12 de septiembre

Invernaderos y piedras

UN SILURO ME MIRABA fijamente con ojos vidriosos, su cola dando un último coletazo en la fuente. A un lado del pescado, un enorme plato lleno de gruesas lonchas de grasiento beicon sin cocinar. Y al otro, una fuente de gambas crudas, traslúcidas y grises, junto a un cuenco de sémola seca instantánea. Y un poco más allá, un plato de huevos sin cuajar con sus yemas flotando en una espesa salsa blanca era lo mejor de lo peor. Muy raro, incluso para Ravenwood, en cuyo comedor estaba sentado frente a Lena. La mitad de la comida tenía aspecto de estar a punto de cobrar vida y salir corriendo o nadando fuera de la mesa. Y no había una sola cosa en ella que cualquier persona de Gatlin tomaría para desayunar. Especialmente yo.

Miré de nuevo mi plato vacío, donde un batido de chocolate había aparecido en un alto vaso de cristal. Al lado de los huevos sin cuajar, la leche no resultaba demasiado apetecible.

Lena hizo una mueca.

—¿Cocina? ¿En serio? ¿Otra vez? —Escuché un indignado ruido de cacharros en la otra habitación. Lena había irritado al misterioso cocinero de Ravenwood, al que yo todavía no había visto nunca. Se encogió de hombros y me miró—. Te lo advertí. Todo está descontrolado por aquí. Y cada día va a peor.

—Vamos. Podemos tomar algún bollo pringoso en el Stop & Steal. —Había perdido el apetito en cuanto vi el beicon crudo.

—Cocina está haciendo lo que puede. Pero me temo que, últimamente, la vida está siendo muy dura. Anoche Delphine aporreó mi puerta en mitad de la noche insistiendo en que venían los ingleses. —Una voz familiar, el suave roce de unas zapatillas, una silla que se arrastra y ahí estaba Macon Ravenwood, sujetando una pila de periódicos enrollados y levantando una taza de té que súbitamente estaba llena de lo que se suponía debía ser té, pero que parecía algún tipo de espesa agüilla verde. Boo entró detrás de él y se acurrucó a los pies de su dueño.

Lena suspiró.

—Ryan está llorando. No lo admitirá, pero tiene miedo de no volver a recuperar sus poderes. El tío Barclay ya no puede transformarse. La tía Del dice que ni siquiera puede cambiar un ceño en una sonrisa.

Macon levantó su taza, asintiendo en mi dirección.

—Todo eso puede esperar hasta después del desayuno. ¿«Cuánto valoras el sol de la mañana», señor Wate?

—¿Cómo dice, señor? —Sonaba totalmente a pregunta trampa.

—Robbie Williams. Qué bien compone canciones, ¿no lo crees así? Y qué cuestión tan oportuna en estos tiempos. —Bajó la vista a su té antes de dar un sorbo y dejó la taza—. Supongo que es mi forma de decir buenos días.

—Buenos días, señor. —Traté de no mirarle. Llevaba una bata de satén negra. Al menos supuse que era una bata. Nunca había visto una que tuviera un pañuelo saliendo del bolsillo del pecho. No se parecía en nada al raído albornoz a cuadros de mi padre.

Macon me pilló mirándole.

—Creo que el término que buscas es chaqueta de esmoquin. He descubierto, ahora que tengo tantos días de sol por delante, que hay más cosas por las que vivir que llevar la vestimenta adecuada.

—¿Eh?

—Al tío M le gusta pasearse en pijama. A eso se refiere. —Lena le dio un beso en la mejilla—. Tenemos que irnos o nos quedaremos sin bollos pringosos. Pórtate bien y te traeré uno.

Macon suspiró.

—El hambre es un terrible inconveniente.

Lena cogió su mochila.

—Me lo tomaré como un sí.

Macon la ignoró, y se puso a alisar el primero de sus periódicos.

—Terremotos en Paraguay. —Pasó a mirar el segundo, que parecía estar escrito en francés—. El Sena se está secando. —Otro—. La capa de hielo polar se está deshaciendo diez veces más rápido de lo previsto. Si haces caso de lo que dice la prensa de Helsinki. —Un cuarto periódico—. Y toda la costa sureste de Estados Unidos parece estar afectada por una curiosa plaga de pestilencia.

