21 de diciembre

Botellas rotas

AMMA ESTABA SENTADA ante la mesa de la cocina cuando llegué a casa. Las cartas, los crucigramas, los caramelos de canela Red Hots y las Hermanas no estaban a la vista. En la mesa sólo había una vieja botella de Coca-Cola rota. Era del árbol de botellas, aquel que nunca atrapó el espíritu que Amma estaba buscando. El mío.

Llevaba ensayando la conversación en mi mente desde el momento en que comprendí que el Crisol era yo y no John. Pensando cien formas diferentes de decirle a la persona que te ha querido tanto como tu propia madre que iba a morir.

¿Qué se le dice?

Aún no había decidido cómo hacerlo, y ahora estaba de pie en la cocina de Amma, mirándola a los ojos y me parecía imposible. Pero tenía el presentimiento de que ella ya lo sabía.

Me deslicé en la silla frente a ella.

—Amma, necesito hablar contigo.

Ella asintió girando la botella entre sus dedos.

—Reconozco que esta vez lo he hecho todo mal. Pensé que tú eras el que hacía el agujero en el universo y, al final, ha resultado que era yo.

—No es culpa tuya.

—Cuando un huracán azota, no es culpa del hombre del tiempo más de lo que lo es de Dios, no importa lo que la madre de Wesley diga. En cualquier caso, a esa gente que ahora se ha quedado sin un techo sobre sus cabezas, no les importa nada, ¿no es así? —Me miró con expresión derrotada—. Pero creo que ambos sabemos que esto ha sido por mi culpa. Y que este agujero es demasiado grande para que pueda coserlo.

Coloqué mis manos sobre las suyas, tan pequeñas.

—Eso es lo que quería decirte. Puedo arreglarlo.

Amma se echó hacia atrás en su silla, las arrugas de su frente se hicieron más profundas.

—¿De qué estás hablando, Ethan Wate?

—Puedo detenerlo. El calor y la sequía, los terremotos, que los Caster pierdan el control de sus poderes: todo. Pero eso ya lo sabías, ¿no es así? Por eso acudiste al bokor.

El color desapareció de su cara.

—¡No hables de ese diablo en esta casa! No sabes…

—Sé que fuiste a verle, Amma. Te seguí. —Ya no quedaba tiempo para juegos. No podía marcharme sin despedirme de ella. Incluso aunque no quisiera oírlo—. Supongo que esto es lo que viste en las cartas, ¿no es cierto? Sé que estabas intentando cambiar las cosas, pero la Rueda de la Fortuna nos aplasta a todos, ¿verdad?

La habitación estaba tan silenciosa que sentí como si alguien hubiera absorbido el aire de ella.

—Eso es lo que dijiste, ¿no?

Ninguno de los dos se movió ni respiró. Durante un segundo Amma pareció tan asustada que estuve seguro de que iba a cubrir toda la casa con sal.

Pero su cara se arrugó y se precipitó hacia mí, agarrando mis brazos como si quisiera zarandearme.

—¡Tú no! Tú eres mi chico. La Rueda no tiene nada que hacer contigo. Esto es culpa mía y voy a enderezarlo.

Posé mis manos sobre sus delgados hombros, contemplando cómo las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—No puedes, Amma. Yo soy el único que puede. Tengo que ser yo. Me marcharé antes de que el sol salga mañana…

—¡No lo digas! ¡No quiero oír una palabra más! —Se revolvió, clavando sus dedos en mis brazos como si intentara evitar ahogarse.

—Amma, escúchame…

—¡No! ¡Escúchame tú! —rogó con expresión frenética—. Lo tengo todo planeado. Hay una forma de cambiar las cartas, ya lo verás. Hice un trato por mi cuenta. Tú espera y verás —murmuraba entre dientes como si estuviera loca—. Lo tengo todo planeado. Ya lo verás.

Amma estaba equivocada. No estaba seguro de que lo supiera, pero yo sí.

—Esto es algo que tengo que hacer. Si no lo hago, tú y papá, todo este pueblo, desaparecerá.

