenía los ojos secos, le ardían. Le habría gustado frotárselos, pero estaba embutida en un traje anticontaminación y no tenía más remedio que aguantar la incomodidad hasta terminar la autopsia del vigilante de seguridad.

Sobre una mesa yacía su grabadora que, activada por la voz, esperaba que narrara en detalle lo que estaba viendo. No era sin embargo una autopsia típica. Sólo a primera vista se detectaban docenas de sorprendentes anomalías físicas, y los horrendos síntomas se iban haciendo más misteriosos a medida que Scully procedía con su inspección.

Aun así, había una razón para establecer el procedimiento post mortem paso a paso. Scully recordaba haberlo enseñado a otros estudiantes en Quantico durante el breve período en que los expedientes X habían permanecido cerrados y Mulder y ella estuvieron separados. Algunos de sus estudiantes habían completado la instrucción en la academia del FBI y se habían convertido en agentes especiales como ella misma. Pero Scully dudaba que ninguno de ellos hubiera tenido que enfrentarse a un caso como aquel. En aquellos momentos, la única forma de mantener la mente clara y despierta era agarrarse a los procedimientos de rutina.

Primer paso.

—Examen —dijo en voz alta. La luz roja de la grabadora parpadeó. Scully siguió hablando con tono normal, apagado por la pantalla de plástico que le cubría la cara—. Nombre del sujeto, Vernon Ruckman. Edad, treinta y dos años. Peso, unos ochenta kilos. La condición física externa es buena en general. Parece haber disfrutado de buena salud hasta el ataque de la enfermedad.

Scully miró la piel manchada, las oscuras marcas rojas como de sangre estancada y coagulada bajo la epidermis. El hombre tenía el rostro paralizado en una mueca de agonía, con los labios retraídos sobre los dientes.

—Por suerte los que encontraron el cadáver y el médico forense establecieron de inmediato el protocolo de cuarentena. Nadie ha tocado el cadáver con las manos desnudas. Sospecho que la enfermedad, sea cual sea, puede ser excesivamente virulenta.

»Los síntomas externos, las manchas, los abultamientos bajo la piel, me recuerdan la peste bubónica. Pero la peste negra que asoló los centros de población en Europa en la Edad Media y mató a nueve décimas partes de la población, actuaba, incluso en su forma neumónica más letal, en el curso de varios días o incluso una semana. Este hombre parece haber muerto casi al instante. No conozco ninguna enfermedad tan letal, salvo alguna toxina que actúe directamente sobre el sistema nervioso.

Scully tocó los brazos de Ruckman. La piel colgaba como pliegues de tela plástica.

—La epidermis muestra un desprendimiento sustancial, como si el tejido conjuntivo de los músculos hubiera quedado destruido. En cuanto a la fibra muscular… —Apretó con los dedos la piel del cuerpo y sintió una blandura inusual—. La fibra muscular parece disociada, con un tacto casi harinoso.

Parte de la piel se desgarró y Scully retrocedió sorprendida. Un líquido claro y blanquecino rezumaba de la herida. La agente lo tocó de mala gana. Era una sustancia densa, pegajosa, con la textura de la miel.

—De la piel brota una extraña mucosa. Parece haberse encharcado dentro del tejido subcutáneo. Mis manipulaciones la han liberado.

Juntó los dedos. La sustancia se quedó pegada a ellos y luego volvió a gotear sobre el cadáver.

—No entiendo nada —admitió a la grabadora. Probablemente borraría luego esa línea en el informe—. Procediendo con la cavidad corporal —prosiguió. Acercó una bandeja de acero inoxidable en la que yacían sierras, escalpelos, espátulas y fórceps.

Cogió el escalpelo con cuidado de no desgarrar la tela de los guantes y cortó la piel del pecho. Luego abrió las costillas con unas tenazas. Era un trabajo duro. El sudor le perlaba la frente y las cejas. Metió luego las manos en la húmeda cavidad del pecho abierto, tanteando con los dedos enguantados y comenzó a hacer inventario. Fue quitando y pesando los pulmones, el hígado, el corazón, los intestinos.

—Es difícil reconocer los órganos individualmente, debido a la abundante presencia de tumores. Está infestado. En los órganos y en torno a ellos se extendían los bultos y tumores que se movían y se agitaban deslizándose con una desagradable apariencia de gusanos viperinos e insidiosos.

Pero en un cuerpo tan destruido, tan dañado como aquel, sin duda el simple proceso de la autopsia podía causar una reacción fuerte, por no mencionar la posibilidad de contracciones debidas a las variaciones de temperatura del refrigerador del depósito en aquella sala caldeada.

Entre los órganos Scully encontró grandes bolsas de mucosa. Dentro, debajo de los pulmones, descubrió un gran nódulo de aquel moco pegajoso, como una especie de almacén biológico. La agente cogió una muestra del fluido y la selló en un contenedor de alto riesgo. Tal vez los especialistas en agentes patógenos hubieran visto antes algo similar.

—Mi primera conclusión, que todavía es pura especulación —prosiguió Scully— es que la investigación biológica que realizaba el doctor Kennessy en los laboratorios DyMar pudo haber producido algún tipo de organismo patógeno. No hemos podido revelar del todo sus experimentos o sus técnicas, de modo que no puedo constatar conjeturas más detalladas.

Se quedó mirando inquieta el cadáver abierto de Ruckman. La grabadora esperaba de nuevo su voz. Si la situación era tan mala como Scully temía, necesitarían mucha más ayuda de la que Mulder o ella pudieran ofrecer.

—Los bultos y las deformaciones dentro del cuerpo de Vernon Ruckman sugieren que un rápido crecimiento de células devoró su cuerpo con sorprendente velocidad. El doctor Kennessy trabajaba en la investigación sobre el cáncer. ¿Podía haber producido una base genética o microbiana para la enfermedad? ¿Habrá liberado alguna terrible forma viral de cáncer?

Scully tragó saliva, asustada ante su propia idea.

—Todo esto es muy improbable, pero difícil de descartar a la vista de los síntomas que he observado en el cadáver, sobre todo si el individuo, como es evidente, gozaba de buena salud sólo unas horas antes de que se encontrara el cuerpo.

El período entre la aparición de la enfermedad y la muerte había sido, como máximo, de unas pocas horas, tal vez mucho menos. No había habido tiempo para un tratamiento, ni siquiera para que el hombre se diera cuenta de su destino…

Vernon Ruckman sólo había contado con unos minutos antes de que una enfermedad terminal acabara con él. Apenas el tiempo para una oración.