Capítulo 12
Gage
Talia me echó la pierna sobre la cintura y comenzó a refrotarse contra mí al ritmo de la música. El grupo no tocaba mal, pero aquel mierda de Riley no le había quitado ojo a Tinker en toda la noche. Sentía un fuerte deseo de sacar su culo a rastras fuera del bar, cortarle la polla y hacérsela tragar.
En lugar de ello, me veía obligado a permanecer sentado a la mesa de Marsh, mientras su hermana no dejaba de moverse encima de mí, como un puto mono pervertido. Aquello no sería divertido ni en las mejores circunstancias, pero, para aumentar la diversión, Marsh no paraba de hacer gestos con los ojos y la boca y parecía completamente paranoico. Al principio no me había dado la impresión de que fuera un completo adicto a las anfetas, pero ahora se me había creado la duda, lo cual no era precisamente tranquilizador. Hacía dos noches se le había ido la pelota en el club y casi había matado de una paliza a un chico por tropezarse y tirarle su cerveza.
Tinker estaba bailando junto al escenario, comiéndose al guitarrista con los ojos mientras sus amiguitas la animaban. Joder. El tío llevaba la palabra «gilipollas» escrita en la frente. Ella tendría suerte si le ofrecía follársela en el automóvil en lugar de contra la pared de detrás del bar.
«Mantén la cabeza en la partida», me dije con rabia.
De vuelta a la realidad, agarré mi botella de cerveza y la rematé de un trago. Acto seguido, me incliné hacia Marsh.
—¿Tienes algún otro trabajo? —le pregunté y él me miró con el párpado derecho temblándole. «¿Qué demonios pasará por esta cabeza perturbada?», me pregunté.
—¿Por qué? —me dijo—. Te has llevado un buen pico con lo de este último viaje.
«Porque necesito acabar con esta puta farsa», me dije para mis adentros.
—No lo suficiente —respondí—. Está llegando el punto en el que voy a tener que buscar más trabajos por ahí. Lo que decidas está bien, pero estoy dedicándole mucho tiempo al club. Pensé que debía comentártelo antes de empezar a mirar fuera.
Marsh pensó unos instantes en lo que le decía y después sacudió la cabeza.
—Podría tener algo para ti —dijo por fin—, pero significaría subir de nivel. ¿Has considerado alguna vez la posibilidad de unirte a un club?
«Pues sí», pensé. «Soy miembro de los Reapers desde hace dieciocho años, gracias por preguntar.»
—No realmente —respondí, mientras Talia se inclinaba sobre mí para darme un profundo chupetón en el cuello. «La muy zorra está marcando su territorio», pensé. La había cagado antes, hablando con Tinker, pero joder, ella se había caído justo a mi lado. No iba a dejar que se fuera al suelo y claro, una vez que había puesto las manos sobre ella, no iba a ser cuestión de soltarla…
—Piénsalo —dijo Marsh—. Mañana nos vamos a Ellensburg, a una gran exhibición de automóviles clásicos. ¿Recuerdas a un tipo llamado Hands? Desapareció más o menos en los días en que tú llegaste aquí.
—Ajá —asentí, mientras tiraba del pelo a Talia para apartarla de mi cuello. Parecía una puta sanguijuela…
—Pues un amigo me ha pasado un dato interesante —indicó Marsh, inclinándose hacia mí—. Resulta que el tal Hands es un soplón de los federales.
—No jodas —respondí, preguntándome para mis adentros de dónde exactamente le habría llegado la información. Hands había sido un soplón, efectivamente, y ahora era un soplón muerto. No me lo había cargado yo personalmente. Todo lo que había hecho era ayudar a mi hermano Painter a secuestrarlo, a darle una paliza de cagarse y después a entregárselo a los Reapers de Bellingham, como la basura que era. No sabía exactamente qué habían hecho con él, pero me daba la impresión de que su cuerpo se encontraba ahora en el fondo del mar.
En resumen, una auténtica putada: me había tenido que chupar tres noches extra en mi asqueroso hotel por su culpa.
—Pues sí —replicó Marsh— y resulta que me han comentado que Hands va a estar en la exhibición. Si quieres formar parte de este club, ahora tienes la ocasión de demostrar tu lealtad. Si nos ayudas a resolver esta situación, veo gran cantidad de oportunidades para ti a lo largo del camino, ¿me sigues?