—¡Me importa un rábano este pueblo! —siseó—. ¡Por mí que se queme entero! ¡No va a sucederle nada a mi chico! ¿Me has entendido? —Amma giró la cabeza mirando por toda la habitación, de un lado a otro, como si estuviera buscando a alguien escondido entre las sombras.

Cuando volvió a mirarme, sus rodillas se doblaron y su cuerpo se inclinó peligrosamente hacia un lado. Iba a desmayarse. La sujeté por los brazos y la enderecé, sus ojos se clavaron en los míos.

—Ya perdí a tu madre. No puedo perderte a ti también.

La ayudé a acomodarse en una de las sillas y me arrodillé a su lado, observando cómo se iba recobrando lentamente.

—Respira hondo. —Recordé haber oído a Thelma decirle eso a la tía Mercy cuando tenía uno de sus desfallecimientos. Pero habíamos rebasado hacía mucho el nivel de controlar la respiración.

Amma trató de apartarme.

—Estoy bien. Siempre que me prometas que no harás ninguna estupidez. Voy a reparar este descosido. Sólo espero el hilo adecuado. —Uno bien bañado en la magia negra del bokor, hubiera podido apostar.

No quería que lo último que le dijera a Amma fuera una mentira. Pero ella no atendía a razones. No había forma de convencerla de que estaba haciendo lo correcto. Estaba segura de que había alguna clase de escapatoria, igual que Lena.

—Está bien, Amma. Vayamos a tu habitación.

Se agarró a mi brazo y se puso en pie.

—Tienes que prometérmelo, Ethan Wate.

La miré directamente a los ojos.

—No haré ninguna estupidez. Lo prometo. —Era sólo una media mentira. Porque salvar a la gente a la que quieres no es ninguna estupidez. Ni siquiera es una opción.

Pero aún seguía queriendo que la última cosa que le dijera a Amma fuera tan cierta como el sol de cada mañana. Así que después de ayudarla a sentarse en su silla favorita, la abracé con fuerza y la susurré una última cosa.

—Te quiero, Amma.

No había nada más cierto.

La puerta principal golpeó cuando cerré la del dormitorio de Amma.

—Hola a todo del mundo, estoy en casa —la voz de mi padre sonó desde el vestíbulo. Estaba a punto de contestar cuando escuché el familiar sonido de otra puerta abriéndose—. Estaré en el estudio. Tengo un montón de cosas que leer. —Era irónico. Mi padre empleaba todo su tiempo en buscar la Decimoctava Luna, y yo sabía más del tema de lo que hubiera querido.

Cuando regresé a la cocina, vi la vieja botella de Coca-Cola sobre la mesa, exactamente donde Amma la había dejado. Era demasiado tarde para atrapar nada en ella, pero de todas formas la cogí.

Me pregunté si a donde iba habría árboles de botellas.

De camino a mi habitación pasé por delante del estudio, donde mi padre estaba trabajando. Estaba sentado en el viejo escritorio de mi madre, la luz inundando la habitación, su trabajo, y el café con cafeína que había colado en casa. Abrí la boca para decir algo. No sabía el qué, pero justo entonces sacó del cajón sus tapones de oídos y se los colocó.

Adiós, papá.

Apoyé mi frente en el quicio de la puerta en silencio. Dejé que las cosas siguieran como estaban. Ya conocería el resto muy pronto.

Era medianoche pasada cuando Lena, agotada por el llanto, consiguió dormirse. Estaba sentado en mi cama leyendo De ratones y hombres por última vez. Durante los pasados meses, había perdido tanta memoria que apenas podía recordar la trama. Sin embargo, aún recordaba una parte. El final. Me desazonaba cada vez que lo leía —la forma en que George disparaba a Lennie mientras le estaba hablando de la granja que comprarían algún día—. La que Lennie nunca vería.

