Capítulo 22

Gage

—¡Gilipollas de mierda! —me gritó Talia y tuve que recurrir a todo mi autocontrol para no arrojarla contra los arbustos. No habría sido una buena idea, en todo caso, no con gente mirando. Maldita zorra. La deposité en el suelo con suficiente delicadeza como para no hacerla caer, pero para que tampoco fuera un aterrizaje demasiado suave.

—¡Cállate de una puta vez! —le espeté—. Ni se te ocurra dirigirme la palabra, ni tampoco a Tinker. Voy a darte una oportunidad de sacar tu culo de esta ciudad, ¿me has entendido?

Talia resopló y se le hincharon las aletas de la nariz.

—Nadie utiliza a Talia Jackson —replicó, apretando los dientes—. He hablado con Marsh y sé lo que pasó. Te juro por Dios que pagarás por lo que has hecho. Todos pagaréis.

—Lo que tú digas —respondí y le di la espalda para encaminarme hacia el bar. Ella entonces se me echó encima chillando como una furia, se colgó de mi cuello y estiró hacia abajo con tanta fuerza que me cortó la respiración. Zorra del demonio. Le asesté un codazo, cayó al suelo y me volví rápidamente para enfrentarme a ella.

—¡Dios! —gritó alguien—. ¡Llamad a la policía!

«Genial. Justo lo que necesitaba.»

—Talia, no seas idiota —le dije—. No puedes pelear conmigo y no tienes sitio aquí.

En aquel momento agradecí toda mi experiencia en movidas con mujeres, gracias a mi trabajo en el bar de strippers

—Esta es mi ciudad —me dijo—. Mi ciudad. Cuando regrese Marsh…

—Marsh no va a volver —la corté, seco, y me saqué la cartera del bolsillo. Sin quitarle ojo de encima, extraje cinco billetes de cien dólares y se los mostré.

—Toma el dinero y lárgate —le dije—. Eres joven y no hay razón alguna para que esta sea tu vida.

Talia agarró el dinero de un zarpazo y me mostró los dientes.

—No soy una puta a la que puedas pagar y despedir —me dijo—. Te haré pagar de verdad por lo que has hecho. ¡Los dos pagaréis! Esa zorra tuya no es nada, ¿me oyes? Nada. No puede hacer nada de lo que hago yo. Parece que tiene un palo metido por el culo, de lo tiesa que va, y…

En aquel momento sonó una sirena y, a los pocos instantes, un vehículo patrulla se detuvo junto a la acera, cerca del lugar donde nos encontrábamos. Talia abrió mucho los ojos y echó a correr. Yo me limité a observar cómo se alejaba y suspiré.

«Tinker no se merece esto.»

«Mierda.»

El mismo agente que había acudido a la casa de Tinker salió del vehículo, miró hacia la mujer que corría y después se volvió hacia mí. Me encogí de hombros.

—¿Algún problema? —preguntó, observando nervioso mi chaleco de cuero, con los distintivos de los Reapers. Sabíamos que la policía local mantenía lazos de complicidad con los Nighthawks, pero no estaba seguro al cien por cien de que hubieran sido informados del cambio en la jefatura. Sacudí la cabeza, con cara de circunstancias.

—Está cabreada porque estoy saliendo con otra —le indiqué—. Fue a por mi chica, Tinker Garrett, y cuando la saqué del bar para que se calmara, me atacó.

—Es cierto —intervino alguien y, al volverme, vi que un grupo de gente nos miraba, pendiente de la escena.

—Se volvió loca —dijo una mujer, mostrando su teléfono móvil—. Lo he grabado todo, por si quiere verlo.

El policía me observó de nuevo y después se dirigió hacia la mujer, para echar un vistazo al video. Mientras lo visualizaba, oí amortiguados en la grabación los ruidos de la escena de la que acababa de ser protagonista. Una vez se hubo terminado el vídeo, el agente se volvió de nuevo hacia mí.

—Voy a tener que interrogar a la gente de dentro y obtener declaraciones —anunció.

—No deseo presentar ningún cargo —le indiqué.

