9 de octubre
Pelea de gatos
UNOS DÍAS DESPUÉS estaba sentado en nuestra mesa favorita del Dar-ee Keen, que extraoficialmente ahora pertenecía a Link. Un par de nerviosos novatos se habían levantado de ella a toda prisa en cuanto nos vieron llegar. Recordé mi primer año de instituto cuando sólo estábamos Link y yo, mientras él se dedicaba a saludar con la cabeza a las chicas que pasaban por delante y yo comía mi peso en patatas Tater Tots.
—Deben estar usando algún producto distinto o algo así. Estas están bastante buenas. —Me metí otra patata en la boca. No había probado una en años. Pero hoy, parecían tener una pinta muy apetecible en el mugriento tablero del menú.
—Tío, creo que se te está yendo la olla. Ni siquiera yo he comido nunca esas cosas.
Me encogí de hombros mientras Lena y Ridley se deslizaban en nuestra mesa con dos batidos. Ridley empezó a beber de los dos.
—Mmm. Frambuesa.
—¿Es uno de tus favoritos, Rid? —Link parecía feliz de verla. Habían vuelto a hablarse. Les di cinco minutos antes de que empezaran a pelearse.
—Mmm. Oreo. ¡Oh, Dios mío! —Juntó las pajitas en su boca y empezó a beber de las dos a la vez.
Lena la miró asqueada y sacó una bolsa de patatas fritas.
—¿Qué estás haciendo?
—Quería un Oreo de frambuesa —murmuró Ridley, las pajitas escapando de su boca.
Señalé el letrero que estaba sobre la máquina registradora y en el que se podía leer: TODO LO QUE QUIERAS TE LO CONSEGUIMOS.
—Ya sabes que se puede pedir lo que sea.
—Prefiero hacerlo a mi modo. Es más divertido. ¿De qué estábamos hablando?
Link agitó un taco de folletos doblados sobre la mesa.
—Del gran acontecimiento de la fiesta de Savannah Snow después del partido contra Summerville.
—Bueno, divertíos. —Le robé una patata a Lena.
Link hizo una mueca.
—Jo, tío, ¿primero los fritos de patatas y ahora esto? ¿Cómo puedes comer esa basura? Huele a pelo sucio y aceite viejo. —Olfateó de nuevo—. Y a alguna que otra rata.
Lena soltó la bolsa.
Yo cogí otra patata.
—Antes solía gustarte comer esta basura a todas horas. Y eras mucho más divertido.
—Bueno, estoy a punto de empezar a divertirme porque he conseguido que os invitaran a la fiesta de Savannah. Vamos a ir todos. —Desdobló los folletos naranjas y ahí estaban: cuatro invitaciones naranjas, todas cortadas en círculo y decoradas como si fueran una pelota de baloncesto.
Lena cogió una por un extremo como si efectivamente estuviera cubierta de pelo sucio y aceite viejo.
—El billete ganador. Supongo que eso nos convierte ahora en chicos guays.
Link no pilló el sarcasmo.
—Sí, supongo que todos lo somos.
Ridley sorbió ruidosamente sus batidos. Se había bebido hasta los posos.
—En realidad, lo hice yo.
—¿Qué? —No podía haber oído bien.
—Savannah invitó a todo el equipo, y les dije que necesitaba llevar a mi séquito. Ya sabes, por seguridad o lo que sea. —Dejó a un lado los vasos—. Me lo podéis agradecer más tarde. O ahora.
—¿Repítelo? —Lena miró a su prima como si estuviera chiflada.
Ridley pareció confusa.
—¿Que vosotros sois mi séquito?
Lena sacudió la cabeza.
—La otra parte.
—¿Por seguridad?
—Antes que eso.
—¿Equipo?
—Eso. —Lena lo dijo como si fuera un insulto.
Tenía que ser una broma. Miré a Link, que, intencionadamente, apartó la vista.
Ridley se encogió de hombros.
—Sí, lo que sea. El equipo ese. He olvidado el nombre. Me gustan sus falditas. Además, esta actuación es lo más cerca que voy a estar de ser una Siren mientras siga atrapada en este patético cuerpo Mortal. —Nos obsequió con su mejor sonrisa falsa—. Vamos, gatos salvajes.
Lena se quedó sin habla. Pude notar que las ventanas del Dar-ee Keen empezaban a temblar como si un viento huracanado las golpeara. Lo que probablemente estaba sucediendo.
Estrujé mi servilleta.
—¿Estás de broma? ¿Ahora eres una de ellas?
—¿Qué?
—Una Savannah Snow o Emily Asher, el tipo de chicas que se metían con nosotros todo el rato en el colegio —espetó Lena—. Esas que odiamos.
—No sé por qué te pones así.
—Oh, no sé. Tal vez porque te has unido al mismo equipo que fundó un club para echarme del colegio el año pasado. Ya sabes, el equipo de animadoras-navajeras-letales del Jackson.