Cuando leímos la novela en la clase de inglés, todo el mundo estuvo de acuerdo en que George estaba haciendo el enorme sacrificio de matar a Lennie porque sabía que su mejor amigo acabaría ahorcado por haber matado accidentalmente a la niña del rancho. Se trataba, al fin y al cabo, de una muerte por compasión. Pero yo nunca lo creí. Matar a tu mejor amigo de un tiro en la cabeza, en vez de tratar de huir, no me parecía ningún sacrificio. Lennie se había sacrificado, lo supiera o no. Lo que era la peor parte, pues creo que Lennie se hubiera sacrificado de buen grado por George sin dudarlo. Quería que George consiguiera la granja, que fuera feliz.

Sabía que mi sacrificio no haría feliz a nadie, pero iba a salvar sus vidas. Eso bastaba. También sabía que ninguna de las personas que me querían permitiría que hiciera ese sacrificio por ellos, razón por la cual me estaba poniendo los vaqueros a toda prisa a la una de la madrugada.

Eché un último vistazo a mi habitación: las cajas de zapatos apiladas a lo largo de las paredes que contenían todo lo que era importante para mí, la silla en la esquina donde mi madre se sentó cuando me visitó dos meses atrás, las pilas de mis libros favoritos escondidos bajo la cama y la silla giratoria que no había girado la vez que Macon Ravenwood se sentó en ella. Quería recordarlo todo. Mientras pasaba la pierna por el otro lado de la ventana, me pregunté si lo conseguiría.

El depósito de agua de Summerville surgió amenazante a la luz de la luna por encima de mí. La mayoría de la gente no hubiera elegido este lugar, pero era aquí donde transcurrían mis sueños, así que sabía que era el adecuado. Últimamente hacía muchas cosas guiado por mi instinto. Cuando sabes que no tienes mucho tiempo para cambiar las cosas, te vuelves bastante filósofo. Y entiendes las cosas —o más bien, ellas se entienden por sí mismas— y todo se vuelve muy nítido.

Tu primer beso no es tan importante como el último.

El examen de matemáticas no importa nada.

La tarta sí.

Las cosas en las que eres bueno y las cosas en las que eres malo son sólo diferentes partes de lo mismo.

Igual que sucede con la gente a la que quieres y a la que no, y con la gente que te quiere y la que no.

Lo único que importa es que te has preocupado por unas cuantas personas.

La vida es realmente muy, muy corta.

Saqué el collar de amuletos de Lena de mi bolsillo trasero y lo miré una última vez. Entonces estiré el brazo hacia la ventanilla abierta del Volvo y lo dejé en el asiento. No quería que le pasara nada cuando todo esto terminara. Me alegré de que me lo hubiera dado. Sentía que una parte de ella estaba aquí conmigo.

Pero estaba solo. Y lo quería así. Sin amigos, sin familia. Sin hablar, sin kelting. Sin Lena.

Quería poder sentir las cosas de la forma en que realmente eran.

Porque la forma en que las sentía era terrible. Pero la forma en que eran era aún peor.

Ahora podía sentirlo. Mi destino venía a por mí. Mi destino y algo más.

El cielo se desgarró a pocos metros de donde yo estaba. Esperé que Link apareciera entre la oscuridad con un paquete de Twinkies o algo, pero era John Breed.

—¿Qué está pasando? ¿Se encuentran bien Macon y Liv? —pregunté.

—Sí. Todo el mundo está bien, considerando la situación.

—¿Entonces qué estás haciendo aquí?

Se encogió de hombros, levantando la tapa de su mechero y cerrándola.

—Pensé que podrías necesitar un copiloto.

—¿Para qué? ¿Para empujarme al borde? —Lo dije medio en broma.

Él cerró el mechero de golpe.

—Digamos solamente que es más duro de lo que crees una vez que estás allí arriba. Además, tú estabas allí conmigo, ¿no? —Era retorcidamente razonable, pero las cosas ya estaban bastante retorcidas.

No supe qué decir. Era difícil creer que fuera el mismo impresentable que me pateó el culo en la feria y trató de robarme a mi novia. Ahora era casi un tío medio decente. Enamorarse puede producir esos efectos.

