Capítulo 24

Tinker

El aviso de evacuación de nivel dos llegó justo después del mediodía.

Primero recibí una llamada de emergencia en mi teléfono móvil, seguida segundos después por una llamada de Carrie.

—¿Has visto? —me dijo—. Hallies Falls está en nivel dos. ¿Puedes ir a buscar a las chicas al instituto? Estoy cagada de miedo. Por aquí están cerrando las autopistas.

—Salgo ahora mismo —le dije, agarrando las llaves—. ¡Papá! Nos vamos al instituto. Tenemos que recoger a las hijas de Carrie.

Mi padre asintió, aunque no había mucha urgencia en su expresión. Mierda, hoy estaba de verdad ausente. Al abrir la puerta me encontré con la señora Webbly, de pie en mi porche y con una maleta en la mano.

—He oído lo del aviso de evacuación —anunció, con mucha calma—. O me quedo con vosotros o necesito que me acerquéis a la comisaría de policía. La verdad es que preferiría quedarme con vosotros.

—Se queda con nosotros —le dije—. No nos vamos de la ciudad aún, pero tengo que recoger a las hijas de Carrie en el instituto. No sé cómo vamos a caber todos en el Mustang, pero no es buena idea que se quede aquí sin ningún medio de transporte.

—Te lo agradezco —me dijo, dándome palmaditas en la mano—. No te preocupes, nena. Sé que esto es estresante, pero Hallies Falls ha sido evacuada por alertas de incendio cuatro veces a lo largo de mi vida y la ciudad nunca resultó afectada, ni de lejos. No estoy preocupada, solo tomo precauciones.

—Deje que le lleve eso —le dije. Ella me entregó su equipaje, lo llevé hasta mi Mustang y lo metí en el maletero, completando la capacidad oficial del vehículo. Mi padre se instaló en el asiento de atrás, dejando el de delante libre para la señora Webbly. Arranqué y nos dirigimos hacia el instituto, que se encontraba en el otro extremo de la ciudad.

Todo a nuestro alrededor parecía irreal.

El cielo se estaba oscureciendo paulatinamente, a medida que el humo se acumulaba y tapaba la luz del sol y hacía que nuestros ojos se humedecieran. Por todas partes veíamos gente enfrascada en cargar sus vehículos y la mayoría de los comercios habían colocado el cartel de «cerrado». No podía distinguir nada al mirar hacia el valle, de lo mala que era la visibilidad.

Al menos las gemelas eran fáciles de distinguir entre los demás estudiantes que esperaban fuera del instituto. Eran iguales a Carrie, aunque con la altura de Darren. Las saludé con la mano y se acercaron corriendo para abrazarme, efusivas.

—Gracias por venir a buscarnos —dijo Rebecca y su hermana Anna asintió con la cabeza.

—Esto da mucho miedo —dijo esta última—. ¿Podemos parar en casa para recoger algunas cosas?

—Si vais rápido, vale —les dije—, aunque os advierto que hay muy poco sitio en el maletero. Tendrán que ser cosas que podáis llevar en las rodillas y estaréis ahí atrás, apretujadas con mi padre.

—¿Crees que se quemará la ciudad? —preguntó Rebecca con voz temblorosa.

—Solo es un aviso de nivel dos —le recordé, tratando de no parecer nerviosa—, pero tenemos que estar preparados para salir.

—No quiero perder todas mis cosas —gimió Anna.

—Preocupémonos de mantenernos a salvo, ¿de acuerdo? —le dije—. En primer lugar, dudo mucho que pierdas algo, pero si así fuera, eso no podemos controlarlo. No tienes nada por lo que merezca la pena arriesgar tu vida.

Anna cerró la boca y por unos instantes me sentí culpable, ya que le había hablado en tono un poco duro. Sin embargo, la culpabilidad me duró poco, ya que tenía cosas más importantes en qué pensar, como por ejemplo en procurar que ninguno de nosotros se quemara en el incendio. La señora Webbly se ocupó de las chicas a partir de aquel momento y lo hizo de manera brillante, hablándoles animadamente sobre las otras evacuaciones que había vivido a lo largo de las décadas.

—Los bosques tienen que arder —nos recordó—. Si no, no pueden crecer los nuevos árboles.

Las chicas solo tardaron diez minutos en preparar sus mochilas. Dejamos a la señora Webbly y a mi padre en el Mustang y yo entré con ellas en la casa. Mientras empaquetaban sus cosas, fui recorriendo las habitaciones con una bolsa de la compra y guardando cosas importantes, como el ordenador portátil de Carrie, las joyas que había heredado de su abuela y todas las fotos de familia que pude encontrar. Acabada la recogida, nos dirigimos a nuestra casa y vimos al pasar cómo la policía iba de puerta en puerta comprobando si quedaba gente en las casas. Las hijas de Carrie hablaban sin cesar, nerviosas, y Mary Webbly y yo nos miramos.

No me importaban las veces que hubiera sido evacuada. Esto era como para cagarse de miedo, ya de manera oficial.

***

Gage

El vertedero se encontraba a solo quince kilómetros del club, pero tardamos casi media hora en llegar, porque la visibilidad era malísima. Nos detuvimos en un punto para debatir la posibilidad de volvernos atrás, pero en realidad el problema era solo el humo, ya que los incendios se encontraban en el sur. En el peor de los casos, nos estábamos alejando de la zona de peligro, aunque desde luego no me hacía ninguna gracia estar tan lejos de Tinker.

«Tenía que haber colgado cuando llamó Talia», pensé.

Llegamos al vertedero —que en realidad consistía en una serie de grandes contenedores de basura alineados en un aparcamiento muy sucio— y Hunter y Taz localizaron un lugar idóneo para esconder las motos, un viejo camino forestal que permanecía oculto de la vista detrás de los árboles. Las motos estarían al resguardo, pero a mano si hacía falta salir a escape. Teníamos todo preparado, cuando de pronto recibí un mensaje de emergencia.

