12 de diciembre
Una Luz en la Oscuridad
DESDE EL APARCAMIENTO podían verse las luces centelleando a través de las ventanas superiores del gimnasio. La fiesta estaba en todo su apogeo.
Lena tiró de mi brazo.
—¡Vamos! ¡No podemos perdernos esto!
Escuché el aullido inconfundible de la voz de Link y me quedé helado. Los Holy Rollers estaban tocando, justo como Lena dijo que sucedería.
Sentí una punzada de pánico. La Decimoctava Luna prácticamente estaba ahí, y estábamos a punto de entrar a un baile en el Jackson. Parecía algo estúpido, pero también lo era quedarse en casa preocupándose por el fin del mundo cuando no había nada que pudiéramos hacer para detenerlo. Tal vez lo más estúpido de todo fuera pensar que yo podía evitar que sucediera.
Así que hice la única cosa razonable, que fue mantener la boca cerrada y pasar mi brazo alrededor de la chica más guapa del aparcamiento.
—Muy bien, L. Di la verdad. ¿Qué es lo que has hecho?
—Quería que Link pasara una buena noche sin Ridley. —Lena deslizó su brazo por el mío—. Y también lo quería por ti. —Miró por encima de su hombro hacia donde los cuchicheos de John y las risas de Liv flotaban detrás de nosotros—. Para todo el mundo, supongo.
Lo más raro de todo es que entendí por qué lo había hecho. Todos nos habíamos quedado un tanto bloqueados desde el verano, como si en realidad aún no hubiera terminado. Amma no podía leer las cartas ni hablar con sus Antepasados. Marian no tenía permiso para hacer su trabajo. Liv ya no se entrenaba para ser Guardiana. Macon apenas salía de los Túneles. Link aún estaba tratando de averiguar cómo ser un Íncubo y terminar con Ridley. Y John había estado bloqueado de verdad, en el Arco de Luz. Incluso el calor estaba atrapado a nuestro alrededor, como un verano sin fin en el infierno.
Todo en Gatlin estaba atrapado.
Lo que Lena había hecho esta noche no iba a cambiar nada de eso, pero tal vez pudiéramos dejar el verano atrás. Tal vez terminaría uno de esos días, llevándose con él el calor y los cigarrones y los malos recuerdos.
Tal vez podríamos volver a sentirnos normales. O nuestra versión de normales, al menos. Incluso si el reloj aún seguía haciendo tictac y la Decimoctava Luna aproximándose.
Podemos hacer algo más que sentirnos normales, Ethan. Podemos ser normales.
Lena me sonrió, y yo tiré de ella para acercarla aún más a mí mientras caminábamos hacia el gimnasio.
El interior había sido transformado y el tema de decoración parecía ser… Link. Los Holy Rollers estaban sobre el escenario, iluminados por focos que el Comité de Baile nunca se hubiera permitido costear. Y Link era el centro de atención, su camisa con chorreras desabotonada y empapada de sudor. Alternaba tocando la batería y cantando, deslizándose por el escenario con el micrófono de pie en la mano. Cada vez que se acercaba al borde, un grupo de novatas se ponía a chillar.
Y por segunda vez en mi vida, los Holy Rollers sonaban como una banda de verdad, sin ningún chupachups de cereza a la vista.
—¿Qué es lo que has hecho? —le grité a Lena por encima de la música.
—Considéralo un Hechizo De-No-Dejar-Que-El-Baile-Apeste.
—Entonces supongo que toda la idea original debió de ser de Link. —Sonreí y ella asintió con la cabeza.
—Exacto.
De camino a la pista de baile pasamos por delante de un telón de fondo de cartón. Había un taburete pero ningún fotógrafo a la vista. Todo el conjunto parecía un tanto sospechoso.
—¿Dónde está el fotógrafo, L?
—Su mujer se ha puesto de parto. —Lena no quiso mirarme.
—Lena.
—Es verdad. Puedes preguntárselo a quien quieras. Bueno, no se lo preguntes a su mujer. Ahora mismo debe estar bastante ocupada.
Dejamos a Liv y a John sentados en una mesa cerca de la pista.
—Sólo he visto esto en televisión —decía Liv, mientras lo absorbía todo con ojos asombrados.
—¿Un baile de instituto americano? —John sonrió—. También es el primero para mí. —John estiró el brazo para coger un mechón de su pelo rubio—. Vamos a bailar, Olivia.
