Capítulo 19

Tinker

No podía creer que acabara de decir aquello.

Gage abrió mucho los ojos y oí su respiración acelerada mientras yo recorría con los dedos toda la longitud de su erección. Su miembro crecía más y más con cada pasada y traté de recordar cuánto tiempo llevaba sin sexo.

Desde lo de Jamie.

No es que tuviera muchas oportunidades en Hallies Falls. Entre mi padre y el negocio, solo había podido concentrarme en sobrevivir. Así pues, ¿por qué no regalarme un caramelito de vez en cuando? Trabajaba muy duro, había deseado a aquel hombre desde el momento en que le eché el ojo por primera vez y, aunque no creía que pudiera nunca perdonar sus mentiras… «¡No! No sigas esa línea de pensamiento», me dije. «Esta es tu noche de diversión y no de pensar.»

Así debía ser. No había parado de darle a la cabeza durante los últimos dieciocho meses de mi vida y aquello no me había llevado a ningún sitio. Por consiguiente, agarré el cierre de la cremallera de los jeans de Gage y la fui bajando despacio, disfrutando al notar que su respiración se aceleraba.

El miembro de Gage presionaba contra la fina y oscura tela de su calzón y de nuevo lo recorrí con mis dedos. Lo tenía grande, más largo que el de Brandon y también más grueso. Me sorprendí a mí misma sonriendo burlona al recordar a mi ex y su pequeño rabito.

Que le jodan y que jodan a todo lo que representa.

A Brandon le pondría de los nervios que yo me acostara con un motero.

Por mal que estuviera aquello, solo pensarlo me proporcionaba una gran satisfacción, aunque no tanta como la que pensaba obtener de Gage aquella noche. Después ya le daría una patada en su mentiroso culo, pero ahora… era la hora de pasármelo bien.

Agarré con los dedos el borde de su calzón y se lo bajé, exponiendo al aire su masculinidad. Tenía la cabeza roja y redonda y sus gruesas bolas estaban duras, tensas de deseo. El motero de mis deseos lascivos gimió al inclinar yo la cabeza hacia delante y darle dos fugaces lametones en el miembro. Su mano agarró mi pelo con más fuerza y por un instante creí que iba a mantenerme ahí sujeta, pero para mi sorpresa me soltó.

—Es un juego muy peligroso el que estás jugando —me advirtió con un ronco susurro.

—No estoy jugando a nada —repliqué, agarrándole el falo y sacudiéndolo adelante y atrás un par de veces, con fuerza—. Si quieres más, será mejor que te quites los pantalones.

No perdió ni un segundo en seguir mi indicación y observé cómo sus manazas agarraban sus jeans por los bordes y los impulsaban con fuerza hacia el suelo. Había visto su torso desnudo muchas veces, pero nunca el resto de su cuerpo, y la verdad es que no decepcionaba —sus muslos estaban duros como piedras—. Me incliné, me metí el extremo de su virilidad en la boca y le di una vuelta todo alrededor con la lengua, como si saboreara un helado. Al tiempo, comencé a sacudirle el tronco del miembro con la mano, adelante y atrás.

Gage se estremeció de la cabeza a los pies y una tremenda sensación de poder y de excitación me invadió por dentro. Aquel hombre imponente e incluso temible estaba a mi merced y me encantaba…

Uf, y aún me encantó más cuando le agarré el culo y apreté con fuerza: duro músculo también, como una roca. Gage no tenía absolutamente nada de artificial —el cuerpo de gimnasio de Brandon era ridículo a su lado—. En fin, en aquel momento empezó a mover las caderas y a meterme su ariete más a fondo en la boca y me olvidé por completo de Brandon.

***

Gage

Nunca había visto nada tan sexi como el movimiento de la cabeza de Tinker cuando se inclinó hacia mí.

No es que hubiera ganado la guerra, ni siquiera una batalla.

Estaba claro que no me encontraba ante una niñata a la que pudiera deslumbrar con respuestas fáciles y que aún nos quedaba allí mucha tela que cortar. Sin embargo, todo aquello me importaba ahora menos que una mierda voladora, ya que mi polla se encontraba entre sus labios y no podía existir sensación más dulce.