«Aviso de evacuación de nivel dos para Hallies Falls.»

«Puta mierda.»

—Talia va a tener que esperar —le dije a Pic y le mostré mi teléfono móvil. Él sacó el suyo, con gesto de duda.

—Yo no he recibido ningún aviso —me dijo.

—Yo tampoco —comentó Taz, pero Hunter sacudió la cabeza.

—En el mío sí ha entrado —confirmó.

—La cobertura es mala de cojones en zonas como esta, incluso en las mejores condiciones —concluyó Pic—. Si pierdes un repetidor de señal, todo es posible.

—Déjame llamar a Tinker para ver si está bien —le dije—. Luego podemos irnos.

Marqué y esperé, pero en lugar de la señal, recibí un mensaje de error que indicaba que la llamada no podía ser establecida.

—Joder —murmuré—. No entra la llamada. Voy a intentar mandarle un mensaje, pero tengo que volver allí lo antes posible. Ella, su padre y… mierda. Lo único que tiene para marcharse es el Mustang. BB está allí, pero él va en moto, lo cual no es bueno en estas condiciones. Si llega el aviso de nivel tres, puedo meterlos a todos en el remolque del camión. Si eso no atraviesa el incendio, nada lo hará.

—Sí, tienes razón —afirmó Pic—. Toda esta mierda puede esperar, pero no te pongas nervioso. El nivel dos no tiene gracia, pero no es un aviso formal de evacuación.

—Todo va a depender del viento —comentó Hunter, con el ceño fruncido—. Creo que sopla cada vez con más fuerza.

Como si hubieran oído sus palabras, las copas de los grandes pinos que bordeaban el aparcamiento empezaron a moverse de un lado a otro. Volví a marcar el número de Tinker y de nuevo recibí el mismo mensaje de error.

«Que me jodan…»

Tal vez le llegaría un mensaje de texto. Lo tecleé rápidamente, lo envié y salí disparado a por mi moto.

***


Tinker

De camino al edificio de apartamentos, Carrie me llamó para avisarme de que la autopista estaba cerrada, con lo cual tendría que conducir por una carretera secundaria y le llevaría más de dos horas llegar a la ciudad —si es que dicha ruta permanecía abierta—. Decidimos que las gemelas se quedarían en mi casa y, si llegaba la orden de evacuación, las sacaría de la ciudad.

La señora Webbly condujo a mi padre y a las chicas a mi casa para que pudieran almorzar, mientras yo recorría los apartamentos. No eran pocos los inquilinos que se habían marchado ya. Sadie y su familia acababan de empaquetar sus cosas y los que quedaban allí ya tenían preparados sus medios de evacuación. Aquello era un alivio, ya que no había forma humana de meter a más gente en mi vehículo.

No teníamos que irnos aún, pero el momento podía ser inminente. Regresaba a mi casa por el jardín cuando sonó el teléfono.

Margarita.

—Hola —saludé.

—¿Estáis todos bien? —preguntó ella, ansiosa.

—Por el momento sí —le respondí—. Estoy esperando a que regrese Carrie. Tengo a sus hijas conmigo. El humo es realmente desagradable y alguna gente ya se está marchando. Por el momento estamos a la espera de acontecimientos. He cargado el Mustang hasta los topes.

—Eso está bien —dijo ella, lentamente—. Hum, voy a enviarte un mensaje con una dirección de internet. Es uno de los nuevos canales, con información en directo. No te asustes, ¿vale? Acaban de anunciar una entrevista que seguramente va a interesarte.

—De acuerdo —respondí—, pero… ¿de qué se trata?

—Vamos a verlo —respondió ella, con voz tensa—. Llámame otra vez si necesitas hablar.

Uuf. Nada ominoso todo aquello, ¿verdad? Margarita cortó la llamada y, segundos después, recibí un mensaje con la dirección de un canal de noticias de Seattle. Toqué sobre el hipervínculo y me preparé, mientras se cargaba la pantalla. El video comenzó y vi la imagen de Brandon en la puerta de nuestra casa.

Tenía una expresión muy seria en el momento en que una reportera rubia alzó su micrófono.

—Soy Melissa Swartz, en directo con Brandon Graham, director de la División de Lucha Contra el Crimen de la fiscalía de King County. Señor Graham, ¿qué puede comentarnos sobre su mujer? ¿Qué sabe de su situación?

La reportera se volvió hacia Brandon, con el máximo interés e implicación reflejados en su rostro. Él asintió con la cabeza, la viva imagen del marido preocupado.

—Tinker está con su padre en Hallies Falls, en la casa familiar —declaró—. Estamos muy preocupados por su seguridad, por supuesto, ya que las autoridades acaban de lanzar un aviso de evacuación de nivel dos para la ciudad. Creo que es importante para todos recordar que hay gente real ahí, sufriendo, incluida mi esposa. Por suerte tiene un hogar aquí, en Seattle, así que no corre peligro de perderlo todo. Muchos de nuestros amigos en la zona no tienen esa suerte.

Al oír aquello noté que mi presión sanguínea empezaba a aumentar. ¿Amigos? Brandon no tenía ningún amigo aquí. Habría venido de visita tres veces como máximo en los últimos diez años, el jodido hipócrita.

—Supongo que habrá sido muy duro asistir a todos estos acontecimientos desde lejos, a través de los medios —dijo la periodista—. ¿Tiene planeado viajar a la zona?

—Las autoridades nos han pedido que nos mantengamos a distancia —contestó Brandon, suspirando y sacudiendo la cabeza—. Muchas vías están cerradas y las que permanecen abiertas están reservadas para los evacuados y para los servicios de emergencia.