—Aún no hemos llegado a ese punto —replicó él, lanzando de nuevo un vistazo hacia mis parches de los Reapers—. Vamos a buscar a Tinker y empezaremos desde ahí.

El poli me hizo un gesto para que le precediera y entré en el bar, consciente de que llevaba detrás a un agente de la ley armado —nunca una buena posición, la verdad—. Caminamos hacia nuestro reservado y me detuve en seco al ver que Tinker no estaba allí: solo había unos billetes sobre la mesa, para pagar nuestra cena.

«Mierda.»

Me volví hacia el policía.

—¿Le importa si miro mi teléfono móvil? —le dije—. Parece que Tinker se ha marchado a alguna parte.

El tipo me miró como sopesando lo que acababa de decirle y después asintió con la cabeza. Me abrí el chaleco, para que pudiera ver lo que había dentro, y me saqué el teléfono del bolsillo interior. Por supuesto, había un mensaje de Tinker.

Doble mierda.

—Se ha ido a casa —le dije—. No quería escenas.

El policía tragó saliva y suspiró.

—Está bien, voy a hablar con algunos testigos, a ver lo que tienen que decir —indicó.

—Talia Jackson se comportó una loca —declaró una de las camareras y varias personas asintieron—. Fue corriendo hacia ellos, gritando, e intentó atacar a Tinker. Entonces este chico la sacó afuera para impedir que alguien resultara herido.

El policía suspiró de nuevo y se frotó las sienes.

—De acuerdo —dijo—. ¿Alguien quiere presentar una denuncia?

Miró a su alrededor y nadie dijo nada.

—Bien, voy a pasarme por el domicilio de Tinker Garrett para comprobar que está bien, ya que Talia se ha marchado —anunció—. No hace falta nada más.

***

Deseaba ardientemente seguir al policía hasta la casa de Tinker, pero lo último que me hacía falta era que me catalogaran como un merodeador. Aparte, consideraba necesario dejar un poco de tiempo para que se calmaran los ánimos. Ella lo había pedido y, por duro que me resultara, tenía que dárselo. Decidí por tanto ir al club a aclarar mis ideas, dado que además no podía dejar pasar mucho tiempo sin reunirme con Pic y los muchachos.

Tardé pocos minutos en llegar. En el aparcamiento se alineaban las motos, como de costumbre, con un aspirante vigilándolas, pero ahora estaban también las de mis hermanos de Coeur d’Alene.

—¿Pic está dentro? —le pregunté al aspirante, que asintió, y entré. Los hombres estaban sentados aquí y allá, charlando y riéndose. Pic, Hunter y Cord estaban al fondo, alrededor de una mesa, enfrascados en lo que parecía una conversación bastante intensa. El presidente de mi sección de los Reapers me vio y me hizo una señal con la mano.

—¿Qué tal tu cita? —me preguntó, con una media sonrisa—. Parece que ha terminado más temprano de lo previsto.

Le miré con cara de fastidio, agarré una silla y me dejé caer pesadamente. Pic me pasó una botella de cerveza y yo la abrí, le di un trago y la dejé sobre la mesa.

—Esa zorra de Talia se presentó en el Jack’s —expliqué—. Intentó atacar a Tinker y montó una escena del carajo.

Cord arqueó una ceja.

—¿Y pudiste controlar la situación? —preguntó.

—Sí —respondí—. Saqué a Talia de allí, le di algo de dinero y le sugerí que abandonara la ciudad. Se ha comunicado con Marsh de alguna forma y vienen a por nosotros, eso está claro. Marsh ha lanzado amenazas también.

—Marsh no regresará hasta dentro de bastantes años —dijo Hunter, inclinándose hacia la mesa—. Me gusta ese tipo, Dobie Coales. No pestañea y no se echa para atrás. Si dice que el tema está cubierto, me inclino a creerle.

—Si Marsh consigue salir de alguna manera, nos encargaremos de él —aseguró Cord con aire lúgubre—. Si el cabrón se atreve a poner el pie en la ciudad, lo enviaremos dos metros bajo tierra. Aún no me puedo creer que todo esto haya acabado así. Tenemos suerte de que no nos hayáis quitado los distintivos y liquidado el club sin más.

