Capítulo 15

Ya había oscurecido cuando llegué a casa de Tinker. BB, uno de nuestros aspirantes, pasaba en aquel momento por delante para comprobar que todo estaba bien. Le hice un gesto al pasar y miré hacia la casa. Había luz en la habitación de ella y distinguí una silueta que se movía.

Genial.

Cuando llamé la primera vez, no respondió nadie. La noche era cálida, olía a flores y al humo lejano de los incendios. Por poco no le di con el pie a una copa de vino vacía que Tinker había debido dejar en el suelo del porche.

Su ritual de los domingos.

Siempre se sentaba allí a beberse su copa, a reír y a compartir confidencias con su amiga Carrie. Y también a volverme loco de lujuria, mirándome con aquellos ojos, lamiéndose aquellos labios y fingiendo que no había una bomba nuclear con temporizador latiendo entre nosotros. Incluso después de empezar a evitarme, no había abandonado su costumbre de los domingos por la tarde.

Y yo me aseguraba de que tuviera su espectáculo, por supuesto.

Siempre había mucho trabajo que hacer alrededor de su edificio y yo aprovechaba para quitarme la camiseta cada vez que la veía por allí. Mi polla latía frenética al pensar en aquel culito embutido en los shorts que a ella tanto le gustaban, por no mencionar el recuerdo del sabor de su boca…

Pronto la tendría debajo de mí.

Un deseo salvaje me quemaba por dentro y se intensificaba con cada metro que recorría hacia ella. Por primera vez me pregunté si Pic no habría tenido razón en lo de contenerme. No me sentía tierno, ni tampoco protector.

Quería follar.

Necesitaba follar esa misma noche.

Sí, seguramente haría que se cagara de miedo, y no, llegado este punto ya no me importaba. Ella estaba ahí dentro y no había puerta capaz de mantenerme fuera. No ahora que estaba tan cerca. Di un puñetazo al timbre, preguntándome si no me haría falta derribar la puerta a patadas.

Entonces oí cómo descorrían el cerrojo.

—Lo siento —oí decir a Tinker—, estaba arriba y…

Su voz se interrumpió al verme y no me molesté en disimular el deseo que me consumía por dentro. Llevaba un camisón vaporoso, como de seda, ajustado en la cintura, y el pelo recogido en una coleta que sería perfecta para que yo la sujetara mientras le daba por detrás.

Sentí que las bolas se me hinchaban hasta reventar y tragué saliva, pendiente de sus pezones, que se le marcaban en el camisón. Aquella finísima tela no hacía sino subrayar lo duros que se le habían puesto.

—Es un poco tarde —dijo ella.

—Es hora de que hablemos, Tinker —repliqué, consciente de que mi voz sonaba como la de un hombre de las cavernas y sin que me importara una mierda. Entré, la agarré por el brazo y la aparté para poder cerrar la puerta. Melocotones. Ahí estaba, como siempre, su perfume. ¿Olería también así su rajita?

Solo había una forma de averiguarlo.

Mi polla creció solo de pensarlo. Avancé muy lentamente hacia el salón de la casa, contando los pasos para mantener el control, hasta llegar a una mesa de color oscuro pegada a la pared. «Controla», me decía para mis adentros. «No la asustes. Fóllatela hasta hacerla gritar.»

Joder, era incapaz de decidir lo que quería.

Todo a la vez.

—¿Qué ocurre? —preguntó y sentí miedo en su voz. Dios, aquello me hacía desearla aún más. Me encantaba la idea de cazarla como a una gacela, derribarla y follarla mientras ella suplicaba piedad. Sus pezones estaban como piedras. Me deseaba tanto como yo a ella. ¿Estaría húmeda? Casi podía olerlo…

La polla me latía al mismo ritmo que mis sienes.

«No pierdas el control, imbécil.»

Me eché la mano a la espalda, saqué la pistola que llevaba encajada en la parte trasera de los jeans y la deposité en la mesa. A continuación me desabroché el cinturón y me lo saqué para liberar la funda que guardaba mi cuchillo.

—Cooper, creo que… —empezó a decir Tinker, pero la interrumpí con un gesto. No podía soportar que me llamara por ese puto nombre ni una sola vez más.