—¿Ha mantenido contacto con Tinker en estos últimos días? —preguntó la reportera—. ¿Le ha descrito la situación en la ciudad?

—Estamos en estrecho contacto —respondió él—. Reconozco que, como marido, lo que realmente deseo es ir a reunirme con ella. Sin embargo, como responsable público, entiendo la importancia de que todos trabajemos juntos. Estamos ante un estado de emergencia y la mejor manera en la que los residentes de King County pueden ayudar es ofreciendo refugio y donaciones para los damnificados. Por mi parte, espero que la casa familiar de Tinker no se vea afectada por los incendios, ya que para ella sería un golpe muy duro. En representación de nuestros aparatos de justicia y de toda la comunidad, quiero que todo el mundo sepa que vamos a investigar a fondo las causas de estos incendios y, si se demuestra que fueron provocados, no descansaremos hasta que el peso de la ley caiga sobre los culpables.

Melissa asintió con expresión grave, antes de devolver la conexión al estudio principal. Llegado este punto, interrumpí la transmisión y respiré hondo, intentando tranquilizarme. Sin embargo, el aire estaba tan cargado de humo que lo único que conseguí fue un ataque de tos de campeonato.

¿Cómo se atrevía?

—Maldito gilipollas —murmuré mientras entraba en la cocina y buscaba en mis contactos el número de Brandon. Lo marqué.

—¿Tinker? —saludó—. ¿Estás bien, querida?

—Aún estás ahí con la periodista, ¿verdad? —le dije.

—Sí —respondió él, con precaución—. Estábamos muy preocupados por ti. Ven a casa con tu padre en cuanto puedas, ¿de acuerdo? Solo me sentiré bien cuando hayas abandonado la ciudad.

—Esa no es mi casa y tú eres el último hombre del mundo al que recurriría —repliqué y pude sentir que su mano tapaba el altavoz del teléfono, mientras le pedía a la periodista que le disculpara.

—No es el momento para esto, Tinker —me dijo al cabo de unos instantes—. Déjate de melodramas.

—Si quieres ayudarme, envía los documentos financieros a mi abogado —le respondí—. ¿O es que hay algún problema? A ver qué te parece esto: tú dejas que yo me preocupe de mi evacuación y tú te preocupas de si tu documentación está en condiciones de pasar una auditoría legal. Me han llegado rumores bastante feos en los últimos tiempos. ¿Hay algo que quieras decirme?

Silencio.

Por supuesto, aquello era demasiado bueno como para que durase. Brandon siempre sabía aterrizar de pie.

—No sé de qué estás hablando, pero podemos ocuparnos de ello más tarde —me dijo—. Te quiero. Te necesito. Ven a casa para que podamos seguir adelante con nuestras vidas.

—¿Cuántas veces tengo que repetir algo para que me escuches? —le pregunté—. Brandon, hay incendios por todas partes. La gente corre peligro de perder sus casas y todo lo que tú ves es una ocasión para hacerte publicidad. Es repugnante. Tú eres repugnante. ¿Y esa mierda de llevar a los culpables ante la justicia? Pero si ninguno de los incendios está siquiera cerca de tu jurisdicción.

—Tinker, no me importa la publicidad —repuso, con voz paternal—. Tú crees que todo tiene que ver con la campaña, pero no es así. La verdad es que te quiero de vuelta en mi vida.

—¿De verdad estás loco por mí hasta ese punto? —le pregunté—. ¿Quieres que regrese? Déjame adivinar, me amas incondicionalmente y todo van a ser flores y delicadezas si vuelvo a casa, ¿correcto?

—Las cosas van a ser diferentes —aseguró, en voz baja—. Te lo prometo. Por supuesto mi amor es incondicional. Siempre lo ha sido.

Mentiroso. Había llegado el momento de ponerlo en evidencia.

—De acuerdo, Brandon, voy a hacerte una oferta —le dije.

—¿De verdad? —respondió, con voz ansiosa—. No lo lamentarás, Tinker. Somos la pareja perfecta y lo sabes.

—En cuanto regrese a casa voy a subir a internet un video sexual y mandaré vínculos a toda la gente que conozco en Seattle, incluido el personal de tu oficina —le indiqué, con una sonrisa malévola—. Te hará quedar fatal y seguramente arruinará tu campaña, pero eso no es nada comparado con salvar lo nuestro, ¿verdad?

Brandon no respondió y yo reí, saboreando el momento.

—¿Has grabado un video sexual en el que salimos tú y yo? —inquirió por fin—. Tinker, ¿cómo has podido…?

—No, jodido ególatra —le corté—, he hecho un video sexual con otra persona. No fue a propósito, pero ahí está. Hasta el momento no se ha difundido mucho, que yo sepa, y me gustaría que se quedara así. Sin embargo, si para quitarte de encima de mí necesito hacer público un video en el que salgo follando con un stripper en una habitación de hotel, merecerá la pena. Es tu última oportunidad, Brandon. Si me quieres, dime que puedo subir el video y saldré hoy mismo para Seattle. Será bastante fuerte. Lo verán todos tus amigos y colegas de la profesión, pero, como tú dijiste, nuestro amor es incondicional, así que sobreviviremos, ¿no crees?

Oí un ruido ahogado a través del teléfono y de nuevo rompí a reír. Me sentía liberada.

—Arruinaría tu campaña —continué, saboreando cada palabra—. Destruiría tu reputación. Te convertiría en el hazmerreír del condado y todo el mundo se enteraría de que has estado mintiendo acerca de tu matrimonio. La otra opción es que le mandes los putos documentos a mi abogado y yo mantendré la boca cerrada. ¿Cómo va a acabar esto, Brandon? ¿Con amor verdadero y para toda la eternidad o con un divorcio?

—No… no puedo creer lo que estoy oyendo, Tinker —dijo Brandon por fin—. ¿Cómo ibas a hacer algo así?

