Capítulo 23
A la mañana siguiente no desperté hasta después de las ocho, un lujo que no me había permitido en años y que desde luego no podía darme en aquellos momentos.
—Mierda —murmuré, frotándome los ojos. Había olvidado poner el despertador, pero el sol nunca fallaba en despertarme antes de que sonara. En la habitación reinaba una luz extraña, débil y amarillenta. Me obligué a levantarme, con bastante esfuerzo, me acerqué a la ventana y abrí los visillos.
—Hay que joderse —dije al ver que el cielo estaba totalmente cubierto de humo, lo que daba a todo un inusual tono anaranjado, muy posapocalíptico. Ya lo habíamos visto otras veces en la estación de los incendios, así que no era necesariamente algo grave, pero no dejaba de ser inquietante, dado el aviso de evacuación.
Agarré mi teléfono, busqué la página de Facebook del gobierno del condado y suspiré, aliviada. Se mantenía el nivel uno de alerta, aunque parecía ser que los incendios se habían extendido. Me puse el camisón y bajé al piso de abajo a preparar un poco de café.
—Buenos días, cariño —me saludó mi padre cuando entré en la cocina. Tenía delante una tostada, el periódico y, ¡qué bendición!, había hecho café.
—Buenos días —le respondí, besándole en la coronilla.
—Los incendios están empeorando —anunció—. Han puesto a Lamont en alerta de nivel dos. De todas formas, eso está a sesenta kilómetros de aquí, así que supongo que no tendremos problema.
—Estaba pensando que deberías hacer una maleta con tus cosas más necesarias, por si acaso —le dije—. Ya sé que protegerán la ciudad, pero de todas formas tenemos que ir a Seattle mañana, así que matamos dos pájaros de un tiro. Ah, por cierto, hay que enviar hoy tu historial médico. A ver si encuentro los documentos. ¿Puedes ir a buscar tus prescripciones?
—No me gustan nada los médicos —protestó él, con el ceño fruncido—. La verdad, no veo por qué tenemos que hacer esto. ¿Qué pasa si se me olvidan las cosas? Siento decírtelo, pero es lo que pasa cuando uno se hace viejo.
—No seas cabezota —repliqué, firme—. Tal vez haya alguna medicina que pueda ayudarte.
Mi padre gruñó en respuesta, pero no dijo nada. Se limitó a engullir rápidamente lo que le quedaba de su tostada y se marchó a buscar sus medicinas.
***
Los documentos del historial eran más complicados de lo que imaginaba.
Empezamos a trabajar en ellos a las ocho y media y, una hora después, aún no habíamos acabado. Además del historial básico, había un cuestionario de comportamiento para que yo lo rellenase y otro para que lo hiciera él. Hecho esto, ya estábamos enfrascados en la tarea de listar sus prescripciones, gracias a Dios.
—¿Esto qué es? —le pregunté, mostrándole una botellita.
—Para la presión sanguínea —respondió él. Lo anoté y eché mano a la siguiente, sintiéndome vagamente culpable por no haber hecho esto antes. Mi padre siempre había sido muy reservado en lo tocante a su salud.
«Sí y también tú te resistías a verlo», me apuntó mi sentido común.
«Vale, en esta me has pillado», le reconocí.
—Ahora vengo —me dijo mi padre—. Voy por un poco de agua.
—Tráeme un vaso a mí también, por favor —le dije mientras alcanzaba la última de sus botellas. Amitriptilina. Apunté el nombre de la medicina y le di la vuelta para ver la dosis. Entonces, el nombre de mi madre me vino a la cabeza, como una repentina acusación.
Uf.
Pensaba que había retirado todas sus cosas. Iba a dejarla en su sitio, extrañada, cuando de pronto vi una fecha del mes anterior en la botella.
¿Qué demonios?
—¡Papá! —grité.
—¿Qué? —respondió él.
—Ven un segundo —le pedí—. He encontrado una cosa muy rara.
Volvió al comedor con paso vacilante, me puso delante un vaso de agua y observó con el ceño fruncido la botella que yo le mostraba.
