Capítulo 7
Gage
—¿Me dejas que me cubra un poco con la manta yo también? —pregunté.
Tinker asintió con la cabeza, con los ojos clavados en el televisor. La había convencido para que se quedara a ver una película conmigo después de la cena. No había sido fácil. Creo que en mi vida había visto a nadie ponerse tan colorado como lo estaba ella al contarme la historia de su video sexual.
Tengo que reconocer que me había agarrado por sorpresa.
Había oído rumores sobre Tinker, pero no les había prestado la menor atención —nunca me han interesado las zorras maledicentes que van hablando mierda allí por donde pasan—. Sin embargo, al oír de sus propios labios lo que había hecho… reconozco que me había impresionado. Estaba, lo admito, un poco celoso del pequeño cabroncete follador, ya que había tenido la oportunidad de conocer «por dentro» la preciosa rajita que me obsesionaba, mientras que yo solo podía imaginarla.
¡Qué putada!
En cuanto a los que se atrevían a juzgarla, por mí podían irse a comer mierda. Tinker no había hecho nada de lo que tuviera que sentirse avergonzada. Yo me había follado a más strippers de las que podía recordar y, solo teniendo en cuenta las cosas que había hecho en las últimas semanas, Tinker era un ángel en comparación conmigo. Aun así, sabía muy bien que ella ya no querría verme más si se marchaba de allí sintiéndose incómoda, así que ver la película juntos cumplía una importante función.
Sin embargo, había empezado a reconsiderar mi plan inicial.
Un solo motivo era suficiente: había una mujer exageradamente sexi sentada a solo diez centímetros de mí. No le había pedido la manta porque tuviera frío, sino para tapar la gruesa y evidente protuberancia que se elevaba de mi entrepierna. No podía concentrarme en la película, porque estaba demasiado pendiente de otra —muy diferente—que se emitía dentro de mi cabeza.
El video sexual de Tinker.
Ella estaba arriba. No podía parar de imaginarlo, solo que debajo estaba yo, y no un niñato tonto del culo. ¿Estaba sentada con la espalda recta o se inclinaba hacia delante para que las tetas colgaran justo delante de mi boca? Eso último, sí, definitivamente, tetas bailando a mi alcance y mis manos agarrándole las nalgas para dirigirla. Me removí en el sofá y lamenté profundamente no poder hacer nada para aliviar la urgencia que me torturaba con creciente intensidad.
¿Cuánto tiempo iba a llevarme completar mi misión con los Nighthawks? Demasiado. Una jodida eternidad.
—Uf, no me puedo creer lo tarde que es —dijo de pronto Tinker, con un bostezo, y caí en la cuenta de que la película había terminado. Ella se estiró para desperezarse y la manta cayó sobre su cintura, mientras sus tetas se erguían en dirección al techo.
Dios… ¿cuánto aguante podía exigírsele a un hombre?
Debería haberme mantenido alejado de ella —ese era el plan—, pero un resorte había saltado dentro de mí al verla en el jardín. No recordaba haber conocido nunca a una mujer como Tinker. Era inteligente, sexi, divertida y trabajaba muy duro para sacar adelante su negocio y a su familia. Quería follármela, claro —habría tenido que ser gay para no querer—, pero también la respetaba.
—Creo que debería irme ya —dijo Tinker—. Siempre entro a ver cómo está mi padre antes de acostarme y mañana me levanto temprano. Tengo que empaquetar los envíos para el correo y, como no estén listos antes de las dos de la tarde, estoy jodida.
Su sonrisa al decir aquello era tan dulce que me dieron ganas de mordisquearle los labios. Consideré la posibilidad de echarme encima, obligarla a tumbarse en el sofá, meterle la pierna entre las suyas y enseñarle lo que es un hombre.
—¿Cooper? —dijo ella, confusa. Parpadeé un par de veces y me obligué a focalizar la visión en su cara.
—Voy a ver otra peli —respondí, porque soy un puto masoquista—. ¿Seguro que quieres marcharte ya?
