Capítulo 20

La expresión de Tinker se descompuso al oír aquella pregunta, una mezcla de dolor y rabia que tenía raíces muy profundas.

—Eso no es para nada asunto tuyo —me espetó—. Quítate de encima y sal de aquí. Nada ha cambiado.

—Excepto que te follé duro toda la noche y por lo que se ve apenas ha servido de calentamiento —repliqué, aplastando mi erección matutina contra su vientre—. Me gustaría repetir esta mañana, pero antes tenemos que hablar. Es por eso por lo que te pusiste así conmigo cuando supiste que no tenía hijos, ¿verdad?

Tinker parpadeó con rapidez y sus ojos se llenaron de lágrimas, mientras trataba de apartar la mirada. Sin embargo, no se lo permití, porque era necesario que aclarásemos la situación. No sabía lo que le había ocurrido, pero fuera lo que fuese era malo. Muy malo. Todos mis instintos a la vez me indicaban que, si salía de aquella habitación sin haber resuelto la cuestión, no la volvería a ver.

Lo cual no era una opción para mí.

—Dímelo —le susurré, apoyando mi frente contra la suya—. Quiero saberlo. Me importas, Tinker. Puedes confiar en mí.

—Ni siquiera sé cuál es tu puto nombre —replicó, cerrando los ojos—. ¿Por qué demonios tendría que confiar en ti?

—Es Gage Alfonso Leon —declaré—. Mi cumpleaños es el quince de octubre y mi número de la seguridad social es el 625-54…

—¡Cierra el pico! —me cortó ella, sacudiendo la cabeza, y yo la imité, negándome a dar mi brazo a torcer.

—Estás loco —me dijo.

—Y tú estás tan buena que es imposible resistirse —repuse, aprovechando la situación para besarla de nuevo—, pero estamos hablando. Te mentí acerca de un montón de cosas, pero tú te fijaste sobre todo en lo de los niños, y ahora me entero de que has sido madre. Está claro que me estoy perdiendo algo y tengo la sensación de que es muy gordo. Cuéntamelo, Tinker.

—De acuerdo —me dijo—, pero tienes que soltarme. Deja que me vista, nos hacemos un café y hablamos abajo.

—Puedes vestirte, pero hablaremos aquí —repliqué—. Si bajamos, lo que sucederá es que me darás una patada en el culo. Lo digo en serio, tenemos que aclarar esto.

—¿Por qué? —preguntó, con dolor en la voz—. Hemos follado. Ha sido divertido, pero tú mismo me has dicho que te has hartado de hacerlo aquí y allá. ¿Interrogas a todas las mujeres con las que te acuestas?

—No, solo a aquellas con las voy en serio —respondí.

—Muy bien —replicó ella, a su vez—. ¿Y a cuántas les has contado ese cuento?

—Ni a una sola —le dije y era la pura verdad—. A pesar de lo que ha ocurrido aquí, no soy el tipo de persona que se anda con juegos. Me gusta el sexo. Lo he practicado con muchas mujeres y nunca sentí interés por ninguna. Contigo es diferente y pretendo averiguar por qué. Tengo suficiente cerebro como para darme cuenta de que no vamos a ir a ningún sitio si no solucionamos esto. Vamos, vístete y lo hablamos.

Dicho esto, me aparté a un lado, reprimiendo toda expresión de admiración, mientras ella echaba mano a su arrugada camiseta para taparse —demasiado tarde, ya había visto todo lo que había que ver.

Tinker se metió rápidamente en su cuarto de baño, que daba la impresión de ser un añadido reciente al edificio. Yo tenía la sospecha de que su padre lo había construido especialmente para ella. Desde siempre había sido su princesa y aún se le caía la baba por ella, algo que comentaban los viejos inquilinos. Todos ellos opinaban que Tinker era lo más de lo más, algo en lo que yo estaba bastante de acuerdo.

Sin embargo, ninguno había hecho referencia a un bebé.

Fruncí el ceño y observé su habitación. Por suerte no era uno de esos santuarios que se montan algunas, dedicados a sus años de adolescencia. Tenía una cama queen size —mejor sería king size, pero de eso ya habría tiempo de ocuparse— y un dormitorio muy bien puestecito. Las paredes estaban empapeladas y, aunque era muy de chica, no era cursi como para darme mareos. Me recordaba más que nada a la tienda de tés y me pregunté cómo sería la decoración de su casa de Seattle.

