19 de septiembre
El Custodio Lejano
—Y ENTONCES LINK y yo echamos a correr como si Amma nos estuviera persiguiendo con la Amenaza Tuerta. Estaba tan asustado de que supiera que la habíamos seguido que no me levanté de la cama hasta bien entrada la mañana. —Omití la parte en la que me despertaba en el suelo, como me sucedía siempre después de alguno de mis sueños.
Para cuando terminé de contarle la historia a Marian, su té se había quedado frío.
—¿Y qué pasó con Amma?
—Escuché cerrarse la puerta mosquitera cuando empezaba a amanecer. Cuando bajé las escaleras esta mañana, estaba haciendo el desayuno como si tal cosa. La misma sémola con queso de siempre, los mismos huevos de siempre. —Excepto que ninguna de las dos cosas sabía como siempre.
Estábamos en el archivo de la Biblioteca del Condado de Gatlin. Era el santuario privado de Marian, el que había compartido con mi madre. Y era, también, el lugar donde Marian buscaba respuestas a preguntas que la mayoría de la gente de Gatlin no sabía ni formular, que era la razón por la que yo estaba allí. Marian Ashcroft había sido la mejor amiga de mi madre, pero siempre la había considerado más como a una tía que a la mía de verdad. Lo que supongo que era la otra razón por la que estaba allí.
Amma era lo más cercano que me quedaba de una madre. No estaba dispuesto a asumir sus cosas malas, y no quería que nadie lo hiciera. Pero, aun así, no me sentía cómodo sabiendo que andaba por ahí con un tipo que estaba en el lado malo de todo lo que Amma creía. Tenía que contárselo a alguien.
Marian removió su té, distraída.
—¿Estás absolutamente seguro de lo que escuchaste?
Asentí.
—No es la clase de conversación que se olvida. —Había intentado borrar de mi mente la imagen de Amma y del bokor desde el momento en que los vi—. No es la primera vez que veo a Amma ponerse como loca cuando no le gusta lo que las cartas dicen. Cuando supo que Sam Turley iba a salirse con el coche en el puente de Wader’s Creek, se encerró en su habitación y no pronunció palabra durante una semana. Esto era diferente.
—Una Vidente nunca intenta cambiar las cartas. Especialmente, no la retataranieta de la Profetisa Sulla. —Marian miró dentro de su taza de té, cavilando—. ¿Por qué iba a hacerlo ahora?
—No lo sé. El bokor dijo que podía hacerse, pero que tendría un coste para ella. Amma respondió que pagaría el precio. Sin importar el que fuera. No le veo ningún sentido, pero sé que tiene que ver con los Caster.
—Si él era un bokor, no lo habrá dicho a la ligera. Utilizan el vudú para herir y destruir más que para iluminar y curar.
Asentí. Por primera vez desde que podía recordar, estaba asustado por Amma. Lo que parecía tan absurdo como que un gatito tuviera miedo por un tigre.
—Sé que no puedes interferir en el mundo Caster, pero el del bokor es Mortal.
—Razón por la cual has acudido a mí. —Marian suspiró—. Puedo hacer alguna indagación, pero la única pregunta que no podré responder es la que de verdad importa. ¿Qué podría haber llevado a Amma hasta una persona que cree justo lo opuesto a ella? —Marian sacó un plato de galletas, lo que significaba que no tenía la respuesta.
—¿HobNobs? —Me estremecí. No eran unas galletas cualquiera.
—La maleta de Liv había venido repleta de ellas cuando aterrizó en Carolina del Sur a principios de verano.
Marian debió notármelo, porque suspiró y volvió a dejar el plato.
—¿Has hablado con Olivia de lo sucedido?
—No lo sé. No exactamente, bueno, no. —Suspiré—. Lo que realmente me fastidia porque Liv es… ya sabes, Liv.
—Yo también la echo de menos.
—¿Entonces por qué no la dejaste que continuara trabajando contigo? —Después de que Liv rompiera las reglas y ayudara a liberar a Macon del Arco de Luz, había desaparecido de la Biblioteca del Condado de Gatlin. Su entrenamiento como Guardiana había terminado, y yo supuse que regresaría a Inglaterra. Sin embargo, en vez de hacerlo, comenzó a pasar sus días en los Túneles con Macon.