Abrí la boca para responder, pero Talia metió la mano entre nosotros y me agarró el paquete. La aparté bruscamente, harto ya de sus «caricias».
—¿Qué cojones te pasa, Coop? —me dijo, cabreada, y Marsh se echó a reír.
—Hace mucho que no estás con un hombre de verdad, hermanita —dijo—Te has olvidado de que no todos vamos ahí siempre con la polla tiesa. Deja de dar la brasa y tráenos más cerveza.
Talia le hizo una mueca malévola, pero no se atrevió a replicar. La vi alejarse y casi me dio pena. Crecer junto a un cabestro como Marsh no debía de haber sido fácil.
—Vamos a aprovechar para llevar algo de mercancía —prosiguió el presidente de los Nighthawks—. Nuestros socios de Tri-Cities, a quienes ya conoces, quieren un trueque. Nos vemos con ellos, nos encargamos de Hands y a pasarlo bien el resto del día. Algunos de esos cacharros están bastante bien, aunque no sean motos. El sitio está siempre lleno de zorras y corre la cerveza a mares. Te gustará.
«Tri-Cities. Interesante.»
—¿Esos son los del negocio de las frutas? —pregunté y Marsh estrechó la mirada, en un súbito ataque de paranoia. Joder, tenía que ser más cauteloso. A este hombre le cambiaba el humor en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Hay alguna razón por la que tengas que hacerme preguntas sobre mi negocio? —me dijo—. ¿Trabajas para alguien más, Coop? Hands es un puto traidor y mañana a esta hora estará muerto. A ti puede pasarte lo mismo, que desaparezcas de la jodida faz de la tierra. No lo olvides.
«Un poco paranoico, ¿no, colega?»
—Solo era curiosidad —respondí, con tono conciliador—. No es nada importante, jefe.
—Bueno, tú vigila tu puta boca —replicó mientras crispaba la mano que tenía sobre la mesa. El tipo necesitaba urgentemente dejar de consumir su propio producto. Aquella era una espiral hacia la tumba…
—Eh, esa de ahí es Tinker Garrett, ¿no? —dijo de pronto.
Miré hacia la pista y fingí no haber estado mirándola sin parar desde el momento en que llegó al local.
—Sí, se le parece —confirmé.
—¿Ya te la has cepillado? —inquirió Marsh y le miré, preguntándome si se trataba de una pregunta trampa.
—No, me gustan más jóvenes —respondí.
—Como mi hermana —apuntó él.
—Como tu hermana —confirmé, con una sensación desagradable en las tripas. Marsh agitó la mano y por un momento pensé que iba a sacar una pistola. Sin embargo, lo que hizo fue golpear la mesa con la palma abierta y con tanta fuerza como hacer saltar los vasos, mientras explotaba a reír.
—Te lo has tragado, ¿eh Coop? —dijo—. Joder, qué fácil. No estoy cabreado, hombre. Talia es mayorcita para decidir con quién folla y con quién no y eso no tiene nada que ver con el negocio. Eso sí, como descubra que me mientes en algo, yo mismo te despellejo.
Dios, este tío era un jodido lunático.
—Aquí está vuestra cerveza —dijo Talia con voz dulce y nos tendió a cada uno una botella, antes de volver a sentarse en mi regazo. A continuación me echó los brazos al cuello y se acurrucó contra mí, como un gatito.
—Nos vamos a Ellensburg mañana, a la exhibición de automóviles —le dijo Marsh a Talia, con los ojos fijos en la pista de baile.
—Parece divertido —comentó ella—. Yo voy con Coop en la moto.
Marsh me miró de reojo y negó con la cabeza.
—No —dijo—, irás en el camión con el resto de las chicas. Todas detrás de la manada.
Talia hizo un mohín de pena con los labios, mientras mi mente galopaba a toda velocidad. Marsh había puesto a Hands de traidor, pero también me había amenazado a mí. Si a eso añadimos que Hands estaba muerto, no era exagerado sospechar que podían estar preparándome una trampa. ¿Habría averiguado quién era yo en realidad? Joder, aunque no fuera así, el puto cabrón estaba cada día más paranoico. Aquel juego se estaba volviendo peligroso.