Que me jodan. Seattle. Su ex vivía allí. El fiscal. El chupapollas. Lo odiaba en dos frentes: no solo había herido a Tinker, sino que el muy hipócrita estaba de mierda hasta el cuello. Tarde o temprano conoceríamos todos sus secretos y se los pondría delante de las narices para obligarle a dar a Tinker lo que necesitara.

Qué pena…

Lo que me pedía el cuerpo era patearle el culo hasta desgastar mis botas, pero el chantaje sería algo más limpio y seguro a largo plazo. Oí cómo Tinker tiraba de la cadena y después el agua que corría en el lavabo. Un minuto después abrió la puerta y apareció Tinker con su largo camisón de tela sedosa —tan fina que le tapaba mucho menos de lo que ella probablemente creía, algo que yo no pensaba desvelarle en mucho tiempo.

—Bien —dijo, mirándome fijamente—, he pensado sobre ello y creo que no tenemos nada de qué hablar. Mis asuntos son míos.

—Tus asuntos son míos también —le corregí.

—¿Qué te hace suponer eso? —me dijo.

—Simplemente tengo claras las cosas —dije, palmeando la cama junto a mí—. Ven, siéntate y cuéntame lo que pasó. No conozco los detalles, pero sé muy bien por qué se forman las estrías en la piel. Por la forma en que reaccionaste a mi mentira, sí, ya sé que soy un gilipollas, cabrón y todo lo demás, de lo que hablaremos después, la historia no acabó bien. Cuéntame. Necesito saberlo.

Tinker se acercó a la cama y se sentó a los pies, fuera de mi alcance. Entonces me miró y suspiró.

—Voy a decírtelo una vez —anunció— y ya nunca más volveremos a hablar de ello, ¿de acuerdo?

—No —respondí y ella frunció el ceño.

—¿Qué se supone que significa eso? —inquirió.

—Te prometí que no volvería a mentirte —expliqué—. Dado que no sé lo que vas a decir, no veo cómo puedo acceder a no hablar nunca más de ello. Tal vez sea necesario que volvamos a hacerlo.

Tinker suspiró de nuevo y se quedó mirando a la pared en silencio durante un buen rato.

—Si no te apetece hablar, siempre podemos follar —sugerí y ella me respondió con el dedo hacia arriba. A continuación se cruzó de brazos, respiró hondo y se estremeció.

—Bueno, allá va —dijo por fin—. Siempre había deseado tener un bebé. Varios, de hecho. A Brandon no le hacía gracia la idea, pero supuse que cambiaría de opinión con el tiempo, porque siempre ha estado muy preocupado por dar buena imagen en público y su madre desde luego quería nietos. Aun así, nunca le parecía que hubiera llegado el momento adecuado para formar una familia. No ayudaba el hecho de que trabajara como un loco y también yo, por mi parte, estaba empezando con mi negocio, así que… bueno, al final la conclusión era siempre que teníamos tiempo de sobra. En fin, la cosa se mantuvo así hasta que, cuando cumplí treinta años, le puse las cartas boca arriba y dejé los anticonceptivos, pero no conseguía quedarme embarazada.

Tinker guardó silencio unos instantes y se ajustó el camisón sobre los hombros, como buscando protección contra lo que se avecinaba.

—Ya prácticamente había desistido cuando de pronto ocurrió —prosiguió, con ojos nublados—. Yo me había hecho muchas pruebas de fertilidad, aunque Brandon nunca había querido someterse a ninguna, y el médico me decía que podía haber mil razones por las que no sucedía. Pues bien, cuando me dio positivo, me pareció un milagro. Esperaba que Brandon se alegrara también, pero no parecía importarle nada. La verdad es que estaba trabajando mucho, en varios casos a la vez, y uno de ellos era de alto nivel. Implicaba a un club de moteros, de hecho.

Tinker se interrumpió de nuevo y me miró.

—No era el vuestro, no creo —dijo.