Hum.

Me estaba dando la impresión de que el sexo es diferente cuando lo haces con una persona que te importa. No lo había creído hasta aquel momento, pero debía de ser verdad, porque la mamada que me estaba haciendo era la mejor de mi vida con diferencia.

Demasiado buena.

En aquel momento Tinker metió la mano entre mis piernas y comenzó a acariciarme las pelotas, lo cual intensificó el placer hasta un punto tal que por un momento pensé horrorizado que iba a explotar ya, directamente en su boca —nada más lejos de mis planes, pues deseaba hacerlo dentro de ella y a ser posible después de que ella hubiera explotado primero.

Ordené a mis pies que me separaran de ella, pero no ocurrió nada.

«Bueno, está bien así», pensé. «¿Qué clase de idiota se retira cuando le están haciendo una mamada?» «Pues tú, porque estás jugando la partida a largo plazo», me dije. Por fin, empleándome hasta el límite de mis fuerzas, conseguí apartarme de ella, aunque aún seguía sujetándole el pelo entre los dedos.

—Me parece que he estado esperando toda mi vida para esto —le dije— y no soy un niño. No quiero acabar tan pronto. Ya sabes, las señoritas primero y todo eso…

—No tengo nada que objetar —repuso ella, sonriendo lentamente, y se puso en pie para mirarme a la cara. Le agarré el pelo con más fuerza y la atraje para besarla. Primero saboreé sus labios a placer y después mi lengua entró en su boca a fondo. Ya conocía su sabor, pero estaba convencido de que su delicioso recuerdo era en gran parte producto de mi imaginación.

Sin embargo, era real.

Mientras la besaba, deslicé la mano que tenía libre hasta su espalda y la atraje hacia mí para juntar estrechamente nuestros cuerpos. Mi polla era una roca pegada a su vientre y ardía de anhelo por entrar en ella. Por lo visto las cosas no iban tan despacio como se supone que van la primera vez…

Sin retirar la lengua de su boca, le solté el pelo, le agarré el culo y la alcé para tomarla en brazos. Sus piernas rodearon mi cintura y la deposité así en el sofá, siempre muy pegado a ella.

La espera había terminado.

No habría más interrupciones ni mentiras.

Deslicé la mano entre nuestros cuerpos y me separé lo justo como para desabrocharle los shorts. Su ropa interior ya estaba húmeda, bien mojada para mí.

Quería saborear aquello.

De alguna manera me las arreglé para interrumpir el beso y me aparté hacia un lado, para arrodillarme junto al sofá. Un instante después ya le había quitado los shorts y tenía sus piernas apoyadas encima de mis hombros, justo donde debían estar. Ya era hora. Iba a poder ver su rajita de una puta vez, después de tanto tiempo y energía mental empleados en imaginarla. Observé con deleite que la tenía cuidadosamente afeitada, pero no del todo, justo como más me gustaba.

Un manjar listo para ser devorado.

Me incliné hacia delante, le abrí los labios con los dedos y mi lengua comenzó a explorar. Su olor era delicioso —¿acaso existe algo más embriagador en el mundo que la raja fresca y limpia de una mujer?— y su sabor todavía mejor. La lamí despacio, jugueteando con su pequeño botoncito del placer.

—Oh, qué bueno —jadeó ella y sus dedos se hundieron en mis cabellos. Se habían vuelto las tornas, lo cual era justo. Chupé con fuerza lo más íntimo de su feminidad durante aproximadamente un minuto y, cuando comprobé que sus jadeos se aceleraban, volví a lamer. Al cabo de un rato repetí la operación y después otra vez, hasta que el ritmo acelerado de su respiración me indicó que estaba al borde del estallido.

Pretendía hacerla llegar hasta el final del recorrido, pero no pude aguantar más.

Ni un segundo más.