Tinker frunció el ceño y casi pude leer sus pensamientos. Tenía que irse, pero me deseaba tanto como yo a ella. Sí, ya sé que esto suena un poquito sobrado, pero créanme si les digo que aquel no era mi primer rodeo. Podía ver la lujuria en sus ojos y en la forma en que se relamía los labios y observaba los míos. La corriente entre nosotros no fluía solo en una dirección, puedo asegurarlo.
—Bueno, creo que puedo quedarme un ratito más —dijo por fin, en un susurro. Dios mío, era tan dulce y delicada. Ahora sí que quería morderla. Chupar su protuberante labio inferior, absorberlo dentro de mi boca y meterle un dedo por el culo…
Romperla.
«Eres un puto enfermo.»
«Pues sí, sí, lo soy. Gracias por recordármelo.»
Conseguí controlar mi impulso y, en su lugar, le agarré la mano en plan amigo, como si no fuera más que una patética herramienta. Sus dedos apretaron los míos un instante y se retiraron para agarrar la manta y volverse a tapar, mientras apoyaba los pies en la mesita del café. Tomé el mando de la televisión y zapeé un poco por los canales.
«Mañana haré mi trabajo», pensé. «Me follaré a Talia, espiaré a Marsh y buscaré cualquier punto débil del enemigo que me permita acabar con esta situación, cuanto antes mejor. Esta noche, sin embargo…, esta noche fingiré que todo esto no es una pérdida de tiempo.»
Joder, pero el dolor de mi polla era real.
***
La hora que siguió fue para mí una auténtica tortura.
Tinker estaba sentada a mi lado, bella, elegante y sin aparente intención de entablar contacto visual conmigo. No sé cómo se sentiría ella, pero para mí la tensión sexual reinante era espesa, podía cortarse en el aire. No paraba de recordar el contacto de su mano —pequeña pero fuerte, la mano de alguien que sabe lo que es trabajar. Que yo supiera, Talia nunca había trabajado en nada y no digamos ganarse la vida.
Sentí un movimiento, me volví y vi cómo Tinker se hundía un poco más en los almohadones y se subía la manta hasta la barbilla. No más de diez centímetros separaban nuestras piernas. Ella cambió de postura y su mano chocó con la mía debajo de la manta. La retiró con rapidez y observé cómo enrojecían ligeramente sus mejillas. Esa era otra cosa que me gustaba de ella, su piel era tan clara que dejaba traslucir muy bien sus emociones.
Entonces tomé una decisión: le agarré la mano y me la coloqué sobre el muslo. Era una idea malísima, lo sé, y por eso mismo no me lo pensé ni un segundo. Al principio ella se puso tensa, pero después se relajó y descansó sobre mi endurecido cuádriceps. Mi polla, hinchada hasta el límite bajo la tela de los jeans, se encontraba a muy pocos centímetros de los dedos de Tinker. Habría sido sencillísimo arrastrarle la mano hasta ahí, hacer que envolviera con ella mi dureza y… ¡a casita!
De pronto sus dedos me apretaron fugazmente —como en un espasmo— y me tragué un gemido.
Sí, la verdad, una idea malísima. Debía levantarme y acabar con todo aquello, ya que por el momento era imposible cortar con Talia. Sin embargo, lo que hice fue inclinarme hacia Tinker hasta que mi hombro se apoyó en el suyo.
Dios…
Me había convertido en una auténtica nenaza. No había otra explicación al hecho de un hombre y una mujer haciendo manitas debajo de una puta manta, como si fueran dos críos. Un miembro del club de los Reapers, que se follaba más mujeres en un año que la mayoría de los hombres en toda su vida. Un hombre con sangre en las manos. Sangre fresca.
Joder, qué bien olía Tinker.
«Me levanto en un minuto», pensé. «No, en cinco. Por cinco minutos más no pasa nada». Con un suspiro, Tinker apoyó la cabeza sobre mi hombro y sentí un intenso aroma a melocotones. Cómo me ponía el olor de su pelo. Si Picnic hubiera podido verme en aquellos momentos, habría cagado ladrillos. Claro que, considerando todo lo que había hecho el club por su mujer, no creo que pudiera protestar mucho.