—No, no eran los Reapers —le confirmé—. Un club más pequeño, de Seattle. Están bajo nuestro control, pero funcionan aparte, como los Nighthawks.

—Bueno, sea lo que sea, conseguir ese caso fue para él una gran noticia —continuó Tinker—. Le emocionaba trabajar en algo tan grande y estaba ocupadísimo. Yo por mi parte estaba muy emocionada con la llegada del bebé y, aunque mi marido no estuviera realmente conmigo, no me importaba. Cuando miro atrás, me doy cuenta de que vivimos vidas separadas durante mucho tiempo. Compartíamos una casa y practicábamos el sexo a veces, pero no con mucha frecuencia. Aparte de eso, creo que yo hablaba más con su ayudante que con mi propio marido.

—Parece todo un príncipe —comenté, con sorna, y ella gruñó.

—No te haces idea —dijo—. Por cierto, me engañó una vez, por lo menos, con una abogada que trabajaba en su oficina. Ahora que lo pienso, pudo ocurrir más veces, pero por aquel entonces tenía la cabeza en otra cosa.

—¿Por qué demonios no le dejaste? —pregunté, confuso—. La vida es corta. ¿Por qué perderla con alguien así?

—El hábito, supongo —respondió ella, encogiéndose de hombros—. No sé, al pensarlo ahora parece una locura, pero cuando te ha llegado el momento de ser madre… creo que una parte de mí esperaba que, si teníamos un hijo, todo se arreglara. En fin, ya nada importa, porque en el octavo mes de embarazo empecé a tener problemas, sangraba mucho, tenía calambres y demás. No es algo raro en un embarazo, pero una mañana empecé a sangrar y ya no paró hasta que perdí el bebé.

Me esperaba algo así, quiero decir, o había perdido el niño o lo había dado en adopción. Lo había sabido desde el momento en que le vi las estrías, pero al oírlo se hizo verdaderamente real.

—Lo siento mucho, Tinker —le dije.

Ella parpadeó rápidamente y una lágrima rodó por su mejilla, pero no le hizo caso y siguió mirando al frente.

—Era una niña —dijo—. No había querido saberlo antes del parto. Le puse de nombre Tricia, por mi madre. Brandon estaba en el juzgado aquel día y no pidió un receso ni nada. Podría haberlo hecho, ya sabes, no hay juez en el mundo que no le hubiera permitido ir al hospital, pero a Brandon nuestra hija no le importaba lo suficiente como para estar allí.

—Menudo cabronazo —no pude por menos que comentar.

—Sí, así puede definirse —confirmó Tinker—, pero bueno, que le vayan dando, ¿sabes? Finalmente apareció en el hospital, de noche, cuando ya se la habían llevado. Llegué a tenerla en mis brazos y un fotógrafo nos sacó algunas fotos, pero al padre no se le podía molestar. Entonces fue cuando decidí que yo tampoco podía molestarme en tratar de mantener una relación con él. Le tiré el anillo de casada a la cara ahí mismo, en la habitación del hospital.

Las lágrimas corrieron ahora libremente por sus mejillas y yo la atraje para abrazarla. Ella se resistió al principio, pero finalmente conseguí que se relajara.

—Es un auténtico hijo de puta —le dije, acariciándole la espalda—. Tricia se merecía algo mejor y tú también. Lo siento, nena, de verdad, no sabes cómo lo siento.

—La había deseado tanto —susurró ella, entre sollozos. Normalmente ver llorar a una mujer era una cosa que me repelía, pero aquello era diferente. No estaba delante de una zorra que montaba el escándalo porque la había dejado su novio. Yo no me había planteado nunca la posibilidad de tener un hijo, pero había visto a mis hermanos Reapers con sus retoños y sabía que perder a uno los destrozaría.

—Le eché a patadas —continuó Tinker—. Él se fue a vivir con unos amigos durante un tiempo y luego se alquiló algo, creo. Ni lo sé ni me importa. Entonces contraté a un abogado para que se hiciera cargo del divorcio, pero las cosas se complicaron porque compartimos una casa y un negocio y sus finanzas han resultado imposibles de seguir. Su familia tiene dinero, pero no sé cuánto exactamente y nunca he entendido cómo funcionan sus negocios. En fin, él todavía pretende que le dé una oportunidad.