Lena le cerró el periódico, descubriendo un plato de pan blanco colocado directamente frente a él.

—Come. El mundo seguirá al borde del desastre cuando termines de desayunar incluso con tu chaqueta de esmoquin.

La oscura expresión de Macon se aligeró, sus ojos verdes de Íncubo se volvieron de un luminoso Caster, centelleando ligeramente con su tacto. Lena le mostró una sonrisa, aquella que reservaba sólo para él. La sonrisa que decía que se daba cuenta de todo, de cada minuto de su vida juntos. De lo que tenían y sabían. Desde que Macon regresara a ella de las garras de la muerte, Lena no había dado por seguro un solo minuto de los que compartían. Yo nunca lo había dudado, aunque lo envidiaba.

Era lo mismo que había compartido con mi madre y que ahora no tenía. Me pregunté si al mirarla la sonreiría de forma diferente, si ella sabía que yo también me daba cuenta de todo. Que sabía que ella había leído cada libro que yo leía para así poder charlar sobre él en la vieja mesa de roble durante la cena. Que sabía que había pasado horas en la librería Blue Bicycle de Charleston tratando de encontrar el libro adecuado para mí.

—¡Vámonos! —Lena se puso en marcha, y sacudí la cabeza para alejar los recuerdos mientras recogía mi mochila. Dio un rápido abrazo a su tío—. ¡Ridley! —Llamó por el hueco de la escalera. Un gruñido amortiguado flotó hasta nosotros desde uno de los dormitorios—. ¡Ya!

—Señor. —Doblé mi servilleta y me levanté.

La expresión relajada de Macon se desvaneció.

—Tened cuidado ahí fuera.

—Cuidaré de ella.

—Gracias, señor Wate. Sé que lo hará. —Bajó su taza—. Pero tenga cuidado usted también. Las cosas son más complicadas de lo que parecen. —El pueblo se estaba cayendo a pedazos, y ya habíamos destrozado una gran parte del mundo. No estaba seguro de cómo las cosas podían ser más complicadas que todo eso.

—¿Cuidado con qué, señor? —Había un gran silencio en la mesa, a pesar de que podía oír a Lena y a su abuela discutiendo con Ridley en el vestíbulo.

Macon bajó la vista a su pila de periódicos, alisando el último antes de abrirlo. Estaba escrito en un lenguaje que nunca había visto y que, sin embargo, reconocí.

—Me gustaría saberlo.

Después del desayuno de Ravenwood, si es que se le podía llamar así, el día se volvió aún más extraño. Íbamos a llegar tarde al colegio porque, cuando llegamos a casa de Link para recogerle, su madre le acababa de pillar tirando el desayuno a la basura y le hizo sentarse y volver a tomarse otro. Entonces condujimos hasta el Stop & Steal. Fatty, el agente del Jackson que se ocupaba de los que hacían novillos, no estaba en su coche comiendo un bollo pringoso y leyendo el periódico. Y todavía quedaban una media docena de bollos en la sección de pastelería. Ese debía de ser el primer auspicio del Apocalipsis. Pero lo que aún fue más increíble es que, cuando entramos en el edificio de administración, veinte minutos más tarde, la señorita Hester no estuviera en su mostrador para ponernos una falta. Su laca de uñas púrpura estaba delante de su mesa sin abrir. Era como si el mundo entero hubiera girado cinco grados en la dirección equivocada.

—Este es nuestro día de suerte. —Link levantó el puño y yo entrechoqué mis nudillos con los suyos. Me hubiera conformado con que sólo fuera eso.

Lo que se confirmó cuando vi por el rabillo del ojo que Ridley se dirigía hacia el cuarto de baño. Hubiera jurado que se había cambiado como una chica normal, vistiendo extrañas ropas de chica normal. Y cuando, finalmente, me deslicé en mi pupitre junto a Lena, en lo que debería haber sido el Lado del Ojo Bueno de la señora English, me encontré en la Tierra de Nadie del mapa de la clase. Estaba sentado donde siempre. Era la habitación la que había cambiado, o la señora English, que se pasó toda la clase interrogando a los estudiantes del lado equivocado de la clase.