—Gage —la corregí.

Coloqué mi cuchillo de monte y mi cinturón —cuidadosamente enrollado— en la mesa, junto a la pistola. Picnic tenía razón, pensé. La situación se me iba de las manos por momentos. Ella necesitaba una explicación detallada, paciente. En cambio, yo necesitaba hundirle mi miembro erecto en el interior de su túnel del placer. Una de las dos cosas iba a ocurrir y seguramente no sería la sensata e inteligente.

—¿Gage? —preguntó ella, vacilante.

—Mi nombre es Gage —confirmé, avanzando hacia ella. Dios, tenía las mejillas encendidas, sus ojos rebosaban deseo y sus preciosas tetas se movían al ritmo de su respiración agitada. Tenía que averiguar dónde guardaba su ropa interior y cortarla con mi cuchillo: aquellas tetas eran auténticas obras de arte y no merecían que las taparan.

—¿Tu nombre es Gage? —repitió, totalmente confusa.

Normal, con toda la sarta de mentiras que le había contado.

—Sí, el otro nombre es falso —le indiqué, sin rodeos—. Todo era falso. En los últimos dos días nos ha llovido mucha mierda encima. Las cosas han cambiado y tenemos que hablar.

Sin embargo, al que dejé hablar fue a mi cuerpo, que se pegó al suyo, haciendo que sus tetas se aplastaran contra mi pecho. Dios, qué sensación, por no mencionar la que me proporcionaba mi falo al hacer presión contra su vientre. Me sentía bien, en casa, como cuando volví a ponerme mi chaleco de cuero con los colores de mi club. Era algo que resonaba en todos mis huesos y cualquier duda que pudiera albergar respecto a ella quedó disipada en aquel instante. Tenía que encerrarla, hacerla mi prisionera hasta que entendiera a quién pertenecía. Tal vez incluso tatuarle mi nombre en el culo para que no se le olvidara.

Así, si a algún gilipollas se le ocurriera vérselo, conocería de inmediato el nombre de su futuro ejecutor.

Mi mano apretó su cuello durante un momento —¡Dios mío, qué poder sentí!—. Era algo tan agradable que casi dolía. A continuación deslicé la mano bajo su pelo, profundamente, hasta que saltó la goma que lo sujetaba. La expresión en los ojos de Tinker era salvaje y comencé a restregar mis caderas contra las suyas, con las nalgas muy tensas, al imaginar que la estaba penetrando profundamente.

—Hay mucho que contar, así que te daré la versión corta por el momento —dije, dominándola ahora con la mirada igual que hacía con el cuerpo—. Cuando llegué aquí no era libre, pero ahora sí lo soy, así que voy a tomar lo que es mío.

Tinker tragó saliva. La polla me dolía de lo hinchada que estaba y la sangre me latía con fuerza en las sienes. Tenía que conseguir que ella tragara algo bastante más sólido… Dios mío.

—¿Qué quieres decir? —me preguntó con voz tensa—. ¿Tomar qué?

—Tomarte a ti —respondí, abriéndole las piernas con mi rodilla. Sentía su calor y mis caderas reanudaron su movimiento, a un ritmo lento, un preludio de lo que vendría después. Me incliné hacia delante y froté mi nariz contra su mejilla.

—Ahora eres mía —le dije. Ella se puso rígida y yo le sujeté el pelo con más fuerza. Tenía que saber quién era el jefe, quién controlaba allí la situación.

Saber que yo me ocuparía de ella.

De nuevo tragó saliva y yo gruñí y presioné más con las caderas. Aquello era mejor y a la vez peor de lo que había imaginado, porque se suponía que había venido a dar explicaciones y no conseguía hilar dos pensamientos seguidos. Tal vez sería mejor follarla y dejar la charla para más tarde —tal vez entonces podría pensar—. Le abrí aún más las piernas con un enérgico movimiento de las mías, apreté mi pelvis contra la suya y la presioné contra la puerta. Me movía tal y como si estuviera penetrándola y la sensación era a la vez de dolor y del mayor placer que hubiera sentido en toda mi vida.

