18 de octubre

Una auténtica chica mala

ME COSTÓ MUCHO CONVENCER a Amma para que me dejara ir a la fiesta de Savannah Snow, pero no me quedó más remedio, porque sabía que si trataba de escaparme se iba a dar cuenta. Amma había dejado de salir. No había vuelto a su casa de Wader’s Creek ni una sola vez desde que consultó las cartas del tarot que la enviaron a la cripta de una reina del vudú. Y aunque se negaba a admitirlo, cuando le pregunté por qué ya no iba nunca a su casa, se puso a la defensiva.

—¿Crees que puedo dejar a las Hermanas para que se cuiden ellas solas? Ya sabes que Thelma no ha vuelto a ser la misma desde el accidente.

—Oh, señorita Amma. No es para tanto. Sólo me siento un poco confusa de vez en cuando —declaró Thelma desde la habitación de al lado, donde estaba arreglando las camas. La tía Mercy quería una almohada y dos mantas. Tía Grace quería dos almohadas y una manta. A tía Mercy no le gustaban las mantas usadas, lo que significaba que había que lavarlas antes de que te permitiera acercárselas. A tía Grace no le gustaban las almohadas que olían a pelo, incluso si era el suyo. Y lo triste era que desde el «accidente», sabía más de sus preferencias por las almohadas y de sus escondites para el helado de café de lo que hubiera deseado.

El accidente.

«El accidente» solía referirse a cuando mi madre se estrelló en el coche. Ahora era la diplomática forma sureña de definir el estado de mi Tía Prue. No sé si eso me hacía sentir mejor o peor, pero en cuanto Amma empezó a invocar el «accidente», ya no hubo forma de hacerle cambiar de opinión.

Sin embargo, insistí.

—Nunca se acuestan más tarde de las ocho. ¿Qué te parece si me quedo por aquí, jugamos con ellas al Intelect y luego me voy cuando se hayan acostado?

Amma sacudió la cabeza mientras metía y sacaba bandejas de galletas del horno. Galletas de azúcar con crémor tártaro. Melaza. Mantecadas. Galletas y no tartas.

Las galletas eran para repartir. Ella nunca hacía galletas para los antepasados. No sé por qué, pero a los antepasados no les iban demasiado las galletas. Lo que significaba que no estaba hablando con ellos.

—¿Para quién estás horneando esta noche, Amma?

—¿Qué pasa? ¿Acaso te crees demasiado bueno para mis galletas?

—No, pero les has puesto blondas, lo que significa que no son para mí.

Amma se puso a colocar las galletas de la bandeja.

—Mira qué listo eres. Las voy a llevar a la Residencia del Condado. A esas encantadoras enfermeras les vendrán bien un par de galletas para hacerles compañía en esas largas noches.

—Bueno, ¿entonces puedo ir?

—Eres más simple de lo que pensaba si crees que Savannah Snow te quiere ver cerca de su casa.

—Es sólo la típica fiesta de alumnos de secundaria.

Ella bajó la voz.

—No hay tal cosa como una típica fiesta de alumnos de secundaria cuando llevas una Caster, un Íncubo y una antigua Siren contigo. —Resulta que Amma era muy capaz de soltarte una regañina incluso susurrando. Entonces cerró el horno de golpe y se quedó allí con una manopla en cada mano apoyada en la cadera.

—Sólo un cuarto de Íncubo —respondí entre susurros. Como si eso cambiara algo—. Es en casa de los Snow. Ya sabes cómo son. —Hice mi mejor imitación del reverendo Blackwell—. Gente agradable y temerosa de Dios. De los que tienen una Bi-bli-a en la mesilla. —Amma me miró fijamente. Me di por vencido—. No va a pasar nada.

—Si me hubieran pagado una moneda por cada vez que has dicho eso, ahora estaría viviendo en un castillo. —Amma cubrió las galletas con papel transparente—. Si la fiesta es en casa de los Snow, ¿por qué quieres ir? Creo recordar que ni siquiera te invitaron el año pasado.

—Lo sé. Pero pensé que sería divertido.

Me encontré con Lena en la esquina de Dove Street porque ella aún había tenido menos suerte con su tío y acabó escabullándose de su casa. Tenía tanto miedo de que Anima pudiera verla y la mandara de vuelta que aparcó el coche fúnebre a una manzana. Como si su coche no fuera fácil de reconocer.