—Nadie saldría ganando si perdiéramos a hombres que han sido leales a nosotros durante años —respondió Pic—. Además, los hermanos que están en prisión cuentan con nosotros. A toro pasado, todo parece evidente, pero el caso es que tú no votaste por él.

—No —confirmó Cord, resoplando—. Cuando terminé mi condena, ya tenía el club bajo control.

—Bueno —dijo Pic, volviéndose hacia mí—, ¿y tú por qué no estás bajo la ventana de Tinker, poniéndole musiquita?

—Porque soy estúpido, pero no tanto —repuse, encogiéndome de hombros—. La última vez que me aconsejaste calmarme antes de ir a verla y no lo hice, todo se fue a la mierda. Hasta yo puedo aprender. Iré a hablar con ella cuando hayamos terminado aquí.

—¿Vas a traerla a la fiesta, mañana? —dijo Pic—. London quiere conocerla y el resto de las chicas también. Sería el principal entretenimiento de la velada.

—En ese caso, no contéis con ella —anuncié, cruzándome de brazos y apoyándome en el respaldo de la silla. Pic lanzó un gruñido y yo sacudí la cabeza para subrayar lo que acababa de decir. Entonces él frunció el ceño.

—Venga, joder, tú ganas —dijo—. Seremos buenos, pero tráetela, por el amor de Dios. Si no, nunca me enteraré del final de la historia. Considéralo una orden directa de tu presidente, en lo que eso valga.

Alcé mi botella, le dediqué un breve saludo y, acto seguido, me volví hacia Hunter.

—Bueno, ¿y tú qué? —le dije—. ¿Estás cuidando bien a nuestra Emmy?

Hunter y Emmy —la hija de Picnic— llevaban juntos casi dos años. Aunque los dos hombres podían tolerarse en la misma habitación, su relación no era un idilio, precisamente.

—Em está preciosa, como siempre —dijo Hunter, con una amplia sonrisa—. Soy un hombre afortunado.

—Para que lo seas de verdad, será además una fiera en la cama, supongo —me atreví a decir, mirando malévolo a mi presidente, que se puso rígido.

—Cierra la puta boca —me advirtió—. No vamos a mantener una conversación sobre la vida sexual de mi hija. Nunca.

Misión cumplida. Después de darle un buen trago a mi cerveza, saqué mi teléfono móvil para ver la hora.

***

Tinker

GAGE: Estaré en tu casa en veinte minutos para que hablemos.

YO: Mañana. Ya ha habido bastantes escenas esta noche.

GAGE: No voy a retirarme, Tinker. Tenemos que resolver esto.

YO: Estoy demasiado cansada y no estoy de humor. Además, mañana me levanto temprano.

GAGE: En veinte minutos.

Dejé caer el teléfono en el sofá, apoyé la cabeza en el respaldo y me quedé mirando al techo. Dios, qué harta estaba de los hombres controladores. De pronto, la «Marcha imperial» sonó en mi aparato y di un respingo.

«Lo has atraído con tus pensamientos», me dije, sombría. «Brandon me llama porque no he sufrido bastante esta noche y quiere rematar la jugada. Alguna gente muere de enfermedades raras. Yo voy a morirme de una sobredosis de machos dominantes.»

—¿Sí? —respondí, con tono seco y perentorio.

—Solo escúchame —dijo la voz de Brandon—. ¿De acuerdo?

Sopesé la petición.

—Tienes cinco minutos —le dije—. Después de colgar, todo lo que tengas que decirme lo harás a través de mi abogado.

—Cinco minutos —aceptó él—. He continuado investigando a tu «hombre para todo». ¿Sabías que su última ocupación fue regentar un bar de strippers? El lugar fue registrado repetidas veces por la policía y…

—¿Fue condenado por algo? —le corté.

—Es miembro de una banda —respondió Brandon—. No importa si ha sido condenado o no. Todos sabemos que es culpable.