—Te doy treinta segundos —le advertí—. Si no tengo respuesta, le daré al botón para subir el video.

—¡No! —exclamó él—. De acuerdo, tú ganas. Mi abogado hablará con el tuyo y prepararemos los documentos.

«Adiós al amor eterno.»

—Estupendo —repliqué—. Asegúrate de que todo esté en regla. No me gustaría nada que salieran a relucir algunas verdades desagradables en el tribunal de divorcios. Sea cual sea la mierda que te traes entre manos, a mí no va a salpicarme. Ve con cuidado, Brandon, y no intentes ninguna jugarreta.

Dicho esto, colgué y entré en casa por la puerta lateral, sintiéndome como si hubiera perdido veinte kilos —bueno, más bien unos setenta y siete y algo, que es lo que figuraba en el carnet de conducir de Brandon—. Hacía tiempo que debía haberlo hecho, pues de una cosa estaba segura: prefería mil veces subir ese video para que lo vieran hasta en el último rincón de la tierra que volver a ver al mentiroso de mi ex.

—¿Estás bien, nena? —me preguntó mi padre, que acababa de entrar en la cocina, y yo le sonreí de oreja a oreja.

—Estoy de maravilla —le respondí—. Finalmente he encontrado la manera de obligar a Brandon a mover el culo con el asunto del divorio.

—Eso suena prometedor —repuso él, sonriendo a su vez—. Nunca me gustó ese tipo. Oye, ¿puedes venir un momento al salón? Hay alguien en la puerta que quiere hablar contigo. Dice que se llama BB. Es un hombretón que lleva un chaleco de cuero.

Seguí a mi padre hasta la sala de nuestra casa, donde, efectivamente, había un tipo enorme en la puerta con un chaleco del club de los Reapers. Tenía el aspecto de un oso de peluche, todo redondito y de aspecto bonachón. Su piel era más bien morena y llevaba el pelo recogido en una coleta.

—Hola —le saludé, preguntándome qué estaría haciendo allí—. Debes de ser amigo de Gage.

—Soy un aspirante al club de los Reapers, señorita Garrett —dijo, con voz muy amable—. Mi nombre es BB y me han asignado la tarea de montar vigilancia para usted hoy. He estado dando vueltas por los alrededores cada veinte o treinta minutos, pero hay cada vez más humo y se hace difícil respirar ahí fuera. Pensé que sería mejor entrar y presentarme.

En aquel momento oí una risilla, me volví y vi a las gemelas y a la señora Webbly, que nos miraban desde lo alto de la escalera.

—¿Qué significa eso de montar vigilancia para mí? —le pregunté, tratando de procesar sus palabras.

—Desde las detenciones del otro fin de semana hemos mantenido a alguien cerca de usted en los momentos en que Gage no está por aquí —me explicó, con tono serio—. Le preocupaba que alguien pudiera venir a atacarla, sobre todo esa tipa, Talia, con la que él estaba…

—Ya me hago una idea —le dije, alzando la mano para cortar su frase—. ¿Cuál es tu plan?

No sabía muy bien cómo sentirme respecto a aquello. Por un lado, era el mismo tipo de mierda controladora propia de Brandon, pero era bien cierto que una chiflada me había atacado en un bar hacía muy poco tiempo. Tener a alguien cerca por si Talia decidía repetir su acción no parecía tan mala idea.

—Me gustaría quedarme aquí con usted —respondió BB—. No he tenido noticias de Gage ni de Picnic, mi presidente, desde hace más de una hora y no contestan a mis mensajes. Hasta nueva orden, mi misión es mantenerla a usted a salvo.

Estudié al motero con atención, sacudiendo la cabeza. BB parecía un tipo serio, pero también era muy joven. Justo lo que necesitaba, otro pastorcillo para la ovejita.

—¿Ha comido? —le preguntó la señora Webbly, descendiendo los escalones y BB negó con la cabeza, con aire sumiso.

En aquel momento una potente explosión sacudió la casa y todos nos miramos con los ojos muy abiertos.

—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Rebecca, con voz temblorosa.

—No lo sé —dije, mientras varias sirenas de la policía comenzaban a tronar al unísono—. Parece una explosión.

—Voy a echar un vistazo —dijo BB.

—Te acompaño —le dije, pero él sacudió la cabeza.

—Mi trabajo es mantenerla a salvo —me recordó.

—Si eso, sea lo que sea, nos tenía a nosotros como objetivo, estamos bien jodidos —repliqué, firme—. Vamos juntos.

BB tragó saliva, asintió y abrió la puerta. Salimos y nos topamos con una masa de humo tan densa que se hacía complicado ver lo que había ocurrido. Sin embargo, una gran columna de humo era visible al norte de la ciudad.

En aquel momento sonaron nuestros dos teléfonos a la vez y los miramos. Otra alerta.

Nivel tres. Evacuación inmediata para todos los habitantes de Hallies Falls y sus áreas circundantes.

BB y yo nos miramos y regresamos a la casa. Las chicas estaban aterrorizadas y la señora Webbly me dirigió una mirada de interrogación.

—Ha habido una explosión al norte de la ciudad —anuncié—. Tenemos que evacuar la zona, así que todos al Mustang. Tranquilas, chicas, estaréis seguras con nosotros.

¿Qué demonios podría haber provocado aquella explosión? No había casi nada en la zona de la columna de humo. Tan solo bosques y la sede del club de los Nighthawks. Había un depósito de combustible en el bosque, pero más hacia el este.

—¿Y qué pasa con mi padre? —preguntó Anna, con un toque de histeria en la voz—. Está ahí fuera, luchando contra los incendios.

—Ahórrate eso —le respondí, con voz firme—. Tu padre es fuerte e inteligente. Estará bien, pero solo si sabe que vosotras también lo estáis. Y ahora, al automóvil, vamos. BB, tendrás que ir en tu moto, porque en el Mustang ya no tenemos sitio. Conduce junto a mí y saldremos de aquí sin problema.