—Gracias, tío. ¿Qué se siente? Quiero decir, cuando estás cayendo.

John sacudió la cabeza.

—Créeme, no quieras saberlo.

Caminamos hacia el depósito de agua. Una enorme luna blanca bloqueaba la luz de la verdadera. La escalerilla metálica blanca estaba sólo a unos metros.

Supe que ella estaba detrás de mí antes de que John la percibiera y se diera la vuelta.

Amma.

Nadie más olía a mina de lápiz y a Red Hots.

—¡Ethan Wate! Estaba presente el día que naciste, y lo estaré también el día que mueras, en este lado o en el otro.

Continué caminando.

Su voz se hizo más fuerte.

—En cualquier caso, no será hoy.

John parecía divertido.

—Maldita sea, Wate. Desde luego tienes una familia bastante rara para ser un Mortal.

Me preparé para afrontar la visión de Amma armada con sus cuentas y sus muñecas y quizá también con la Biblia. Pero cuando me di la vuelta, mis ojos cayeron sobre las enredadas trenzas y el báculo de piel de serpiente del bokor.

El bokor me sonrió.

—Veo que no has encontrado tu ti-bon ange. ¿O lo has hecho? Es más fácil encontrar que capturar, ¿no es cierto?

—No hables con él —espetó Amma. Lo que fuera que hiciera aquí el bokor, no era obviamente para convencerme de no saltar al vacío.

—¡Amma! —la llamé, y ella se volvió para mirarme. Por primera vez pude ver lo perdida que estaba. Sus agudos ojos negros parecían confusos y nerviosos, su postura orgullosa, encorvada y rota—. No sé para qué has traído a este tipo aquí, pero no deberías mezclarte con alguien como él.

El bokor echó la cabeza hacia atrás y se rio.

—Tenemos un trato la Vidente y yo. Y pretendo cumplir mi parte en el negocio.

—¿Qué trato? —pregunté.

Pero Amma fulminó con la mirada al bokor como advirtiéndole que mantuviera su boca cerrada. Entonces hizo un gesto con la mano para que me acercara, igual que hacía cuando yo era pequeño.

—Esto sólo es asunto mío y del Hacedor. Tú vuelve a casa y él volverá a donde pertenece.

—No creo que te lo esté pidiendo —repuso John. Miró hacia Amma—. ¿Y qué pasa si Ethan no quiere ir?

Los ojos de Amma se estrecharon.

—Sabía que estarías aquí, el demonio en los hombros de mi chico. Aún puedo ver un par de cosas. Y eres tan Oscuro como un trozo de carbón en la nieve, no importa del color que sean tus ojos. Por eso he traído un poco de Oscuridad conmigo.

El bokor no había venido aquí por mí o por mi Alma Fracturada. Estaba aquí para asegurarse de que John no se interpusiera en el camino de Amma.

John levantó las manos fingiendo rendirse.

—No estoy intentando que Ethan haga nada. He venido como amigo.

Escuché el sonido de botellas tintineando. Fue entonces cuando advertí la cuerda con botellas atada al cinturón del bokor, igual a las que podías encontrar en los árboles de botellas.

El bokor sostuvo una delante de él, su mano en el tapón.

—He traído también a unos amigos. —Descorchó la botella y una fina tira de niebla oscura escapó. Giró lentamente, de modo casi hipnótico, hasta que adoptó la silueta de un hombre.

Pero este Sheer no tenía el mismo aspecto que otros que había visto. Sus extremidades estaban mutiladas y extrañamente encorvadas en ángulos antinaturales. Sus rasgos faciales eran grotescos y le faltaban pedazos enteros donde parecía que se hubieran podrido. Tenía el aspecto de un zombi de película de terror, desgarrado y roto. Sus ojos estaban desenfocados y ausentes.

John dio un paso atrás.

—Vosotros los Mortales estáis aún más chiflados que los Sobrenaturales.

