22 de diciembre

Finalmente

ESTABA EN LO ALTO del depósito blanco de agua, mirando la luna. No tenía sombra, y si había alguna estrella, no podía verla. Summerville se extendía frente a mí, un conjunto de diminutas luces diseminadas por todo el camino hasta la negrura del lago.

Este había sido un lugar feliz, de Lena y mío. Uno de ellos al menos. Pero ahora estaba solo. Y no me sentía feliz. Tan solo sentía miedo y ganas de vomitar.

Aún podía oír a Amma chillando.

Me arrodillé durante unos segundos, descansando mis manos en el metal pintado. Miré hacia abajo y vi un corazón dibujado en tinta Sharpie negra. Sonreí, recordando, y me levanté.

Es la hora. Ya no hay vuelta atrás.

Miré hacia las diminutas luces, esperando reunir el valor para hacer lo inimaginable. El pavor revolvió mi estómago, pesado y molesto.

Pero esto sí estaba bien.

Cuando cerré los ojos sentí que los brazos se cerraban en mi cintura, dejándome sin aire, arrastrándome hacia la escalerilla metálica. Apenas pude verle —verme— cuando mi mandíbula golpeó el lateral de la barandilla y me tambaleé.

Estaba intentando detenerme.

Intenté quitármelo de encima. Me incliné hacia delante y vi mis Convers pataleando. Entonces vi las suyas, también pataleando. Estaban tan viejas y vapuleadas que podían haber sido las mías. Así es como lo recordaba del sueño. Así es como se suponía que tenía que suceder.

¿Qué estás haciendo?

Esta vez, él me preguntaba a mí.

Le lancé contra el suelo, y aterrizó en su espalda. Agarré el cuello de su camisa, y él el mío.

Nos miramos a los ojos, y él vio la verdad.

Ambos íbamos a morir. Parecía como si debiéramos estar juntos cuando eso ocurriera.

Saqué la vieja botella de Coca-Cola que Amma había dejado poco antes en la mesa de la cocina. Si todo un árbol de botellas podía atrapar a todo un tropel de almas perdidas, tal vez una única botella de Coca-Cola podía atrapar la mía.

He estado esperando.

Vi que su cara cambiaba.

Sus ojos agrandarse.

Arremetió contra mí.

No permití que se soltara.

Nos miramos fijamente a los ojos y agarramos

nuestras gargantas.

Mientras rodábamos sobre el borde del depósito

y caíamos

hacia

abajo,

yo

sólo

pensaba

en

una

cosa

.

.

.

L

E

N

A