«Espero….»

Agarré las llaves y el bolso y los conduje a todos afuera, intentando conservar la calma. Era extraño: llevaba meses deseando salir de Hallies Falls como fuera, pero ahora mismo, el miedo a perder mi casa era más de lo que podía soportar.

—Cuídala bien, mamá —susurré, apoyando la mano en la madera ennegrecida de la puerta principal, que acababa de cerrar. Confiaba en que ella estaría por allí en algún sitio, escuchándome. Un vistazo al aparcamiento me indicó que el resto de los inquilinos ya se habían marchado. El camión de Gage estaba aún aparcado detrás del edificio, «ojalá esté asegurado», pensé. Marqué su número en mi teléfono móvil, pero la llamada no entró, así que le mandé un mensaje de texto. Acto seguido, me subí al Mustang y tomé el volante.

—¿Todos preparados? —pregunté.

—Vámonos —respondió la señora Webbly—. A ver si encontramos un poco de aire fresco.

Metí la llave para arrancar. Giré.

Nada.

Fruncí el ceño y repetí la operación. Mismo resultado.

—¿Te estás quedando conmigo? —dije, golpeando el volante, como si hablara con el automóvil—. Ni en broma. No, no, esto no puede estar pasando.

—Parece que se te ha agotado la batería —comentó mi padre—. Esta tarde paso por la tienda de repuestos y te compro una.

—Eso ahora es imposible, Tom —le dijo la señora Webbly—. Tinker, ¿cuál es nuestro plan B?

No contesté, porque no tenía ni idea.

***

Gage

Nos encontrábamos a algo más de un kilómetro y medio de Hallies Falls cuando oímos la explosión, que sacudió los árboles y envió su eco a través del valle. Un instante después, vimos la columna de humo que subía hacia el cielo. Pic nos hizo una señal con la mano y nos detuvimos en el arcén de la autopista.

—Joder —dijo Taz, con tono sombrío—. ¿Qué ha podido ser eso?

—Nada bueno —respondió Pic—. Voy a llamar a BB. Gage, tú llama a Tinker.

—Ya me había adelantado, jefe —respondí, con el teléfono pegado a la oreja. Esta vez no hubo tono: salió directamente la voz que decía que la llamada no podía establecerse.

—Mierda —murmuré y envié un mensaje, esperando que le llegase.

—No puedo contactar con BB —indicó Pic—, pero debe de estar con Tinker ahora mismo y ya no estamos lejos.

—A mí tampoco me entra la llamada —respondí, arrancando la moto—. Voy hacia su casa.

—Te sigo —dijo Pic.

—Nosotros también —se sumó Hunter y Taz asintió. Salimos disparados y enseguida llegamos a la zona donde se encontraba la sede del club, aunque no pensaba detenerme allí. El humo se hacía cada vez más denso y de pronto vi llamas en las copas de los árboles del lado oeste de la autopista.

«Joder.»

El calor nos llegaba en potentes oleadas y las llamas crecían sin parar, pasando de un árbol a otro. Entonces me di cuenta de lo grave de la situación. Si alguno de aquellos árboles caía sobre la autopista, estaríamos bien jodidos. Reduje la marcha, tomé un desvío y llegué hasta la sede de los Nighthawk Raiders, que se encontraba totalmente envuelta por las llamas.

«Mierda y más mierda.»

Había fuego por todas partes y la mitad de la vía de acceso se encontraba bloqueada por un enorme trozo del tejado del edificio. La explosión se había producido en el club.

¿Qué demonios había pasado?

No es que importara mucho, pensé mientras ralentizaba la marcha para bordear el fragmento de tejado. Fuera lo que fuera lo que había provocado la explosión, la ciudad estaba condenada, a menos que se produjera un milagro. Fuego en el sur y, ahora, esto en el norte.

Pasamos junto a la destruida sede del club, evitando los escombros, y aceleré de nuevo. Estábamos a poco más de un kilómetro de la ciudad ahora. Un vehículo de la policía pasó junto a nosotros en dirección opuesta, con la sirena aullando. Rogué para mis adentros que los bomberos vinieran detrás. Si no era así, más le valía frenar y dar la vuelta.

***

Tinker

—Tenemos que bajarnos, a ver si conseguimos arrancarlo empujando —dije y luego miré atrás por la ventanilla—. A menos que… oye, BB, ¿puedes arrancar un automóvil utilizando tu moto?

—Pronto lo averiguaremos —comentó la señora Webbly con tono lúgubre. Yo asentí, tensa, y descendí del Mustang para acercarme a BB, que estaba sentado en su moto, a unos metros por detrás de nosotros.

—No arranca —le dije—. ¿Crees que podemos conseguirlo con tu moto?

El hombretón con pinta de osezno frunció el ceño y miró hacia su moto.

—No lo sé —admitió—. Podemos intentarlo. Tengo cables en el maletero.

—Tenemos que salir zumbando —le urgí, con un nudo en el estómago. Miré alrededor y vi en la distancia que otro automóvil se alejaba del barrio, pero la mayoría de las casas parecían vacías.

—Vamos a intentarlo —dijo BB—. Voy a colocarme delante. Si arranca, conduce sin parar, pase lo que pase.

Dos minutos después, el capó del automóvil estaba abierto y los cables conectados a la batería. BB arrancó la moto. Me senté de nuevo en mi asiento, recé por lo bajo, metí la llave y la giré.

Nada.

—Estamos jodidos —susurró Anna y alcé la cabeza.

—No hables así —le dije—Estoy segura de que la policía pasará pronto, con un megáfono o algo. No todo el mundo tiene teléfonos móviles para recibir las alertas. Escuchad, oigo sirenas. Vamos a empezar por llamar al 911. Ellos encontrarán la manera de sacarnos de aquí.