Macon había dejado claro que nadie iría a ninguna fiesta, no mientras el Orden continuara roto —y menos aún a la de los Snow—. Ridley había dejado igual de claro que pensaba ir. ¿Cómo pretendían que encajara como una Mortal si no la dejaban hacer cosas normales con sus nuevos amigos Mortales? Se lanzaron cosas. Al final la tía Del capituló, a pesar de la negativa de Macon.

Así que Ridley había salido por la puerta principal, mientras que Lena se quedó tratando de buscar una forma de escabullirse.

—Cree que me he encerrado furiosa en mi habitación, porque no me deja salir —suspiró Lena—. Que es exactamente como estaba hasta que encontré la estrategia para fugarme.

—¿Cómo has conseguido salir? —pregunté.

—He tenido que usar alrededor de quince Hechizos diferentes: el de Escondite, Vinculación, Olvido, Insatisfacción, Duplicado.

—¿De Duplicado? ¿Quieres decir que te has clonado a ti misma? —Ese era nuevo.

—Sólo mi olor. Cualquiera que haga un Hechizo de Revelación puede quedar confundido durante un minuto o dos. —Suspiró—. Pero no hay forma de engañar al tío Macon. Estaré muerta cuando descubra que me he largado. ¿Crees que es malo vivir con una Vidente? Porque lo único que el tío Macon quiere es practicar sus dotes como Cazador de Mentes.

—Abrumador. Así que tenemos toda la noche. —La acerqué hacia mí y apoyó la espalda contra el coche.

—Hmm. Tal vez más. No creo que haya manera de poder entrar esta noche. El lugar está Vinculado unas mil veces.

—Si quieres te puedes quedar conmigo. —La besé en el cuello, abriéndome paso hasta su oreja. Mi boca ya estaba ardiendo, pero no me importó—. ¿Para qué ir a esa estúpida fiesta cuando tenemos un estupendo coche aquí mismo?

Ella se puso de puntillas y me besó hasta que mi cabeza empezó a palpitar tan fuerte como mi corazón. Entonces se apartó, poniendo distancia.

—A la tía Mercy y a la tía Grace les encantaría, ¿no crees? Creo que merecería la pena ver sus caras cuando bajara a desayunar por la mañana. Tal vez podría enfundarme en una de tus toallas. —Empezó a reírse, y me imaginé la escena, pero los gritos de mi cabeza eran tan agudos que renuncié.

—Digamos sólo que su lenguaje podría ser bastante más subido de tono que un simple «coño».

—Apuesto a que llamarían a la maldita policía. —Tenía razón.

—Sí, pero yo soy el único al que arrestarían por comprometer tu virtud.

—Entonces supongo que más vale que recojamos a Link antes de que tengas la oportunidad.

No podía recordar la última vez que había puesto el pie en casa de Savannah, pero empecé a sentirme incómodo en cuanto subimos las escaleras. Había fotos de ella por todas partes —luciendo brillantes diademas y con todo tipo de bandas de MISS SOY MEJOR QUE TÚ, posando con su uniforme de animadora y sus pompones— y toda una fila de lo que supuse serían poses de modelo, mostrando a Savannah en traje de baño con pestañas postizas y la boca demasiado pintada. Por el aspecto que tenían, debía de llevar usando lápiz de labios desde que se quitó los pañales.

Resultó que los Snow no necesitaban demasiados adornos de fiesta. Además de la mesa cubierta con cientos de pastelitos en forma de pelotas de baloncesto; además del cuenco con ponche con pequeñas pelotas de baloncesto de plástico congeladas en un anillo de hielo; además de los sándwiches de pollo servidos dentro de pelotas de baloncesto hechas con pequeños moldes redondos de galletas, Savannah era el mayor adorno de todos. Todavía vestía su uniforme de animadora, pero se había escrito el nombre de Link en una mejilla y dibujado un corazón rosa gigante en la otra. Estaba en mitad del jardín trasero, esperando sonriente y, por lo general, iluminando el lugar como si fuera un árbol de Navidad en una fiesta navideña. En el momento en que Savannah vio a Link fue como si alguien diera al interruptor para encender todas sus luces.

—¡Wesley Lincoln!

—Hola, Savannah.

Savannah ansiaba que saltaran chispas entre ellos, pero no tuvo la oportunidad. Cuando llegó hasta Link, sólo había una chica que podía causar esos chispazos, y era cuestión de minutos que apareciera para iluminar realmente el lugar.

