12 de diciembre
El Baile del Barro
CUANDO LINK APARECIÓ frente a mi casa, Savannah ya estaba sentada en el asiento delantero del Cacharro. Él salió a recibirme a la acera, como si tuviera algo que decirme. Vestía una raída y andrajosa camisa de esmoquin que le hacía parecer como si formara parte de una orquesta de mariachis, sus viejas playeras asomando al final de los pantalones.
—Bonitas trazas.
—Pensé que a Savannah le espantaría. Pensé que no se metería en el coche. Te lo juro, lo he probado todo. —Normalmente habría estado encantado, pero esta noche parecía totalmente desgraciado.
Rid le ha tocado fuerte, L.
Tú tráete a casa. Tengo un plan.
—Pensé que te reunirías con Savannah en el baile. ¿No debería estar allí con Emily y el resto del Comité de Baile? —Bajé la voz, aunque no hacía falta. Podía escuchar la maqueta de los Holy Rollers atronando en el estéreo, como si Link hubiera intentado espantar a Savannah.
—Ya lo intenté. Pero ella quería hacer fotos. —Se encogió de hombros—. Su madre y mi madre. Ha sido una pesadilla. —Empezó a imitar a su madre—. ¡Sonríe! ¡Wesley, tu pelo se está poniendo de punta! ¡Ponte derecho! ¡Saca la foto!
Podía imaginármelo. La señora Lincoln era muy hábil con la cámara, y no había forma de impedir que contemplara a su hijo llevar a Savannah Snow al baile de invierno sin documentarlo para futuras generaciones. Las dos madres juntas eran demasiado para ponerlas en la misma habitación. Sobre todo cuando la habitación era el salón de casa de Link, donde no había un sitio donde sentarse o mirar o ni siquiera apoyar tu mano que no estuviera cubierto de plástico.
—Te apuesto cinco pavos a que Savannah no pone el pie en Ravenwood.
Finalmente Link sonrió.
—Eso es lo que espero.
Contemplándola desde el asiento trasero del Cacharro, parecía que Savannah estuviera sentada en un gran charco de crema batida color rosa. Intentó hablarme un par de veces, pero era imposible escuchar nada por encima de la música. Cuando llegamos a la bifurcación de la carretera que llevaba hasta Ravenwood, empezó a retorcerse.
Link apagó la radio.
—¿Estás segura de estar de acuerdo en esto, Savannah? Ya sabes que la gente dice que Ravenwood está encantado desde la guerra. —Lo dijo como si estuviera contando una historia de fantasmas.
Savannah alzó la barbilla.
—No tengo miedo. La gente dice muchas cosas. Eso no significa que sean verdad.
—¿En serio?
—Deberías oír lo que dicen de ti y tus amigos. —Se volvió para mirarme—. Sin ofender, claro.
Link encendió la radio tratando de callarla mientras las verjas de Ravenwood se abrían. «Es genial./Eres tú mi pollo frito./Chúpate esos deditos…».
Savannah le gritó por encima de la música.
—¿Me estás llamando trozo de pollo frito?
—No. No es a ti, reina del barro. Eso nunca. —Cerró los ojos y aporreó el salpicadero del Cacharro mientras yo me bajaba del coche, sintiendo más pena que nunca por Link.
Link empezó a abrir su puerta, pero Savannah no se movió. Después de todo, la idea de poner un pie en Ravenwood no debía de parecerle tan buena.
La puerta principal se abrió antes de que yo llamara. Vi un remolino de tela verde, con brillos dorados, que parecía dos colores en uno. Lena abrió la puerta del todo, y la tela flotó desprendiéndose de sus hombros, replegándose sobre su cintura como si fueran alas.
¿Te acuerdas?
Me acuerdo. Estás guapísima.
Me acordaba. Lena era esta noche una mariposa, como la luna de la noche de su Decimoséptima Luna. Lo que había parecido magia entonces aún seguía pareciéndolo.
Sus ojos centellearon.
Uno verde, otro dorado. Uno Que Son Dos.