«Ni de puta coña…»

—Y le dijiste que se fuera a la mierda, supongo —le dije, muy agitado, y ella se apartó de mí y me dedicó una breve sonrisa, con expresión dura.

—Le he dejado clara la situación —indicó.

—Apuesto a que lo hiciste —afirmé mientras agarraba un mechoncito de pelo que se le había quedado pegado a la mejilla por culpa de las lágrimas y se lo colocaba detrás de la oreja.

—¿Quieres que lo liquide para ti? —le pregunté a continuación y ella rompió a reír, negando con la cabeza. Obviamente daba por hecho que se trataba de una broma.

Pero no. Para nada.

—No, no, Carrie y Margarita ya han reclamado ese honor —me dijo—. Realmente la echo de menos, a Tricia quiero decir. Nunca creerías que eso te va a pasar con un niño al que solo has tenido una vez en los brazos, pero el hecho es que la quise desde el momento en que supe que estaba embarazada. No tienes idea de cómo la quería… y ahora se ha ido. Daría lo que fuera por volverla a tener conmigo. Ya ves. Así que entonces apareciste tú y te inventaste que tenías una familia, así, como si fuera una broma.

Alargué la mano hasta su nuca, enredé los dedos en sus cabellos y la miré fijamente.

—No volveré a mentirte nunca —le dije, lentamente—. Estaba intentando llevar una vida normal, para no hacerme notar. Tenía que averiguar lo que ocurría en la ciudad y me pareció la mejor manera. Si hubiera imaginado que… bueno, me encantaría poder viajar atrás en el tiempo y cambiar lo que hice, pero no puedo.

Tinker pestañeó rápidamente.

—No estoy segura de poder vivir con algo así —me dijo—. Creo que será mejor que te marches, Gage. No… no estoy preparada para nada real. No sé si volveré a estarlo en mi vida.

Joder, aquella situación me estaba volviendo la cabeza del revés.

Normalmente, si quería algo, lo tomaba y punto.

El mundo era un lugar duro, donde la única manera de salir adelante era no ceder, pero Tinker era frágil. Más frágil de lo que yo había imaginado, aunque a la vez era fuerte, sin duda. No era de extrañar que el video sexual no hubiera destruido su vida. ¿A quién le importa un puto video sexual cuando tu bebé ha muerto?

—Quiero matar a tu exmarido —le dije, en tono muy serio, y ella dio un respingo.

—Yo también —me respondió—, pero eso no me devolvería a Tricia. Esa parte de mi vida se ha acabado, aunque él ni se dé cuenta. No voy a volver, porque allí ya no queda nada para mí.

—No tienes por qué volver a Seattle —le dije, enjugándole una lágrima con el dedo—. Aquí tienes una vida.

—Claro —repuso ella con tono amargo—, porque Hallies Falls es una maravilla, ¿verdad? Mi padre está perdiendo la cabeza, estoy atrapada en un edificio de apartamentos que no puedo gestionar y toda la ciudad cree que soy una puta.

—Joder, escúchate un poco a ti misma, por favor —repliqué, frustrado—. Hay un par de amargadas de mente estrecha que creen que eres una puta. Las amargadas de mente estrecha siempre están buscando a quien criticar. Estás haciendo un servicio público dándoles de qué hablar. El resto de la gente de aquí piensa que eres sencillamente genial. Tenías que haber visto lo impresionados que se quedaron todos cuando pusiste en su sitio a aquella bruja en la tienda. Abre los ojos y lo verás. Por cierto, sí, a tu padre tal vez se le esté yendo la cabeza, pero aún te quiere, tú le quieres y os tenéis el uno al otro. ¡Qué narices! En cuanto al edificio de apartamentos, ya te lo estoy cuidando yo, así que eso puede dejar de de preocuparte, ¿vale? ¿Por qué no intentas vivir el momento, en lugar de concentrarte en lo que está mal?

Tinker estrechó la mirada.

—Vivir el momento no me devolverá a mi hija —respondió.

—Tampoco lo hará ponerte en contra de todo por principio —dije yo.

—Creo que deberías irte —me indicó.