—Ah, no tienes que preocuparte por eso —me dijo—. Era de tu madre.
—Tiene fecha del mes pasado —le indiqué—. Si era de mamá, ¿por qué la sigues pidiendo? Además, no reconozco el nombre de la farmacia.
Mi padre suspiró y sacudió la cabeza.
—Me da vergüenza, Tinker Bell —me dijo.
—Papá, soy tu hija y te quiero —le dije—. No tienes que avergonzarte delante de mí, porque estamos juntos en esto, ¿vale? Sin embargo, necesito saber qué está pasando aquí. Podría ser importante.
Suspiró profundamente y se sentó.
—Es duro admitirlo —dijo—, pero tu madre lo estaba pasando muy mal el año pasado y, cuando el bebé murió…
Sentí que un cuchillo se me clavaba en las entrañas, como siempre. ¿Dejaría alguna vez de doler? Sin embargo, me daba cuenta de que eso sería aún peor. No quería olvidar a Tricia y el dolor me recordaba que había sido real. Había sido querida.
—Bueno, estaba deprimida, cariño —continuó mi padre—, muy deprimida. Tanto que necesitaba tomar medicinas y ya sabes cómo es esta ciudad. No quería que nadie se enterase, y encontró esta farmacia por Internet. La pusieron en contacto con un médico de algún sitio y la examinó por teléfono. Pagamos todo, por supuesto, no queríamos ir por el seguro.
Fruncí el ceño.
—De acuerdo, eso explica que la medicina esté aquí —dije—, pero ¿por qué la expidieron el mes pasado?
Mi padre miró para otro lado y tragó saliva.
—Cuando murió tu madre, fui yo el que se deprimió —me confesó—, así que empecé a tomarlas. Funcionaban muy bien y pedí más botes. Suena estúpido ahora que lo digo en voz alta, pero soy un hombre. Se supone que los hombres no tienen estas debilidades.
Sabía que se sentiría así.
Alargué la mano hasta la suya y se la estreché.
—Está bien, papá —le dije—. Eres la persona más fuerte que conozco y el hecho de estar deprimido no cambia eso. De todas formas, creo que deberíamos contárselo al médico y conseguir una receta ordinaria. Si pedimos la medicina por internet, nadie se enterará.
Mi padre me sonrió con tristeza y sacudió la cabeza.
—Soy un viejo estúpido —declaró—. Demasiado orgulloso tal vez.
—Bueno, a mamá le gustabas y me consta que era muy exigente con los hombres —le dije—. Eso debería contar. Bueno, ya casi hemos terminado. Le he enviado un mensaje a Randi y debería estar aquí en unos diez minutos. Voy a escanear esto, lo envío y a otra cosa.
***
Por supuesto, los papeles se quedaron atascados en el escáner.
Mierda de aparato.
Lo miré fijamente, preguntándome si sería capaz de hacerlo funcionar por pura fuerza de voluntad. Quité el papel atascado y lo reinicié, esperando que esta vez funcionara. De vez en cuando miraba la hora en mi teléfono móvil, nerviosa. A aquel paso, nunca tendría listos los paquetes para entregar al día siguiente. Vaya marrón.
¿Y dónde demonios estaba Randi, a todas estas?
El escáner empezó a tragar los papeles con normalidad, así que decidí tomarme otro café, como era habitual. Vertí en mi taza lo que quedaba del tibio líquido, la metí en el microondas y, de pronto, oí que llamaban a la puerta trasera. Tras secarme las manos en un trapo de la cocina, acudí a abrir y me encontré cara a cara con Sadie.
—Hola, Sadie —la saludé, tratando de no fijar la mirada en los moratones que se veían en su cara. ¿Tenía marcas de arañazos en el cuello? Debía informar de esto, quisiera ella o no. Era mucho peor de lo que me había parecido la vez anterior, o estaba demasiado oscuro o había empeorado con el tiempo. A veces pasaba con los moratones.
Ahora entendía por qué no le había visto el pelo últimamente. Estaba escondiendo aquello.
