13 de diciembre

Lágrimas y lluvia

DESPUÉS DE LO SUCEDIDO en el aparcamiento, Macon y Liv se llevaron a John de vuelta a los Túneles, donde estaría a salvo bajo el velo de los Hechizos de Ocultación y las Vinculaciones. O eso esperábamos. No había duda de que Hunting le contaría todo a Abraham, pero Liv no estaba segura de si John era lo suficientemente fuerte. No quise preguntar si esa fuerza era para volver con Abraham o para sobrevivir.

Más tarde, esa noche, Lena y yo nos sentamos juntos en los torcidos escalones de su porche, mi cuerpo pegado al suyo. Intenté memorizar la forma en que encajaba perfectamente con el mío. Enterré mi cara en su pelo. Olía a limones y romero. Una de las pocas cosas que no habían cambiado.

Levanté su barbilla y presioné mi boca contra la suya. No pretendía besarla, sino tan sólo sentir sus labios contra los míos. Podía haberla perdido esta noche. Ella apoyó su cabeza en mi pecho.

Pero no ha pasado.

Lo sé.

Dejé que mi mente vagara, pero lo único en lo que podía pensar era en cómo me había sentido sin ella el pasado verano, cuando creí que la había perdido. El sordo dolor que nunca desaparecía. El vacío. Una sensación similar a la que debió de sentir Link cuando Ridley se marchó. Nunca olvidaré la expresión de su cara. Estaba completamente roto. Y Ridley, con esos fantasmales ojos amarillos.

Sentí que la mente de Lena se agitaba aún más que la mía.

Déjalo ya, L.

¿Dejar qué?

De pensar en Ridley.

No puedo. Me recuerda a Sara… a mi madre. Y mira cómo acabó.

Ridley no es Sarafine.

Aún no.

Removí el ramillete de su fina muñeca. El brazalete de su madre seguía ahí. Mi mano rozó el metal y, en cuanto lo hizo, supe que todo lo que había pertenecido a Sarafine estaba mancillado. El porche empezó a dar vueltas…

Cada vez se hacía más difícil seguir la cuenta de los días. Sarafine sentía como si viviera en una bruma constante, confusa y separada de su rutina diaria. Las emociones parecían más allá de su control, flotando en la periferia de su mente como si pertenecieran a otra persona. El único lugar en el que se sentía arraigada era en los Túneles. Había una conexión con el mundo Caster y los elementos que habían creado la energía que corría por sus venas que le hacían sentirse cómoda, permitiéndola respirar.

A veces se pasaba horas allí abajo, sentada en el pequeño estudio que Abraham había creado para ella. Era un lugar inusualmente tranquilo, hasta que Hunting llegaba. Su medio hermano pensaba que Abraham estaba perdiendo el tiempo con ella, y no intentaba ocultarlo.

—¿Otra vez aquí? —Sarafine pudo notar el desprecio en su voz.

—Sólo estoy leyendo. —Intentaba evitar enfrentamientos con Hunting. Era vicioso y cruel, aunque siempre había un hilo de verdad en sus palabras. Una verdad que trataba desesperadamente de ignorar.

Hunting se apoyó contra la puerta, un cigarrillo colgando entre sus labios.

—Nunca entenderé por qué el abuelo Abraham pierde el tiempo contigo. ¿Tienes idea de cuántos Caster matarían por tenerlo como maestro? —Hunting sacudió la cabeza.

Estaba harta de ser intimidada.

—¿Por qué soy una pérdida de tiempo?

—Eres una Caster Oscura fingiendo ser de Luz. Una Cataclyst. Si eso no es un desperdicio, no sé qué puede serlo.

Sus palabras la herían, pero Sarafine trató de disimular.

—Yo no finjo nada.

Hunting se rio, mostrando sus colmillos.

—¿En serio? ¿Le has contado al Caster de Luz de tu marido tus encuentros secretos aquí abajo? Me pregunto cuánto tiempo tardaría en abandonarte.