Una hora más tarde tuve que reconocer que Lena tenía razón. Todos nos lo estábamos pasando muy bien, y ya no parecía ser verano. Parecía un baile normal de instituto, donde esperabas las canciones lentas para poder pegarte a tu novia. Savannah reinaba sobre su corte con su abultado vestido de algodón de azúcar, e incluso bailó con Earl Petty —una vez—. La única excepción fue el regreso de Link como un Dios del rock. Pero esta noche incluso eso no parecía tan imposible.
Fatty estaba arrestando al resto de los Holy Rollers por fumar delante del gimnasio mientras las canciones, previamente aprobadas por el Comité de Baile, atronaban por los altavoces. Pero no había mucho más que Fatty pudiera hacer, dado que se trataba de unos veinticinco reconocidos macarras. Un hecho que se hizo evidente cuando el guitarrista principal susurró algo al oído de Emily Asher que la dejó sin habla por primera vez en toda su vida.
Me fui a buscar a Link, que estaba merodeando por el pasillo junto a las taquillas. El pasillo estaba oscuro, excepto por un tubo fluorescente que titilaba en el techo, lo que lo convertía en un lugar seguro para esconderse de Savannah. Pensé en felicitarle por lo bien que había estado en el escenario, porque sabía que no había nada que pudiera hacerle más feliz que eso. Pero no tuve oportunidad de decírselo.
Se estaba secando el sudor de la cara cuando vi que ella aparecía por una esquina.
Ridley.
Se acabó la felicidad de Link.
Me escondí tras la puerta del laboratorio de biología antes de que me vieran. Tal vez Ridley pensaba decirle dónde había estado todo este tiempo. Desde luego a Lena y a mí nunca nos diría la verdad si se lo preguntábamos.
—¿Cómo estás, Chico Guapo? —Estaba chupando un chupachups de cereza, vestida completamente de negro y mostrando mucha carne. Algo parecía estar mal, pero no supe descubrir qué era.
—¿Dónde demonios has estado? —Link tiró su sudada camisa al suelo.
—Por ahí.
—Todo el mundo ha estado preocupado por ti. A pesar del número que montaste. —Todo el mundo significaba él.
Ridley se rio.
—Sí, ya imagino.
—Bueno, ¿dónde…? —Durante un segundo no dijo nada—. ¿Por qué llevas gafas de sol, Rid?
Me pegué contra la pared y me asomé a hurtadillas. Ridley llevaba gafas de sol negras, de las que solía usar todo el tiempo.
—Quítatelas. —Estaba casi gritándola. Si la música no hubiera estado tan alta, alguien podría haberle oído.
Ridley se apoyó contra la taquilla junto a Link.
—No te enfades, Encogido. Nunca fui cortada para ser una Mortal, ambos lo sabíamos.
Link le quitó las gafas de sol y pude ver sus ojos amarillos desde donde estaba. Los ojos de una Caster Oscura.
—¿Qué has hecho? —Link sonaba derrotado.
Ella se encogió de hombros.
—Ya sabes. Supliqué que me perdonaran y todo eso. Creo que todo el mundo pensó que ya había recibido suficiente castigo. Ser una Mortal era una tortura.
Link miraba fijamente al suelo de linóleo. Conocía esa mirada. Era la misma que tenía cada vez que su madre comenzaba una de sus diatribas, amenazando con la condenación moral si no mejoraba sus notas o dejaba de leer libros que ella intentaba prohibir. Era la mirada que decía: nada de lo que haga va a marcar la menor diferencia.
—¿Quién es todo el mundo, Rid? ¿Sarafine? ¿Abraham? —Estaba sacudiendo negativamente la cabeza—. ¿Has recurrido a ellos después de lo que te hicieron? ¿Después de que trataran de matarnos? ¿Igual que liberaste a John Breed del Arco de Luz después de lo que me hizo?
Ella se colocó frente a él, apoyando las manos en su pecho.
—Tenía que dejarle salir. Él me dio poder. —Estaba alzando la voz, pero el tono sarcástico había desaparecido—. ¿No lo entiendes? Era la única forma de que pudiera sentirme yo misma de nuevo.
Link la agarró por las muñecas y la apartó.
—Me alegro que te sientas tú misma. Supongo que nunca supe quién eras. He sido un idiota. —Empezó a andar de vuelta a las puertas dobles que daban al gimnasio.
—¡Lo hice por nosotros! —Ridley parecía herida—. Si no puedes verlo, entonces es que de verdad eres un idiota.
Link se volvió.
—¿Por nosotros? ¿Por qué ibas a hacerte esto por nosotros?