—Hola —me saludó, nerviosa, mirando a todos lados—. Bueno, quería darte las gracias. Ya sabes, por lo de la otra noche. Solo quería que supieras que no voy a volver. Estoy harta de todo eso.
—Me alegro muchísimo de saberlo —le respondí, lentamente—. ¿Quieres pasar a tomar un café? Está recién hecho.
—No, no, gracias —dijo ella, retorciéndose un mechón de su desordenado cabello—. Hay otra cosa que quería decirte.
—¿Sí? —respondí, esperando que la muchacha no se asustara, ya que tenía el aspecto de un pajarillo medroso.
—Es sobre Talia Jackson —anunció—. Nos dijo que tenía algo planeado. Algo grande, para haceros pagar a todos. Por lo de Marsh, ya sabes.
Al oír aquello sentí que se me encogía el estómago.
—Anoche me atacó en el Jack’s —dije—. ¿Crees que se refería a eso?
—No, creo que se refería a algo más grande —respondió Sadie—. No sé de qué va la cosa, no me lo dijo. No quiero volver a estar cerca de ella. Fui a verla solo para recoger unas cosas que me había dejado en su remolque. Ni siquiera me preguntó cómo estaba después de… esto.
Sadie se tocó uno de sus moratones y di un respingo.
—¿Has ido a ver al médico? —le pregunté.
—Sí, mi madre me hizo ir —respondió ella.
«Gracias a Dios.»
—¿Y a la policía? —inquirí de nuevo.
—Eso ni de puta broma —contestó ella—. No llames a la policía para que vayan a por un club de moteros. Nunca. Te matarían, Tinker.
La opresión que notaba en el estómago se hizo más intensa, al surgir en mi mente una terrible sospecha. Gage había reconocido que no tenía las manos limpias. ¿Qué había querido decir exactamente? ¿Tenía que ver con lo que le había ocurrido a Sadie?
Quería preguntárselo, pero me aterraba oír la respuesta.
—¿Fue Gage uno de los que…? —me lancé, finalmente—. Quiero decir, ¿participó en esto?
Sadie abrió mucho los ojos al oír aquello y sacudió la cabeza.
—No, no, qué va, para nada —me dijo, con énfasis—. Lo siento, tenía que habértelo dicho desde el principio, pero no pensé en ello. Él estaba en el club aquella noche, pero no vio lo que estaba pasando detrás del edificio. Hasta se ofreció a ayudarme después, cuando salió, pero le dije que no. Quiero decir, yo fui voluntariamente con ellos, ¿entiendes? No es como si me hubieran violado.
—Pero si estás cubierta de moratones —señalé—. Te hicieron daño. ¿No es eso una violación?
—Es que yo les dije que podían hacerlo —explicó ella, con voz llena de tristeza—. A Talia le pareció que podía ser divertido y además yo ya me había acostado con la mayoría de ellos. No sé en qué estaba pensando. Normalmente son buenos chicos, pero dos de ellos iban puestísimos de anfetas y Marsh, como siempre, pasado de vueltas. Fue una mala noche. Talia dijo que todo iría bien si me tomaba un poco de oxy, es como el caballo, pero más barato, así que me lo metí y seguí adelante.
—Eso se llama violación —le aseguré, con tono firme—. Me da igual que al principio lo consintieras. Tienes lesiones serias.
—Fue por mi culpa —insistió ella, visiblemente incómoda—. Mira, no quiero hablar de esto, ¿vale? Tengo que volver a casa. Solo quería decirte que tengas cuidado.
Quería responderle, hacerla entender que necesitaba ayuda, llevarla a un centro social, algo… pero ya se marchaba, con los hombros rígidos y la espalda muy recta. Tenía que investigar un poco, averiguar qué era lo mejor en una situación así. En aquel momento mi teléfono emitió un zumbido y me lo saqué del bolsillo, absorta en mis pensamientos. Miré y vi un mensaje.
RANDI: Hoy no puedo ir. Mi madre está aterrada por el aviso de evacuación y estamos haciendo las maletas.