—Pues no pienso hacerlo —respondí, sorprendido yo mismo de la rotundidad de mis palabras—. Yo no soy Brandon. No te mentí para gastarte una broma. No tengo hijos porque ese tema me lo tomo muy en serio. Si tuviera uno, bien que lo cuidaría. Tú te criaste en un sitio fantástico, Tinker. Tus padres te querían, tenías amigos, todo lo que un niño necesita. Yo no. Me crié en un hogar de acogida. Mi padre murió en la cárcel y mi madre de una sobredosis cuando yo tenía dieciséis años. Si no hubiera sido por los Reapers, habría acabado en una zanja, pero me recogieron como a un perrito abandonado. Sé lo que significa no tener padres. Nunca le haría eso a un niño. Ódiame todo lo que quieras, pero no me cargues también con el odio que sientes por tu ex. Ese es todo suyo y se lo merece.

Cerré la boca, asombrado de la cantidad de cosas que había dicho, y Tinker me hizo un gesto con la cabeza.

—Tienes razón —dijo, con énfasis—. No eres él, pero eso no significa que haya perdonado lo que hiciste.

«Una gran concesión, sí señor…»

—Lucharé por ello —le dije, tocándole la mejilla—. Empezando esta misma noche. Te llevo a cenar.

—¿Quieres decir en plan cita? —gruñó ella.

—Sí, exacto, en plan cita —confirmé—. Hablaremos tranquilamente y nos conoceremos mejor. Podemos ir después a la sede del club y te presento a algunos de mis hermanos de Coeur d’Alene.

—No estoy segura de estar preparada para eso —replicó.

—Hay una fiesta esta noche y viene un buen grupo de mujeres —le informé.

—Me parece que eso que me cuentas tiene pinta de excesivo despelote —repuso ella, con el ceño fruncido.

—Es complicado —reconocí, suspirando y sacudiendo la cabeza—. Estamos haciendo algunos cambios en la estructura del club. Se trata de reconstruir relaciones y en eso las chicas ayudan mucho. El club es solo para hombres, pero tener a las mujeres cerca es necesario. Queremos que las chicas de aquí entiendan de qué forman parte, que se relacionen con nuestras mujeres.

—El club es solo para hombres y esás hablando de «nuestras» mujeres —señaló ella—. Parece que las miráis como a una propiedad.

—Son exactamente eso, nuestras mujeres, nuestra propiedad —le expliqué—. En nuestro mundo, ese es un término de respeto. Si una mujer me pertenece, eso quiere decir que confío en ella y que daré mi vida para defenderla, y no solo yo, sino todos mis hermanos. Propiedad es sinónimo de protección por parte del club. Si alguien intenta joderte, los Reapers se lo harán pagar caro. Las mujeres de nuestro mundo lo consideran un honor.

—Todo eso no son más que bobadas —replicó ella, echando chispas por los ojos. Buena cosa. Cuando hablaba de su hija, parecía totalmente derrotada, pero ahora había vuelto la Tinker que yo conocía.

—Creo que tienes que verlo para poder entenderlo —respondí, muy serio—. Dame una oportunidad, ¿de acuerdo? Conoce a mi gente y verás de qué estoy hablando. Es diferente, pero es bueno. Somos una familia.

Tinker aún parecía escéptica, pero asintió con la cabeza.

—De acuerdo —dijo—. Intentaré mantener la mente abierta.

—Entonces te recojo a las seis —le dije.

—No he dicho que pensara salir contigo —me advirtió.

Pues sí, la verdad era que a aquella mujer no le extraías una concesión ni con sacacorchos, pero me cuidé mucho de mencionarlo.

—¿A las seis está bien? —me limité a decir—. Vamos, yo no soy él. Dame una sola oportunidad y te demostraré hasta qué punto somos diferentes.

Tinker suspiró y asintió con la cabeza.

—Está bien —dijo—, pero no se trata más que de una cita, ¿está claro? No has ganado ninguna guerra.

—Los dos vamos a ganar —respondí y me incliné rápidamente para besarla. Dios, sabía incluso mejor por la mañana que de noche, lo cual era mucho decir.