—¿No lo entiendes? Ahora podemos estar juntos. Somos lo mismo. Ya no soy una estúpida chica Mortal de la que te cansarías en seis meses.
—¿Y crees que eso me importaba?
Ella se rio.
—Lo habrías hecho, créeme. No era nadie.
—Eras alguien para mí. —Levantó la vista al techo, como si la respuesta a ese desastre estuviera escrita en los desgastados paneles.
Ridley acortó la distancia entre ellos.
—Ven conmigo. Esta noche. No puedo quedarme aquí, pero he vuelto a por ti.
Mientras la observaba, me parecía estar viendo a Sarafine, la de mis visiones. La que trataba de luchar contra su naturaleza, la Oscuridad apoderándose de ella. Tal vez la familia de Lena estuviera equivocada.
Tal vez aún había Luz en la Oscuridad.
Link apoyó su cabeza contra la de ella, sus frentes tocándose un segundo.
—No puedo. No después de lo que hicieron a mis amigos y a ti. No puedo ser uno de ellos, Rid. No soy como tú. Y no quiero serlo.
Ella se quedó estupefacta. Podía notarse en sus ojos, incluso aunque fueran amarillos.
—¿Rid?
—Mírame bien, Chico Guapo. Porque esta es la última vez que me verás. —Estaba caminando hacia atrás, todavía mirándole.
Entonces se volvió y salió corriendo.
Un chupachups de cereza rodó por el suelo.
La voz de Link fue tan sigilosa que apenas pude oírle cuando su mano se cerró alrededor del chupachups.
—Mala o no, siempre serás mi chica.
Después del encuentro con Ridley, a Link ya no le importaba ser un dios del rock. Estaba en mala forma, y no era el único. Lena apenas había dicho una palabra desde que le conté lo de Ridley. El baile se había acabado para nosotros.
El aparcamiento estaba desierto. Nadie abandonaba un baile en el Jackson tan pronto. El coche fúnebre estaba aparcado en un extremo, bajo una farola rota. Link iba detrás de nosotros, Liv y John, cogidos de la mano, caminaban delante. Escuché el ruido de nuestros zapatos contra el asfalto al andar. Así fue como descubrí que John se había detenido.
—No. Ahora no —susurró. Seguí la dirección de sus ojos pero estaba oscuro y no pude ver nada.
—¿Qué pasa?
—¿Qué sucede, tío? —Link se adelantó hasta ponerse a mi lado, sus ojos fijos en el coche fúnebre. Sabía que podía ver en la oscuridad, igual que John—. Por favor, dime que no es lo que creo que es.
John no se movió.
—Es Hunting y su Banda de Sangre.
Liv trató de vislumbrarlos en la oscuridad, pero fue imposible hasta que Hunting dio un paso hacia la pálida luz de otra farola. Entonces Liv se colocó delante de John.
—¡Vete! ¡Vuelve a los Túneles! —Liv quería que se largara, que se desmaterializara antes de que Hunting tuviera la oportunidad de hacer lo mismo.
Él negó con la cabeza.
—No puedo dejarte. No lo haré.
—Puedes sacarnos a todos de aquí. —Liv le cogió la mano.
—No puedo llevaros a todos a la vez.
—¡Entonces vete!
No importaba lo que Liv dijera. Ya no quedaba tiempo.
Hunting se apoyó contra la farola, un cigarrillo centelleando entre sus dedos. Dos Íncubos más aparecieron a la vista.
—Así que es aquí donde te escondías. En el instituto. Nunca lo hubiera adivinado. Antes no eras tan listo.
John empujó a Liv detrás de él.
—¿Cómo me habéis encontrado?
Hunting se rio.
—Siempre hemos podido encontrarte, chico. Tienes tu propio localizador. Lo que me hace preguntar cómo has conseguido ocultarte durante tanto tiempo. Donde quiera que estuvieras, debías haberte quedado allí.
Hunting empezó a caminar hacia nosotros, sus secuaces detrás de él.
Lena me apretó la mano.
¡Oh, Dios mío! Estaba a salvo en los Túneles. Esto es culpa mía.
Es culpa de Abraham.
John se mantuvo firme.
—No pienso ir a ninguna parte contigo, Hunting.
Hunting agitó su cigarrillo en la oscuridad.
—Es una pena que tenga que llevarte de vuelta. Se te ve mucho más combativo ahora que cuando Abraham dirigía tu mente. ¿Notas mucha diferencia de pensar por ti mismo?