—¿Qué demonios es eso? —No podía dejar de mirarlo.

El bokor lanzó algún tipo de polvo en el suelo a su alrededor.

—Una de las almas de los No Llamados. Cuando las familias no atienden a sus muertos yo vengo a por ellos. —Agitó la botella delante de él sonriendo.

Me sentí enfermo. Pensé que atrapar espíritus malignos en botellas era una de las alocadas supersticiones de Amma. No sabía que había diabólicos practicantes de vudú recorriendo cementerios con viejas botellas de Coca-Cola.

El torturado espíritu se desplazó hacia John, su expresión paralizada en un aterrador y silencioso grito. John abrió las manos delante de él, de la misma forma que hacía siempre Lena.

—Vete, Ethan. No sé lo que quiere hacer esta cosa.

Retrocedí mientras las llamas surgían de las manos de John. No tenía acumulado tanto poder como Lena o Sarafine, pero había suficiente fuego. Las llamas golpearon al espíritu, envolviéndolo. Pude ver el contorno de sus miembros y su cuerpo en el centro del fuego, su cara congelada en un grito eterno. Entonces la niebla se disipó y la forma se desvaneció. En pocos segundos, la niebla oscura se arremolinó frente al fuego, hasta que el espíritu revoloteó unos cuantos metros más lejos.

—Supongo que no ha funcionado. —John se frotó las manos en los vaqueros—. No he…

El No Llamado voló hacia John, pero no se detuvo cuando lo alcanzó. La oscura niebla se adentró en él, desapareciendo casi completamente cuando John se desgarró. El espíritu fue forzado a salir violentamente, como si hubiera sido succionado hacia afuera por una aspiradora.

John se materializó a unos pocos metros, sorprendido. Se pasó las manos por el cuerpo, como si estuviera intentando comprobar si le faltaba algo. El espíritu volvió a girar en espiral a través de la niebla, como si nada.

—¿Qué te ha hecho esa cosa?

John aún estaba intentando sacudírsela de encima.

—Estaba intentando entrar en mí. Los espíritus Oscuros necesitan poseer un cuerpo si quieren hacer verdadero daño.

Volví a oír el sonido del cristal tintineando. El bokor estaba abriendo las botellas, y una niebla sombría brotó lentamente de cada una.

—Mira. Tiene más.

—Estamos jodidos —dijo John.

—¡Amma, detenlo! —grité. Pero dio igual. Los brazos de Amma estaban cruzados y su mirada era más resuelta y perturbada de lo que la había visto nunca.

—Ven a casa conmigo y él volverá a llenar las botellas más rápido de lo que puedas derramar un vaso de leche. —Esta vez Amma se había vuelto tan oscura que no sabía cómo podría encontrarla o traerla de vuelta.

Miré a John.

—¿No puedes hacer que desaparezcan o convertirlos en otra cosa?

John negó con la cabeza.

—No tengo poderes que funcionen con los espíritus furiosos de los No Llamados.

Unos aros de humo flotaron en el aire cuando alguien emergió de las sombras.

—Afortunadamente yo tengo alguno. —Macon dio un par de caladas al puro que estaba sosteniendo—. Amarie, estoy muy decepcionado. Esta no es tu mejor hora.

Amma se colocó delante del bokor, las botellas que aún llevaba atadas a su cinturón tintineando peligrosamente. Blandió un huesudo dedo hacia Macon.

—¡Tú harías lo mismo por tu sobrina, más rápido de lo que un pecador robaría el dinero del cesto de la colecta, Melquisedec! ¡No te quedes ahí plantado en todo tu esplendor porque no pienso permitir que mi chico sea tu chivo expiatorio!

El bokor soltó otro espíritu No Llamado detrás de Amma. Macon observó cómo se elevaba en el aire.

—Discúlpeme, señor. Voy a tener que pedirle que recoja sus pertenencias y se marche. Mi amiga no debía de estar en sus cabales cuando procuró sus servicios. La pena nubla el cerebro, ya sabe.