No me iba a costar demasiado acostumbrarme a aquello…

***

Tinker

—Has pasado una noche de sexo, lujuria y desenfreno —declaró Carrie en tono fingidamente acusatorio, al entrar en la tienda al mediodía. Randi se quedó boquiabierta y a continuación lanzó una risilla. Yo había recibido un nuevo pedido, de los gordos, así que la había llamado para que me ayudara. La señora Webbly me había prometido vigilar a mi padre, lo cual no era precisamente la solución ideal, pero de momento no se me ocurría nada mejor.

Decidí ignorar a las dos y me concentré en la tarea de dar el toque final a los dulces, espolvoreando un poco de sal sobre el caramelo antes de echar el chocolate, lo cual mejoraba mucho su sabor.

—Puedes disimular todo lo que quieras, pero sé que me estás oyendo —prosiguió Carrie—. ¡La estación seca ha terminado oficialmente para Tinker Garrett!

Randi volvió a lanzar su risilla y después murmuró algo sobre el baño, antes de salir disparada de la habitación. Desde donde estábamos oí cómo rompía a reír con ganas en cuanto se sintió a una distancia segura, la pequeña traidora.

—¡Dios! —exclamé, taladrando a mi amiga con la mirada—. Ahora se enterará toda la ciudad.

—Ya se ha enterado toda la ciudad —replicó ella, encogiéndose de hombros—. ¿Qué pasa, te crees que tienes una vida privada? Nadie tiene vida privada en Hallies Falls, Tinker. Más vale que te hagas a la idea. Un minuto después de que Joel Riley llamara a la policía para que comprobara si estabas siendo asesinada por un terrorífico motero, me encontré tres mensajes de texto y una foto de su Harley aparcada junto a tu casa.

—Debía haberlo previsto, pero a veces me gusta jugar a imaginar que tengo una vida adulta e independiente —repuse.

—Nos adoras y lo sabes —dijo Carrie—. Y ahora, cuéntamelo todo. ¿Es bueno en la cama? ¿Le mandaste a la mierda después por haberte mentido? Aquí tengo de verdad el corazón partido. Por un lado, lo odio a muerte por lo que te hizo, pero por otro lado, ha cortado tu racha de abstinencia. No sé de qué lado inclinarme.

—Bienvenida a mi mundo —murmuré mientras echaba una ojeada para asegurarme de que Randi no había vuelto—. Bueno, aquí va la exclusiva. Apareció anoche, nos acostamos y fue increíble. Aún no sé muy bien cómo ocurrió.

—¿Lo lamentas? —preguntó ella.

—Sí y no —admití—. Sí en el sentido de que estoy segura de que ha sido un error y de que es una persona horrible, pero por otro lado… estuvo genial. Es muy bueno en la cama. El tío sabe cómo hacer volar a una mujer. Vamos, nada que ver con Brandon.

—¿Mejor que Jamie? —inquirió Carrie, lamiéndose los labios.

—Eres una pervertida —respondí.

—Contesta a la pregunta —insistió ella.

—Sí, mejor que Jamie —contesté—. El mejor con el que he estado, de hecho. ¿Satisfecha?

—Huy, huy —dijo Carrie con una sonrisa soñadora—. Doy por hecho que le has puesto de patitas en la calle, en cualquier caso. Por bueno que sea en la cama, el tío es un mentiroso y un delincuente.

—¿Te importa si me voy a comer a casa? —intervino de pronto Randi, entrando de nuevo en la cocina. Tenía la mirada fija en su teléfono móvil y fruncía el ceño.

—No hay problema —respondí—. ¿Va todo bien?

—Hum, sí —dijo ella, vacilante—. Bueno, no. El incendio que hay al oeste se ha extendido tanto que han decretado alerta de evacuación en Chelan. Mis abuelos tienen una casa en las colinas y el fuego está tan cerca que mi madre está yendo hacia allá, para ayudarles a empaquetar algunas cosas y llevarlos a casa. Quiere que me quede vigilando a las niñas.

—¿Quieres el resto del día libre? —le pregunté y ella hizo un mueca de fastidio.

—Necesito el dinero —reconoció—. Vamos un poco retrasados en el pago del alquiler y ya sabes cómo es eso.

