7 de septiembre
Línkcubo
ESTABA DE PIE SOBRE el blanco depósito de agua, con la espalda al sol. Mi sombra descabezada caía sobre el cálido metal pintado, desapareciendo por encima del borde hacia el cielo. Frente a mí podía ver Summerville extendiéndose hasta el lago, desde la carretera 9 hasta Gatlin. Este había sido nuestro rincón feliz, el de Lena y el mío. Al menos, uno de ellos. Pero no me sentía feliz. Me sentía como si fuera a vomitar.
Mis ojos estaban húmedos, pero no sabía por qué. Tal vez fuera la luz.
Vamos, venga. Es la hora.
Apreté y relajé los puños —mirando fijamente las diminutas casas, los diminutos coches y la diminuta gente—, esperando a que sucediera. El pánico se revolvía en mi estómago, pesado y molesto. Entonces, unos brazos familiares me aferraron por la cintura, dejándome de golpe sin aliento, y me arrastraron hacia la escalerilla metálica. Me golpeé la barbilla con el borde de la barandilla y me tambaleé. Me sacudí hacia delante tratando de soltarme.
¿Quién eres?
Pero cuanto más fuerte empujaba, más me pegaba. El siguiente puñetazo aterrizó en mi estómago, y me doblé. Fue entonces cuando las vi. Sus Converse negras. Estaban tan viejas y hechas polvo que podían haber sido las mías.
¿Qué es lo que quieres?
No esperé la respuesta. Me abalancé a su garganta y él se dirigió a la mía. Entonces pude echar un vistazo a su rostro, y vi la verdad.
Él era yo.
Mientras nos mirábamos a los ojos y atenazábamos la garganta del otro, rodamos hasta el extremo del depósito y caímos.
Durante la caída sólo pude pensar en una cosa.
Por fin.
Sonó un crujido. Me di con la cabeza en el suelo y mi cuerpo hizo lo mismo un segundo después. Las sábanas estaban hechas un lío a mi alrededor. Traté de abrir los ojos, pero todavía tenía la vista borrosa por el sueño. Esperé a que el pánico remitiera.
En mis antiguos sueños, intentaba impedir que Lena cayese. Ahora era yo el que caía. ¿Qué significaba? ¿Por qué me despertaba con la sensación de haberme caído?
—¡Ethan Lawson Wate! En nombre de nuestro Santísimo Redentor, ¿qué estás haciendo ahí arriba? —Amma tenía una forma muy particular de gritar. Como diría mi padre, te arrancaba directamente del Hades.
Abrí los ojos, pero lo único que pude ver fue un solitario calcetín, una araña abriéndose paso sin rumbo fijo a través del polvo y unos cuantos libros viejos y desvencijados. Trampa 22. El juego de Ender. Rebeldes. Y unos pocos más. Un apasionante panorama bajo mi cama.
—Nada. Sólo cerraba la ventana.
Miré hacia la ventana, pero no la cerré. Siempre duermo con ella abierta. Empecé a dejarla abierta cuando Macon murió —o, al menos, cuando pensamos que había muerto—, y se había convertido en una tranquilizadora costumbre. La mayoría de la gente se siente más segura con las ventanas cerradas, pero yo sé que una ventana cerrada no puede protegerme de las cosas que me asustan. Ni puede impedir la entrada de un Caster Oscuro o un Íncubo de Sangre.
Dudaba que hubiera algo que pudiera impedirlo.
Si había algún modo, Macon parecía decidido a encontrarlo. No había vuelto a verle desde que regresamos de la Frontera. De cualquier forma, siempre estaba en los Túneles, o trabajando en algún tipo de Hechizo de Vinculación para proteger Ravenwood. La casa de Lena se había convertido en una Fortaleza de Soledad desde la Decimoséptima Luna, cuando el Orden de las Cosas —el frágil equilibrio que regulaba el mundo Caster— se quebró. Amma estaba creando su propia Fortaleza de Soledad en Wate’s Landing —o Fortaleza de Superstición, como la llamaba Link—. Amma lo habría llamado «tomar medidas preventivas». Había rodeado cada alféizar de la casa con sal y utilizado la desvencijada escalera de mi padre para colgar boca abajo botellas rotas en cada rama de nuestro mirto. En Wader’s Creek, los árboles con botellas colgando eran tan comunes como los cipreses. Ahora, cada vez que me encontraba con la madre de Link en el Stop & Steal, la señora Lincoln me decía siempre lo mismo: «¿Has capturado ya algún espíritu maligno en esas viejas botellas?».