—No podía. Sería impropio. O, si lo prefieres, prohibido. Hasta que no se resuelva todo, no podemos vernos la una a la otra. No oficialmente.
—¿Quieres decir que no vive contigo?
Marian suspiró.
—De momento se ha trasladado a los Túneles. Tal vez sea más feliz allí. Macon se ha encargado de acondicionar un estudio para ella. —No podía imaginarme a Liv pasando demasiado tiempo en la oscuridad de los Túneles, cuando todo en ella me recordaba a la luz del sol.
Marian se giró en su silla, sacó una carta doblada de su escritorio y me tendió el papel. Lo sentí pesado en mis manos, y me di cuenta de que el peso procedía de un grueso sello de lacre al final de la hoja. No era precisamente la clase de carta que recibes por correo electrónico.
—¿Qué es esto?
—Adelante. Léela.
—«El Consejo del Custodio Lejano considera, en relación con el grave asunto de Marian Ashcroft de la Lunae Libri…» —empecé a saltar párrafos—, «… suspensión de responsabilidades relativas al Guardián del Oeste… próxima fecha del juicio». —Levanté la vista del papel, incrédulo—. ¿Estás despedida?
—Yo prefiero decir suspendida.
—¿Y habrá un juicio?
Dejó su taza de té en la mesa entre nosotros y cerró los ojos.
—Sí. Al menos, así es como han decidido llamarlo. No pienses que los Mortales son los únicos en ostentar el monopolio de la hipocresía. El mundo Caster no es precisamente una democracia, como has podido comprobar. Todo lo referente al libre albedrío resulta un tanto arrinconado en interés del cumplimiento de la ley.
—Pero tú no tuviste nada que ver con eso. Lena rompió el Orden.
—Bueno, agradezco tu versión de los hechos, pero has vivido en Gatlin lo suficiente como para saber el modo en que las versiones van cambiando. De todas formas, confío en que seas llamado como testigo. —Las líneas de expresión del rostro de Marian tenían tendencia a derivar en sombras cuando estaba realmente preocupada. Como ahora.
—Pero tú no estabas implicada. —Había sido nuestra batalla más dura. Desde el momento en que descubrí que Marian era una Guardiana, como mi madre lo fue antes que ella, supe que sólo había una regla que importara. Sucediera lo que sucediera, Marian debía permanecer al margen. Era una observadora, responsable de mantener los archivos del mundo Caster y marcar el punto en el que ese mundo se cruzaba con el Mortal.
Marian conservaba la historia; pero no participaba en ella.
Esa era la regla. Otra cosa era si su corazón le permitiría respetarla. Liv había aprendido de la forma más dura que no podía seguir la regla, y ahora ya nunca sería una Guardiana. Estaba convencido de que mi madre había sentido lo mismo.
Volví a coger la carta. Acaricié el grueso sello negro de lacre —igual al sello del estado de Carolina del Sur—. Una luna Caster sobre una palmera. Cuando toqué la luna creciente, escuché la familiar melodía y me detuve para oírla. Cerré los ojos.
Dieciocho Lunas, Dieciocho Sheers,
alimentando tus miedos más secretos,
Vex hallarás cuando la Oscuridad llegue,
ojos secretos y oídos ocultos…
—¿Ethan? —Abrí los ojos y vi a Marian inclinada sobre mí.
—No es nada.
—Nunca es nada, contigo nunca es nada, E. W. —Me sonrió con tristeza.
—He escuchado la canción. —Mis dedos todavía tamborileaban en mis vaqueros, la melodía seguía en mi cabeza.
—¿Tu Canción de Presagio?
Asentí.
—¿Y?
No quería contárselo, pero no sabía cómo salir de la situación, y no me sentía capaz de inventar otra explicación en apenas unos segundos.
—Nada bueno. Lo de siempre. Un Sheer, un Vex, secretos y oscuridad.
Traté de no sentir nada, ni siquiera el pellizco en el estómago o el escalofrío que recorrió mi cuerpo mientras lo decía. Mi madre estaba intentando decirme algo. Y si me estaba enviando la canción significaba que era algo importante. Y peligroso.
—Ethan. Esto es importante.
—Todo es importante, tía Marian. No es fácil interpretar lo que debo hacer.
—Habla conmigo.