—Nena, tengo que salir un momento —le dije a Talia mientras la apartaba suavemente—. Es mi madre. Quiere que la llame. Seguro que no es nada, pero ya sabes cómo son las cosas.
Hice un gesto con la cabeza a Marsh y salí hacia la puerta. La banda de música estaba descansando de nuevo entre un tema y otro. Miré a mi alrededor y vi a Carrie y a la otra amiga, pero no a Tinker.
Ni tampoco al guitarrista.
Salí al aparcamiento y me alejé del local, apretando frenético el botón de llamada de mi teléfono móvil. Picnic contestó al segundo toque.
—Solo un aviso —le dije—. Marsh Jackson ha averiguado que nuestro viejo amigo Hands era un soplón, pero no tiene ni idea de que está muerto y enterrado. El tipo está muy colgado y es imprevisible. No sé si realmente cuenta con informadores o si lo supo por casualidad. Ahora acaba de decirme que mañana nos vamos a Ellensburg, con la idea de entregar cierta mercancía y de ir a buscar a Hands. Cree que está por allí.
Picnic guardó silencio durante varios segundos.
—¿Crees que puede haberse olido lo tuyo? —preguntó por fin—. No puedo entender por qué piensa que Hands está en Ellensburg. El tipo se ha esfumado, como si nunca hubiera existido.
Sopesé la cuestión con cuidado.
—Ni puta de idea de lo segundo, pero no creo que me haya detectado —respondí—. El cabrón está paranoico perdido, más de lo que lo estaba cuando llegué a la ciudad. Cada vez que me lo encuentro está más colocado que la anterior. Tiene pinta de estar alucinando con conejitos rosas gigantes y sedientos de sangre.
—Madre mía, nunca imaginé que un club tan bueno pudiera caer tan bajo —gruñó Picnic—. En fin, ¿necesitas algo de nosotros?
—No, pero ten tu teléfono a mano —le respondí—. ¿Painter sale de la cárcel mañana, por fin?
—Sí —confirmó él—. Las chicas le están preparando una fiesta de las grandes. Está loco por Melanie, la hija de London, que ha ido a visitarlo a la jaula todos los días. Creo que no vamos a verle mucho el pelo …
—Esto sí que no me lo esperaba —comenté, reprimiendo la risa—. ¿Crees que esta vez va en serio?
—Ni zorra idea —respondió Picnic—, pero más le vale andarse con ojo. London es una madraza protectora de mucho cuidado y ya puede ir preparándose el que se atreva a hacerle daño a su retoño. Vamos a celebrar la «misa» del club a primera hora de la mañana e informaré a todos de la situación, para que estén sobrios y listos para actuar.
—Te lo agradezco —le dije—. Bueno, tengo que volver al bar.
—Oye, Gage —dijo Picnic.
—¿Sí? —respondí.
—No creas que no apreciamos lo que estás haciendo por el club —me dijo, con voz por una vez seria—. No lo olvidaremos.
—Solo te pido que no te olvides de mantenerte sobrio, porque podría necesitarte pronto —contesté—. Tengo malas vibraciones. Sé que necesitamos más información y aguantaré todo lo que pueda, pero algo está cambiando por aquí. Marsh está al límite. Llegado este punto, me espero cualquier cosa.
***
Volví a sentarme. Ver cómo el guitarrista tocapelotas se comía con los ojos a Tinker había sido solo el comienzo de uno de los fines de semana más largos y jodidos de mi vida.
Hacia la medianoche Marsh nos sacó del bar, obligándome a dejar atrás a Tinker con Joel. La idea de aquel cabrón entrando en su dulce y caliente rajita y yo teniendo que conformarme con meterme un dedo por el culo era más de lo que podía soportar.
Durante unos instantes me planteé la posibilidad de mandar a Marsh a la mierda y volver al bar a por mi chica. Lo habría hecho sin dudarlo, si los Reapers hubieran estado allí para apoyarme. Ya habíamos obtenido un montón de información y, si no era todo lo que habíamos esperado, la vida no siempre era perfecta.
Entonces me obligué a pensar qué ocurriría si hacía eso.
Mis hermanos se quedarían atrapados en territorio hostil y, teniendo en cuenta a los asociados de Marsh, serían superados en número. Por supuesto sabía muy bien que los Reapers de Coeur d’Alene eran mucho más duros que aquellos pequeños chupapollas. Al final los barreríamos, era un hecho.