Sí, lo sabía. Seguramente su madre habría vuelto a perder una buena suma de dinero en el casino. Inútil además de bruja…

—Tienes la tarde libre y pagada —le dije, sabiendo que no sería una gran ayuda en su situación. Sin embargo, Randi había trabajado duro y había sido muy flexible cuando la había necesitado. Se merecía alguna recompensa y la situación creada por el incendio era realmente seria, el humo hacía que el aire fuera cada día más irrespirable.

—¿De verdad? —respondió, abriendo mucho los ojos—. Gracias, Tinker, de verdad que te lo agradezco.

—No hay problema —repuse mientras ella agarraba su bolso y se dirigía hacia la puerta sin dejar de escribir, frenética, en su teléfono móvil.

—Eso ha estado muy bien —comentó Carrie.

—Es que soy así de maja —respondí.

—¿En serio? —bromeó ella—, porque he oído que eres una sucia…

—Necesitas un poquito de acción en tu vida —le corté.

—Lo sé —admitió ella, suspirando—. Es patético. ¿Cómo me he vuelto tan vieja?

—He oído que nada envejece más a una mujer que ser maligna —respondí, señalando con la mano hacia la zona de las mesas—. ¿Lista para el almuerzo?

Carrie alzó la bolsa con nuestros sándwiches de siempre.

—Siempre lista —repuso—. Ya sabes cómo me gusta comer.

Nos sentamos en una de las mesas, rodeadas por las cosas que habían sido de mi madre. Tarde o temprano tendría que empaquetarlas y decidir qué hacer con ellas. Tal vez podría venderlas y usar el dinero para pagarme una cocina nueva.

Si es que quería en realidad una cocina nueva. ¿Iba a quedarme finalmente en Hallies Falls? Algunos días me inclinaba a ello más que otros, pero lo que estaba claro es que mi padre no deseaba marcharse. Uf.

—Al final no has respondido a mi pregunta —dijo Carrie, abriendo una lata de Coca-Cola Zero—. ¿Lo largaste de aquí de una patada en el culo? Por si no lo tienes claro, la respuesta correcta es sí. Da igual lo bueno que sea en la cama. Ese tipo es escoria.

—No, Brandon es escoria —le corregí, sorprendida de mí misma—. No digo que Gage sea un boy scout, pero Brandon es mil veces peor.

Carrie se quedó mirándome, por una vez sin saber qué decir.

Por supuesto, siendo Carrie, se recuperó rápidamente.

—No digo que no esté de acuerdo—dijo—. Obviamente Brandon es un pedazo de mierda, de eso no hay duda, pero eso no convierte a Gage en una buena opción. No puedes confiar en él, Tinker. Te mintió. Mintió a todo el mundo. Relacionarse con él es una malísima idea.

Abrí la boca para expresarle mi desacuerdo, pero la cerré a tiempo, porque me di cuenta de que tenía razón. Era una malísima idea y, sin embargo, lo deseaba. Desesperadamente. En aquel momento sonó mi teléfono móvil, con un tono no habitual —la «Marcha imperial» de La guerra de las galaxias. ¿Qué demonios…?—. Miré y apareció el nombre de Brandon.

—¿Me has puesto el tono de Darth Vader para cuando llama Brandon? —le pregunté a Carrie, que de pronto parecía muy interesada en colocar bien la lechuga de su sándwich.

—No contestes —dijo, esquivando la cuestión—. Si quiere hablar contigo, que le diga a su abogado que llame al tuyo. Así es como la gente civilizada se ocupa de estas mierdas.

Le di al botón de ignorar, me arrellané en mi silla y taladré a Carrie con la mirada hasta que la obligué a bajar los ojos.

—Te das cuenta de que no eres mi madre, ¿verdad? —le dije—. No estás al cargo de mi vida.

Ella se encogió de hombros e hizo una mueca de disgusto. Entonces mi teléfono zumbó y apareció un mensaje de texto de Brandon.

BRANDON: Llámame.

«Ja, ja. No lo veo probable.»

—Esta noche salgo con Gage —continué, sin hacer caso del mensaje— y no te preocupes, no soy una idiota. Sé que es un mentiroso, ¿y qué? Me lo pasé bien anoche y quiero volver a pasármelo bien. No tengo que ser su amiga para acostarme con él.