Tinker movió la mano y sus dedos me rozaron el miembro. Sentí cómo se le cortaba la respiración y se retiró rápidamente, pero aquel instante de contacto bastó para hacerme entrar en ignición y noté como si el corazón me bombeara lava ardiente por las venas. Ya bastaba con toda aquella mierda. Deseaba a aquella mujer y llevaba demasiado tiempo esperando. Me volví, la agarré por la nuca y la atraje hacia mí para besarla a fondo. ¡A tomar por culo la lealtad!
De momento Tinker se puso rígida, pero sus labios se relajaron enseguida. Mi lengua entró en su boca y todo pensamiento desapareció. Ella sabía dulce, a pastel, a caramelo, a toda delicia que hubiera deseado saborear. Oh, Dios, ¿qué sabor tendría su rajita? Intuía que sería más dulce aún que todo lo demás junto. Imaginé aquellas chocolatinas que ella elaboraba y lo que sería meterle una por allí y después chuparla.
Mierda, tenía que dejar de pensar, pero ya mismo.
Luchando con la manta, hice que ella se recostara en el sofá y le metí una rodilla entre las piernas. Mi zona del placer entró en contacto con su vientre y creí explotar por dentro. Entonces comencé a frotarme contra ella, arriba y abajo, lo que obligaba a hacer ciertas contorsiones para seguir besándonos, pero vaya si merecía la pena. Joder, si besarla era algo así, ¿qué se sentiría al entrar dentro de ella?
En aquel momento, la puerta del apartamento se abrió de golpe con tanta fuerza que por poco no se salió del marco.
Me levanté de un salto y eché mano a la pistola que guardaba siempre debajo del sofá. Apunté mientras aplastaba a Tinker contra el asiento, para protegerla con mi cuerpo. ¿Habría Marsh averiguado finalmente quién era yo y mandado ir a por mí?
Qué va, no había allí ningún motero. Era «solo» Talia, que avanzaba con ojos llameantes…
Genial. De putísima madre. Justo el final soñado para aquella noche.
—¿Qué cojones está pasando aquí? —aulló la susodicha, mientras Tinker gemía y no de placer, precisamente. ¡Menuda movida! No me sentía culpable por Talia, no le debía una mierda a aquella zorra, pero había arrastrado a Tinker al lío y eso sí que era una cagada gorda.
«Tienes que dejar de pensar con la polla.»
—¡Me voy de aquí pero ya! —exclamó Tinker, frenética, tratando de apartarme. Yo por mi parte no me moví un centímetro, mientras mantenía los ojos clavados en Talia. Sabía que iba armada, así que dejaría ir a Tinker solo cuando supiera que era seguro para ella.
—Talia, pon el culo ahí —le ordené, indicando la pared—. Tinker ya se va y luego hablaremos tú y yo.
—Ah, sí, vamos a hablar —rugió Talia—, después de que te corte las pelotas.
Dicho esto, se abalanzó contra Tinker, pero yo salté y la agarré antes de que pudiera tocarla. Tinker rodó del sofá al suelo, se puso en pie rápidamente y se apartó, mientras Talia intentaba darme un rodillazo en la entrepierna. Tras bloquear su golpe, la agarré por la mano y le retorcí el brazo detrás de la espalda. Ambos nos miramos fijamente a los ojos y en los suyos leí las ganas de darme una muerte lenta y dolorosa.
«Lo mismo te deseo a ti, preciosa mía.»
—Suéltame, saco de mierda —me espetó.
—Tinker, vete —le dije a mi casera—. Ya hablaremos.