Mejor dicho, de una hora.

Eso es lo que Ridley tardó en aparecer y en subir la temperatura un par de grados o doscientos.

—Buenas noches, chicos.

La cabeza de Link se retorció cuando la vio y mostró una sonrisa de un kilómetro de ancho confirmando lo que yo ya sabía: que todavía llevaba a Ridley bajo la piel y, me temo, que en algunas partes más. Sabía lo que era sentir esa clase de radar. Era lo mismo que yo sentía por Lena.

Huy, huy. Esto no va bien, L.

Lo sé.

—Vamos. Creo que la cosa se va a poner fea. —Cogí la mano de Lena y me volví para marcharnos justo cuando apareció Liv. Lena me fulminó con la mirada.

Mierda.

Con todo lo que estaba pasando, me había olvidado completamente de lo de la invitación de Liv.

—Lena —sonrió Liv.

—Liv —trató de sonreír Lena—. No sabía que ibas a venir.

—¿En serio? Le dejé una nota a Ethan. —Sonrió señalándome.

—¿En serio? —Lena me miró advirtiéndome que ya hablaríamos de eso más tarde.

Liv se encogió de hombros.

—Bueno, ya conoces a Ethan. —¿No es así? Es lo que Lena escuchó.

—Sí, ya sé. —Lena había dejado de sonreír.

Me empezó a entrar el pánico y me fijé en la mesa con el ponche, a unos cinco metros de distancia. Al menos parecía una distancia segura.

—Voy a buscar algo de comer. ¿Queréis alguna cosa?

—No. —Liv me sonrió como si todo fuera bien.

—Nada. —Lena me sonrió como si estuviera a punto de matarme.

Me escapé lo más rápido que pude.

La señora Snow estaba junto al cuenco de ponche hablando con dos hombres a los que no había visto nunca. Ambos llevaban el bonete de la universidad y camisas de cuello duro.

—Es una sorpresa —les decía la señora Snow—. Por eso mi hija quería organizar esta pequeña reunión. Quería que pudieran hablar con Wesley en un ambiente informal.

—Eso es muy amable por parte de su hija, señora.

—Savannah es una chica muy considerada. Siempre está anteponiendo a los demás. Y su novio, Wesley, es realmente un joven muy dotado para el baloncesto. Por eso mi marido les pidió que vinieran. Además, Wesley procede de una buena familia muy piadosa. Su madre tiene voz en todo lo que sucede en el pueblo.

Me quedé paralizado junto a la mesa. Con una pelota de baloncesto de chocolate a medio tragar en mi boca. Eran cazatalentos, y habían venido para conocer a Link.

Miré hacia el jardín. Link y Savannah estaban bailando, mientras Ridley daba vueltas a su alrededor como un tiburón. Rid efectuaría su movimiento de un momento a otro, golpeando con tanta rapidez que sólo quedaría sangre en el agua.

Salí de allí medio tropezando con el cuenco de ponche en el proceso.

—Lo siento, Savannah. Necesito hablar con Link un minuto. —Agarré a Link y tiré de él hasta la valla de la parte trasera.

—¿Qué demonios? —Link me miró como si estuviera loco.

—Hay unos cazatalentos ahí dentro, de la universidad. La señora Snow ha montado todo este tinglado para ti. Y si dejas que Ridley se acerque a Savannah esta noche lo vas a estropear todo.

—¿De qué estás hablando? —Parecía confuso.

—De baloncesto. De reclutadores de universidad. Tu billete para salir de aquí.

Sacudió la cabeza.

—No, tío. Lo has entendido mal. No quiero un billete para salir de este pueblo. Sólo quiero un billete para salir de esta fiesta.

—¿Que quieres qué?

Estaba sacudiendo la cabeza y regresando a la fiesta.

—No es Savannah. Nunca lo fue. Es Ridley, buena o mala. —Me miró como si me anunciara que tenía una enfermedad mortal o algo así—. No puedo quitármela.

—¿Quitarte qué, Encogido? —Ridley estaba con la espalda pegada a la valla. A diferencia del resto de las chicas del grupo, no vestía el uniforme de animadora. Su vestido verde era tan apretado en algunas partes y tan escotado en otras que no sabías muy bien a dónde mirar.

Link se acercó a ella.

—Vamos, Rid. Quiero hablar contigo.