Me retiré y continué frotando su zona del goce con la yema del pulgar mientras echaba mano a mis jeans para buscar un condón. Mirándola fijamente a los ojos, abrí la bolsita con los dientes, saqué la goma y la desenrollé rápidamente, envolviendo la longitud de mi miembro. Tinker tenía las mejillas enrojecidas y sus maravillosas tetas —que aún no había visto, ya que me las estaba reservando para lo último— subían y bajaban al ritmo de su respiración.

Listo para la acción, la agarré por las caderas, la atraje hasta el borde del sofá y volví a colocarle las piernas por encima de mis hombros. Acto seguido, encajé la cabeza de mi ariete justo en la entrada de su abertura y empujé lentamente hacia dentro.

***

Tinker

La tenía grande.

Más aún de lo que esperaba, aunque hubiera estado dentro de mi boca hacía pocos minutos. Imagino que las zonas íntimas se tensan cuando se produce una abstinencia prolongada, ya que, cuando me penetró, sentí casi como si fuera la primera vez.

Y me penetró muy adentro, podéis creerme.

Gage se inclinó hacia delante, me separó las piernas y me aplastó con su potencia contra el sofá. De pronto me vino una idea a la cabeza: él tenía el control ahora y yo no podía hacer nada para detenerlo.

Por suerte no estaba para nada en mis planes la idea de hacerle parar.

Gage se retiró de mí y volvió a entrar, con más ímpetu esta vez, y jadeé al sentir cómo me llenaba perfectamente —sin duda llevaba demasiado tiempo vacía—. Me eché la mano a la entrepierna y comencé a estimular mi botón del placer, justo hasta el borde del éxtasis. Sin embargo, mi objetivo no era alcanzarlo tan pronto. Deseaba prolongar aquella deliciosa tensión, una acumulación de energía que produciría una explosión tanto más poderosa cuanto más tiempo consiguiera alargarla. Retiré los dedos en el mismo instante en que iba a precipitarme pendiente abajo sin remedio.

—No —gruñó Gage al ver lo que hacía, mirándome fijamente. Sus ojos estaban llenos de deseo y de algo más oscuro que no supe leer.

Algo intenso y casi terrorífico.

—Quiero ver cómo explotas de gusto —me dijo—. Lo necesito. He esperado mucho tiempo para esto, pequeña Tinker.

—Esa decisión no te corresponde —le susurré y él, en respuesta, sonrió y llevó la mano al lugar de donde yo acababa de retirarla.

—Me corresponderá a partir de ahora, nena —replicó mientras su pulgar encontraba el botón detonador y lo presionaba hábilmente, al tiempo que penetraba en mí con fuerza, llenándome entera. La tensión que se había acumulado dentro de mí se liberó de golpe y me hizo arquear la espalda y gritar sin poder contenerme.

—Perfecto —murmuró Gage, acelerando sus movimientos pélvicos, adelante y atrás. Me agarré a él con fuerza, mientras ola tras ola de intenso placer traspasaban mi cuerpo y lo convertían en su juguete. Era algo increíble. Mucho mejor que provocármelo sola, tocándome. Mil veces mejor o tal vez cien mil veces mejor.

Dios, cómo lo había echado de menos.

«Nunca habías tenido esto», me dijo una vocecilla dentro de mi cabeza y me vi obligada a reconocer que era cierto. Brandon no podría haberme provocado algo así aunque su vida hubiera dependido de ello.

—Joder, qué preciosa estás cuando te corres —dijo Gage, intensificando sus arremetidas de animal furioso. La forma en que me tenía sujeta me imposibilitaba casi totalmente el movimiento, aunque en realidad no me importaba. Estaba tan desbordada de placer, tan satisfecha, que sentía ganas de ponerme a ronronear como un gato. Me recosté en el sofá, decidida a permitir que me usara para su propio disfrute sin hacer mucho más, pero de pronto me tomó por sorpresa al meter de nuevo la mano en mi entrepierna.

—Necesitas más —me dijo—, mucho más. Me ahogaba esperando esto y creo que a ti te pasaba lo mismo, ¿no es cierto?

¿Cómo respondes a una pregunta así?