Talia echó de pronto la cabeza hacia delante, me enganchó la barbilla con los dientes y mordió con la furia de un diablo de Tasmania. Mierda. Ante aquello me vi obligado a soltarle el brazo y a echar mano a su mandíbula, para intentar liberarme, mientras oía gritar a Tinker. Por un segundo lo vi crudo, pero repentinamente algo impactó con fuerza contra la cabeza de Talia, que dio un respingo, abrió la boca y me dejó libre. La enfurecida mordedora se volvió hacia Tinker, que sujetaba en las manos mi grueso manual de entretenimiento de la Harley, el «arma» que había utilizado para defenderme.
—No puedo creer lo que acabo de hacer —dijo, con expresión de asombro.
Yo tampoco podía, la verdad.
Talia chilló y me pisó con fuerza el pie, decidida a castigar a Tinker. Yo podía disfrutar de una buena pelea de gatas, como cada hijo de vecino, pero aquello ya estaba yendo demasiado lejos. Me agaché, agarré a mi «novia» oficial por las piernas, la alcé y me la eché al hombro, como si fuera un saco de patatas. Ella no paraba de gritar, de patalear y de escupir.
—¡Suéltame, cabrón!
Mientras tanto, Tinker nos miraba jadeante y con los ojos muy abiertos.
—Esto ha sido un terrible error —dijo rápidamente—. Lo siento, Talia, no volveré nunca a hablar con él.
Por su tono, lo decía totalmente en serio.
—No volverás a hablar y punto —le respondió Talia—, después de que te corte tu mentirosa lengua, puta.
—¡Cállate! —bramé y se hizo el silencio en la habitación. Respiré hondo unas cuantas veces y conseguí controlar mi rabia. Sentía un fuerte deseo de arrojar a Talia por la ventana, pero sabía que tenía que hacer las paces con la zorra chiflada, lo que significaba follarla en plan salvaje hasta que se le olvidara qué era lo que la había cabreado. Sin embargo, aunque aún tuviera la polla dura, no era su raja la que deseaba.
¿Y Tinker? A este paso dejaría de verla para siempre en breve. Dios, ¿en qué mierda estaba pensando?
—Me voy —dijo Tinker y se dirigió a la puerta.
—¡Eso está bien, zorra, lárgate! —le gritó Talia—. Aunque te hagas la estrecha, todos sabemos muy bien la verdad sobre ti.
—¡Cierra la puta boca de una vez! —le grité, palmeándole el trasero, no con tanta fuerza como para hacerle daño, pero sí para captar su atención. Teniendo en cuenta que ella estaba clavándome las uñas en el cuello y tratando de arrancarme un mechón de pelo, no era como para sentir remordimientos. Mientras Talia se sacudía como una culebra, intentando hacerme perder el equilibrio, vi con el rabillo del ojo cómo Tinker salía por la puerta, dejando atrás a Sadie, la amiguita de Talia, que se había quedado esperando fuera. Fantástico. Al parecer Talia tenía ahora una espía en el edificio. Justo lo que necesitaba, por si no tuviera ya suficiente mierda que acarrear.
—¡Saca tu culo de aquí ahora mismo! —le grité a la pequeña chivata, que se largó a toda prisa. Iba a tener que ocuparme de ella, más temprano que tarde… o tal vez no. Por mucho que odiara todo aquel jueguecito, no había terminado todavía, ni de lejos. Todo dependía de Marsh y de lo rápido que yo fuera capaz de desvelar sus secretos.
—¡Suéltame! —exigió Talia, sin dejar de patalear y de golpearme la espalda. Ignorando sus quejas, la llevé al dormitorio y la lancé sin contemplaciones sobre la cama de segunda mano. El impacto le cortó el aliento durante un instante y se quedó inmóvil. Por fin. Antes de que pudiera reaccionar, le salté encima y la inmovilicé, sujetándole las manos por encima de la cabeza y las piernas con mis rodillas.
Ambos nos miramos fijamente, con ojos entrecerrados, y me pregunté para mis adentros si ella imaginaría por algún momento lo fácil que me resultaría estrangularla. Se encontraba en un apartamento, a solas con un motero muy cabreado. Un motero un par de veces más grande que ella. Durante varias semanas me había hecho el buenecito, pero ahora ella había atacado a Tinker.