La cuestión real era cuántos de nosotros acabaríamos en la morgue por el camino. ¿Podía yo justificar que mis hermanos arriesgaran sus vidas por una mujer que ni siquiera conocía mi verdadero nombre?
Los hermanos de Bellingham y Portland estaban aún en Cali. Si hacía la llamada a Picnic, los de Coeur d’Alene acudirían y punto. Así era como funcionaban las cosas en nuestro mundo. Sin embargo, aquella clase de lealtad implicaba que un hombre nunca haría tal llamada, a menos que no le quedara ninguna otra salida.
«Asúmelo, gilipollas. Las cosas son así.»
Marsh nos llevó a la sede del club de los Raiders, de lo cual me alegré. El mamón del guitarrista se había pasado la noche sentado junto a Tinker entre actuación y actuación, invitándola a copas.
Tocándola.
Si llega a intentar meterle la lengua por la garganta, no sé si habría sido capaz de controlarme. Por supuesto, cuando salimos del bar mi imaginación tomó el control y se hizo jodidamente vívida al representarme a mi voluptuosa casera. Llevaba los labios pintados de rojo brillante. ¿Estaría ese color en la polla del gilipollas al final de la noche?
Era preciso localizarlo y pegarle un tiro.
La única respuesta razonable, dadas las circunstancias.
***
Las cosas empeoraron al llegar al club. La tensión que sentía por dentro aumentó al ver que todos los presentes eran hombres de Marsh. Los de la facción de Cord —los descontentos—no habían asomado la nariz en toda la noche, por lo que pude averiguar. O bien Marsh no les había invitado o estaban planeando algo. En cualquier caso, se avecinaba la ruptura. Tal vez de forma inminente.
Parte de mí me decía que podíamos sondearles para ver si había posibilidad de que se unieran a nosotros, pero por otro lado, ellos habían jodido la situación en un principio.
Pasamos la noche bebiendo y jugando a las cartas, mientras Talia y sus amigas salían de cuando a cuando a meterse chutes de droga. Marsh estaba tan tenso que llegó a pegarle un puñetazo a un aspirante del club por haberse atrevido a ganar una mano tirándose un farol. El presidente de los Nighthawks no paraba de murmurar acerca de Hands y sobre la necesidad de estar alerta contra los traidores.
No se me escapó el hecho de que sus ojos se desviaban hacia mí al decir aquello.
Al menos Talia no me estaba tocando demasiado las pelotas, ocupada como estaba en meterse anfetaminas en el baño, en compañía de sus amigas. Hacia las tres de la madrugada, Marsh recibió un mensaje de texto que le cabreó hasta el punto de agarrar una silla y arrojarla bien lejos.
—¡Cerrad la puta boca y jugad al póker, perdedores de mierda! —nos gritó, furioso.
Buenos tiempos.
A medida que pasaban las horas, las chicas se iban descontrolando más y más. Algunas de ellas se habían puesto a hacer strip-tease encima de la barra del bar, siempre bajo la dirección de Talia. A las cuatro de la madrugada, mi presunta novia decidió que Sadie tenía que montarse una sesión de sexo en grupo con los que quisieran y la mayoría de los hombres la siguieron a la habitación trasera. Yo me quedé donde estaba, apoyado en la pared y calentando en la mano una botella de cerveza medio vacía.
Hacia las cinco las cosas empezaron a ponerse feas de verdad, cuando Marsh sacó una pistola y nos conminó a entregarle nuestros teléfonos móviles para que no pudiéramos «avisar al traidor». La idea no me gustó ni un pelo, pero por suerte tenía la costumbre de eliminar por sistema cualquier mensaje o llamada que pudiera comprometerme. Aparte guardaba un teléfono desechable en un compartimento secreto de mi moto, pero no me serviría de mucho si no conseguía salir del edificio. Los demás moteros abrieron mucho los ojos, pero todos entregamos nuestros aparatos porque ¿qué otra opción teníamos? Creo que, hasta aquel momento, ninguno de aquellos pobres imbéciles que Marsh había atraído a su red se había dado cuenta de lo seria que era la situación.
Ahora ya sí lo sabían.