—Eso no es lo que dice tu pequeña novia. Dice que no quieres hablar conmigo. De hecho, me ha dicho que me largue de su casa.

—Savannah no es mi novia.

Intenté fingir que no sabía lo que iba a pasar. Intenté no escuchar, ni preocuparme.

Pero podía sentir la desesperación en la voz del Link.

—Nunca ha habido nadie más que tú.

—¿De qué estás hablando? —Se paralizó, pero era demasiado tarde.

Link no ya podía detenerse.

—A veces pienso locuras como, por ejemplo, que me gustaría estar contigo para siempre. Podíamos vivir en una caravana y ver el mundo. Quiero decir, por sitios por los que se pueda ir en coche. Tú podrías escribir canciones y yo tocaría las melodías. ¿Es que no lo ves?

La cara de Ridley parecía que fuese a romperse en mil pedazos.

—Yo… no sé qué decir.

—Di que serás mi chica como solías serlo.

Vi cómo vacilaba y comprendí lo difícil que debía de ser para ella ahora. Porque ya no era la Ridley que solía ser, más de lo que él era el Link que solía ser. Nada era lo mismo. Para nadie.

Entonces vio a Lena y a Liv, observándola desde un lateral —y a mí, de pie al otro lado—. Su cara se nubló. Ridley no iba a romperse, y menos delante nuestro.

—¿Qué estas tramando, Encogido?

—Vamos, Rid. Eres mi chica. Deja de fingir que no sientes lo mismo por mí.

—Soy una Siren. La chica de nadie. No siento nada. Y tampoco me enamoro. No puedo. —Empezó a retroceder—. Siempre ha sido solamente un juego.

—Rid, ya no eres ninguna Siren. Y nunca volverás a serlo.

Se dio la vuelta, sus ojos azules enfurecidos.

—Ahí es donde te equivocas. No pienso quedarme atascada en este patético pueblo toda mi vida. De ningún modo pienso viajar por el mundo en un cochambroso remolque contigo. Tengo planes.

—Ridley… —Link parecía destrozado.

—Grandes planes. Y puedo asegurarte que no tienen nada que ver contigo. —Se volvió para mirarnos a todos—. Con ninguno de vosotros.

Link se quedó como si ella le hubiera dado una bofetada. Para un chico que se pasaba la mayor parte del tiempo bromeando, nunca le había visto declararse de ese modo a una chica.

Mientras Ridley caminaba hacia la puerta, Link propinó una patada a una silla cercana que salió volando.

Al otro lado del jardín, Savannah vio su oportunidad y la aprovechó. Se ahuecó su rubia melena y se abrió paso entre la multitud en dirección a Link. Deslizó sus brazos por su camiseta.

—Vamos, Link. Ven a bailar.

Un momento después estaban bailando, con Savannah pegada a él. Lena, Liv y yo mirábamos como si estuviéramos asistiendo a una colisión en cadena en la carretera 9 y no pudiéramos apartar la vista.

Liv se rascó la nariz.

—¿No deberíamos hacer algo?

Lena se encogió de hombros.

—No veo qué podemos hacer para detenerlo. A no ser que quieras ir hacia allí.

—No, gracias.

Fue el momento en que Savannah —que evidentemente no se había dado cuenta de que estaba bailando con un chico con el corazón destrozado cuyos sueños y esperanzas del verdadero amor, contratos millonarios con casas discográficas y viajes en caravana a través del país habían quedado destrozados— se puso manos a la obra para rematar su asesinato.

Los tres contuvimos la respiración al unísono.

Justo frente a nosotros, bajo las parpadeantes luces, Savannah tomó la cabeza de Link entre sus manos y la acercó a ella.

—Mierda. —Liv escondió la cara.

—Esto va mal. —Lena tampoco quiso mirar.

—Estamos jodidos. —Me preparé para lo que iba a suceder.

El beso duró unos buenos veinte segundos.

Hasta que a Ridley se le ocurrió mirar por encima del hombro.

Podía escucharse el sonido a un kilómetro de distancia. Ridley estaba detrás de la valla al final del jardín de Savannah, gritando tan fuerte que todo el mundo en la fiesta dejó de bailar. Mientras apretaba su cinturón escorpión, sus labios se movían como si estuviera pronunciando un Hechizo.

—No puede… —susurró Lena.

Cogí a Lena de la mano.

—Tenemos que detenerla. Se ha vuelto loca.

Pero era demasiado tarde.