Salí del automóvil, mientras BB desconectaba los cables de la batería.

—Lo siento —me dijo—. Es una chulada de vehículo, pero vas a tener que dejarlo aquí.

—La ley de Murphy —repuse y saqué mi teléfono. En aquel momento, el rugido de varias motos llenó el aire y, al mirar, vimos a Gage y a otros tres moteros que doblaban la esquina hacia nosotros. Unos segundos después, detuvieron sus máquinas a nuestro alrededor. Sentí un fuerte deseo de lanzarme al cuello de Gage, pero no había tiempo.

—¿Por qué demonios no habéis evacuado ya la zona? —fueron sus primeras palabras.

—El Mustang no arranca —respondí, seca y concisa. Entonces mi teléfono volvió a zumbar y, al mirar, encontré otro aviso de emergencia. Los residentes de Hallies Falls tenían que evacuar la ciudad inmediatamente. Los servicios de emergencia no podrían asistir a los que se negaran a irse. La policía iba a intentar recorrer todas las calles y avisar a todos los residentes, pero solicitaban a todo el mundo que comprobase si sus vecinos aún se encontraban allí y que les asistieran en caso de necesidad, sobre todo a los mayores y a los enfermos.

En otras palabras, salid ahora mismo o estaréis solos ante el peligro.

—Mételos en el camión —dijo un hombre de más edad, que llevaba también el atuendo de los Reapers.

—Es Picnic, mi presidente —le indiqué a Tinker— y tiene razón. Vamos, todos al camión.

—De acuerdo —repuse, sin dudarlo—. ¡Todos fuera del automóvil! Nos vamos en el camión.

—Ve calentándolo —le indicó Picnic a Gage y a continuación me miró—. Nos vamos en cuanto comprobemos que el camión va bien. Los incendios se están acercando a la ciudad rápidamente. Hemos tenido que atravesarlos para llegar hasta aquí. No hay tiempo que perder.

Mi padre, la señora Webbly y las chicas salieron del Mustang tan rápido como los payasos de un automóvil de circo, aunque en este caso nadie se reía. BB ayudaba a la señora Webbly a cruzar el jardín, mientras yo guiaba a todos hacia la parte posterior de la casa. Abrimos las puertas de la cabina y las chicas saltaron al interior, ágiles como gacelas. La pobre señora Webbly no conseguía siquiera poner el pie en el escalón, así que BB la alzó en volandas y poco menos que la lanzó adentro como si fuera un saco de patatas —aterrizó con tanta fuerza que temí que hubiera resultado herida—. Acto seguido, las chicas tiraron de sus brazos para arrastrarla hacia la parte trasera de la cabina. Mi padre la siguió y finalmente subí yo, mientras BB se dirigía rápidamente hacia su moto.

En aquel momento me di cuenta de que el camión aún no había arrancado.

—¿Por qué no funciona? —le pregunté a Gage.

—Necesita un minuto para calentarse —respondió él—. No os preocupéis.

Finalmente, cuando Gage hizo girar la llave, el motor se puso en marcha. Me abroché el cinturón de seguridad y el camión avanzó y salió a la calle. Picnic, BB y los demás iban delante en sus motos, todos en camino por fin.

***

Las siguientes cuatro horas fueron un auténtico infierno.

Según los informativos de la radio y las alertas que llegaban sin cesar a nuestros teléfonos, la ruta más segura de evacuación era hacia el este, a través del paso de Loup Loup, lo que significaba que todos los vehículos que escapaban tendrían que apretujarse en la misma vía de dos carriles, a lo largo de cien kilómetros, y moverse a paso de tortuga. Si se declaraba otro incendio y bloqueba esta vía, estaríamos bien y definitivamente jodidos.

—¿Crees que es una buena idea? —le pregunté a Gage en voz baja—. Sé que la carretera del sur está cerrada, pero…

—La que va al norte está bloqueada por las llamas —me cortó él, sombrío— y hacia el oeste es aún peor, así que es la mejor opción. ¿Quiénes son estas chicas?

Me reí, sorprendida.

—Perdón, a todas estas me olvidé por completo de las presentaciones —me disculpé—. Estas son Rebecca y Anna, las hijas de Carrie. Ella está fuera de la ciudad. ¡Mierda! Ahora que lo digo… Chicas, ¿habéis podido contactar con ella?

—Le envié un mensaje mientras estábamos esperando en tu automóvil —respondió Rebecca— y otra vez ahora, nada más salir. No ha contestado. Estoy preocupada por mi padre.

—Voy a llamarla —dije, sacando mi teléfono. Como siempre, una voz robótica me informó de que no había comunicación.

«Mierda.»

—¿Recibiste los mensajes que te mandé antes? —me preguntó Gage—. Intenté llamarte, pero no hubo suerte.

—De ti no me llegó nada, pero hablé sin problema con Margarita, que está en Olympia —respondí—. Supongo que depende de dónde estés y adónde llames.

Al llegar a la salida de la ciudad, Gage ralentizó la marcha. Delante de nosotros se extendía una larga caravana de vehículos, que se movían lentamente a través del humo.

—Uf, no me había dado cuenta de que había tanta gente en Hallies Falls —comenté.

—Ni yo tampoco —dijo Anna—. ¿No nos quedaremos aquí atascados y nos quemaremos?

—No —respondió Gage, firme.

—¿Y tus amigos que van en las motos? —inquirió la muchacha—. ¿Estarán a salvo?

—Ellos no tienen la protección de una cabina, pero pueden avanzar mucho más rápido que nosotros —contestó Gage—. Irán por el arcén de la carretera. El mayor peligro es que algún imbécil les embista con su automóvil, al no verles por el humo.

De pronto recordé algo.

—Gage, tu moto… —le dije.

—¿Qué le pasa? —preguntó.