Ya eran las siete de la mañana cuando Marsh envió a tres de las chicas a buscar comida. La siguiente hora se la pasó paseando de un lado a otro, murmurando, consultando la pantalla de su teléfono y mirándonos con cara de pocos amigos. El club era como una olla a presión a punto de estallar.
Necesitaba tomar un poco de aire, así que salí a la calle.
Marsh había encargado a dos de sus matones que vigilaran la entrada del club e impidieran que nadie lo abandonara, así que me dirigí a la parte de atrás, donde había una parcela más o menos la mitad de grande que el edificio, a la que rodeaba una valla coronada de alambre de espino. En el centro se veían los restos de una fogata y algunas mesas de picnic en bastante mal estado. Talia me había comentado que solían encender hogueras allí, pero ni siquiera los Nighthawks se habrían arriesgado a jugar con fuego en aquellos momentos, cuando el humo de los incendios cercanos llenaba el aire y la situación empeoraba día a día.
Me apoyé en la pared trasera del club y cerré los ojos, preguntándome qué estaría haciendo Tinker en aquellos momentos. ¿Se habría ido a casa con el chico de la guitarra? Mierda, iba a sacarle las tripas por la boca. Nadie podía ponerle un dedo encima a mi chica, nadie…
«Eso sí que son pensamientos racionales, hermano», me dije. Entonces oí un sollozo ahogado que procedía de un lado del edificio. Me acerqué y vi a una chica acurrucada contra la pared, con el pecho pegado a las rodillas y que al verme dio un respingo. El pelo le cubría la cara y la luz era muy débil, así que no pude reconocerla.
—¿Estás bien? —le dije y ella asintió con la cabeza, sin mirarme.
—Sí, solo ha sido una mala noche —respondió y su voz me resultó familiar. Era Sadie, la soplona que le contaba a Talia todo lo que hacía en el edificio de apartamentos. Joder. Se había metido en una habitación con la mitad de los tíos del club y ahora estaba allí. Mal asunto.
—¿Qué ha pasado? —inquirí, preguntándome por qué demonios me importaba. La zorrilla me había causado un montón de problemas, pero aquello, la verdad, era un poco fuerte. Se suponía que los Reapers controlaban a sus clubes de apoyo, pero la tal Sadie no era más que una cría.
—Adivina —respondió ella, encogiéndose aún más.
—Las cosas se pusieron feas con los chicos —dije.
No era una pregunta y ella no se molestó en responder.
—Tienes que apartarte de este club —le dije—. Talia no es tu amiga, Sadie.
La mandíbula de la muchacha se crispó.
—No me avergüenzo de mí misma —aseguró.
—No he dicho que debas avergonzarte —repuse—, pero está claro que no estás satisfecha. Los Nighthawks no son buenos para ti. Ninguno de esos hombres te tratará nunca con respeto ni te convertirá en su propiedad. Lárgate mientras puedas.
Sadie se apartó unos pasos, aún negándose a mirarme.
—No te he pedido tu opinión —me dijo.
—No pretendo hacerte perder el tiempo —repliqué, echándome el pelo hacia atrás con la mano—. Si cambias de idea, dímelo. Tal vez pueda ayudarte, ¿de acuerdo?
No hubo respuesta.
—¡Eh, Coop! —llamó una voz de hombre—. ¿Estás ahí?
—¡Sí! —respondí y me dirigí a la puerta del club. Uno de los seguidores más recientes de Marsh, Rome, me estaba esperando.
—Marsh quiere hablar contigo —me dijo, tragando saliva y mirando hacia el interior del edificio—. La cosa va mal, Cooper. ¿Has visto lo nervioso que está? Ahora dice que tenemos que quedarnos con él todo el día. Yo tengo que ir a trabajar. No puedo arriesgar mi empleo por esto.
—Quédate a mi lado —le respondí—. Vamos a ver qué podemos hacer.
Rome pareció aliviado, aunque no sé muy bien por qué, puesto que mi poder en aquella situación era bastante dudoso. No sabía nada de él, pero era joven y con aspecto de buen chico. Al igual que Sadie, había caído en una situación que escapaba a su control. Entramos en el club, donde la situación se había puesto si cabe más jodida. Marsh se encontraba de pie junto a la puerta, de brazos cruzados y mirando con el ceño fruncido a los presentes.