Aquello había cambiado las reglas del juego.
—Deja que me levante —volvió a exigir.
—No hasta que te calmes —repliqué, con un toque de cólera en la voz—. Vamos a aclarar toda esta mierda.
—¿Qué narices es lo que hay que aclarar? —repuso ella—. ¡Me estabas poniendo los cuernos!
Allá vamos…
—No tenemos exclusividad —le recordé—. Tú has estado por ahí con tíos desde que nos conocimos.
Talia me miró con ojos muy abiertos.
—¿Lo sabías? —susurró.
«Dios mío…»
—Pues sí —respondí—. Los condones usados lo indicaban, de alguna manera. Ah, y también los mensajitos constantes a los tíos, hasta cuando estábamos juntos. No dejes tu teléfono móvil en la mesa cuando vas a mear si no quieres que eso se note. Esa mierda zumba cada veinte segundos. Solo me pegué con Mike porque quisiste hacerme quedar mal delante del club.
La furia había desaparecido de sus ojos, sustituida por incertidumbre y tal vez algo de miedo. Estupendo —y a tiempo, por cierto.
—Entonces, ¿has hecho esto para vengarte de mí? —inquirió.
—No realmente —respondí, seco—. No somos pareja. Solo somos dos personas que follan de vez en cuando.
—¿Y qué pasa si quiero algo más? —preguntó, con tono sumiso. Durante un segundo me pregunté si la había juzgado mal. ¿Realmente le importaba yo? Tal vez, decidí. Joder, en aquel momento parecía casi vulnerable. Podía utilizar aquello. Hasta ahora ella había llevado la voz cantante en nuestro pequeño arreglo.
Era hora de un pequeño cambio.
—Acabo de salir de una relación —le dije, lentamente—. Nos hemos divertido tú y yo y no quiero ir más allá, por el momento. Si quieres más, enséñame qué tienes para ofrecer.
Talia pareció marchitarse en un segundo. Los ojos se le llenaron de lágrimas y durante un momento pensé que se iba a echar a llorar. Sin embargo, se contuvo y se limitó a alzar la barbilla y mirarme, fijamente.
—No quiero que te folles a esa zorra de Tinker Garrett —dijo—. O ella o yo. ¿Puedes aceptar eso?
Tuve que emplearme a fondo para no poner cara de querer asesinarla.
—Como si Tinker me importara una mierda —dije—. La invité a cenar porque me da pena.
—¿Y te follas a todas las tías que te dan pena? —replicó ella, endureciendo la voz, y me encogí de hombros.
—Estábamos viendo una película —respondí—. Tenía frío, así que me tapé un poco con la manta y ella me echó la mano a la polla. No soy de piedra, joder, Talia, pero si lo piensas, Tinker tiene como poco quince años más que tú y pesa unos diez kilos más. ¿De verdad crees que la podría preferir antes que a ti?
Vaya que sí, joder. Tenía curvas y clase y no se agarraba rabietas como una puñetera niña pequeña…
—Quince kilos —repitió Talia, con una media sonrisa, y supe que la tenía de nuevo en mi red. Dios, qué tipa tan creída. Cuando toda aquella mierda terminase, los chicos del club tendrían que invitarme a cerveza durante un año, decidí. Me lo había ganado con creces.
—Tendrías que ver su video sexual —continuó ella—. Es para partirse de risa. Parece una ballena.
Me puse alerta.
—¿Video sexual? —le pregunté, haciéndome el tonto, y Talia rompió a reír.
—Sí, sí, a la zorra la pillaron follándose a un boy en una fiesta —explicó, con ojos chispeantes—. Alguien lo grabó con el teléfono móvil. Joder, la primera vez que lo vi, casi me meo de risa.
—¿Está en internet? —pregunté.
—No sé —respondió ella, encogiéndose de hombros—. Seguramente. Hay millones de videos de esos por ahí, así que, ¿cómo vas a enterarte, a menos que se vuelva viral? Con esta no va a pasar, no es nadie especial.