La imagen de John vagando como un zombi en la cueva de la Frontera volvió a mi mente. Él había jurado que no recordaba lo que sucedió esa noche. ¿Era posible que fuera Abraham quien le estuviera controlando?
John se quedó helado.
—¿De qué estás hablando?
—Supongo que, después de todo, no has estado pensando tanto. Oh, bien. Entonces no lo echarás de menos. —Hunting bajó la voz—. ¿Sabes lo que no echaré de menos? Contemplar cómo te revolvías todo el tiempo como si alguien te estuviera pinchando con un rejón.
Las manos de John empezaron a temblar.
—¡Cállate!
Recordé la forma en que el cuerpo de John solía agitarse constantemente. La forma en que sus músculos parecían agarrotarse involuntariamente —y cómo había empeorado cuando estaba con Abraham la noche de la Decimoséptima Luna de Lena—. No había vuelto a ver que le sucediera desde que le encontramos en la habitación de Ridley.
Hunting se rio.
—Ven aquí y hazme callar tú. O podemos saltarnos la parte en que meto un poco de sensatez en tu cerebro antes de llevarte de vuelta.
Link dio un paso para ponerse junto a John.
—Bueno, cuéntame cómo funciona. ¿Es una pelea normal o necesito echar mano de algún truco mental tipo Jedi que no conozco?
Me quedé pasmado. Link estaba tratando de equilibrar las cosas. John le miró tan sorprendido como el resto de nosotros.
—Ya tengo los míos. Pero gracias.
—¿Qué estás…? —Link no tuvo la oportunidad de terminar.
John extendió las manos frente a él, igual que hacía Lena cuando utilizaba sus poderes para abrir la tierra o conseguir una lluvia torrencial.
O vientos huracanados.
John estaba utilizando los poderes de Lena, los que había absorbido la última vez que la tocó.
El viento sopló tan fuerte que tiró a Hunting al suelo. Los otros dos Íncubos fueron lanzados hacia atrás, deslizándose por el párking a una velocidad tal como para provocarles quemaduras por el roce con el asfalto. Pero Hunting se desvaneció antes de que toda la fuerza del viento le azotara.
Y cuando comenzó a materializarse a unos pocos metros, el viento volvió a empujarle.
—¡Sigue viniendo! —gritó Liv. Tenía razón.
Lena me empujó para ponerse delante.
Tengo que ayudar a John. No puede hacerlo solo.
Lanzó sus propias manos hacia delante, sus palmas mirando a Hunting. Los poderes de Lena eran más fuertes que nunca. Y más impredecibles.
La lluvia manó del cielo cuando las nubes se abrieron.
¡No! ¡Ahora no!
La lluvia nos estaba golpeando, y también el viento, que se calmaba rápidamente.
Hunting permanecía seco, la lluvia se deslizaba por su chaqueta en riachuelos.
—Buen truco, chico. Es una pena que la hija de Sarafine destruyera el Orden. Si sus poderes no estuvieran tan averiados, tal vez habrías tenido la oportunidad de salvar tu culo.
Escuché a un perro ladrar y vi a Boo Radley por el rabillo del ojo corriendo por el lateral de uno de los coches.
Macon iba detrás de él, la lluvia resbalando por su cara.
—Por suerte, los míos parecen estar desarrollándose de forma muy satisfactoria.
Hunting se quedó tan desconcertado al ver a Macon como el resto de nosotros, pero consiguió disimularlo. Se encendió otro cigarrillo, a pesar de la lluvia.
—¿Quieres decir después de que te matara? Será un placer hacerlo de nuevo.
Los miembros de la banda de Hunting habían conseguido recobrarse y cruzar el aparcamiento a la manera tradicional. Ahora se colocaron detrás de Hunting.
Macon cerró los ojos.
Todo se quedó en silencio e inmóvil. Demasiado inmóvil. Igual que ocurre justo antes de que algo horrible suceda. No fui el único que lo sintió.
Hunting se evaporó, desgarrándose por el brillante cielo negro…
Cuando se materializó de nuevo, a pocos centímetros de Macon, una vibrante luz verde nos envolvió. Su energía emitía un constante zumbido.
Provenía de Macon.
Hunting se congeló en el espectral fulgor verde, su mano extendida, sus colmillos asomando.
—¿Qué es eso? —Link se estaba tapando los ojos.
—Es la luz —dijo Liv transfigurada.
—¿Cómo puede crear luz? —pregunté.
Liv negó con la cabeza.
—No tengo ni idea.