—Nadie se va de aquí —anunció—. Nadie, hasta que no encuentre al traidor.
Aquello no sonaba nada bien. Rome carraspeó, nervioso, y Marsh se volvió bruscamente para mirarnos.
—Cooper estaba ahí atrás —indicó—. No pretendía largarse, Marsh, solo tomar un poco el aire.
Marsh asintió con la cabeza.
—Tenemos que hablar, Coop —dijo—. En la «capilla». Ahora mismo.
Al decirlo se sacó la pistola semiautomática de la sobaquera y la sostuvo con aire desenfadado, mientras miraba a su alrededor.
—Los demás, todos aquí y en silencio —advirtió—. Ni se os pase por la cabeza joderme.
Dicho esto, echó a andar hacia el cuarto que llamaban «la capilla» y los hombres se apartaron a su paso tan apresuradamente que uno se cayó al suelo. Yo lo seguí y noté que dos de los moteros venían detrás de mí. Uno de ellos cerró la puerta a nuestras espaldas y Marsh alzó la pistola y me apuntó al pecho.
—¿Hay algo que quieras decirme? —preguntó.
***
Tinker
El sábado por la mañana fue… desagradable.
La razón era que no había bebido así desde… bueno, desde la despedida de soltera de Margarita. Ahora me sentía en el infierno o en algo aún peor, digamos… ¿en un concierto de Justin Bieber?
La culpa era de Margarita.
Qué demonio de mujer.
No fallaba: cada vez que salíamos, yo bebía como una esponja y me comportaba como una idiota. No es que no me lo hubiera pasado bien, claro. Habíamos bailado hasta dejar de sentir los pies, sin dejar de gritar «otra, otra» cada vez que el grupo acababa una canción, y para terminar habíamos cerrado el bar. Joel no había dejado de invitarme a copas entre cada actuación y al final había decidido irme a casa con él.
Me había mostrado fotos de sus hijos, incluido un bebé no mucho mayor de lo que habría sido Tricia. La Tinker sexi y ligona se disolvió como un azucarillo y acabé llorándole en la pechera y contándole todo sobre mi hija nacida muerta.
Menudo corte de rollo, ¿verdad?
Pues hay que decir en favor de Joel que lo encajó de maravilla, escuchándome comprensivo y sin objetar nada. A continuación me ofreció llevarme a casa, me acompañó hasta la puerta y me despidió con un dulce y platónico beso en la frente.
Hasta más ver, pasión desenfrenada…
Ahora era otro día y, como Dios es cruel, tenía un pedido urgente de un cliente de Bellevue. Eran buenas noticias desde el punto vista económico, pero malas en términos de capacidad de producción. Por suerte Randi accedió a ayudarme y recluté a la señora Webbly para que me ayudara a echar un ojo a mi padre.
Las cosas irían bien en cuanto el maldito paracetamol me hiciera efecto.
—Creo que estoy enamorada —anunció Randi nada más empezar a preparar el trabajo. La miré parpadeando, preguntándome qué tenía que ver aquello con preparar dulces. Ella se echó a reír y el sonido me arañó dolorosamente el interior del cráneo.
Por esto. Por esto no deberías salir por ahí con Carrie y con Margarita. ¿Por qué nunca aprendes?
—¿Otra vez? —le contesté, rezando para que el trabajo la distrajera y cerrara el pico.
Randi suspiró, alegre e inconsciente de mi dolor.
—Se llama Rome y es perfecto —indicó.
—¿Nuevo en la ciudad? —me obligué a preguntar, mientras alcanzaba el azúcar.
—Sí, creo que sí —confirmó Randi—. Bueno, no lo sé seguro, la verdad. Solo hemos hablado un par de minutos, pero me pidió el teléfono. Fue en una fiesta en Omak el fin de semana pasado. En varios días no tuve noticias de él, así que pensé que pasaba de mí, pero ayer por la tarde me llamó y me pidió salir. Vamos al cine esta noche, cuando salga del trabajo. ¿Crees que conoce al hombre que trabaja en tu edificio? Rome pasa mucho tiempo con los Nighthawks y a Cooper le he visto también con ellos.
Aquello atravesó la niebla que oscurecía mi mente y la miré.
—¿Cuántos años tiene ese chico? —pregunté, acuciada por la sospecha.