«Joder.»
Mis posibilidades de preparar los pedidos aquel día se habían ido a tomar viento. Miré de nuevo hacia el cielo. El humo era cada vez más espeso.
YO: De acuerdo. Mantenme al tanto y ten mucho cuidado.
Entré de nuevo en la cocina y puse la tele. Era un canal de Seattle, pero con suerte aún habría boletines informativos. En la imagen aparecieron enormes hidroaviones surcando el aire y nubes de color rojo sobre la ciudad de Chelan. Más allá de las casas, por encima de las colinas, asomaban largas lenguas de fuego. La voz de un reportero daba el parte:
—Ante la extensión de los incendios en el Complejo de Chelan, el gobernador ha decretado el estado de emergencia. Buena parte de las regiones de Okanogan y Methow han recibido órdenes de evacuación y equipos de bomberos llegados de todo el estado trabajan sin descanso para tratar de salvar la ciudad de Chelan. Ayer los incendios se encontraban bajo control en un veinticinco por ciento, pero nuevos avances durante la noche han llevado a las autoridades a reducir esa cifra al cinco por ciento. No existe información precisa sobre el número de edificios que han ardido y los equipos de lucha contra el fuego nos comentan que no será posible establecer un balance exacto hasta que los incendios no se hayan extinguido.
Uf, aquello daba miedo de verdad. El reportero continuaba…
—Les recordamos que en estos momentos el área de Chelan se encuentra en alerta de evacuación de nivel tres, lo cual quiere decir que los habitantes deben abandonar inmediatamente sus hogares. No intenten llevarse nada de sus pertenencias, ya que no hay tiempo. Nos han informado de que, en algunas áreas, los servicios de emergencia podrían verse imposibilitados de actuar. El peligro es real e inminente. La alerta de nivel dos significa que la orden de evacuación podría llegar en cualquier momento, así que, si se encuentran en este caso, carguen cuanto antes sus vehículos y estén preparados para salir en cuanto reciban el aviso. El nivel uno significa que hay que estar alerta, pero la evacuación no es inminente.
—Hola.
Me di la vuelta y vi a Gage en la puerta de la cocina, con el ceño fruncido.
—Esto está empeorando —añadió, en tono serio.
—Sí, ya lo veo —asentí—. Creo que debería cancelar la cita de mi padre en Seattle, porque vamos a tener que conducir por áreas que están siendo evacuadas y no me apetece demasiado. Voy a enviarles los documentos, pero lo del viaje no me parece buena idea.
—La fiesta también se ha cancelado —repuso Gage, avanzando hacia mí para abrazarme—. A nadie le gusta la idea de que las chicas conduzcan hasta aquí. En la carretera no se ve una mierda y están cerrando autopistas por todo el estado.
—Oye, Gage —le dije—, ¿sabías que los Nighthawks habían herido a Sadie Baxter?
El motero resopló, con aire cansado.
—Sí —admitió—. Se fue detrás del edificio del club con un grupo de tíos y un rato después me la encontré llorando. Le ofrecí mi ayuda, pero no quería saber nada de mí. No he vuelto a verla desde entonces.
—Está llena de moratones —le dije—. ¿La oíste gritar o algo?
—No —respondió, sacudiendo la cabeza— y me habría dado cuenta seguro. Fue con ellos por su propia voluntad, aunque creo que Talia la presionó. Fue una mala noche. Al final Marsh estaba fuera de control, drogado hasta las cejas y paranoico perdido. Le advertí a Sadie que se mantuviera alejada de ellos, pero… no puedes obligar a una mujer a respetarse a sí misma. Algunas no abandonan este estilo de vida hasta que no les pasa algo realmente malo. Tal vez esto haya sido suficiente para convencer a Sadie.
—No me gusta mucho tu mundo—comenté, suspirando, y me removí entre sus brazos.
—Tinker, mírame —me dijo Gage y eché la cabeza atrás para encontrarme con sus ojos.