La luz incrementó su brillo, y Hunting cayó al suelo, apaleado en el brillante cemento. Un sonido agonizante rompió a través de él, como si sus cuerdas vocales estuvieran rompiéndose. Los otros dos Íncubos también estaban retorciéndose por el suelo, pero no podía apartar mis ojos de Hunting.
El color empezó a desaparecer de él, empezando por la cabeza y bajando por su rostro. Era como ver una sábana cubriendo a alguien lentamente. Pero esa sábana era una bruma negra y, según fue descendiendo, su cuello, y su pelo, su piel, sus vacíos ojos negros se volvieron casi traslúcidos. Lo mismo les estaba sucediendo a los otros miembros de su Banda de Sangre.
—¿Qué les está pasando? —No sé si esperaba una respuesta, pero fue John quien la dio.
—Están perdiendo su poder. Su Oscuridad. —Pude advertir por la mirada de pánico del rostro de John que nunca lo había contemplado personalmente—. Eso es lo que les sucede a los Íncubos cuando se exponen a la luz del sol. —Miré a John. No le estaba afectando.
—Realmente está creando luz —susurró Liv.
John comentó algo más, pero ya no le escuchaba. Estaba contemplando a los otros dos Íncubos, que ahora se habían vuelto traslúcidos. La Oscuridad se había desvanecido en ellos mucho más rápido. Observé cómo sus cuerpos se quedaban rígidos como estatuas, sus ojos fijos y sin vida. Pero eso no fue lo más inquietante.
La bruma negra —el poder Oscuro que había salido de sus cuerpos— estaba filtrándose por el suelo.
—¿A dónde va? —preguntó Lena.
—Al Inframundo. —John dio un paso atrás, como si no quisiera acercarse demasiado a lo que él podía haber sido—. La energía no puede ser destruida. Sólo cambia de forma.
Me quedé helado. Las palabras resonaron en mi mente.
Sólo cambia de forma.
Pensé en Twyla y los Antepasados y en la tía Prue. Mi madre y Macon.
Recordé el brillo verde del Arco de Luz.
La misma luz que ahora nos estaba bañando. ¿Le habría sucedido algo a Macon cuando estaba confinado? ¿Le habría cambiado mi madre de alguna forma reconstruyendo al hombre al que había amado y perdido?
—¿Y en qué se convertirá? —Liv parecía asustada. John le estaba contando algo que no sabía.
El color había desaparecido de todo el cuerpo de Hunting, alcanzando sus manos. Macon no se había movido, sus ojos fuertemente apretados, como si estuviera en mitad de una terrible pesadilla.
John no contestó durante un momento. Cuando finalmente lo hizo, hubiera preferido que se callara.
—En Vex.
—Pero Macon nunca querría hacer eso. —Liv estaba tan conmocionada como yo.
John la cogió de la mano.
—Lo sé. Pero no es él quien decide cómo funciona el universo, Liv. Ninguno de nosotros lo hace.
—¡Oh, Dios mío! —Lena estaba señalando a los dos Íncubos, ahora completamente incoloros. El aire a su alrededor pareció vibrar, y entonces comprendí lo que de verdad estaba sucediendo. Se estaban desintegrando. Pero en lugar de convertirse en cenizas, como lo hacen los zombis y los vampiros de las películas, los pequeños fragmentos se desvanecían como si nunca hubieran existido.
Escuché a Macon inhalar profundamente. También a él esto le estaba agotando. Observé cómo luchaba para aguantar un poco más y acabar con Hunting, pero la luz empezó a debilitarse, hasta que la oscura noche se tragó el aparcamiento de nuevo.
El cuerpo de Hunting permanecía en el suelo. Estaba gimiendo, arrastrándose por el asfalto. Su cara y torso aún seguían rígidos y completamente traslúcidos.
Macon cayó de rodillas, y Lena se agachó junto a él.
—¿Cómo has hecho eso?
Macon no contestó inmediatamente. Cuando su respiración se regularizó, dijo:
—No estoy completamente seguro. Pero parece que puedo canalizar mi energía Luminosa. Crear luz, como si dijéramos, a falta de una explicación mejor.
John se acercó sacudiendo la cabeza.
—Y yo que pensaba que era diferente. Ha dado un nuevo significado al Caster de Luz, señor Ravenwood.
Macon miró a John, el híbrido que podía soportar la luz del sol.
—En la Luz hay Oscuridad, y en la Oscuridad hay Luz.
Oí el desgarro cuando Hunting desapareció, su cuerpo marcado por la Luz.