—«Estos son tiempos duros, son tiempos concretos, ya no vivimos en la oscura tarde en la que el mal se confundía con el bien y aturdía al mundo». —La señora English levantó la vista—. ¿Señorita Asher? ¿Cómo cree Arthur Miller que es la oscura tarde que vivimos hoy día?

Emily la miró fijamente, sorprendida.

—Señorita, ¿no querría preguntárselo a… ellos? —Miró hacia Abby Porter, Lena y yo, las únicas personas que nos sentábamos en el Lado del Ojo Bueno.

—Quiero preguntárselo a cualquiera que pretenda aprobar mi asignatura, señorita Asher. Y ahora responda a la pregunta.

Tal vez esta mañana se ha puesto el ojo de cristal en el lado equivocado.

Lena sonrió sin levantar la vista de su hoja.

Tal vez

—Hmm, creo que Arthur Miller estaba profundamente convencido de que ya no hay tanta confusión entre nosotros.

Eché un vistazo a mi copia de El crisol. Y mientras Emily balbuceaba para condenar una caza de brujas no muy diferente a la que ella misma había encabezado, el ojo de cristal me estaba mirando directamente a mí.

Como si no sólo pudiera verme, sino que lo hiciera a través de mí.

Cuando las clases terminaron, las cosas ya empezaban a ser más normales. Emily Anti-Ethan siseó furiosa cuando pasó por delante, seguida por Eden y Charlotte, tercera y cuarta al mando, como en los buenos tiempos. Ridley supuso que Lena había lanzado un hechizo de Facies Celata sobre ella, encantando sus ropas de Siren para que parecieran ropas normales. Ahora Ridley había vuelto a su antiguo ser, cuero negro y mechas rosas, venganza, vendettas y todo eso. Pero lo peor fue que, tan pronto sonó el timbre, nos arrastró a ambos para ir a ver las escaramuzas de Link en el entrenamiento de baloncesto.

Esta vez no hubo posibilidad de quedarse a husmear en la puerta del gimnasio. Ridley no estuvo contenta hasta que no estuvimos en mitad de la primera fila. Fue doloroso. Link ni siquiera estaba en la pista, y tuve que contemplar a mis antiguos compañeros pifiándola en jugadas que yo solía conseguir. Mientras, Lena y Ridley no paraban de reñir como hermanas, y daba la impresión de que pasaban más cosas en las gradas que en la pista. Al menos hasta que vi a Link saltar del banquillo.

—¿Has lanzado un Facies sobre mí? ¿Como si fuera una especie de Mortal? —Ridley prácticamente gritaba—. ¿Como si fuera a notarlo? ¿O sea que ahora no sólo piensas que no tengo poderes sino que soy estúpida?

—Esa no era mi intención. La abuela me dijo que lo hiciera después de ver cómo ibas vestida en casa. —Lena parecía incómoda.

La cara de Ridley estaba casi tan colorada como los mechones de su pelo.

—Este es un mundo libre. Al menos lo es fuera de esa Mazmorra. No puedes usar tus poderes para vestir a la gente como se te antoje. Y menos así —se estremeció—. No soy una de las Barbies de Savannah Snow.

—Rid. No tienes que ser como ellas. Pero tampoco debes intentar tan desesperadamente ser diferente.

—Es lo mismo —replicó Ridley.

—No lo es.

—Mira ese rebaño y dime por qué debería importarme lo que esa gente piense de mí.

Ridley tenía razón. Mientras Link se movía arriba y abajo de la pista, los ojos de todo el equipo de animadoras estaba fijos en él como si fueran una sola persona. Lo que, básicamente, eran. Yo mismo llevaba un rato sin mirar a la pista. Ya sabía que Link con su superfuerza podía hacer una canasta desde las gradas.

Ethan, está saltando demasiado alto.

Aproximadamente alrededor de un metro. Lena se estaba poniendo nerviosa, pero yo sabía que Link había estado fantaseando con un momento así toda su vida.

Sí, claro.