La imagen de Tinker desnuda y cabalgando sobre una polla se apoderó de mi imaginación. ¿Estaría en pelota picada, con las tetas bailando y el culo agitándose? Tal vez llevaba una camisa y se la había echado arriba, sin más…
—Deja que me levante y te lo enseño —propuso Talia—. Lo tengo en mi teléfono.
Aquello me sacó de mi fantasía.
—¿Qué? —le dije—. ¿Y cómo es que tienes una cosa así?
—Sabía que ella te había echado el ojo —me dijo, contentísima de sí misma—. Esa puta gorda no sabe que está fuera de tu liga. Marsh consiguió el video y le dije que me lo mandara, por si acaso. Es muy divertido. Ella tiene una pinta de estúpida total y el chico se cabrea muchísimo. Seguro que ella tenía que pagarle y el pobrecito se quedó sin cobrar, por la interrupción. Bueno y luego va Maisy Braeburn y se pone como una fiera contra ella. ¡Es para partirse de risa!
Habría apostado mi Harley a que era imposible que Tinker tuviera pinta de estúpida, pero no estaba seguro de querer verla con el tío, la verdad. Imaginarla follando con un boy desconocido era una cosa, pero ver a alguien real no sería lo mismo. Sin embargo, por otra parte, era una oportunidad tal vez única de verla desnuda…
—Venga, de acuerdo, enséñamelo —le dije, soltándole las manos—. Aunque sigo pensando que es un poco raro que lo tengas.
Talia se sentó en la cama y sacó el teléfono del bolsillo de sus jeans. Buscó un momento en la pantalla, se reclinó sobre mí y me la mostró.
El video empezaba con un grupo de mujeres bailando acompañadas por un par de boys y obviamente bebidas hasta las cejas. Todas eran más o menos de la edad de Tinker. En un momento dado, Carrie aparecía delante de la cámara, con el ceño fruncido, y decía:
—Apaga ya eso. Nadie quiere salir en ningún video.
—¿Qué te pasa? —decía una voz, seguramente la de la dueña del teléfono—. ¿Tienes miedo de que a Darren no le guste?
Carrie ponía cara de mosqueo y le dedicaba a la pantalla un gesto con el dedo hacia arriba, mientras otra voz femenina gritaba:
—¡Necesito más tequila!
A continuación el teléfono enfocaba hacia una mujer de pequeña estatura, con pelo largo y oscuro, ojos marrones y un vestido rojo brillante tan ceñido que parecía que la habían embutido en él. Llevaba en la cabeza un velo rojo con dos cuernecillos de diablesa y en la mano sujetaba una botella vacía de licor, volcada hacia abajo. La chica fruncía el ceño al ser enfocada con el móvil y ponía una cara como si aquel fuera el suceso más trágico de la historia.
—¡Qué pena! —gemía.
—¡Hay más en el dormitorio! —exclamaba una voz y entonces la imagen comenzaba a bailar de un lado a otro, ya que la dueña del móvil había echado a andar por la habitación. En la pantalla aparecía una pierna por aquí, una pared por allá, una puerta de hotel que se abría y, finalmente, un susurro:
—Me cago en la…
Entonces la mano portadora alzaba el móvil, lo sujetaba con firmeza y la imagen mostraba de frente a una Tinker Garrett desnuda, muy desnuda —todo lo desnuda que puede estar una mujer, vamos.
Estaba sentada encima de un hombre y arqueaba la espalda hacia atrás, con los ojos cerrados y cara de encontrarse en el paraíso. Noté que la polla se me endurecía en un segundo. Madre mía, sus tetas eran increíbles, redondas, cien por cien naturales y subían y bajaban ante mi vista, al ritmo de sus caderas, una vez, dos, tres... El hombre agarraba la estrecha cintura de Tinker y su cuerpo se agitaba, como sacudido por calambres, mientras lanzaba potentes gemidos de placer, en lo que a todas luces era un clímax explosivo. Ella continuaba moviéndose y, en un momento dado, se echaba las manos a la entrepierna, lo cual por poco no me hizo explotar a mí también.