Un escalofrío fuera de lugar en esa cálida noche de diciembre me recorrió. Lena no lo advirtió, y me obligué a no pensar en ello.
—Estás… guau…
Ella dio una vuelta sonriendo.
—¿Te gusta? Quería hacer algo diferente. Salir un poco de mi capullo.
Nunca has estado en un capullo, L.
Su sonrisa se ensanchó y lo volví a decir en voz alta.
—Pareces… como tú. Perfecta.
Apartó un rizo para enseñarme su lóbulo —una pequeña mariposa dorada, con un ala dorada y la otra verde.
—El tío Macon los mandó hacer. Y esto. —Señaló una pequeña mariposa que descansaba en el hueco de su cuello, colgando de una delicada cadena de oro.
Deseé que llevara también su collar de amuletos. Las únicas veces que la había visto sin él no habían acabado demasiado bien. Y no quería que nada referente a Lena cambiara.
Sonrió.
Lo sé. La pondré en el collar de amuletos después de esta noche.
Me incliné y la besé. Y entonces le mostré la pequeña caja blanca que llevaba conmigo. Amma le había hecho un ramillete de muñeca, igual que el año pasado.
Lena abrió la caja.
—Es perfecto. No puedo creer que aún quede alguna flor en alguna parte de los alrededores. —Pero allí estaba, una única flor dorada, anidada entre unas hojas verdes entrelazadas. Si te fijabas bien, parecían su propia versión de las alas, como si Amma lo hubiera sabido.
Tal vez todavía había algunas cosas que podía ver venir.
Deslicé el ramillete en la muñeca de Lena, pero se enredó. Al tirar de él noté que llevaba puesto el fino brazalete de plata de la caja de Sarafine. Pero no dije nada. No quería arruinar la noche antes de que empezara.
Link tocó la bocina y subió aún más el volumen de la música.
—Más vale que nos vayamos. Link está que arde ahí fuera. Al menos desearía estar ardiendo.
Lena respiró hondo.
—Espera. —Posó una mano en mi brazo—. Hay algo más.
—¿Qué?
—No te enfades. —No había un chico en el mundo que no supiera lo que esas palabras significaban. Estaba a punto de darme una buena razón para enfadarme.
—No lo haré. —Mi estómago se hizo una bola.
—Tienes que prometerlo. —Todavía peor.
—Lo prometo. —Mi estómago se tensó y la bola se convirtió en un nudo.
—Les dije que podían venir. —Lo dijo de pasada como si de esa forma no fuera a oírla.
—¿Les dijiste qué a quién? —No estaba seguro de querer saberlo. Había demasiadas respuestas equivocadas a esa pregunta.
Lena empujó las puertas para abrir el antiguo estudio de Macon. A través de la abertura, pude ver a John y a Liv de pie juntos delante de la chimenea.
—Ahora están juntos todo el rato. —Su voz se volvió un susurro—. Estaba casi segura de que algo estaba sucediendo. Entonces Reece les pilló reparando el reloj del abuelo de Macon, y vio sus caras.
Un reloj. Igual que un selenómetro o una motocicleta. Cosas que funcionaban como lo hacía la mente de Liv. Aparté la idea. No John Breed, no con Liv.
—¿Arreglando un reloj? —Miré a Lena—. ¿Esa es la gran revelación?
—Te lo he dicho, Reece los vio. Y míralos. No hace falta ser una Sybil para averiguarlo.
Liv llevaba un vestido de aspecto antiguo, como algo que podía haber encontrado en el desván de Marian. Tenía un corte bajo que dejaba los hombros al descubierto y del que colgaba una especie de elaborado encaje que sólo interrumpía el gastado cinturón con la hebilla de escorpión. Parecía alguien salido de una película de esas que te ponen en clase de inglés después de leer el libro. Su cabello rubio estaba suelto, en lugar de sus trenzas. Parecía diferente. Parecía… feliz. No quise pensar en ello.
¿L? ¿Qué está pasando?
Observa.