Y corriendo demasiado rápido.

Sí, claro.

¿No vas a decir nada?

No.

Nada iba a detenerle. Se había corrido la voz de que Link había dado un salto cualitativo en su juego durante el verano y parecía que la mitad del colegio se había presentado en el entrenamiento para comprobarlo por sí misma. No sabría decir si aquello era una prueba más de lo aburrida que era la vida en Gatlin, o de lo negado que era nuestro nuevo Línkcubo para camuflarse como Mortal.

Savannah había puesto en pie a su equipo de animadoras y las estaba dirigiendo. Para ser justos, también era su entrenamiento. Pero, para ser justos con el resto de nosotros, no estábamos especialmente interesados en los nuevos ejercicios de Savannah. Y, por lo que parecía, tampoco Emily, Eden y Charlotte. Emily ni siquiera se levantó del banquillo.

En uno de los laterales de la cancha Savannah estaba dando saltos casi tan altos como Link: «¡Dame una L!».

—No irá en serio. —Lena estuvo a punto de escupir su soda.

Podía escucharse a Savannah por todo el gimnasio: «¡Dame una I!».

Sacudí la cabeza.

—Oh, claro que va en serio. No hay nada irónico en Savannah Snow.

—¡Dame una N!

—¿Es que nunca vamos a ver el final de esto? —Lena miró de reojo a Ridley. Estaba mascando chicle a la misma velocidad que Ronnie Weks poniéndose los parches de nicotina cuando dejó de fumar. Cuanto más saltaba Savannah, más fuerte mascaba Ridley.

—¡Dame una K!

—Dame un respiro. —Ridley escupió su chicle y lo pegó debajo del banco. Antes de que pudiéramos detenerla, estaba descendiendo por las gradas de aluminio hacia la pista con sus altísimas sandalias, su pelo con mechas rosas, la minifalda negra y todo lo demás.

—¡Oh, no! —Lena intentó seguirla, pero yo tiré de ella.

—No puedes impedir que suceda, L.

—¿Qué está haciendo? —No era capaz de mirar.

Ridley estaba hablando con Savannah mientras se apretaba su cinturón con la hebilla del insecto venenoso atrapado en su interior, como un gladiador preparándose para la batalla. Al principio tuve que esforzarme para oírlas, pero al cabo de unos segundos empezaron a gritar.

—¿Qué problema tienes? —espetó Savannah.

Ridley sonrió.

—Ninguno. Oh, sí, espera… tú.

Savannah lanzó al suelo del gimnasio sus pompones.

—Eres una puta. Si quieres atraer a algún otro a tu trampa de prostituta, adelante, estás invitada. Pero Link es uno de los nuestros.

—Esa es la cuestión, Barbie. Ya lo he atrapado y, como estoy tratando de jugar limpio, esta es mi justa advertencia. Retírate antes de que salgas herida.

Savannah cruzó los brazos sobre el pecho.

—Atrévete.

Parecía como si necesitaran un árbitro.

Lena se tapó los ojos.

—¿Se están peleando?

—Eh, más bien animándose, creo. —Aparté la mano de Lena de sus ojos—. Tienes que verlo por ti misma.

Ridley tenía el dedo pulgar de una mano enganchado en el cinturón mientras que con la otra agitaba un solitario y prestado pompón como si fuera una mofeta muerta. El equipo estaba junto a ella, iniciando la clásica formación en pirámide con Savannah al frente.

Link dejó de correr por la pista. Todo el mundo hizo lo mismo.

L, no sé si este es el momento adecuado para una revancha.

Lena no podía apartar sus ojos de Ridley.

No estoy haciendo nada. Pero hay alguien que sí.

Savannah estaba sonriendo desde la base. Emily fruncía el ceño mientras trepaba a la cúspide. Las otras chicas la seguían casi mecánicamente.

Ridley ondeó un lacio pompón sobre su cabeza.

Link botaba el balón sin moverse del sitio. Esperando, como el resto de los que conocíamos a Ridley, a que aquello tan terrible que aún no había pasado lo hiciera en cualquier segundo.

L, ¿crees que Ridley…?

Es imposible. Ya no es una Caster. No tiene ningún poder.