Ojalá pudiera capturar el suyo. Es lo que querría decirle. Poder tener a la señora Lincoln atrapada en una polvorienta botella marrón de Coca-Cola. No estaba muy seguro de que algún árbol con botellas pudiera soportarlo.
Por el momento sólo quería atrapar la brisa. El calor se extendió por mi cuerpo cuando me apoyé contra el viejo cabecero de madera de mi cama. Era denso y sofocante, una manta de la que no podías desprenderte. El implacable sol de Carolina del Sur normalmente solía suavizarse en septiembre, pero no ese año.
Me froté el chichón de la frente y me dirigí tambaleante a la ducha. Abrí el grifo de agua fría y lo dejé correr un minuto, pero, aun así, siguió saliendo caliente.
Cinco seguidas. Llevaba cinco mañanas seguidas cayéndome de la cama y tenía miedo de contarle a Amma mis pesadillas. ¿Quién sabe lo que podría colgar de nuestro viejo mirto? Después de todo lo que había sucedido ese verano, Amma me vigilaba de cerca como una madre halcón protegiendo su nido. Cada vez que salía de casa, casi podía sentirla acechándome como si fuera mi propia Sheer, un fantasma del que no podía escapar.
Y no podía soportarlo. Necesitaba creer que a veces una pesadilla era simplemente una pesadilla.
Olfateé el beicon friéndose y abrí más el grifo. Finalmente, salió fría. Hasta que no empecé a secarme no noté que la ventana se había cerrado sola.
—Date prisa, Bella Durmiente. Estoy listo para pelearme con los libros —oí decir a Link antes de verle, pero casi no reconocí su voz. Era profunda, y sonaba más como la de un hombre que como la de un chico especialista en aporrear baterías y escribir malas canciones.
—Ya veo que estás listo para pelearte con algo, pero estoy seguro de que no es con los libros. —Me deslicé en la silla que había a su lado en la desportillada mesa de nuestra cocina. Link había crecido tanto que parecía que estaba sentado en una de esas minúsculas sillas de plástico de jardín de infancia—. ¿Desde cuándo te dejas caer puntual por el colegio?
Amma resopló ante los fogones, una mano en la cadera y la otra moviendo los huevos revueltos con la Amenaza Tuerta, su cuchara de madera para ajusticiar.
—Buenos días, Amma. —Supe que me caería un sermón en cuanto vi que tenía una cadera más alta que la otra. Como una especie de pistola cargada.
—A mí me parecen más bien tardes. Ya era hora de que decidieras unirte a nosotros. —A pesar de estar frente a una cocina caliente en un día aún más caluroso, no soltaba ni una gota de sudor. Hacía falta mucho más que la climatología para que Amma alterara siquiera un milímetro su forma de hacer las cosas. La mirada de sus ojos me lo recordó mientras me servía lo que parecían ser todos los huevos del gallinero en mi plato de porcelana azul y blanca con dragones. En la mente de Amma, cuanto más grande fuera el desayuno, más grande sería el día. A este paso, para cuando me graduara me habría convertido en una galleta gigante flotando en una bañera llena de masa de tortitas. Una docena de huevos revueltos en el plato significaba que no había escapatoria posible. Era mi primer día de clase.
No esperaríais que estuviera deseando volver al Jackson High. El año anterior, con la excepción de Link, mis supuestos amigos me habían tratado como si fuera escoria. Pero necesitaba una excusa para salir de casa.
—Come de una vez, Ethan Wate.
La tostada aterrizó en el plato, seguida del beicon y coronada con una saludable mezcla de mantequilla y sémola de maíz. Amma había sacado un mantelillo para Link, pero encima no había ningún plato. Ni siquiera un vaso. Sabía que Link no probaría sus huevos ni nada que preparara en nuestra cocina.