—Uf, no soy abogado, pero estoy segura de que no es así como funciona la cosa, Brandon —le dije—. Todo el mundo es inocente hasta que no se demuestre lo contrario. Por cierto, él ya me había comentado lo de su trabajo en el bar de strippers. No es ninguna novedad.

Brandon guardó silencio durante unos segundos.

—¿Sabías lo de las strippers? —preguntó, obviamente sorprendido—. Esto no es propio de ti, Tinker. ¿Qué te ha ocurrido?

—Brandon, tú ya no me conoces —respondí—. En realidad no creo que me hayas conocido nunca. ¿Has terminado?

—No —dijo él, rápidamente—. No cuelgues. La cuestión es que voy a anunciar mi candidatura en breve y todo sería mucho mejor si estuvieras aquí.

—No, sería mucho peor, porque no creo que quieras que le cuente a todos tus partidarios lo capullo que eres —le espeté—. ¿Quieres apostar algo a que toda esa gente tan simpática te apoyará con bastante menos entusiasmo si se entera de que tu trabajo era más importante para ti que la muerte de tu hija recién nacida?

—No fue así —replicó él—. Tuviste un aborto espontáneo. Lo siento, pero es algo bastante habitual en las mujeres.

¿Había dicho realmente lo que acababa de oír?

—¿Has dicho lo que creo que has dicho? —le pregunté, con tono acerado. Para ser un hombre acostumbrado a tratar con jurados, Brandon no era demasiado brillante, que digamos.

—Lo siento —respondió rápidamente—. No quería decir eso. Estoy bajo mucha presión y…

Fuera lo que fuese lo que dijo a continuación, no lo oí, porque ya había cortado la llamada. Agarré un almohadón del sofá y me abracé a él con fuerza.

No iba a hacerme llorar otra vez.

Nunca más.

Doliera lo que doliese.

Había sobrevivido a mi matrimonio, había sobrevivido a la pérdida de Tricia y, cuando murió mi madre, también lo superé. Brandon no iba a conseguir hacerme daño ni una sola vez más. Aún andaba perdida en aquellos pensamientos cuando Gage llamó a la puerta. Eché de nuevo la cabeza atrás para mirar al techo. ¿Se largaría si simplemente lo ignorara sin más?

No, seguramente no. Era casi tan dominante como Brandon.

Claro que Gage no me había dejado abandonada en el peor día de mi vida, así que contaba con eso a su favor. Tragándome una risotada histérica, me levanté y abrí la puerta. Tal y como esperaba, en mi porche había un motero con aire muy resuelto.

—Hablaremos fuera —dije, con tono firme, decidida a conservar mi terreno. Gage no se movió y entonces me agaché, le pasé por debajo del brazo y me apoyé en la barandilla de fuera.

—Siento lo de Talia —empezó él, estudiándome con precaución—. Aun así, me habría gustado que me hubieras esperado.

—Ya era suficiente para mí —repliqué, encogiéndome de hombros y recordando todas aquellas miradas sobre mí—. Además, no somos una pareja.

—Pero si te estaba metiendo la polla hacía tres horas —me soltó, entrecerrando los ojos—. No sé en qué nos convierte eso, pero me da la impresión de que hemos pasado la fase de casera e inquilino. Normalmente, cuando salgo con una chica, me gusta asegurarme de que llega a casa sana y salva. No es fácil si la chica desaparece…

—No —me limité a decirle, después de tomar una rápida decisión.

—¿No? —preguntó él.

—Simplemente, no —le repetí—. Lo he pasado bien, pero lo de Talia no tiene pase. No puedo aguantar que una loca intente atacarme cada dos por tres.

—Le he dado dinero y le he dicho que se largue de la ciudad —me informó Gage, reconociendo implícitamente lo razonable de mi objeción.

—Oh, estoy segura de que se irá tan contenta, porque los psicópatas delincuentes suelen atender a razones —repliqué.

Gage me hizo un gesto con la cabeza.

—¿Pretendes montar una discusión? —me dijo—. Lo digo porque existen mejores maneras de quemar energías.