—Lo haré, pero ahora mismo no sé ni siquiera qué decirte. —Me levanté para marcharme. No debía haber dicho nada. No lograba encontrar una lógica a lo que estaba pasando y cuanto más me presionaba Marian, más ganas tenía de salir de allí—. Más vale que me vaya.
Me acompañó hasta la puerta del archivo.
—No te ausentes tanto tiempo la próxima vez, Ethan. Te he echado de menos.
Sonreí y la abracé, mirando por encima de su hombro hacia la Biblioteca del Contado de Gatlin. Casi se me salieron los ojos de las órbitas.
—¿Qué sucede?
Marian parecía tan sorprendida como yo. La biblioteca era un caos de suelo a techo. Parecía como si un tornado acabara de azotarla mientras estábamos en el archivo. Las estanterías estaban arrasadas, los libros tirados y abiertos por todas partes, a lo largo de las mesas, en el mostrador de control, incluso en el suelo. Sólo había visto algo así una vez, las pasadas Navidades, cuando cada libro de la biblioteca se abrió por una página en la que había una cita que tenía relación con Lena y conmigo.
—Esto es peor que la última vez —comentó Marian tranquilamente. Estábamos pensando lo mismo. Era un mensaje dejado para mí. Igual a como había sido entonces.
—Mmm…
—Bueno. Allá vamos. ¿Te sientes picado? —Marian alcanzó un libro colocado encima del fichero—. Porque yo lo estoy.
—Estoy empezando. —Aparté mi pelo de los ojos—. Desearía conocer el Hechizo para recolocar los libros sin tener que ordenarlos uno a uno.
Marian se inclinó y me tendió el primero.
—Emily Dickinson.
Lo abrí tan despacio como me fue posible, y busqué una página al azar.
—«Mucha Locura es el juicio más divino…».
—Locura. Genial. —¿Qué significaría? Y, lo más importante, ¿qué significaría para mí? Miré a Marian—. ¿Tú qué piensas?
—Creo que el Desorden de las Cosas ha llegado finalmente a mis estanterías. Continúa. —Abrió otro libro y me lo tendió—. Leonardo da Vinci.
Genial. Otro loco famoso. Se lo devolví.
—Hazlo tú.
—«Cuando pensé que estaba aprendiendo a vivir, estaba aprendiendo a morir». —Cerró suavemente el libro.
—Locura y ahora muerte. La cosa se va aclarando.
Me rodeó el cuello con una mano mientras con la otra dejaba que el libro se deslizara. Estoy aquí contigo. Es lo que decían sus manos. Mis manos en cambio no decían nada salvo que estaba aterrorizado, lo cual, estaba seguro, habría adivinado por lo mucho que me temblaban.
—Lo haremos por turnos. Uno lee mientras el otro limpia.
—Me pido limpiar.
Marian me lanzó una mirada, pasándome otro libro.
—¿Ahora eres tú el que manda en mi biblioteca?
—No, señora. Eso no sería muy caballeroso. —Me fijé en el título—. ¡Oh, vamos! —Edgar Allan Poe. Era tan oscuro que hacía que los otros dos parecieran alegres en comparación—. Sea lo que sea lo que tenga que decir, no quiero saberlo.
—Ábrelo.
—«Escrutando en la honda noche, permanecí largo tiempo pensando y temiendo/dudando, soñando sueños no mortales que jamás nadie se atrevió soñar…».
Cerré el libro de golpe.
—Ya lo entiendo. Se me va la olla. Me estoy volviendo loco. Esta ciudad está rota y el universo es un inmenso manicomio.
—¿Sabes lo que Leonard Cohen dice sobre los rotos, Ethan?
—No, no lo sé. Pero tengo el presentimiento de que si abro unos cuantos libros más de esta biblioteca podré decírtelo.
—«Hay un roto en todo».
—Eso ayuda mucho.
—De hecho, así es. —Apoyó sus manos en mis hombros—. Hay una grieta en todo. Así es como la luz penetra.
Tenía toda la razón —o, al menos, ese Leonard Cohen la tenía—. Me sentí feliz y triste a la vez, y no supe qué decir. Así que me dejé caer de rodillas en la moqueta y empecé a apilar libros.
—Más vale que nos pongamos con este desastre.
Marian comprendió.
—Nunca pensé que te oiría decir eso, E. W. —Tenía razón. El universo realmente debía de estar agrietado, y yo con él.
Confié en que, de alguna forma, la luz encontrara un camino para entrar.