—Ese no es mi mundo —aseguró a continuación, con tono firme—. Hay moteros que pegan a sus mujeres, no hay duda, pero yo no soy uno de ellos y en mi club no se tolera esa mierda. Si una mujer quiere montarse una orgía con un grupo de tíos, no hay problema. A algunos les gusta ese tipo de cosas, aunque yo, desde luego, paso de esa tontería de estar ahí unos segundos haciéndolo en plan chapuza e incómodo. Eso sí, lo que está claro es que no violamos ni pegamos a nadie. Yo tenía un motivo para venir a esta ciudad y es que Marsh y sus hombres estaban fuera de control. Ahora, los únicos Nighthawks que quedan son los que no se encontraban en el club aquella noche. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Sentí como si me quitaran un peso de encima.
—Sadie me ha dicho que Talia y Marsh están planeando algún tipo de venganza —le informé.
—No me sorprende —gruñó él, en respuesta, y fruncí el ceño.
—Oye, se la veía muy preocupada, en serio —le advertí—. Deberías tener cuidado.
—Nena, mírame —me dijo—. Marsh está en la cárcel y no va a pisar la calle en mucho tiempo, seguramente en años, lo mismo que sus hombres. Talia puede rabiar y patalear todo lo que quiera, pero mi club en pleno se encuentra en la ciudad y la están buscando. Si enseña la jeta, la agarraremos, aunque si le queda algo de cerebro, ya se habrá largado. Le di un poco de dinero la otra noche y espero que lo haya utilizado para su propio bien. En cualquiera de los casos, nos encargaremos de ella.
—¿Lo prometes? —pregunté.
—Sí —respondió él, serio—. Y ahora, bésame.
Lo hice, abandonándome por completo y disfrutando del estrecho contacto con su cuerpo. Él se recreaba en mis labios, lamiéndolos y mordisqueándolos, hasta que sus manos agarraron con fuerza mis nalgas y me atrajeron hacia su erección. Pasamos así un par de minutos y las piernas empezaron a temblarme de la excitación —no estaba nada mal el haber cortado la estación seca, la verdad—. Gage empezó a avanzar para hacerme entrar en la despensa y cerró la puerta tras él. A continuación me agarró por la cara posterior de los muslos y me alzó para que le rodeara la cintura con las piernas.
—No es una buena idea —susurré mientras él comenzaba a besarme desde el cuello hacia abajo—. Esa puerta ni siquiera tiene cerrojo.
—¿Y a quién le importa? —repuso él. Acto seguido, me apoyó la espalda contra la pared y me presionó contra la pelvis, rozando mi parte más sensible, lo cual me hizo decidir que, si a él no le importaba, a mí tampoco. En el improbable caso de que nos sorprendiera allí, mi padre no imaginaba a estas alturas que yo fuera virgen, precisamente. Gage me levantó la camiseta, me bajó la ropa interior para chupar uno de mis pezones y ahí ya mis pensamientos cesaron por completo. Mi «hombre para todo» estaba dándome embestidas contra la pared de mi alacena y era una sensación fantástica. Todo lo que deseaba era tenerlo dentro, cuanto antes mejor.
—Joder —gimió Gage, apartándose para depositarme en el suelo. A continuación me abrió de un zarpazo los shorts y me los bajó hasta los tobillos, me hizo dar la vuelta y me empujó para que me apoyara en la pared con ambas manos. Oí el ruido de la cremallera de su pantalón al bajar y el de la bolsita del condón al ser rasgada. Segundos después, la cabeza de su ariete enfiló mi entrada y me llenó entera al primer empellón, llegando hasta el fondo del túnel del placer casi de forma dolorosa.
—Oh, Dios, qué gusto —murmuré mientras sus manos me agarraban con fuerza por la cintura para proyectarme hacia su pelvis, que trabajaba como un martillo pilón. Era bueno, realmente bueno. Diferente de lo que habíamos hecho antes y, sin embargo, justo lo que necesitaba en aquel momento. El deseo me inundaba, creciendo hacia arriba en espiral como las llamas, y de pronto me cegó su resplandor al llegar el éxtasis sin avisar. Presa de espasmos, gemía descontroladamente, clavada en su potencia. Sus dedos se hundían en mi carne con tanta fuerza que sabía que me dejarían marcas, pero no me importaba.