Un minuto después, todo se tornó en un completo y absoluto caos.

Sentí cómo el Hechizo se extendía por la fiesta como una ola. Casi podía verse cómo alcanzaba a una persona y arrollaba a la siguiente. Podías adivinar dónde había golpeado por las expresiones furiosas y los gritos que dejaba a su paso. Un minuto antes las parejas estaban bailando y, al siguiente, se estaban peleando. Los chicos se empujaban entre ellos mientras unas víctimas confiadas trataban de apartarse del camino. Hasta que el Hechizo las azotaba, y entonces eran ellas las que empujaban y gritaban.

Oí cómo el cuenco de ponche estallaba contra el suelo, pero no pude verlo entre la multitud de animadoras que se tiraban del pelo unas a otras y jugadores de baloncesto haciéndose placajes entre sí. Incluso la señora Snow estaba gritando a los cazatalentos, soltando tantas barbaridades por su boca como para que no desearan cruzar las lindes del condado nunca más.

Los ojos de Lena se oscurecieron.

—Puedo sentirlo… un Furor. —Nos agarró a Liv y a mí arrastrándonos hasta la puerta, pero era demasiado tarde.

Lo supe en cuanto nos alcanzó porque Liv se volvió y abofeteó a Lena con todas sus fuerzas.

—¿Has perdido la cabeza? —Lena se tocó la mejilla, que empezaba a ponerse de un feo color rojizo.

Liv la señaló, el pesado selenómetro negro girando en su muñeca.

—Esto ha sido por todos tus lloriqueos, princesa.

—¿Qué? —El pelo de Lena empezó a rizarse, sus ojos verdes y dorados se estrecharon.

Liv continuó.

—¡Oh, pobre de mí! ¡Mi maravilloso Ethan tan enamorado de mí, pero mi corazón está roto porque, bueno, así es como las apasionadas chicas guapas como yo deben actuar!

—¡Cállate! —Lena parecía como si estuviera a punto de darle un puñetazo a Liv en la cara. Escuché el chasquido de truenos en el cielo.

—En lugar de ser feliz porque un chico estupendo me quiere, voy a ponerme un poco más de esmalte de uñas negro y a largarme con otro chico fabuloso.

—Eso no es lo que ocurrió. —Lena se abalanzó hacia Liv, pero la agarré del brazo. La lluvia había empezado a caer.

Liv continuó hablando.

—Y, espera a oír esto, soy la Caster más poderosa del universo. En caso de que vosotros, pobres Mortales, no os sintáis ya como una basura.

—¿Estás loca? —Lena la estaba gritando, pero era difícil oírla entre el caos—. Mi tío murió. Pensé que me estaba volviendo Oscura.

—¿Sabes lo que es estar al lado de un chico por el que sientes algo? ¿Ayudarle a buscar a su novia que no quiere ser encontrada? ¿Ver cómo se le rompe el corazón y el tuyo, por una estúpida chica Caster que no da un duro por él?

Los rayos rasgaron el cielo, la lluvia nos apedreaba como granizo. Lena se lanzó hacia Liv. Me puse delante de Lena, sujetándola.

—Liv. Ya basta. Estás equivocada. —No tenía ni idea de lo que Liv estaba haciendo, pero quería que se callara.

—¿Sentimientos por él? ¡Por fin lo admites! —Lena estaba gritando.

—No admito nada, excepto que eres una maldita bruja que piensa que el mundo gira alrededor de sus bonitos rizos.

Y eso fue todo. Lena se soltó y puso sus manos en los hombros de Liv, que se cayó de espaldas, golpeándose con el suelo. Lena no pensaba dejar que tuviera la última palabra. O el último golpe.

—Está bien, SEÑORITA-NO-ESTOY-AQUÍ-PARA-ROBARTE-EL NOVIO —dijo imitando la voz del Liv—. De verdad, somos sólo amigos, a pesar de que soy más lista y más rubia que tú. ¿Y he mencionado mi maravilloso acento británico?

Liv le lanzó barro, pero Lena se apartó justo a tiempo. Y no se detuvo ahí.

—Y por si eso no es bastante, déjame ser la mártir, para que puedas pasar el resto de tu vida sintiéndote culpable. O quizá pase todo mi tiempo con tu tío, para que pueda pensar en mí como la hija que nunca tuvo. Oh, pero espera, él ya tiene una. Pero a quién le importa. ¡Porque si Lena lo tiene, voy a tratar de quitárselo!