No me molesté en pensar más, porque me absorbía totalmente la idea de que Gage estaba decidido a hacerme llegar de nuevo al clímax y yo no iba a resistirme. Oh, no, ni un poquito, porque la verdad es que el hombre tenía razón. Lo había pasado mal, como él, y me lo merecía, vaya si me lo merecía.

La segunda vez fue diferente.

Mi cuerpo ya estaba sensibilizado, así que las cosas se desarrollaron a mayor velocidad. Gage me penetraba y después se retiraba de mí con fuertes empellones, cada vez más rápido, y yo sentía que el placer se acumulaba de nuevo en mi interior. Me tenía casi doblada hacia atrás, con la parte baja de la espalda aplastada contra los almohadones, y no paraba ni un segundo en sus asaltos —era como un martillo pilón a toda máquina—. De pronto, su cuerpo pareció estremecerse y sus movimientos se hicieron menos coordinados.

—Estoy a punto, nena —me dijo, con voz tensa—. Quiero llevarte conmigo ahora. ¿Puedes ayudarme un poquito?

Cerré los ojos, abrasada por la intensidad que percibí en los suyos, y metí de nuevo la mano entre nuestros cuerpos, juntando mis dedos con los suyos. Esperaba que él me guiara, para satisfacer sus propias ansias, pero lo cierto es que nos movíamos al unísono y yo le iba indicando exactamente lo que me gustaba. Mientras tanto, él no paraba de mirarme y la frente le brillaba, sudorosa.

—No creo que pueda aguantar mucho más —jadeó, llegado un punto—. ¿Estás lista?

—Sí —le dije, en voz muy baja, y nuestros dedos aceleraron sus movimientos, intensificando el placer. De pronto Gage dejó escapar un ronco gemido y todo su cuerpo vibró como agitado por una conmoción sísmica. La expresión de su rostro era tan excitante que me despeñé yo también por la pendiente del clímax y rodamos juntos por ella. La primera vez había sido una explosión más fuerte y más súbita. En cambio esta vez la descarga fue más suave, con oleadas sucesivas de placer y de alivio que me recorrían por turnos. En ningún momento dejamos de mirarnos a los ojos.

Parecía que el momento no iba a acabar nunca, pero poco a poco la sensación fue pasando y empecé a notar cosas más «normales».

Para empezar, Gage me había sacudido y retorcido las piernas de tal manera que estaba empezando a sentir calambres y, para continuar, estaba sudada y asquerosa, desnuda de cintura para abajo igual que él, que se había bajado los calzones pero aún llevaba su camiseta y su chaleco de cuero.

Bastante incómodo.

—Bueno, pienso que debería… —comencé.

—No lo hagas —me cortó él, sacudiendo rápidamente la cabeza.

—¿Qué no haga qué? —inquirí, con el ceño fruncido.

—Pensar —respondió él, con una sonrisa—. Tú solo disfruta del momento. Ya pensaremos mañana, cuando te haya follado un par de veces más, porque no te imaginarás que hemos terminado por esta noche...

Comencé a negar con la cabeza, pero me interrumpí cuando él me colocó las piernas alrededor de su cintura y me elevó tal cual, sin esfuerzo, una proeza física que no pude por menos que apreciar. A continuación se encaminó hacia las escaleras —llevándome así, con el culo al aire—, claramente en dirección a mi habitación, lo cual no aprecié tanto.

—¿Qué haces? —le susurré al oído mientras pasábamos junto a la puerta de la habitación de mi padre.

—Llevarte a la cama —me respondió, con tono desenfadado—, ¿o qué pensabas que íbamos a hacer?

—No te he invitado a pasar la noche —indiqué con énfasis, aunque en voz muy baja, esperando que él hablara en el mismo tono.

—A ver, eso estaba implícito —replicó, al parecer muy divertido—, ¿o es que estabas solo utilizándome para el sexo? Mira, está muy mal eso de aprovecharse de…

—Cállate —gemí y apoyé la cabeza en su hombro, porque realmente olía muy bien y porque tengo que reconocer que no me desagradaba esto de que un tío fortachón me llevase a la cama por las escaleras, aunque fuera un cabronazo mentiroso. Así pues, no protesté cuando me tendió cuan larga era en mi cama, con el miembro enhiesto y ya preparado de nuevo para el ataque, ni tampoco cuando me aplastó la cabeza contra almohada en pleno desenfreno, ni tampoco durante esa tercera vez en medio de la noche, cuando me dio la vuelta bruscamente para colocarme boca abajo.