Ni siquiera Amma podía decirnos de lo que Link era ahora capaz. Nadie lo sabía, y menos aún él mismo. Si John Breed era una especie de híbrido de Caster-Íncubo, Link era una generación perdida. Hasta donde Macon sabía, era el Íncubo equivalente a algún primo lejano sureño con el que te tropiezas cada par de años en una boda o funeral y le llamas por otro nombre.
Link estiró los brazos por detrás de la cabeza, relajado. La silla de madera crujió bajo su peso.
—Ha sido un largo verano, Wate. Estoy listo para jugar otra vez.
Tragué un poco de sémola y tuve que luchar con las ganas de escupirla. Sabía rara, seca. Amma no había hecho jamás en su vida una masa de sémola así. Tal vez fuera el calor.
—¿Por qué no le preguntas a Ridley lo que siente ella y vuelves?
Se estremeció y pude adivinar que ya había pensado en aquello.
—Es nuestro último año, y soy el único Línkcubo de Jackson. Tengo todo el encanto y nada de peligro. Todo el músculo y nada de…
—¿Qué? ¿Tienes una rima para músculo? ¿Minúsculo? ¿Crepúsculo? —De buena gana me hubiera reído, pero estaba demasiado ocupado tratando de tragar la sémola.
—Ya sabes lo que quiero decir.
Lo sabía. Y resultaba bastante irónico. Su novia de quita y pon, Ridley, la prima de Lena, había sido una Siren —capaz de conseguir a cualquier chico donde fuera, y hacer lo que a ella se le antojara cuando quisiera—. Hasta que Sarafine le arrebató los poderes y se convirtió en Mortal, unos días antes de que Link se volviera medio Íncubo. No mucho después de aquello, todos pudimos ver cómo comenzaba la transformación, justo delante de nuestros ojos.
El ridículo y grasiento pelo de pincho de Link se volvió ridículamente grasiento y guay. Empezó a echar músculo, y sus bíceps se hincharon como los flotadores que su madre le obligaba a utilizar mucho después de que aprendiera a nadar. Ahora se parecía más a un tío de una banda de rock que a un chico que soñaba con estar en una.
—Yo no me liaría con Ridley. Tal vez no sea una Siren, pero sigue siendo un problema. —Puse la sémola y los huevos en la tostada, metí el beicon en medio e hice un rollo con todo.
Link me miró como si fuera a devolver. Desde que era medio Íncubo la comida ya no le atraía.
—Tío, no estoy liado con Ridley. Tal vez sea estúpido, pero no tanto.
Estaba empezando a tener mis dudas. Me encogí de hombros y me llevé la mitad del sándwich a la boca. Sabía mal. Supuse que me había quedado corto con el beicon.
Antes de que pudiera decir algo más, una mano se clavó en mi hombro y di un salto. Durante un segundo regresé al depósito de agua de mi sueño, preparado para el ataque. Pero sólo era Amma, dispuesta a soltarme su habitual sermón del primer día de clase. Al menos, eso es lo que pensé. Debería haber notado la cuerdecilla roja anudada alrededor de su muñeca. Un nuevo amuleto siempre significaba que había nubes acercándose por el horizonte.
—No sé en qué estáis pensando los dos, ahí sentados, como si fuera un día cualquiera. Esto no ha acabado ni mucho menos. Ni la luna ni este calor ni ese asunto con Abraham Ravenwood. Actuáis como si el espectáculo hubiese finalizado, las luces encendido y hubiera que salir del cine. —Bajó la voz—. Bueno, pues estáis tan confundidos como si caminarais descalzos por la iglesia. Las cosas tienen consecuencias, y no hemos visto ni la mitad de ellas.
Yo sabía bastante sobre consecuencias. Estaban por todas partes, mirara donde mirara, por más que hiciera todo lo posible por no verlas.
—¿Señora? —Link tendría que haber sabido que era mejor mantener la boca cerrada cuando Anima se ponía oscura.
