39
Puesto de comando móvil del equipo táctico
Distrito de Oregón
Viernes, 18.36 h.
Los dos vehículos recorrían uno tras otro el barrizal. Lentz no podía creer que hubieran pasado por alto hasta entonces la evidente relación. Anteriormente había inspeccionado calladamente el enclave de maquis al que había ido a ocultarse Darin Kennessy. Pero Patrice no estaba allí. Tampoco había señales del perro ni del muchacho.
No, Patrice no había ido con Darin, sino que se había escondido en aquella remota cabaña que nadie conocía. Lentz había estado tan obsesionado siguiendo la pista de los maquis que no había localizado aquel escondrijo durante su búsqueda por ordenador. Sí, aquella cabaña era el lugar ideal para Patrice y su hijo.
Pero parecía que alguien los había encontrado antes. Los hombres salieron de los vehículos, esta vez armados hasta los dientes con rifles automáticos y lanzagranadas que apuntaron hacia la silenciosa casita.
Se quedaron esperando. No se percibía movimiento, ni dentro ni fuera. Los hombres del equipo parecían un ejército de soldados de plástico congelados para siempre en posición de ataque.
—Acérquense más —indicó Lentz sin levantar la voz. Sus palabras se oyeron claramente en el aire quieto y húmedo. Los hombres se movieron, intercambiando posiciones y formaron un cerco en torno a la cabaña.
Lentz miró en torno a él, seguro de que todos los miembros del equipo habían advertido las huellas de neumáticos del camino. El agente Mulder ya había estado allí, así como su compañera Scully.
Uno de los hombres señaló un macizo de altas hierbas cerca del porche. Cuando Lentz y los demás se acercaron, encontraron el cadáver de una mujer tirado en el suelo, cubierta de manchas y destrozada por la infestación de nanomáquinas. Se había contagiado de la peste.
La infección vírica se extendía y con cada víctima se hacía más difícil mantenerla en secreto. Los miembros del equipo habían logrado entrar de milagro en el depósito del hospital Mercy, donde las nanomáquinas proseguían su trabajo con la primera víctima, reanimando alguno de los sistemas del cadáver. Era tarea de Lentz que aquello no volviera a suceder.
—Aquí no queda nadie —dijo—. Pero tenemos que hacer limpieza.
Ordenó a los hombres de la furgoneta que volvieran a ponerse los trajes protectores y esterilizaran la zona. Luego se apartó y respiró hondo el aroma resinoso del bosque y el húmedo perfume de la pradera.
—Quemen la cabaña —indicó—. Que no quede nada.
Se volvió para ver cómo se llevaban el cuerpo de Patrice Kennessy. Otro hombre comenzó a rociar con gasolina las paredes de la casa y la pradera donde había estado el cadáver.
Lentz no se quedó a contemplar el fuego. Volvió al coche. El sistema de radio estaba conectado a varios satélites y antenas receptoras, a teléfonos intervenidos y descodificadores de seguridad. Quería pedir información a los miembros del equipo que le seguían la pista al agente Mulder. Tal vez este les dirigiría a su objetivo.