—Bueno, yo no lo llamaría exactamente un chico —respondió Randi, entre risillas—. En parte es por eso por lo que me gusta. Es un tío que se ha movido por ahí, ¿sabes lo que quiero decir?
Sentí una sensación desagradable en el estómago.
—Pues no —repuse—. Ilústrame, por favor.
—Bueno, tiene como cuatro años más que yo —explicó ella, suspirando de nuevo—. Tiene el pelo castaño y está morenísimo de montar en moto. Es un poco chulito, así como malote, pero me invitó a una copa y se sentó junto a mí en la fiesta. Hablamos, nos reímos y me lo pasé increíble con él. Creo que habríamos acabado besándonos, pero me llamó mi madre y tuve que volver a casa. Tenía que ir a trabajar al hospital y necesitaba que me quedara a cuidar a las enanas.
—Ajá —me limité a comentar, deseando que mi cerebro empezara a funcionar a pleno rendimiento de una vez. Normalmente me irritaba la actitud de la madre de Randi. Tenía un buen trabajo y no me parecía justo que siempre anduviera liando a su hija mayor para que cuidara a sus hermanitas. Cuando le ofrecí trabajo por primera vez, ella tenía planes de ir a estudiar a la Universidad Central, pero tiempo después me había comentado que iba a apuntarse a clases por internet.
Tonterías.
No tenía yo muy buena opinión de su madre, pero aquella vez en concreto me alegré de que la hubiera sacado de la fiesta. No me gustaba la idea de que saliera con un tipo mayor que ella y conectado a los Nighthawks.
—Creo que debes tener cuidado —le dije, con el ceño fruncido mientras sacaba del frigorífico un recipiente lleno de crema—. No sabes nada de él y no tenemos ni idea de hasta qué punto los Nighthawks son peligrosos. Ya sé que yo he contratado a Cooper, pero no estoy saliendo con él. Es un inquilino más.
—No lo entiendes —respondió ella, con cara de «qué paciencia hay que tener… »
Oh, lo entendía mejor de lo que pudiera imaginar, pobre niña. No era la única estúpida capaz de caer en las patéticas redes de un motero.
El ruido de alguien que llamaba con energía a la puerta de la tienda nos interrumpió de pronto. Por un momento pensé alarmada que era Talia, que venía a matarme, pero me acordé de que Carrie y Margarita me habían dicho que se pasarían a verme antes de que esta última se fuera de la ciudad. Al haberme visto irme con Joel, estaba claro que se morían por oír los detalles sobre cómo había acabado la noche.
Randi se asomó a la puerta de la cocina.
—Es Carrie, con otra mujer —confirmó—. ¿Vas a charlar con ellas un rato?
—Seguramente —respondí, mientras arreciaban los latidos de dolor en mi cabeza.
—¿Entonces no te importa que me acerque a la gasolinera a por algo de comer? —me pidió—. Esta mañana no he desayunado.
A paseo mi propósito de dar un buen empujón al trabajo pendiente. No era mi fin de semana, estaba claro.
—Claro —le dije—. Tómate tu tiempo. Por favor, ábreles al salir.
Revisé mi lista de tareas pendientes para el día. Demasiado. Demasiado para una mujer que la noche anterior se había bebido hasta el agua de los floreros…
—Tienes un aspecto horrible —dijo Carrie muy animada, asomando la cabeza por la puerta, y yo la miré asombrada, porque su aspecto era fantástico. Estaba feliz y contenta y más llena de energía de lo que resultaba decente. Margarita entró detrás de ella, con una taza de café en la mano para mí. Dios, su caso era aún peor: de alguna manera había conseguido arreglarse el pelo y maquillarse entera.
—¿Por qué tenéis tan buen aspecto? —les pregunté—. Yo estoy como si me hubiera pasado por encima una apisonadora.
—Grandes cantidades de cafeína y vitamina C —declaró Margarita—. Deberías probarlo. Yo me lo meto en vena, si es necesario. Te hemos traído algo de comer, también. Siéntate.
—Tengo trabajo —objeté.
—Tienes que comer —corrigió ella—. Pon el culo en esa banqueta ahora mismo. La cocina seguirá ahí cuando hayas terminado, te lo prometo.