Amma asió con fuerza la camiseta de Link y su adhesivo de Black Sabbath crujió.
—Mantente pegado a mi chico. Ahora mismo, los problemas corren por tus venas, y no creas que no me preocupa. Pero es el tipo de problemas que quizá impidan que unos locos como vosotros se metan en alguno más. ¿Me has entendido, Wesley Jefferson Lincoln?
Link asintió, asustado.
—Sí, señora.
Miré a Amma desde mi lado de la mesa. No había relajado su garra sobre Link y muy pronto tampoco me soltaría a mí.
—Amma, no te enfades. Sólo es el primer día de clase. Comparado con lo que hemos pasado, no es nada. Ni que hubiera algún Vex o Íncubo o Demonio en el Jackson High.
Link carraspeó.
—Bueno, eso no es del todo cierto. —Trató de sonreír, pero Amma le retorció la camiseta con más fuerza, hasta que él se levantó de la silla—. ¡Ay!
—¿Creéis que esto es divertido? —Link fue lo suficientemente listo como para mantener la boca cerrada esta vez. Amma se volvió hacia mí—. Estuve ahí cuando perdiste tu primer diente con esa manzana, y tus ruedas en el derby de Pinewood. He recortado cajas de zapatos para hacer dioramas y congelado cientos de pastelitos de cumpleaños. Nunca dije nada cuando tu colección de acuarelas se evaporó, como te advertí que pasaría.
—No, señora. —Eso era cierto. Amma era una constante en mi vida. Había estado conmigo cuando mi madre murió, hace casi un año y medio, y cuando mi padre casi perdió la cabeza por ello.
Soltó mi camiseta con la misma velocidad que la había agarrado, se alisó el delantal y bajó la voz. Lo que quiera que hubiera causado aquella tormenta en particular había pasado. Tal vez fuera el calor. Nos estaba afectando a todos.
Amma miró por la ventana, por encima de Link y de mí.
—He estado aquí, Ethan Wate. Y aquí seguiré mientras tú estés. Mientras me necesites. Ni un minuto menos, ni un minuto más.
¿Qué se supone que significaba aquello? Amma nunca me había hablado así, como si pudiera existir un tiempo en el que yo no estuviera o no la necesitara.
—Lo sé, Amma.
—Mírame a los ojos y dime que no estás tan asustado como yo. Aunque sea en tu fuero interno. —Su voz ahora era tenue, casi un susurro.
—Conseguimos volver de una pieza. Eso es lo que importa. Lo demás ya lo iremos viendo.
—No es tan sencillo. —Amma continuaba hablando tan sigilosa como si estuviéramos en un banco de la iglesia—. Prestad atención. ¿Ha habido alguna cosa, una sola cosa, que hayáis notado que sigue igual desde que volvimos a Gatlin?
Link intervino, rascándose la cabeza.
—Señora, si lo que le preocupa son Ethan y Lena, le prometo que mientras yo esté cerca, con mi superfuerza y todo eso, nada les sucederá. —Mostró orgulloso los músculos de su brazo.
Amma resopló.
—Wesley Lincoln. ¿Acaso no lo sabes? La clase de cosas de las que hablo no las puedes evitar, igual que no puedes evitar que el cielo se derrumbe.
Di un sorbo a mi batido de chocolate y casi lo escupí sobre la mesa. Estaba demasiado dulce. El azúcar se pegó a mi garganta como si fuera un jarabe para la tos. Me pasaba lo mismo que con los huevos, que sabían a algodón, y la sémola a arena.
Todo estaba fuera de lugar ese día, todo y todos.
—¿Qué le pasa a la leche, Amma?
Sacudió la cabeza.
—No lo sé, Ethan Wate. ¿Qué le pasa a tu boca?
Me hubiera encantado saberlo.
Cuando salimos y nos montamos en el coche de Link, su viejo Cacharro, me volví para echar un último vistazo a Wate’s Landing. No sé por qué. Amma estaba en la ventana, enmarcada entre las cortinas, observando cómo me alejaba. Y si no la conociera tan bien como la conocía, habría jurado que estaba llorando.