Nada me importaba.
Él llegó al clímax momentos después, rugiendo de placer. Nos quedamos en aquella postura durante largos segundos, jadeantes, y a continuación Gage se inclinó sobre mi espalda, acariciándome el vientre con suavidad. En aquel momento sonó su teléfono móvil y rompió a reír.
—No es mala forma de empezar el día —comentó.
—Estoy de acuerdo —susurré en respuesta. Todo había pasado a tal velocidad que, de no ser porque tenía los shorts a la altura de las rodillas, habría creído ser víctima de una alucinación. El teléfono de Gage sonó de nuevo.
—Creo que debería responder —dijo—. Estoy esperando una llamada, ya que todos nuestros planes se han jodido por culpa de los incendios.
Sin embargo, en lugar de hacerlo, comenzó a acariciarme los pechos y suspiré de felicidad. Estábamos en nuestro pequeño mundo aparte y cualquiera que estuviera ahí fuera podía esperar sentado.
Tal vez podríamos quedarnos a vivir ahí, en la despensa.
Entonces el teléfono sonó de nuevo y esta vez Gage se apartó de mí. Oí cómo se abrochaba los pantalones antes de contestar y yo me subí los shorts, dando incómodos saltitos para ajustármelos. Trataba de no escuchar lo que él decía, pero la curiosidad era más fuerte.
—¿Quién es? —inquirió Gage y oí una voz femenina, aunque no entendí lo que decía. Por un segundo sentí celos e inmediatamente caí en la cuenta de lo estúpido de mi reacción. Podía ser cualquiera.
—Voy a colgar —avisó Gage y la voz de la mujer se hizo más fuerte, al tiempo que aceleraba el ritmo. Me resultaba familiar.
—Talia, tienes que dejarlo estar —dijo por fin Gage—. Se ha acabado. Todo. Lárgate y empieza otra vida antes de que nos veamos obligados a pasar a la acción. Es lo mejor que puedes hacer.
Del pequeño altavoz salió un chillido y Gage me indicó la puerta con un gesto de la cabeza, en una muda petición de privacidad.
Nunca en mi vida había deseado escuchar una conversación telefónica más que en aquella ocasión, pero me las arreglé para ser educada y salir a la cocina. La televisión estaba encendida y ahora mostraba una toma de satélite en la que se veía el humo que cubría la mitad del estado de Washington, el norte de Idaho y llegaba hasta Alberta por el norte —parecía realmente como si toda la región estuviera en llamas—. En aquel momento, mi padre entró en la cocina con paso vacilante y me di cuenta de que mi pelo estaba en completo desorden y mi camiseta aún parcialmente subida, mostrando buena parte de mi piel. Sentí que las mejillas me ardían y me bajé la camiseta rápidamente. Por suerte mi padre no pareció notar nada.
—¿Qué pasa con todo ese humo? —preguntó—. ¿Alguien está quemando rastrojos ahí fuera?
—Hay incendios, papá —le recordé, impresionada de que pudiera estar tan fuera del mundo a veces—. Tenemos un aviso de evacuación.
Mi padre frunció el ceño.
—Mal asunto —comentó—. ¿Está lleno el depósito del camión?
—Ya no tenemos ningún camión, papá —le dije—. Lo vendimos, ¿no te acuerdas?
—Oh, debo haberlo olvidado —comentó, ausente—. Bueno, podemos usar el automóvil de tu madre.
No, el vehículo de mamá quedó destrozado en el accidente.
—El mío sí tiene gasolina —dije, mirando hacia la despensa. Un segundo después oí cómo la puerta trasera se cerraba con estruendo y miré por la ventana. Gage avanzaba a paso vivo por el jardín, con rostro sombrío.
¿Qué demonios significaba todo aquello?
En aquel momento sonó mi teléfono. Carrie.
—Eh, ¿qué tal? —la saludé.