El bokor se rio, señalando con su báculo a uno de los espíritus y guiándolo en dirección a Macon.

—No soy un jornalero, Caster. El trato que ella hizo conmigo no puede deshacerse.

El espíritu trazó un círculo y se dirigió hacia Macon, su boca desgarrada y fláccida.

Macon cerró los ojos y yo protegí los míos, anticipando la cegadora luz verde que casi destruyó a Hunting. Pero no hubo luz. Todo lo contrario: una completa ausencia de ella. Oscuridad.

Un ancho círculo de absoluta negrura se formó en el cielo por encima del espíritu del No Llamado. Parecía como una de esas fotos por satélite de un huracán, excepto que no había ningún viento. Este era un auténtico agujero en el cielo.

El No Llamado se volvió mientras el agujero negro tiraba de él a través del cielo como un imán. Cuando el espíritu golpeó el borde exterior del agujero, desapareció, poco a poco, como si hubiera sido succionado a su interior. Me recordó a la forma en que mi mano desaparecía en el enrejado de la Lunae Libri, excepto que esto no parecía una ilusión. Cuando los nebulosos dedos del espíritu finalmente fueron tragados por el vacío, el agujero se cerró y desapareció.

—¿Sabías que podía hacer eso? —susurró John.

—Ni siquiera sé lo que ha hecho.

Los ojos del bokor se dilataron, pero no se detuvo. Apuntó con su báculo a los restantes espíritus uno a uno, y sus formas deslavazadas avanzaron hacia Macon. Agujeros negros como la tinta se abrieron detrás de cada uno de ellos, arrastrando a los No Llamados dentro. Entonces los agujeros desaparecieron como el estallido de los fuegos artificiales.

Una de las botellas vacías se deslizó de la mano del bokor y cayó al suelo. Escuché el chasquido contra la tierra seca. Macon abrió los ojos y se enfrentó a los del bokor, muy sereno.

—Come he dicho antes, sus servicios ya no son requeridos. Le sugiero que regrese a su agujero en el suelo antes de que cree uno para usted.

El bokor abrió un pequeño y tosco saco y tomó un puñado del mismo polvo calizo blanco que había extendido en el suelo a su alrededor. Amma retrocedió, levantando el borde de su vestido para que no tocara el polvo. El bokor levantó su mano y sopló las partículas hacia Macon.

Flotaron en el aire como cenizas. Pero antes de alcanzar a Macon, otro agujero negro se abrió y las succionó. Macon giró su cigarro entre los dedos.

—Señor, si es que se puede usar ese término, salvo que tenga algo más, le sugiero que coja su bastón y emprenda el camino de vuelta a casa.

—¿O qué, Caster?

—O el siguiente será para usted.

Los ojos del bokor centellearon en la oscuridad.

—Esto ha sido un error, Ravenwood. La anciana ha contraído una deuda conmigo, y tendrá que pagarla, en esta vida o en la siguiente. No debería haber intervenido. —Lanzó algo al suelo y el humo se elevó en los sitios donde cayó. Cuando la humareda se despejó, se había marchado.

—¿Puede Viajar? —Eso era imposible.

Macon caminó hacia nosotros.

—Trucos de salón de un mago de tercera fila.

John miró a Macon sobrecogido.

—¿Cómo ha hecho lo que acaba de hacer? Sabía que podía crear luz, ¿pero qué era eso?

—Parches de oscuridad. Agujeros en el universo, supongo —contestó—. No es algo especialmente placentero.

—Pero ahora es un Caster de Luz. ¿Cómo puede crear oscuridad?

—Ahora soy un Caster de Luz, pero fui un Íncubo mucho antes que eso. En algunos de nosotros existe tanto la Luz como la Oscuridad. Ya deberías saberlo mejor que nadie, John.

John estaba a punto de decir algo cuando Amma llamó a través de la fina franja de tierra entre nosotros.