Ridley bostezó.
—Lo que sea. Dime algo que tenga que ver conmigo.
Miré hacia las ventanas por el rabillo del ojo. Aún estaban vibrando. La rama de un árbol cayó contra una, como si hubiera sido arrancada del suelo como un hierbajo. Tiré de uno de los rizos de Lena entre mis dedos.
Cálmate, L.
Estoy calmada.
No pretende herirte.
No. Porque ni se fija, ni le importa.
Me volví hacia Link, que estaba sentado con los brazos detrás de su cabeza, disfrutando con nuestras reacciones.
—¿Sabías todo esto?
Link sonrió.
—No me he perdido ni un ensayo. —Le miré fijamente—. Ah, vamos. Está que arde con esa faldita. Quemaduras de tercer grado, colega.
Ridley sonrió.
Estaba totalmente seguro de que Link había perdido la cabeza.
—¿Y crees que es una buena idea? Se encogió de hombros.
—No lo sé. Si le apetece… Y ya sabes lo que dicen: mantén a tus amigos cerca y la ropa de tu enemigo… espera, ¿cómo seguía? Miré a Lena. Esto tengo que verlo. Las ventanas temblaron con más fuerza.
La tarde siguiente fuimos a verlo por nosotros mismos. La chica sabía moverse, eso había que reconocerlo. Incluso si Ridley llevaba su falda de animadora con un chaleco metálico en lugar del uniforme dorado y azul, su agilidad era indiscutible.
—Me pregunto si se le da bien esto por haber sido una Siren. —Observé cómo Ridley daba volteretas a lo largo de la pista de baloncesto.
—Sí, quién sabe. —Lena no parecía muy convencida.
—¿Crees que existe algún tipo de animadora Caster? ¿Habrá una palabra en latín para animadora?
Lena observó cómo Ridley hacía otra voltereta.
—No estoy segura, pero voy a averiguarlo.
Estábamos mirándola desde la grada más alta, y después de los primeros diez minutos de ensayo, nos quedó claro lo que realmente sucedía. La verdadera razón por la que Ridley se había unido al equipo. Trataba de sustituir a Savannah de todas las formas posibles. Rid era la base, la que sujetaba al equipo durante la pirámide. Estaba liderando a las animadoras y, en algunos casos, haciéndolas volar hasta la cima, por lo que pude apreciar. El resto del equipo iba tambaleándose detrás de ella, tratando de imitar sus menores e improvisados movimientos.
Cuando Ridley animaba, sus gritos eran tan fuertes que distraían a los chicos en la pista. O tal vez fuera su chaleco metálico. «Quiero que me lo deis todo, gatos salvajes. Podéis ser mis gatos salvajes de juguete. Botar vuestras pelotas y lanzarlas alto. Ridley ha llegado al Jackson High».
Los chicos del equipo empezaron a reírse, excepto Link, que la miraba como si quisiera aplastarla con una pelota de baloncesto. Sólo que alguien más estaba dispuesto a hacerlo por él. Savannah saltó iracunda del banquillo, su brazo aún en cabestrillo, y fue derecha hasta Ridley.
—Imagino que ese no es uno de los gritos aprobados.
Lena escondió la cabeza entre sus manos.
—Me temo que entre Ridley y Savannah nos van a echar a todos del colegio al final de la temporada. —Ambos sabíamos lo que sucedía cuando te topabas con gente como la señora Snow. Por no hablar de Savannah Snow.
—Bueno, al menos hay que reconocerle una cosa a Ridley. Estamos en octubre y aún continúa en el Jackson. Ha conseguido estar más de tres días.
—Recuérdame que le haga una tarta cuando llegue a casa. —Lena estaba furiosa—. La última vez que fuimos juntas al colegio me pasé la mitad del tiempo haciendo sus deberes porque, de lo contrario, habría conseguido que todos los chicos del colegio los hicieran por ella. Esa es la única forma en la que funciona.
Lena apoyó su cabeza en mi pecho. Nuestros dedos se entrelazaron y sentí una descarga. A pesar de que mi piel empezaría a arder en pocos segundos, merecía la pena. Quería recordar esa sensación; no la descarga, sino el roce anterior a esta. La forma en que sentía su mano en la mía.
Nunca pensé que hubiera un tiempo en que necesitara recordar. En que ella estaría en todas partes menos en mis brazos. Hasta la primavera pasada, cuando me dejó, y los recuerdos —algunos demasiado dolorosos para pensar en ellos, otros demasiado dolorosos para olvidarlos— se convirtieron en lo único que me quedó. Esas fueron las cosas a las que me aferraba.
Sentado junto a ella en los escalones de delante de casa.
Hablando kelting con ella mientras estaba tumbado en mi cama y ella en la suya.