Dios, aquellas eran las mejores imágenes con las que un masturbador empedernido podría soñar.
—¿Qué cojones…? —decía una voz de pronto—. ¿Tinker? ¡Joder, Heather, para de grabar!
Era Carrie la que gritaba. En aquel momento Tinker abría los ojos y una expresión de sorpresa primero y del más puro horror a continuación se apoderaba de su rostro. Chillaba y se cubría el pecho con las manos, en un patético intento de tapar su desnudez. Entonces una mano se interponía entre aquella escena y la pantalla del móvil, que enfocaba hacia el techo, mientras de nuevo se oía la voz de Carrie, cargada de furia.
—¡Heather, lo digo en serio, baja el puto teléfono!
—¿Qué ocurre? —preguntaba entonces otra voz, fuera de cámara. El teléfono volvía a mostrar a la pareja, ya plenamente conscientes de que les habían cazado, y un coro de voces femeninas se alzaba de pronto, entre risas de puro gozo. La mujer del velo rojo aparecía de pronto en la pantalla, con paso vacilante y aplaudiendo como loca:
—¡Vamos, Tinker, vamos, eres lo mááás! ¡Yujuuuuu!
—¡Fuera de aquí! —gritaba entonces Tinker, frenética. El tipo con el que se había acostado se ponía de pie y la abrazaba, protector, antes de enfrentarse a las mujeres que acababan de invadir la habitación.
—No te preocupes —decía la mujer del velo rojo—. Vamos, seguid, seguid, solo quiero pillar un poco de esto.
Acto seguido, la «diablesa» se arrodillaba junto a la cama y rebuscaba en una caja de cartón que había debajo.
—¡Heather Brinks, te juro que voy a matarte! —gritaba entonces la voz de Carrie, como una fiera. Alcancé a ver una imagen fugaz de su cara y, un segundo después, el móvil volaba por la habitación y aterrizaba milagrosamente en una silla, sin sufrir daños y sin dejar de grabar. Por una gran casualidad, aquello me proporcionó una excelente vista del culo de Tinker, que era tan apetitoso como un fruto maduro, tal y como me lo había imaginado. El pelo, revuelto y enredado, le caía sobre la espalda. Habría sido perfecto si no hubiera tenido a otro hombre entre las piernas.
El muchacho cubría a Tinker con la colcha de la cama y se enfrentaba al grupo de mujeres que observaban desde la puerta.
—¡Sacad el culo de aquí ahora mismo! —les gritaba y a continuación se escuchaba un golpe junto al teléfono. Una mano pasaba veloz junto a la pantalla y otra agarraba el aparato, bajándolo bruscamente.
—¡Zorra! —gritaba entonces Carrie y se oían nuevos golpes. No estoy seguro, pero daba la impresión de que ella y Heather estaban enganchadas en una pelea de hembras cuerpo a cuerpo. Entonces la imagen mostraba al boy, que arrastraba por el brazo hacia la puerta a la mujer de rojo.
—Joder, fíjate qué culo tiene ese chico —comentó entonces Talia con admiración—. Ella es una vaca, pero él es increíble.
—Ya he visto de él más que suficiente —repliqué. No me gustaba. Nada. Tinker tenía todo el derecho del mundo a follárselo, no había discusión, pero tampoco tenía yo que ser su fan. Lo que quería era ver más imágenes de Tinker. Sí, ya sé que eso me convierte probablemente en una mierda como ser humano, pero había llegado a Hallies Falls con la misión específica de usar mis malas artes sexuales para infiltrarme en un club de moteros y espiarlos. Previamente, había ayudado a uno de mis hermanos del club, Painter, a liquidar a un tipo, así que no puedo presumir de haber comenzado mi carrera en el «lado de los buenos».