—Eso no es de tu incumbencia.

Hunting dejó caer su cigarrillo en una lata de soda vacía sobre la mesa.

—Me tomaré eso como un no.

Sarafine sintió que su pecho se tensaba y durante un segundo todo se volvió negro.

La mesa comenzó a arder justo cuando Hunting apartaba la mano.

No había aviso. Un minuto antes estaba enfadada con Hunting y al siguiente la mesa era todo cenizas.

Hunting tosió.

—Bueno, eso ya está mejor.

Sarafine se movió para intentar apagar el fuego con una manta vieja. Como era de esperar, Hunting no la ayudó. Desapareció en el estudio privado de Abraham, al otro lado del vestíbulo. Sarafine se miró las manos tiznadas. Probablemente su cara también estaría sucia. No podía volver así a casa con John.

Cruzó el vestíbulo en dirección al pequeño cuarto de baño. Pero al acercarse a unos metros de la puerta de Abraham escuchó voces.

—No sé por qué estás tan obsesionado con ese chico. —La voz de Hunting era amarga—. ¿A quién le importa si puede salir a la luz del día? Apenas tiene edad de caminar, y Silas probablemente le matará antes de que sea útil. —Estaba refiriéndose al chico del que Abraham le habló cuando se conocieron por primera vez. Aquel que era un poco mayor que Lena.

—Silas controlará su carácter y hará lo que yo le diga —replicó Abraham—. He tenido una visión, hijo. Ese niño será la siguiente generación. Un Íncubo con todos los poderes y ninguna de nuestras debilidades.

—¿Cómo puedes estar seguro?

—¿Crees que escogí a sus padres por casualidad? —A Abraham no le gustaba que le cuestionaran—. Sabía exactamente lo que hacía.

Durante un momento hubo un tenso silencio. Entonces Abraham volvió a hablar.

—No pasará mucho tiempo antes de que los Caster estén fuera de la circulación. Lo veré mientras viva. Eso te lo prometo.

Sarafine se estremeció. Una parte de ella quería salir corriendo y no mirar atrás. Pero no podía. Tenía que quedarse por Lena.

Tenía que detener las voces.

Cuando Sarafine volvió a casa, John estaba en el salón.

—Chist. El bebé se ha dormido. —La besó en la mejilla y ella se sentó en el sofá junto a él—. ¿Dónde has estado?

Por un segundo pensó en mentirle, decirle que había estado en la biblioteca o paseando por el parque. Pero las palabras de Hunting burlándose de ella volvieron a su mente. «Me pregunto cuánto tiempo tardaría en abandonarte». Estaba equivocado sobre John.

—Estaba en los Túneles.

—¿Qué? —John parecía no haberla entendido.

—Me reuní con uno de mis parientes y me contó cosas de la maldición. Cosas que no sabía. La segunda Natural nacida en la familia Duchannes puede Cristalizarse a sí misma. Lena puede elegir. —Todo surgía atropelladamente, todas esas cosas que había deseado compartir con él.

John sacudía la cabeza.

—Espera un minuto. ¿Qué pariente?

Ahora ya no podía detenerse.

—Abraham Ravenwood.

John se levantó irguiéndose por encima de ella.

—¿Abraham Ravenwood, el Íncubo de Sangre? Está muerto.

Sarafine dio un salto.

—No. Está vivo y puede ayudarnos a salvar a Lena.

John examinaba su cara como si no la reconociera.

—¿Ayudarnos? ¿Has perdido la cabeza? ¡Es un Demonio vampiro! ¿Cómo sabes si lo que te cuenta es verdad?

—¿Por qué iba a mentir? No tiene nada que ganar al decirme que Lena tiene esa opción.

John la agarró por los hombros.

—¿Por qué iba a mentir? ¿Qué te parece porque es un Íncubo de Sangre? Es peor que un Caster Oscuro. —Sarafine se encogió bajo sus dedos. No importaba que John la llamara Izabel; sus ojos seguían siendo amarillos y su piel fría como el hielo. Ella era uno de ellos.