La forma en que retorcía los amuletos de su collar cuando estaba perdida en sus pensamientos, tal y como estaba haciendo ahora, mientras contemplaba el partido.
Ese algo tan normal entre nosotros que era, a la vez, tan increíble y extraordinario. Y no porque fuera una Caster, sino porque era Lena y la quería.
Así que la observé mientras ella observaba a Ridley y a Savannah. Hasta que la tensión en el lateral de la pista aumentó, y se acabó el silencio. No hacía falta escuchar lo que se estaban diciendo para saber lo que pasaba.
—«Está bien, es un error de novata». —Lena me narraba lo que se estaba desarrollando allí abajo, cuando Savannah se plantó frente a Ridley. Ridley bufaba como un gato callejero—. ¿Ves lo que te decía? No puedes acercarte así a Rid y pretender salir sin ningún arañazo en la cara.
Lena estaba tensa. Sabía que estaba dudando si bajar allí antes de que las cosas se pusieran más feas.
Emory se le adelantó, llevándose a Ridley a un lado. Savannah intentó parecer enfadada, pero estaba claramente aliviada.
Y también Lena.
—Eso casi ha hecho que me caiga bien Emory.
—No puedes solucionar todos los problemas de Ridley por ella.
—No puedo solucionar ninguno. Me he pasado toda la vida sin poder solucionarlos. —La rocé con mi hombro.
—Eso es porque son los problemas de Ridley.
Se relajó y se acomodó en el banquillo.
—¿Desde cuándo eres tan zen?
—No soy zen. —¿Lo era? En el fondo de mi mente lo único en lo que podía pensar era en mi madre y en esa sabiduría de ultratumba que era única en ella. Tal vez estaba arrastrándose a la superficie de mi mente—. Mi madre vino a verme. —Lamenté haberlo dicho en cuanto las palabras salieron de mi boca.
Lena se irguió tan rápido que mi brazo salió volando.
—¿Cuándo? ¿Por qué no me lo has contado? ¿Qué te dijo?
—Hace un par de noches. No me apetecía hablar de ello. —Especialmente después de haber visto a la madre de Lena sumirse más profundamente en la Oscuridad en una visión esa misma noche. Pero había algo más. Sentía como si me estuviera despegando, hablando con mi tía inconsciente en mi sueño, olvidando cosas cuando estaba despierto, y esa pesada e imposible carga del destino acechando desde el fondo de mi mente. No quería admitir lo mal que se estaba poniendo todo. Ni a Lena ni a mí mismo.
Lena se volvió hacia la cancha de baloncesto. Había herido sus sentimientos.
—Bueno, hoy estas pletórico de información.
Quería decírtelo, L. Pero había demasiado que asimilar.
Me lo podías haber dicho así.
Intentaba aclarar algunas cosas. Creo que he estado enfadado con ella, todo este tiempo, como si la culpara por haber muerto. ¿No es una locura?
Ethan, recuerda cómo actué yo cuando creía que Macon estaba muerto. Me volví loca.
No era tu culpa.
No estoy diciendo que lo fuera. ¿Por qué todo gira sobre la culpa contigo? No fue culpa de tu madre que muriera, pero una parte de ti todavía la culpa. Es normal.
Nos quedamos sentados en el banquillo el uno al lado del otro sin hablar. Observando a las animadoras vitorear y a los jugadores jugar debajo de nosotros.
Ethan, ¿por qué crees que nos encontramos en los sueños?
No lo sé.
No es la forma en que la gente se conoce normalmente.
Supongo que no. A veces me pregunto si este no es uno de esos sueños psicóticos cuando estás en coma. Tal vez ahora mismo esté postrado en la Residencia del Condado.
Estuve a punto de reírme, pero recordé algo.
La Residencia del Condado.
La Decimoctava Luna. Le pregunté a mi madre sobre ello.
¿Por John Breed?
Asentí.
Todo lo que dijo es que el diablo tiene muchas caras, y que no era yo quien debía juzgarlas.
Ah. El problema de juzgar. ¿Lo ves? Ella piensa igual que yo. Sabía que le gustaría a tu madre.
Pero tenía otra absurda pregunta.
L, ¿alguna vez has oído hablar de la Rueda de la Fortuna?
No. ¿Qué es?
De acuerdo con mi madre, no es una cosa. Es una persona.
—¿Qué? —Había pillado a Lena desprevenida, y cortó el kelting.
—Lo extraño es que no dejo de escuchar esa expresión: la Rueda de la Fortuna. La tía Prue la mencionó también cuando me quedé dormido en su habitación. Debe de tener alguna relación con la Decimoctava Luna, o mi madre no la hubiera sacado a relucir.
Lena se levantó y extendió una mano.
—Vamos.
Me levanté tras ella.
—¿Qué estás haciendo?
—Dejar que Ridley solucione sus propios problemas. Vámonos.
—¿A dónde?
—A resolver los tuyos.