Liv consiguió ponerse en pie e intentó pasar por delante de mí. La agarré.

—Basta ya. Os estáis comportando como dos idiotas. ¡Es un hechizo! Ni siquiera os dais cuenta de a quién deberíais culpar.

—¿Y tú sí? —Lena gritó, tratando de extender los brazos detrás de mí para tirar del pelo de Liv.

—Por supuesto. Pero la única persona con la que estoy enfadado no está aquí. —Me agaché y recogí el cinturón de escorpión de Ridley del césped embarrado y se lo tendí a Lena—. Es de Ridley. Y se ha marchado. Así que no tengo a nadie a quien gritar.

Escuché el rugido del motor del Cacharro. Señalé hacia la puerta y observamos que el coche se alejaba de la acera.

—De hecho, creo que todavía hay alguien más furioso con ella que yo. Y parece como si estuviera yendo a buscarla.

—¿De verdad piensas que es algún tipo de Hechizo? —Lena miró a Liv.

—No. Pienso que siempre nos peleamos como perros callejeros cuando vamos a las fiestas. —Liv puso los ojos en blanco.

—¿Ves? Ya estás otra vez, siempre tienes que ser la más listilla de todos.

Lena trató de zafarse, pero la agarré aún más fuerte de los brazos.

—Es un Furor, imbécil —espetó Liv.

—¿Yo, imbécil? Dije que era un Furor antes de que todo esto empezara.

Las empujé hacia la puerta por delante de mí.

—Vosotras sois las que os estáis comportando como imbéciles. Y ahora vamos a meternos en el coche y regresar a Ravenwood. Y si no sois capaces de deciros algo amable, no digáis nada.

Pero no tenía por qué preocuparme, porque si había una cosa que sabía de las chicas, es que se cansarían rápidamente de echarse los trastos a la cabeza. Estarían demasiado ocupadas echándomelos a mí.

—Eso es porque le da miedo tomar una decisión —dijo Liv.

—No, es porque no quiere disgustar a nadie —repuso Lena.

—¿Cómo lo sabes? Nunca dice lo que piensa.

—No es exactamente así. Nunca piensa lo que dice —contestó Lena.

—¡Ya vale! —Atravesé las desvencijadas rejas de Ravenwood, furioso con las dos. Furioso con Ridley. Furioso por cómo se estaba desarrollando el año. Furor, ese era el nombre exacto para definirlo, fuera lo que fuera. Odiaba sentirme así, y lo odiaba todavía más porque sabía que los sentimientos eran reales, incluso si requerían un hechizo para hacerlos salir a la luz.

Lena y Liv aún seguían peleándose cuando nos bajamos del coche. Aunque sabían que estaban bajo la influencia de un Hechizo, no podían evitarlo. O tal vez no querían evitarlo. Me coloqué en medio mientras los tres caminamos hacia la entrada principal. Por si acaso.

—¿Por qué no nos das un poco de espacio? —Lena se colocó delante de Liv—. ¿Alguna vez se te ha ocurrido pensar que estás de más?

Liv la apartó.

—¿Como si quisiera venir aquí? ¿Para qué? ¿Para que una vez más tenga que arreglar tus desastres y que luego te olvides de mí hasta la próxima vez…?

Había dejado de escucharlas. Estaba mirando a la ventana de Ridley. Vi una sombra pasar por delante, detrás de las cortinas. Sólo pude ver una silueta, pero tuve claro que no era Ridley.

Link debía de haber llegado primero, salvo que no veía el Cacharro por ninguna parte.

—Creo que Link está aquí.

—No me importa. Ridley tiene mucho que explicar.

Lena estaba a medio camino de las escaleras cuando crucé el umbral. Inmediatamente percibí el cambio. El mismo aire era diferente. De alguna forma más ligero. Volví mi mirada a Liv.

Su expresión mostraba lo que yo sentía. Confusión. Desorientación.

—Ethan, ¿no notas algo extraño?

—Sí…

—Es el Furor —declaró—. Se ha roto. La magia no puede pasar las Vinculaciones.

—¡Ridley! ¿Dónde estás? —Lena estaba a pocos pasos de la habitación de su prima. Cuando la alcanzó, abrió la puerta de golpe sin llamar. No parecía importarle que Link pudiera estar o no ahí dentro. Pero no importaba.

El chico de la habitación de Ridley no era Link.