John estaba detrás de ella, vestido con un traje que casi seguro debía de ser de Macon. Tenía el aspecto que Macon solía tener: oscuro y peligroso. En ese momento, estaba pinchando un ramillete en una tira de encaje sobre el hombro de Liv. Ella se burlaba de él, y reconocí el tono.
Lena tenía razón. Cualquiera que les viera juntos sabría que algo estaba pasando.
Liv cogió su mano mientras él vacilaba.
—Te agradecería si consiguieras no hacerme sangrar.
Él lo intentó de nuevo.
—Entonces quédate quieta.
—Lo estoy. Es el alfiler el que no lo está. —Su mano estaba temblando.
Carraspeé y entonces alzaron la vista. Liv se sonrojó aún más cuando me vio. John se puso tieso.
—Hola a todos. —Liv aún estaba ruborizada.
—Hola. —No se me ocurrió qué más decir.
—Esto es un poco extraño. —John sonrió como si fuéramos amigos. Me volví hacia Lena sin responder, porque no lo éramos.
—Incluso si esta no fuera la idea más rara que se te ha ocurrido, y no digo que no lo sea, ¿cómo pretendes conseguirlo? Ninguno de los dos va al Jackson.
Lena sacó dos entradas para el Baile del Barro.
—Tú compraste dos, y yo otras dos. —Hizo un gesto hacia John—. Te presento a mi pareja.
¿Cómo dices?
Miró a Liv.
—Y esta es la tuya.
¿Por qué haces esto?
—Podemos llevar a quien queramos como nuestras parejas. Sólo hasta que estemos dentro.
¿Estás loca, L?
No. Es un favor a un amigo.
Miré a John y a Liv.
¿Quién se ha convertido de repente en tu amigo?
Estiró los brazos para posar sus manos en mis hombros y me besó en la mejilla.
—Tú.
—No lo entiendo.
Estamos avanzando. Deja que las cosas se queden como están.
Miré a John y a Liv.
¿Es esta tu idea de avanzar?
Lena asintió.
—¿Hola? Si vosotros dos queréis hablar en alto podemos irnos a la otra habitación. —John nos observaba con impaciencia.
—Lo siento. Ya estamos. —Lena me lanzó una mirada intencionada—. ¿Verdad?
Tal vez lo estuviéramos, pero sabía de alguien que no lo estaría.
—¿Tienes idea de lo que va a decir Link sobre esto? Ahora mismo está esperando en el coche con Savannah.
Lena hizo un gesto afirmativo hacia John, y volví a escuchar un sonido de desgarro viniendo del exterior. La estruendosa música que salía del Cacharro cesó de pronto.
—Link ya está en el baile. Así que supongo que ya podemos irnos, ¿verdad? —John cogió la mano de Liv.
—¿Has hecho desaparecer a Link? —Sentí que mis hombros se tensaban—. Si ni siquiera le estabas tocando.
John se encogió de hombros.
—Ya te lo dije, no soy un tipo de reglas fijas. Puedo hacer muchas cosas. La mayoría de las veces, ni siquiera sé cómo.
—Eso hace que me sienta mucho mejor.
—Relájate. Ha sido idea de tu novia.
—¿Y qué va a pensar Savannah? —Podía imaginarla contándole la historia a su madre.
—No se acordará de nada. —Lena agarró mi mano—. Vamos. Podemos ir en el coche fúnebre. —Lena cogió las llaves.
Negué con la cabeza.
—Ir a solas al baile con Savannah es lo último que Link quería.
—Confía en mí. —Otras dos palabras que ningún chico querría oír a su novia.
¿Qué estás tramando? Dame una pista.
—La banda tenía que estar allí antes. —Me arrastró detrás de ella.
—¿La banda? ¿Te refieres a los Holy Rollers? —Ahora estaba verdaderamente confuso. El director Harper nunca permitiría que los Holy Rollers tocaran en un baile más de lo que… En realidad, no había comparación posible. Eso nunca sucedería.
El pelo de Lena se rizó en una inexistente brisa y me lanzó las llaves.