—Dios —repliqué— ¿es que a todos los hombres les cuesta tanto enterarse de algo? Brandon también ha aparecido esta noche para tocarme las narices.

—¿Ese chupapollas está molestándote de nuevo? —preguntó Gage, furioso—. Voy a encargarme de él.

—¿Sabes? —le dije—. Ese es un poco el problema.

—¿El qué? —inquirió.

—Que te pareces demasiado a él —le dije.

—¿Cómo has dicho? —replicó, dando un paso hacia mí y agarrándome los hombros—. Yo no tengo nada que ver con tu exmarido.

—Los dos sois dominantes como el jodido demonio —repuse—. Él está tratando de protegerme de ti, ¿lo sabías? Ha estado investigando. Dice que eres un delincuente y tu club una banda de delincuencia. ¿Es cierto, Gage? No te molestes en contestar. Ya sé que eres demasiado bueno mintiendo como para que te escuche siquiera.

—¡Basta! —rugió y me apretó contra su cuerpo. Acto seguido, me agarró el pelo y me echó la cabeza hacia atrás, obligándome a mirarle.

—¿Basta de qué? —le dije, con una media sonrisa—. ¿De decir la verdad? ¿De temer que la chiflada de tu novia me destripe? ¿Pretendes que deje de pensar por mí misma y haga sin rechistar todo lo que me digas? Mira, ya estoy cansada. Si quisiera un hombre para que me diera órdenes, volvería con Brandon. Al menos no tendría que preocuparme de que pudieran arrestarlo en cualquier momento.

Los oscuros ojos de Gage echaron chispas y su mandíbula se crispó. Durante un segundo temí haber ido demasiado lejos.

—Oh, yo no estaría tan seguro de eso en tu lugar —replicó—. Sus manos no están precisamente limpias.

Me quedé helada, tratando de asimilar lo que acababa de oír, mientras los ojos de Gage parecían querer taladrarme.

—¿Perdón? —dije.

—Ya has oído lo que he dicho —me contestó.

Mis pensamientos entraron en ebullición, al hacerme consciente de las implicaciones. Aquellos trajes tan elegantes que usaba y todo lo demás. Siempre había dicho que su familia era rica, pero cuando nos casamos solo pudo permitirse comprarme un anillo bastante pequeño y sencillo. Sin embargo, para él era muy importante que su mujer llevara una auténtica roca en el dedo y por eso le hizo todas las «actualizaciones» sucesivas.

No había parado de llamarme, desesperado, para que volviera con él.

Mi abogado no había conseguido que le entregara los documentos financieros.

—¡Oh, mierda! —exclamé—. ¿Cuánto tiempo…?

—Años —respondió Gage—, al menos según mis fuentes. Aún lo estamos investigando.

—¿Y cómo se las arregla para ocultarlo? —pregunté, sacudiendo lentamente la cabeza—. Espera… ¿y nuestra casa?

—¿Qué? —dijo él.

—¿La pagó con… ? —dije—. Ya sabes…

—No tengo ni idea —respondió Gage—. Solo sé que la gente a la que le interesan estas cosas lo sabe: Brandon Graham está en venta.

—Pero si es un cruzado contra la delincuencia —objeté, aún no convencida de lo que acababa de oír—. Quiero decir, ha perseguido y encarcelado a bandas de moteros como la vuestra. Siempre ha creído en lo que hacía. ¿Y aquel asesino en serie al que mandó a la cárcel? Brandon es un héroe, o al menos así está considerado en Seattle.

—He dicho que es deshonesto, no que sea estúpido —precisó Gage—. Un hombre como él, con aspiraciones políticas, no va a cagarla en los asuntos importantes. Es en los pequeños donde está el problema: hacer la vista gorda en casos de conducción bajo los efectos del alcohol, cobrar por no presentar cargos… Si diera mucho el cante, ya le habrían descubierto. Una vez que anuncie su campaña, lo mirarán con mil ojos y por eso no puede permitirse dejar por ahí un cabo suelto como tú.

Al oír aquello, me pegué a Gage y dejé caer la frente sobre su pecho. De pronto todas las piezas habían encajado y me sentía como una perfecta estúpida. Simplemente había estado demasiado ocupada con mi negocio como para darme cuenta de lo que se cocía.