—La hemos dejado atrás —le dije y él me lanzó una tensa y rápida mirada.

—Por supuesto que la hemos dejado —repuso—. No es más que una moto, Tinker. El mundo está lleno de ellas. Tú has dejado allí tu casa y tu automóvil. Lo único que me importa ahora es sacaros de aquí con vida.

Lancé una breve carcajada, porque era evidente que tenía razón. Mi Mustang también se había quedado allí, pero era agradable pensar que se preocupaba más por mí que por su moto.

Mientras ascendíamos lentamente hacia la cresta que bordea la ciudad, pude ver enormes llamas que avanzaban envolviendo los árboles de la zona norte. También localicé allá abajo varios automóviles patrulla que circulaban por las calles con los faros encendidos, para poder ver algo en medio del humo y, entre ellos, un solitario camión de bomberos.

—¿Dónde crees que puede estar el resto de los bomberos? —le pregunté a Gage.

—Seguramente al sur de la ciudad —respondió él—. Hoy por la mañana han pedido voluntarios para esa zona, así que la situación allí debe de ser bastante peor que por aquí. El peligro venía del sur y nadie lo vio venir.

—Parece como si el mundo entero estuviera ardiendo —comentó Anna—. ¿Crees que perderemos nuestra casa?

—Lo único que me importa son papá y mamá —le respondió Rebecca, con un amago de sollozo. Me di la vuelta y vi sus ojos enrojecidos, con expresión asustada.

—Papá está ahí abajo —me dijo—. ¿Crees que estará bien?

—Tu padre es listo y prudente —le respondí, deseando que mi voz sonara tranquilizadora—. Sabe que estáis conmigo y que no os pasará nada. Tenéis que confiar en que tanto él como vuestra madre saben cuidar de sí mismos, porque es la verdad. Una vez que hayamos salido de aquí, nos reuniremos con ellos. Eso es lo único que importa.

Las gemelas asintieron al unísono, aunque no pude saber si me creían. Estaba demasiado ocupada tratando de creerme a mí misma.

Acabábamos de llegar a la cúspide de la cresta cuando oí los motores de los hidroaviones.

Gage tomó una curva y ante nosotros apareció de pronto uno de aquellos enormes aparatos, volando a baja altura en dirección a la ciudad —y cuando digo enorme me refiero a que era tan grande como un avión de pasajeros, con ventanillas a los lados y todo—. Todos nos quedamos mirando con ojos muy abiertos cómo planeaba sobre Hallies Falls y dejaba caer de su barriga un largo chorro de un líquido rojizo.

—¿Qué es eso? —preguntó Rebecca, con voz temblorosa.

—Es un producto ignífugo, que impide que las cosas ardan —respondí—. Lo lanzan sobre la ciudad para tratar de salvarla. Van a intentar formar una capa lo más espesa que les sea posible, para que el fuego no pueda afectar a los edificios.

—Espero que lo echen sobre nuestra casa —dijo Anna.

Sí, yo también esperaba que lo echaran sobre la mía.

***

Nos llevó varias horas llegar hasta Okanogan y cada minuto fue de terror para mí. Increíblemente, mi padre y la señora Webbly se las arreglaron para mantener tranquilas a las chicas. El catre que había en la parte trasera de la cabina les servía de asiento y habían colocado delante una mesita. Mi padre las entretenía enseñándolas a jugar al póker y la señora Webbly, a hacer trampas.

Por suerte las líneas de teléfono quedaron restablecidas una vez que salimos del valle y mi aparato empezó a emitir señales como una ametralladora, a medida que entraba el montón de mensajes que me había enviado Carrie —con los teléfonos de las chicas ocurría lo mismo—. Marqué el número de mi amiga y esta vez contestó.

—¿Habéis conseguido salir? ¿Dónde están las chicas? —preguntó.

—Están conmigo, en el camión de Gage —contesté y me volví atrás—. Es vuestra madre.

—¿Y papá? —preguntaron al unísono.

—¿Sabes algo de Darren? —le pregunté.

—Sí, está bien —respondió ella con voz tensa—. Ahora está cavando cortafuegos con los otros voluntarios, aunque no sé si servirán para algo. Cuando nos íbamos, vi que el fuego había sobrepasado el río.

—¿Dónde estás ahora? —preguntó.

—Voy hacia el este, en dirección a Okanogan —respondió—. ¿Y tú?

—Probablemente en la misma carretera que tú —respondí—, gracias a Dios. ¿Te paso a las chicas?

—Por favor —dijo ella y les alargué el aparato. Rebecca rompió a llorar, sin poder contenerse.

—Chicas, por favor, tratad de controlaros —pidió Gage, con voz tensa—. Estoy tratando de concentrarme, porque no se ve una mierda.

—Lo siento —se disculpó Rebecca y las voces de ambas se calmaron. Miré de nuevo hacia delante y observé cómo la fila de vehículos avanzaba un poco y frenaba, sucesivamente. Al cabo de unos minutos, Anna me tocó el hombro.

—Mamá quiere hablar contigo otra vez —me dijo.

Tomé el teléfono y me lo pegué mucho al oído.

—Eh, ¿ya estás mejor? —le pregunté, en voz baja.

—Muchas gracias —me dijo, con voz que parecía quebrada por el llanto—. Nunca podré agradecértelo lo suficiente. Creo que este ha sido el peor día de mi vida. No puedo creer que todo haya transcurrido tan rápido.

—¿Cómo está tu tía? —le pregunté.

—Ha sido horrible —me confesó—. Tuvimos que evacuarla más rápido de lo previsto y nada fue como debía. La tía Ruby cría caballos y tenía doce en la granja, pero en el camión solo caben ocho. Nos dio tiempo a meter a seis y en ese momento llegó el sheriff y nos dijo que nos largáramos mientras pudiéramos.