—Dame una… —Ridley sacudió el pompón de mala gana—, R.

Emily se tambaleó en la cúspide de la pirámide.

—¿Y una I? —continuó Ridley.

Una sacudida recorrió al equipo, como si estuvieran haciendo la ola en la formación de pirámide.

—Ahora, vayamos con una D. —Ridley dejó caer el pompón. Los ojos de Emily se dilataron. Link sujetaba el balón con una mano—. ¿Cómo se deletrea «animaperdedoras»? —parpadeó.

Lena

Me puse en marcha antes de ver lo que iba a ocurrir.

—¿Rid? —le gritó Link, pero ella no se volvió a mirarle.

Lena estaba a medio camino en el banco, para bajar a la pista.

¡Ridley, no!

Yo estaba justo detrás, pero no había manera de detener aquello.

Era demasiado tarde.

La pirámide se desplomó sobre Savannah.

Después de aquello todo sucedió rápidamente, como si Gatlin quisiera pasar página sobre toda la historia para que dejara de ser de última hora y se convirtiera en historia antigua. Una ambulancia se llevó a Savannah al hospital de Summerville. La gente decía que era un milagro que Emily no hubiera muerto, al caer desde tanta altura. La mitad del colegio no dejaba de repetir las palabras «lesión espinal», lo que era sólo un rumor, porque Emily parecía tener la columna igual que siempre. Aparentemente Savannah amortiguó su caída, como si hubiera decidido inmolarse generosamente por el bien del equipo. En todo caso, esa era la historia.

Link se acercó al hospital para verla. Creo que se sentía tan culpable como si él mismo la hubiera golpeado. Pero el diagnóstico oficial, de acuerdo con la llamada que Link nos hizo desde el vestíbulo del centro, fue «en buen estado y un poco magullada», y cuando Savannah envió a su madre a casa para que le llevara su estuche de maquillaje, todo el mundo asumió que se encontraba mejor. Tal vez ayudara que, según contó Link, el equipo al completo de animadoras estuviera allí preguntándole quién pensaba él que llevaba más tiempo siendo amiga de Savannah.

Link aún estaba repasando los detalles.

—Las chicas estarán bien. Se han estado turnando para sentarse en mi regazo.

—¿En serio?

—Bueno, todo el mundo está triste. Así que hago lo que puedo para reconfortar al equipo.

—¿Y cómo vas?

Tenía la sensación de que Link y Savannah estaban disfrutando de la tarde, cada uno a su modo. Ridley había desaparecido, pero cuando intuyera dónde se había metido Link, las cosas seguramente empeorarían. Tal vez no era tan mala idea que Link fuera familiarizándose con el hospital del condado.

Cuando Link colgó el teléfono, ya estábamos de vuelta en la habitación de Lena, y Ridley en alguna parte de la planta baja. El dormitorio de Lena era lo más alejado del Jackson High que pudieras imaginar. Estar allí hacía que todo lo que sucedía en la ciudad pareciera a millones de kilómetros. Su habitación había cambiado desde que regresó de la Frontera. Lena decía que era porque necesitaba ver el mundo a través de sus ojos dorados y verdes. Y Ravenwood había cambiado para reflejar sus sentimientos, de la misma forma que siempre lo hacía para ella y Macon.

Su habitación ahora era completamente transparente, como una especie de extraña cabaña en un árbol construida en cristal. Desde fuera parecía exactamente la misma, con sus postigos envejecidos cubiertos de parra. Pude advertir algunos restos de su antigua habitación. Todavía había ventanas donde antes había ventanas, puertas donde había habido puertas. Pero el techo estaba abierto, con paneles deslizantes de cristal desplazados a un lado para dejar pasar el aire nocturno. Por la tarde, el viento arrastraba hojas hasta su cama. El suelo era un espejo que reflejaba el cambiante cielo. Cuando el sol caía sobre nosotros —como sucedía ahora—, la luz se refractaba, quebrándose y propagándose sobre tantas superficies distintas que era imposible decir qué sol era el de verdad y cuál no. Todos quemaban por igual, con un brillo cegador.