Tinker jadeó y en aquel momento supe que había ganado la partida. Después podría ponerse como una pantera contra mí, pero en aquel momento me deseaba tanto como yo a ella. Era buena cosa, porque en cuanto se enterara de la verdad al completo, lo más seguro era que fuera detrás de mí con la escopeta de su padre.

Cerré los ojos durante un instante, tratando de ralentizar el movimiento y de recordar lo que había venido a decirle. Muy jodido, porque mi mente racional había dejado de funcionar. Ahora solo era consciente de mi polla presionando contra su entrepierna y del calor de su cuerpo, que me llegaba a través de la ropa que nos separaba.

—Han pasado muchas cosas —le dije con voz ruda—, pero lo que importa ahora es que me perteneces. Eres mi propiedad. No entiendes lo que eso significa, pero no pasa nada, yo te lo enseñaré. Cuando te acuerdes de este momento, quiero que sepas que había un antes y un después de que te hiciera mía. Ahora ya es después, ¿entendido?

Obviamente no había entendido, ya que en su rostro se leía una confusión total. Si yo hubiera sido un hombre decente, la habría dejado marchar, pero no era el caso. Ella tragó saliva de nuevo y la idea de meterle mi ariete por la garganta me poseyó por completo. El pulso me latía con fuerza desbocada y me movía de forma más y más frenética. No tenía ni idea de cómo había conseguido mantener las manos apartadas de ella durante los pasados días, pero aquello se había acabado.

Había perdido el control y no había manera de que pudiera recuperarlo.

—¿Y qué pasa con tu novia? —me dijo Tinker de pronto, estrechando la mirada y dejando entrever una chispa de celos, que me hizo rugir de triunfo por dentro. No le gustaba que me follara a Talia. Buena cosa. Seguro que nos pelearíamos unas cuantas veces por aquel motivo, pero luego vendría lo mejor, el sexo de reconciliación.

—Para empezar Talia nunca ha sido mi novia —le respondí—. Esa zorra no es nada para mí.

Tinker frunció el ceño, con expresión de escepticismo, y yo respondí agarrándole una pierna y colocándola sobre mi cintura. Ahora mi miembro apuntaba a su raja con un nuevo ángulo y, si hubiéramos estado desnudos, ya la estaría penetrando.

—Mi club me envió aquí para obtener información acerca de los Nighthawks y Talia era la mejor vía para acceder —le expliqué—. Follar con ella era como hacerlo con una puta mantis religiosa. Ha desaparecido del mapa y, en todo caso, he terminado con ella.

Tinker sacudió la cabeza y me dio un empujón en el pecho, tratando de apartarme —como si tuviera alguna posibilidad de conseguirlo—. La agarré por ambas manos sin esfuerzo y se las sujeté por encima de la cabeza, ya que aquí el que mandaba era yo y se lo iba a poner claro. Acto seguido me incliné sobre ella y aproximé mis labios a los suyos, tanto que sentí el calor de su boca.

—Llevo demasiados días viéndote menear ese culito —le susurré—. Te sientas en ese precioso porche con tu amiga y finges que no me miras, pero lo haces constantemente. Lo llevas deseando mucho tiempo y ahora vas a tenerlo.

Dicho esto, le cubrí la boca con la mía y mi lengua entró en ella profundamente, mientras mis caderas atacaban de nuevo las suyas. La sensación era mejor de lo que recordaba, cálida, dulce, suave. Si no la penetraba en los siguientes cinco minutos, aquel deseo incontrolable iba a matarme.

Lo malo era que, para hacerlo, necesitaba apartarme lo justo como para arrancarle el camisón y era una situación jodida, ya que no estaba nada seguro de ser capaz. La idea de apartarme de ella, aunque solo fuera un instante, era más de lo que podía aguantar. En aquel momento su lengua empezó a jugar con la mía y apretó la pierna alrededor de mi cintura. Dios. El calor aumentaba sin parar y nuestro beso era ya frenético.

Le agarré el culo con una mano y la atraje con mayor fuerza aún contra mi cuerpo.

Ella me mordió la lengua.

Con fuerza.

Me eché atrás y nos miramos a los ojos, jadeantes.

Y entonces ella habló.

—Hijo de puta —me dijo—. Me mentiste.