Supongo que, si se trata de romper una racha de sequía sexual, lo suyo es hacerlo a conciencia.

***





Gage

Me desperté con la agradabilísima sensación de ser el auténtico rey del mambo.

Me llevó como un minuto orientarme y otro recordar todo lo que había ocurrido. Había pasado la noche con Tinker y ¡menuda noche! Ella estaba acurrucada contra mi cuerpo y observé su cara de relajación mientras dormía profundamente. Su aspecto era distinto al habitual —no estaba menos bella en su día a día, pero la mayor parte del tiempo llevaba puesta la coraza, para protegerse. Su maquillaje y su peinado de siempre eran sexis a más no poder y le iban como anillo al dedo, pero también la envolvían como en una capa que la separaba del mundo.

El mismo efecto que me hacía a mí mi chaleco de cuero y los distintivos de los Reapers.

Era genial poder ver a la mujer que había detrás de la máscara: bella pero real, solo un poco sudadita y con alguna que otra mancha de sombra de ojos aquí y allá. ¿Qué más podía pedir un hombre? De pronto Tinker suspiró y rodó apartándose de mí, para quedar de espaldas. Tenía las tetas tapadas por la sábana, así que tiré de ella suavemente hacia abajo, para obtener una impresión de ellas bajo la luz matutina. No me decepcionó. Para nada. Eran bonitas y redondas, no de las gordas, pero sí voluptuosas. Su carne se aplanaba ligeramente hacia los lados cuando estaba boca arriba, clara señal de que eran cien por cien naturales.

Situé mi dedo entre ambas y lo deslicé en dirección a su ombligo, arrastrando la sábana conmigo. Su vientre era extremadamente suave. Me incliné para besarlo y entonces algo me llamó la atención. Entre el pubis y el ombligo había unas finas líneas de tono más claro en su piel, que formaban un delicado trazo. En mi mente surgieron de pronto mil preguntas, porque sabía muy bien lo que era aquello —casi todas las mujeres con las que me había acostado y que eran madres lo tenían.

Estrías.

En algún momento de su vida Tinker Garrett había dado a luz.

La misma Tinker Garrett que actualmente no tenía hijos, que se supiera. Ni rastro de hijos. Ni fotos, ni una mención, nada. Ni una sola pista… excepto el supercabreo que se había agarrado al saber que era mentira que yo fuera padre.

Cojones…

La había cagado, pero lo que se dice bien. Muy bien.

—Eh —dijo ella de pronto, con la voz amortiguada y vacilante del que acaba de despertar, estirándose y rodando hacia un lado, aún más dormida que consciente.

—¿Qué es lo que…? —comenzó y ella misma se interrumpió, obviamente en el momento exacto en que le vino a la memoria dónde estaba y lo que había hecho. Entonces lanzó un gritillo, agarró las sábanas y las subió de golpe para cubrir su desnudez, asestándome un buen sopapo involuntario en la cara. Dios mío, todo aquel lío era aún mucho más jodido de lo que me había imaginado y no es que la situación hubiera sido sencilla antes. Tenía que hacerme con el control de la situación o se me escaparía de las manos. Por suerte yo tenía una ventaja muy grande en esta relación, y era que pesaba dos veces más que la otra parte, así que decidí aprovecharla y rodé encima de ella, inmovilizándola contra la cama.

—Buenos días —le dije y la besé suavemente en los labios. Tinker apartó la cara, con el ceño fruncido, porque con ella nada podía ser tan sencillo. Aquello para mí no era inconveniente, merecía la pena luchar por ella, tal y como había quedado demostrado la noche anterior. Sin embargo, ahora teníamos asuntos de qué ocuparnos.

—Eh, dime una cosa —le dije, lentamente—. ¿Cómo es que nunca has mencionado que tuviste un bebé?