Ella y Carrie ya se habían acercado asientos hasta la isleta central de la cocina. Me senté enfrente de ellas, alargué la mano hacia uno de los sándwiches envueltos en papel y lo abrí. Era de pepperoni, jamón y salami, con una salsa bastante densa hecha de mayonesa y mostaza, que chorreaba de los bordes como si fuera pus.
—No puedo comerme esto —dije, con una arcada, y lo devolví de inmediato a su sitio.
—Ese es el mío —dijo Carrie entre risas, alargándome otro sándwich—. El tuyo es vegetal, míralo. No soy tan sádica.
Margarita rio también mientras abría un recipiente con albóndigas dentro, que olían como todos los infiernos. Di un mordisquito a mi sándwich y lo dejé a un lado. Se siente. Lo de comer iba a quedar para más tarde.
—¿Es muy pronto? —preguntó Carrie con voz compasiva y yo asentí, lúgubre, con la cabeza a punto de estallarme. ¿Cuándo va a hacer efecto el jodido paracetamol?
—Bueno, ¿qué pasó al final anoche? —intervino Margarita—. Tú y Joel os estabais comiendo con los ojos cuando nos marchamos. Por favor, dinos que te lo llevaste a la cama.
Sopesé la posibilidad de mentirles.
Contarles que me lo había llevado a un hotel barato y que habíamos follado como monos salvajes. Una historia con esposas, nata montada y una boa de color morado sobre mis hombros…
—Me enseñó fotos de sus hijos —confesé—. Tiene una hijita que tendría ahora los mismos años que Tricia.
Carrie y Margarita se miraron fijamente.
—¿Y? —preguntó Margarita.
—Me eché a llorar como una chiflada —explicó—. Entonces me llevó a casa y me despidió con un beso en la frente.
Las dos gimieron al unísono.
—El beso de la muerte —dijo Margarita, gravemente—. Nunca volverás a saber de él.
—Bueno, no extraigamos conclusiones antes de tiempo —objetó Carrie—. Vale, le has llorado todo por encima cuando estabas borracha como una cuba. No es un gran aliciente, pero tú no viste como te miraba el culo, Tink. Ayer estabas de lo más follable, lo que significa que aún hay esperanza. Ya ha hecho el esfuerzo de intentar consolarte cuando estabas triste y apuesto a que no le importaría recibir su recompensa por ello. Dale un toque.
—No tengo su número —dije.
—Ya me he adelantado —respondió ella, con una sonrisa de oreja a oreja—. Esta mañana llamé a Anita Schofner. Vive en Wenatchee ahora y trabaja en Bi-Mart. Bueno, es amiga de Kirstie Inman, que es amiga a su vez de Brandy Soza, la peluquera de la hermana de Joel, y resulta que tenía su teléfono.
Margarita y yo nos quedamos mirándola con ojos como platos.
—¿Qué pasa? —dijo Carrie, todo inocencia y candor.
—Eso ya es espionaje en toda regla —dijo Margarita lentamente y yo asentí en silencio. A veces Carrie me asustaba.
—Sí, es una enfermedad —confirmó, con tono serio—, y no solo soy buena espiando a la gente, sino que soy vengativa como el demonio. Por eso siempre tenéis que invitarme a beber mucho, para que esté de buen humor. Bueno, este es el plan. Tinker, hoy por la tarde vas a enviarle un mensaje de texto. Le dices que sientes mucho haberle llorado encima y que te gustaría invitarle a cenar o algo.
—Si le mando eso y averigua cómo conseguí su teléfono, probablemente pedirá una orden de alejamiento —objeté y Carrie se encogió de hombros.
—Ya te comportaste como una loca anoche —sugirió, razonablemente—. A estas alturas ya no tienes nada que perder.
Miré a Margarita, con la esperanza de que desmontara aquel ridículo plan. Sin embargo, se encogió de hombros a su vez.
—No soy la persona adecuada para opinar —dijo—. Para locuras, las que hago yo, ¿recordáis? Además, necesitas olvidarte un poco del macizo de tu «hombre para todo». Entiendo que quieras acostarte con él. Si yo no estuviera casada…
—Bueno, eso no ayuda —cortó en seco Carrie—. ¿Vas a llamarle y pedirle salir, entonces?
Consideré la situación y suspiré.
—¡Qué demonios! —dije por fin—. Mándame el número.