—¿Qué demonios está pasando aquí? —preguntaba de pronto una nueva voz femenina y en imagen se abría paso una chica bastante alta, de aspecto desaliñado, con el pelo muy cardado y una horquilla en medio, como directamente salida de un video de Whitesnake. Di un respingo y mi polla se desinfló un tanto.
—Esa es Maisy Braeburn —dijo Talia, con voz animada—. Ahora viene lo mejor.
—¿Jamie? —preguntaba de pronto Maisy. El boy daba un respingo, pero se mantenía clavado en el sitio. Maisy, hinchada literalmente de cabreo, avanzaba hacia él con el aspecto de un pavo de Acción de Gracias. Entonces alguien agarraba el teléfono y la pantalla quedaba en negro, aunque el sonido aún era audible —debía de haber caído al suelo.
—¡Jamie Braeburn, arderás en el infierno por esto! —aullaba Maisy. Una de las mujeres se echaba entonces a reír y muchas otras coreaban.
—Lárgate de aquí, Maisy —respondía Jamie—. Esto no tiene nada que ver contigo, nada que ver con…
Aquí terminaba la grabación, pero la risa proseguía —era la de Talia, que me frotaba el pecho con una mano mientras dirigía la otra hacia mi entrepierna.
—Ya te dije que era divertido —me dijo al oído y reptó rápidamente sobre mí, con un sensual contoneo. Mi confuso miembro respondió endureciéndose de nuevo.
Para el muy estúpido de mierda, un agujero húmedo era un agujero húmedo y eso era todo.
—Voy a imaginar el culo de Jamie mientras te follo —susurró Talia mientras me mordisqueaba el cuello.
—¡Que te jodan! —exclamé, apartándola. Por mí como si me imaginaba vestido de Santa Claus, si eso era lo que la ponía caliente, pero era necesario mantener cierto control sobre la situación. Talia rodó a un lado y sacó morritos en un gesto de despecho.
—Eh, eres tú el que ha dicho que no tenemos una relación de verdad —protestó—. ¿Qué pasa si me caliento pensando en su culo? O te importa lo nuestro o no te importa.
Era hora de establecer las reglas del juego. De lo contrario, se me iría de las manos rápidamente.
«¿A quién pretendes engañar?» me dije a mí mismo. «Se te ha ido de las manos desde el minuto uno, gilipollas.»
—Si quieres follar, quítate la ropa —le ordené, seco. Acto seguido, me agarré la polla a través de la tela de los jeans y me la coloqué en posición.
—Eso sí —añadí—, si lo que quieres es follar con él, ya puedes ir largándote.
—Perdona —dijo ella con una débil vocecilla, como la de una niña pequeña, que utilizaba a veces y que me ponía de los nervios. Mi polla respondió deshinchándose y tuve que morderme la lengua para no gruñir de exasperación. Por suerte el miembro se animó de nuevo cuando ella me apartó la mano para tomar el control de mis zonas erógenas.
—¿Esto es por mí o es por ella? —preguntó, con esa débil nota de inseguridad de nuevo en sus ojos, y supe que era mía de nuevo. Por alguna razón, le importaba lo nuestro de cierta manera. Realmente me había tocado la lotería con ella, aunque fuera un premio de lo más manipulador y retorcido que pudiera imaginarse. Al fin y al cabo, tal vez no tendría que pasar tanto tiempo jugando al gigoló para mi club. Menos mal, porque no hay nada más estúpido en el mundo que una puta que trabaja gratis y yo ya formaba parte de aquella categoría. Cada vez que se la metía a Talia, perdía un punto en mi coeficiente de inteligencia.
—¿Cooper? —dijo ella con la misma vocecita, mientras me desabrochaba el pantalón.
—Todo tuyo, nena —respondí, deseando estar en otra parte, y cerré los ojos mientras sus dedos se cerraban firmemente en torno a mi masculinidad.
«Jódete, gilipollas. Cuanto antes te introduzcas entre los Nighthawks, antes acabarás con todo esto. Tus hermanos confían en ti.»
«Mamones…»