Me tumbé de espaldas en su cama, cerrando los ojos y dejando que la brisa pasara por encima. Sabía que no era real, sólo otra versión de la Brisa Caster de Lena, pero no me importaba. Sentía que mi cuerpo respiraba por primera vez ese día. Me quité la húmeda camiseta y la tiré al suelo. Mucho mejor.

Abrí un ojo. Lena estaba escribiendo en la pared de cristal más próxima a su cama y las palabras colgaban en el aire como frases hechas. Escritas con tinta Sharpie.

No luz no oscuridad no tú no yo

conocer la luz conocer la oscuridad

conocerte conocerme

Me hizo sentir mejor ver esa caligrafía que recordaba desde antes de la Decimosexta Luna.

Así es el camino arduo el camino (de la caída)

en pedazos

el día del corazón (roto)

Rodé hacia mi costado.

—Eh. ¿Qué significa eso de «el día del corazón roto»? —No me gustó nada cómo sonaba.

Miró hacia mí y me sonrió.

—No es hoy Tiré de ella hacia abajo para acercarla a mi lado y pasé mi mano por detrás de su cuello. Enredé mis dedos en su largo cabello y rocé mi pulgar por su clavícula. Me encantaba el tacto de su piel, incluso si quemaba. Presioné mis labios sobre los suyos, y sentí que contenía el aliento. Yo estaba perdiendo el mío, pero no me importaba.

Lena recorrió mi espalda con su mano, sus dedos acariciando mi piel desnuda.

—Te quiero —susurré en su oído.

Sostuvo mi cara entre sus manos y se recostó para mirarme.

—No creo que nunca pueda amar a nadie como te quiero a ti.

—Yo sé que no podría.

La mano de Lena descansaba en mi pecho. Sabía que notaría mis latidos golpeando por debajo. Se sentó, recogiendo mi camiseta del suelo.

—Más vale que te pongas esto o vas a conseguir que no me mueva durante el resto de mi vida. Ni que el tío Macon durmiera todo el día.

Probablemente esté ahí abajo en los Túneles con… —se detuvo, y así fue como adiviné de quién estaba hablando—. Está en su estudio, esperando a que baje a verle en cualquier momento.

Me senté, sujetando la camiseta en mis manos.

—De cualquier forma, no sé por qué escribo esas cosas. Es como si brotaran en mi cabeza.

—¿Como mi padre y su nuevo best seller, La Decimoctava Luna? —No había sido capaz de olvidarlo, y Amma me estaba evitando. Tal vez Macon tuviera la respuesta.

—Como Savannah y su nuevo animador superguay Link. —Lena se apoyó contra mí—. Es un desastre.

—Dame una D. Dame un E-S-A-S-T-R-E.

—Cállate —dijo Lena, besando mi mejilla—. Y ponte la camiseta.

Me enfundé la camiseta hasta los hombros, parándome a mitad de camino.

—¿Estás segura? —Se inclinó para besar mi estómago, tirando de mi camiseta hacia abajo. Sentí que el punzante dolor desaparecía tan rápido como había surgido, pero de todas formas traté de cogerla.

Se escabulló de mis brazos.

—Deberíamos contarle al tío Macon lo que ha sucedido hoy.

—¿Contarle qué? ¿Que Ridley está buscando pelea? ¿Y que a pesar de no tener ningún poder, las animadoras han acabado maltrechas cuando ella estaba cerca?

—Es sólo por si acaso. Puede que esté tramando algo. Tal vez deberías contarle lo del nuevo libro de tu padre. —Lena tendió una mano y la cogí, la energía saliendo de mí lentamente.

—¿Lo dices porque el último libro salió tan bien? Ni siquiera sabemos si hay libro. —No quería pensar en mi padre y sus libros más de lo que quería pensar en Ridley y en Savannah Snow.

Estábamos bajando hacia el vestíbulo cuando me di cuenta de que habíamos dejado de hablar. Cuanto más nos acercábamos, más notaba que Lena reducía el paso. A ella no le importaba descender nuevamente a los Túneles. Lo que no quería era que yo bajara. Y eso no tenía nada que ver con los Túneles y sí con la alumna de intercambio favorita de Macon.