Tragué saliva.

—Oh, mierda —dije.

—Los dejamos libres —me explicó—. Espero que hayan conseguido escapar. Los granjeros del valle están haciendo lo mismo con su ganado.

—Bueno, entonces supongo que nos veremos en Okanogan —le dije.

—Sí —respondió—. Recojo a las chicas y ya pensamos qué hacer.

—Te quiero, amiga —le dije.

—Y yo a ti —respondió ella—. Tened cuidado.

***

Gage

Nos reunimos con Carrie en el aparcamiento de un área de servicio, a la entrada de Okanogan.

Las chicas acudieron a abrazarla en plan placaje de fútbol y lo mismo hizo ella con Tinker. Todas lloraban, pero yo solo sentía alivio de que hubiéramos llegado hasta allí, sanos y salvos. Saqué el teléfono, me situé detrás del camión para tener algo de privacidad y comprobé mis mensajes.

Había uno de Pic en el que decía que habían llegado bien y que pronto marcharían a Coeur d’Alene. Lo había mandado hacía como una hora. Le contesté.

YO: Estamos en Okanogan. Voy a pillar algo de comer y salimos hacia Coeur d’Alene. Por favor, diles a las chicas del club que preparen algunas cosas para Tinker, su padre y su vecina.

De pronto alguien me golpeó por detrás y unos brazos rodearon mi cuerpo con fuerza. En el primer instante, mi instinto fue lanzarme hacia atrás e impulsar al atacante contra el camión, pero conseguí retenerme el tiempo suficiente como para darme cuenta de que no era una amenaza.

—Gracias —gimió Carrie, apoyada en mi espalda—, muchas gracias por salvar a mis nenas. Estaba muy asustada, pero sabía que Tinker las sacaría de allí y tú la ayudaste. Siento mucho haber pensado mal de ti. No me importa quién seas. Lo único que me importa es que mis hijas están a salvo y que nunca olvidaré lo que has hecho hoy.

Para ser tan pequeñita, tenía mucha fuerza y me llevó un par de segundos separarle las manos y liberarme de su presa. Entonces me di la vuelta y recibí un segundo abrazo, esta vez de frente. Tinker estaba detrás de ella y le rodaban lágrimas por las mejillas.

—Lo hicimos —dijo, mirándome a los ojos—. Gracias, Gage.

—Seguro que habrías salido de ahí sin mí —repuse y ella se encogió de hombros.

—Me gustaría creerlo —dijo—, pero la verdad es que, cuando te necesité, estuviste ahí.

—Eso es lo que hacemos —le dije.

—¿Hacemos? —preguntó ella.

—Los Reapers —precisé—. Cuando nos necesitamos los unos a los otros, estamos ahí y tú ahora estás conmigo, Tinker. Nunca más estarás sola.

Carrie me soltó y se apartó.

—Creo que estás abrazando a la mujer equivocada —comentó.

Tinker sonrió, se acercó a mí y la estreché entre mis brazos. Seguramente por primera vez en toda su vida, Carrie mostró cierta discreción y se marchó para darnos un poco de privacidad. Me incliné y sentí el olor del pelo de Tinker.

Humo esta vez, no melocotones.

—¿Ha ocurrido en realidad todo esto? —preguntó, con la mejilla apoyada contra mi pecho—. Parece una película.

—Sí, estoy seguro de que ha ocurrido —respondí, aunque entendía lo que sentía. Todos los sucesos de aquel día semejaban una extraña pesadilla, desconectada de la realidad.

—¿Y ahora qué hacemos? —me preguntó, mirándome fijamente—. Carrie y Darren van a quedarse con sus parientes en Spokane. Si vas a Coeur d’Alene, ¿podríais dejarnos con ellas al pasar? Carrie no tiene mucho sitio en su automóvil, porque va cargado con las cosas de su tía.

—No, joder, claro que no —respondí, estrechando la mirada—. Os venís a casa conmigo. Ya he enviado un mensaje al club para que preparen todo lo necesario para vosotras. Os quedaréis en mi casa, en Coeur d’Alene, hasta que sea seguro regresar a Hallies Falls.

—¿Estás seguro? —preguntó Tinker—. Quiero decir, nos hemos acostado ya unas cuantas veces, pero…

Me incliné y atrapé sus labios con los míos para darle un profundo beso —obviamente no podía permitirle seguir hablando, ya que tenía la intención de seguir diciendo semejantes tonterías—. El beso no fue lo bastante largo para mí, ni de lejos, pero cuando me retiré, a ella los ojos le daban vueltas y tenía los labios hinchados.

—Vamos a Coeur d’Alene —le repetí— y después ya pensaremos, ¿entendido?

Tinker asintió con la cabeza y sonrió.

—Entendido —susurró y la besé de nuevo.

***

Nos llevó como una hora preparar todo para salir. Tom y Mary Webbly estaban exhaustos, así que sacamos el camastro para que pudieran dormir, mientras comprábamos algo de comer para el camino. La tienda estaba llena de refugiados y, dondequiera que miraba, veía rostros cansados de gente con la que me había cruzado durante las últimas semanas. Acto seguido, volvimos al camión y emprendimos la ruta. Tinker cayó dormida en su asiento nada más arrancar, con expresión tensa y agotada, incluso en lo más profundo del sueño.

«Joder», pensé mientras observaba cómo las rayas amarillas de la carretera desaparecían bajo el camión al avanzar. Aquel vehículo era como un tanque. Iba a echar de menos mi moto, no cabía duda…

Aunque tampoco cabía la duda de que a Tinker la habría echado de menos mucho más. En Spokane había un concesionario de Harley Davidson lleno de motos como la mía y algunas mucho mejores. Alargué la mano y le acaricié el pelo. Dios, qué guapa era.

Que le fueran dando a la moto. Todo lo que necesitaba estaba allí.