—Soy una idiota —dije, con los ánimos por los suelos, y Gage me acarició la espalda suavemente.

—No, simplemente no piensas como un delincuente —me dijo. Suspiré y le miré a los ojos.

—¿Y tú? —le pregunté.

Gage me sostuvo la mirada, sin pestañear.

—¿Recuerdas mi promesa de no mentirte? —me dijo y asentí, con un nudo en el estómago—. He cometido delitos. Algunos los volvería a repetir, si se dieran las mismas circunstancias. De otros me avergüenzo. Sin embargo, nunca he enviado a la cárcel a un inocente por no poder pagarme un soborno.

—¿Brandon ha hecho eso? —pregunté, tragando saliva—. Quiero decir, una cosa es soltar a un culpable y otra hacer que encierren…

—Sí, en serio —me cortó él—. Les ha pasado a personas que conozco y es más frecuente de lo que imaginas. Los moteros son blancos fáciles, porque asustamos a los jurados. Tu ex ha hecho esas cosas, al menos según mis fuentes. Esos casos con los clubes de moteros tuvieron gran repercusión y le ayudaron a hacerse conocido. Al principio no lo asocié con todo aquello, pero mis hermanos me dieron la información.

—¿Hace cuánto que lo sabes? —le pregunté.

—Poco —respondió él, rodeándome con sus brazos y estrechándome con fuerza. De inmediato me sentí mejor. Caliente. Protegida.

—No creo que vuelva a casarme nunca más en mi vida —murmuré. Deseaba con todas mis fuerzas poder cerrar los ojos y hacer que todo aquello desapareciera. Poder viajar atrás en el tiempo, ir a un instituto diferente y casarme con un chico normal, que vendiera seguros o algo así.

—¿Quién podía imaginar que Brandon era aún peor de lo que parecía? —me pregunté en voz alta—. Quiero decir, ¿qué más secretos esconde?

Gage rio suavemente.

—¿Qué importa eso? —dijo—. Pronto estarás totalmente libre de él. Si tu abogado no consigue sacar adelante tu caso, el nuestro lo hará. Es un puto tiburón.

Noté que empezaba a tiritar y Gage me estrechó entre sus brazos con más fuerza.

De pronto su teléfono móvil dio un pitido dentro de su bolsillo —un pitido fuerte— y después se puso a zumbar.

—Deberías comprobar qué es eso —le dije, tratando de separarme—. Es tarde. Normalmente la gente no llama a estas horas, a menos que sea una emergencia.

—O que estén borrachos —repuso él, sombrío, mientras sacaba el teléfono—. Oh, joder.

—¿Qué pasa? —le dije.

—Es el sistema público de alertas por emergencia —respondió—. Hay un aviso de evacuación por incendio de nivel uno, que afecta a todo el condado.

—Mierda —dije, cerrando los ojos—. ¿Se ha extendido el incendio?

—No, parece que hay uno nuevo —respondió mientras tecleaba algo en su teléfono—. Lo denominan un «complejo», porque parece que los diferentes incendios se están juntando en algunas áreas. Están pidiendo a los granjeros que dispongan de equipos para remover la tierra que se pongan en contacto con las autoridades.

Al oír aquello sentí un escalofrío.

—Deben de estar faltos de excavadoras para hacer cortafuegos —comenté—. Espero que los abuelos de Randi estén bien.

—Estoy seguro de que sí —dijo Gage—. Solo están evacuando a la gente por precaución. El nivel uno no es tan grave, es solo para que la gente esté alerta. Tal vez sea bueno que metas algunas cosas básicas en una mochila, por si acaso hay que irse, pero no te preocupes demasiado. Incluso si los incendios siguen creciendo, los equipos de bomberos protegerán la ciudad. Son los granjeros y los rancheros los que deberían preocuparse.

Seguramente tenía razón.

—Entonces… ¿vas a venir conmigo a la fiesta del club mañana por la noche? —me dijo Gage al cabo de unos instantes, abrazándome de nuevo, y yo me estreché contra su cuerpo.