—Puede ayudar a Lena. —También me está ayudando a mí. Es lo que hubiera deseado contarle.

John estaba tan enfadado que no advirtió que la cara de ella se descomponía.

—Eso no lo sabes. Puede estar mintiendo. Ni siquiera sabemos si Lena es una Natural.

Sarafine sintió que algo crecía en ella, como la cresta de una ola. No reconoció lo que era. Rabia. Pero las voces lo hicieron. Él no confía en ti. Cree que eres una de ellos.

Trató de apartar esos pensamientos y centrarse en John.

—Cuando llora, llueve. ¿No te parece suficiente prueba?

John soltó sus hombros y se pasó las manos por el pelo.

—Izabel, ese hombre es un monstruo. No sé lo que quiere de ti, pero está jugando con tus miedos. No puedes volver a hablar con él.

El pánico se apoderó de ella. Sabía que Abraham decía la verdad sobre Lena. John no había visto la profecía. Pero había algo más. Si no podía ver a Abraham, no podría controlar las voces.

John la estaba mirando.

—¡Izabel! Prométemelo.

Tenía que hacérselo entender.

—Pero, John…

Él la cortó.

—No sé si estás perdiendo el juicio o el control, pero si vas a alguna parte cerca de Abraham Ravenwood, te dejaré. Y me llevaré a Lena conmigo.

—¿Cómo dices? —No podía ser verdad.

—Si lo que él dice es cierto, y Lena tiene elección, entonces elegirá la Luz. Nunca permitiré ninguna Oscuridad en su vida. Sé que has estado luchando contra eso. Desapareces todo el día y cuando estás aquí se te ve distraída y confusa.

¿Era cierto? ¿Podía leerlo en su cara?

John aún seguía hablando.

—Pero mi obligación es proteger a Lena. Incluso aunque sea de ti.

Amaba a Lena más de lo que la amaba a ella.

Estaba listo para marcharse y llevarse a su hija.

Y un día, Lena se cristalizaría a sí misma. John se aseguraría de que volviera su espalda a Sarafine.

Algo dentro de ella hizo clic, dos piezas encajando en el lugar que les correspondía. La rabia ya no ascendía. Estaba bajando por ella, ahogándola. Y pudo escuchar la voz.

Quema.

Las cortinas se prendieron extendiendo el fuego por las paredes detrás de John. El humo empezó a inundar la habitación, negro y oscuro, una sombra viviente que respiraba. El ruido era atronador mientras las llamas devoraban la pared y se extendían por el suelo. El fuego creó un círculo perfecto alrededor de John, siguiendo un sendero invisible que sólo ella podía ver.

—¡Izabel, detente! —gritó. Su voz alterada por el rugido del fuego.

¿Qué había hecho?

—¿Cómo has podido hacerme esto a mí? Me quedé contigo, incluso después de que te Desviaras.

Después de que me Desviara.

Él creía que era Oscura.

Siempre lo había creído.

Le miró a través de la nube de humo que rápidamente llenó la habitación. Sarafine observó indiferente las llamas. Ya no estaba en su casa, a punto de ver cómo su marido ardía hasta morir. No parecía el hombre al que amaba. Ni siquiera un hombre al que pudiera amar.

Es un traidor. La voz sonaba ahora con claridad y sólo había una. Sarafine la reconoció al momento.

Porque era la suya.

Antes de alejarse de la casa y del humo, de su vida y de los recuerdos que ya se estaban desvaneciendo, recordó algo que John solía decirle. Le miró a los ojos verdes con los suyos amarillos.

«Te querré hasta el día después de para siempre».

Lena cayó de rodillas en el escalón a mi lado, llorando.

La rodeé con mis brazos, pero no dije nada. Acababa de ver a su madre matar a su padre y darla por muerta.

No había nada más que decir.