—¡Melquisedec Ravenwood! Esta es la última vez que te pido que te mantengas fuera de mis asuntos. Tú ocúpate de tu familia que yo me ocuparé de la mía. ¡Ethan Wate, nos vamos ahora mismo!

Sacudí la cabeza.

—No puedo.

Amma señaló a Macon con una mirada venenosa.

—¡Esto es culpa tuya! Nunca te lo perdonaré, ¿me has entendido? Ni hoy ni mañana, o cuando te vea en el infierno por los pecados que ambos hemos cometido. Y por el que estoy a punto de cometer. —Amma espolvoreó algo alrededor de sus pies, creando un círculo. Los cristales blancos brillaron como copos de nieve. Sal.

—¡Amarie! —la llamó Macon, pero su voz era suave. Sabía que se estaba desquiciando.

—Tía Delilah, tío Abner, tía Ivy, abuela Sulla. Necesito vuestra intercesión. —Amma miró al cielo negro—. Sois sangre de mi sangre y os invoco para que me ayudéis a combatir al que está amenazando a lo que más quiero.

Estaba llamando a los Antepasados, tratando de volverlos contra Macon. Sentí ese peso: el peso de su desesperación, su locura, su amor. Pero estaba demasiado enredado entre las cosas malas para ser bueno. Sólo que ella no podía verlo.

—No vendrán —le susurré a Macon—. Ya ha tratado de llamarles antes y no aparecieron.

—Bueno, quizá les faltaba la motivación adecuada. —Seguí la mirada de Macon más allá del depósito de agua, y pude ver las figuras asomando por encima de nosotros en la luz de luna. Los Antepasados, los ancestros de Amma del Más Allá. Finalmente la habían respondido.

Amma señaló hacia Macon.

—Él es quien está intentando hacer daño a mi chico y llevárselo de este mundo. ¡Debéis detenerle! ¡Hacer lo correcto!

Los Antepasados bajaron la vista hacia Macon, y durante un segundo contuve el aliento. Sulla llevaba cordones con cuentas atadas a su muñeca, como un rosario de una religión totalmente propia. Delilah e Ivy estaban a cada lado, observando a Macon.

Pero el tío Abner me miraba directamente a mí, sus ojos buscando los míos. Eran enormes y castaños y llenos de preguntas. Quise responderlas, pero no estaba seguro de lo que preguntaba.

Sin embargo, de alguna forma, debió de encontrar la respuesta, porque se volvió hacia Sulla y la habló en gullah.

—¡Haced lo correcto! —gritó Amma a la oscuridad.

Los Antepasados miraron a Amma y juntaron sus manos. Y entonces, muy despacio, le volvieron la espalda. Estaban haciendo lo correcto.

Amma dejó escapar un grito ahogado y cayó de rodillas.

—¡No!

Los Antepasados aún seguían cogidos de la mano, mirando a la luna, cuando desaparecieron.

Macon posó su mano en mi hombro.

—Yo cuidaré de Amarie, Ethan. Lo quiera ella o no.

Empecé a caminar hacia la oxidada escalerilla de metal.

—¿Quieres que vaya contigo? —dijo John detrás de mí.

Sacudí la cabeza. Esto era algo que tenía que hacer solo. Lo más solo que se puede estar, cuando la mitad de tu alma está siguiéndote a todas partes donde vas.

—Ethan… —Era Macon. Me agarré al lateral de la escalerilla. No podía darme la vuelta.

—Hasta pronto, señor Wate. —Y eso fue todo, un puñado de palabras sin el menor significado. Todo lo que quedaba por decir.

—Cuide de ella por mí. —Y no era una petición.

—Lo haré, hijo.

Apreté mis manos sobre la escalerilla delante de mí.

—¡No! ¡Mi niño! —escuché a Amma gritando, y el sonido de sus pies pataleando cuando Macon la contuvo.

Empecé a subir.

—Ethan Lawson Wate… —Con cada grito desgarrador, ascendía un poco más. El mismo pensamiento dando vueltas en mi mente una y otra vez.

Lo correcto y lo fácil no son nunca lo mismo.