—No —respondí, pero no con convicción. Olía demasiado bien. Me distraía…

—Sí, Gage, me encantaría ir a la fiesta —me corrigió él, con tono irónico—. Es una respuesta mucho mejor. Haz la prueba.

—¿Estará Talia por allí? —pregunté.

—Ni siquiera ella es tan estúpida —respondió—. Con un poco de suerte, ya se habrá marchado de la ciudad y, si no lo ha hecho, lo hará pronto. Estaremos pendientes de ella. Ahora estás bajo mi protección.

—¿Igual que en el Jack’s? —repliqué—. Visto lo visto, preferiría no tener que volver a pasar por algo así, por no mencionar lo de las actividades ilegales. Dijiste que no tienes las manos limpias. ¿Qué significa eso?

—Sabes que no puedo responderte —me dijo.

—¿Le haces… daño a la gente? —pregunté, tragando saliva. Lo que realmente deseaba era cerrar los ojos y hundirlos en su pecho, pretender que solo era un chico simpático, como Joel.

Excepto que Joel me dejó tirada cuando un motero enfadado apareció en mi puerta.

—A veces —admitió Gage por fin—, pero hay algo que se debe tener en cuenta. Nadie entra en mi mundo por accidente. No vamos a por los ciudadanos corrientes, es todo entre nosotros. Dicho esto, si nos jodes, te jodemos. Siempre. Tenemos que ser duros para poder sobrevivir, pero las recompensas merecen la pena.

—¿Qué recompensas? —pregunté—. ¿Dinero?

—El dinero está bien —confirmó—, pero de lo que se trata es de montar en nuestras motos libremente, de mantener nuestra hermandad. Los Reapers son una familia y, si vienes, lo verás con tus propios ojos. Danos una oportunidad, Tinker.

—Tengo que pensarlo —repuse—. Tal vez deberías irte.

Mi cerebro sabía que aquello era lo mejor, aunque el resto de mi cuerpo no estuviera de acuerdo. Gage me dio unas palmaditas en la espalda y después me soltó y retrocedió unos pasos. Nuestros ojos se encontraron en la oscuridad.

—¿De verdad quieres que me vaya? —susurró y yo me apresuré a negar con la cabeza.

—No, no quiero, pero es lo mejor —le dije—. Tengo que empaquetar mis cosas. Pasado mañana me voy con mi padre a Seattle de todos modos y parece buena idea que nos marchemos, dada la situación con los incendios.

—Dime que no vas a quedarte con tu ex de nuevo —me pidió.

—Eso ni loca —le respondí—. Mi padre va a ser examinado por un especialista y además tengo que entregar varios pedidos. Con suerte regresaremos el mismo día, pero si tenemos que quedarnos a pasar la noche, iremos a un hotel, te lo prometo. Dormiré mejor sabiendo que estamos preparados para irnos, si hay evacuación. No creo que lleguemos a eso, pero es mejor estar prevenidos.

Gage se inclinó hacia mí y me dio un beso intenso y prolongado. El sordo rumor de deseo que había estado resonando en mi interior durante toda la noche volvió a la vida, pero lo reprimí firmemente.

—Mañana por la noche —dijo.

—Tengo que pensarlo —repliqué.

—Vendré a por ti a las seis —insistió él.

Mi boca dibujó una sonrisa, a mi pesar, y él me sonrió también.

—Te dije que no me rendiría —me dijo—. Lo hablaremos todo, ¿de acuerdo?

—Vale —acepté.

—Bueno, ve a preparar tu mochila, por si acaso —dijo—, y si cambias de opinión y prefieres que me quede, mándame un mensaje.

Le respondí con el dedo corazón hacia arriba y él rompió a reír. En resumen, la noche había sido una locura, Gage había admitido prácticamente que era un delincuente, Brandon era un fiscal corrupto y estábamos rodeados de incendios. Así y todo, había sido una de las mejores citas de mi vida.

Inolvidable sin duda y, por si acaso, ahí estaba Carrie para recordármela hasta el fin de los tiempos.