—Los follamigos no quedan a cenar por ahí —replicó Carrie—. ¿Para qué te complicas la vida?

En aquel momento, la ominosa musiquilla de Darth Vader resonó de nuevo en la tienda.

—Voy a contestar —anuncié, con el ceño fruncido—. Igual es una emergencia. Gilipollas. Lo odio, pero todavía compartimos una casa.

Deslicé el dedo por la pantalla y contesté.

—¿Sí?

—Tinker, qué bien oír tu voz —dijo Brandon con el tono que yo llamaba de «padre indulgente»—. Tengo que hablarte sobre uno de tus inquilinos.

¿En serio?

—¿Sobre cuál de ellos? —respondí, aunque ya tenía cierta idea de a quién se refería.

—El motero —respondió Brandon—. El pasado fin de semana arrestaron a un gran grupo de ellos en Ellensburg. He investigado un poco acerca de ese tipo. Tiene una identidad falsa y en realidad es miembro de una banda, el club de los Reapers.

Mierda. ¿Estaba Brandon espiándome?

—Eso no es nuevo para mí —repliqué—. ¿Qué es lo que quieres contarme?

—Tinker, no tienes por qué hablarme en ese tono —me dijo—. De hecho…

—Suéltalo ya o a paseo —le espeté, seca, y Carrie señaló con los pulgares hacia arriba. Brandon guardó silencio durante unos segundos y comprendí que le había pillado por sorpresa.

—Has cambiado, Tinker —dijo por fin.

—No me interesa tu opinión —repuse—. Voy a colgar.

—Es un delincuente —me dijo Brandon—. Todos lo son. No tienes idea de lo que esa gente es capaz de hacer. Voy a tener que encargarme en persona de que lo desahucien de tu apartamento. Son muy listos, más de lo que te piensas. Si puede, usará la ley en tu contra.

—No me interesa —respondí—. Dile a tu abogado que llame al mío por lo del divorcio.

Dicho esto, colgué la llamada, dejé el teléfono en la mesa y miré a Carrie, que me observaba con ojos llenos de respeto.

—Nunca te había oído hablarle así —dijo, y me encogí de hombros.

—No lo sabes todo sobre mí —repliqué.

—Sí, sí que lo sé —me dijo.

—La última vez que estuve en Seattle amenacé a Brandon con un cuchillo y le dije que saliera de mi cocina —le informé.

Carrie se apoyó con tanta fuerza en el respaldo de su silla que le faltó poco para caer de espaldas al suelo. A continuación, una sonrisa se dibujó lentamente en su cara.

—De acuerdo, tienes razón —me dijo—. Obviamente no lo sé todo sobre ti.

—Que alguien apunte por favor la fecha y la hora —declaré—. Carrie Constantini acaba de admitir que no lo sabe todo.

—Que te jodan —replicó, con tono jovial—. Vaya, Tinker, estoy realmente impresionada. Le has puesto en su sitio.

—Aún no, pero lo haré —aseguré—, en cuanto mi abogado termine su trabajo. Voy a salir con Gage esta noche porque me da la gana. No soy estúpida, no le he perdonado y no olvidaré lo que ha hecho, pero creo que lo pasaré bien y me merezco un poco de diversión. Ah, por cierto, Joel es una nenaza. Anoche me abandonó a mi suerte, salió corriendo de aquí en cuanto vio aparecer a Gage, aunque tengo que darle cierto crédito por haber llamado a la policía. Joder, los rumores que habrá provocado van a complicar aún más las cosas.

—Probablemente —asintió Carrie con tono serio, pero con una media sonrisa—. Me alegro de que lo pasaras bien. Solo ten cuidado con tu corazón, ¿vale? Tuve que hacer un esfuerzo que ni te imaginas para contenerme y no ir a matar a Brandon cuando perdimos a Tricia. No sé si sería capaz de frenarme una segunda vez.

—No te preocupes —la tranquilicé—. Esto no va en serio, créeme. Es solo que este ha sido un año de mierda y me hace falta un poquito de diversión.

—Si lo pones así, no encuentro nada que objetar —reconoció Carrie—. ¡Adelante, Tinker!