—Has oído lo de Chelan, ¿no? —me dijo.
—Sí, tiene mala pinta —repuse.
—Y que lo digas —confirmó ella—. Los bomberos voluntarios de Hallies Falls se dirigen hacia el sur de la ciudad, porque ha aparecido un nuevo incendio y el servicio forestal no tiene medios para responder. Darren ha ido con ellos. Mi tía me ha llamado desde allí y dice que acaban de subirles a nivel dos, lo que significa que tienen que empaquetar sus cosas y prepararse para la evacuación. Quiero recogerla y traerla a nuestra casa, pero me preocupan mis hijas. Están en el instituto y no me gusta sacarlas sin motivo, pero no quiero irme de la ciudad sin ellas cuando no está Darren. No en un día como hoy.
—No te preocupes —le dije—. Llama y di que yo las recojo esta tarde. Ya no voy a trabajar más por hoy. Randi está ocupada ayudando a su familia y no puede encargarse de mi padre. Esos abogados de Seattle tendrán que esperar si quieren su chocolate.
—Gracias, nena —dijo Carrie con voz de alivio—. Cuídamelas. Sé que estoy un poco paranoica, pero…
—Ve a buscar a tu tía —la corté—. Tranquila. Todo irá bien, Carrie, te lo prometo.
***
Gage
—Si los Reapers quieren evitar una guerra por la ruta del tráfico hacia Canadá, tendréis que contar conmigo —me dijo Talia al teléfono mientras Tinker cerraba la puerta de la cocina para dejarme hablar en privado. Dios, no podía creer lo bien que me sentía con aquella mujer abrazada estrechamente a mí. Ella podía aún albergar sus dudas, pero yo no. Teníamos que conseguir que lo nuestro funcionara, de una forma o de otra. Estaba decidido.
—Tu hermano y tú habéis estando lanzando amenazas y ahora tengo que creerme que podemos hacer negocios juntos —repliqué—. ¿Es que me tomas por un estúpido integral? No lo captas, ¿verdad? Se ha acabado. Te tenemos vigilada y no nos interesan tus juegos.
—Sí, lo he entendido —repuso ella—. Estoy bien jodida. Marsh está fuera de la circulación y vosotros os habéis hecho con el control del club. Esa parte de mi vida se ha terminado y tengo que seguir adelante, pero quinientos pavos no son suficientes. Necesitáis la conexión canadiense y yo la tengo. Todo lo que pido es una comisión justa por poneros en contacto con ellos. Déjame que os allane el camino.
—No necesitamos que nos allanes nada —respondí.
—Ellos me conocen —insistió ella—. Quieren llegar a un acuerdo con los Reapers. Saben que nuestro negocio ha terminado y no quieren que les echéis el cierre a ellos también o lo que sea que vaya a ocurrir, pero no tienen ni idea de cómo llegar hasta vosotros.
—Déjame adivinar —le dije—. ¿También ellos te pagarían una puta comisión?
—Eso es asunto mío, no tuyo —respondió Talia—. Lo único que tienes que hacer es trabajar conmigo para organizarlo todo. Después tomaré mi dinero y me iré. Sé entender cuándo he perdido la partida.
—No me interesa —le dije.
—Sí, sí te interesa —insistió ella—. Puedo arreglarlo todo hoy mismo. De otra manera llevaría meses y se perdería muchísimo tiempo y energía. Los dos sabemos que necesito dinero y esta es la última carta que me queda por jugar.
Tenía razón.
Mierda.
—Acércate al club en un par de horas y lo hablamos —le dije.
—¿Crees que soy idiota? —replicó ella—. Lo que quieres es verme muerta.
—No, quiero que te largues —respondí—. Es una gran diferencia. Para empezar, menos molestias para todos.
—Ni de puta coña —se reafirmó ella—. Lo que tenga que pasar será en un lugar neutral, donde los canadienses puedan protegerme mientras dura la reunión. No pretendo tenderos ninguna emboscada. Trae a cuantos quieras de tus hermanos. Nadie quiere pelear.
—Hablaré con el club y veremos —le dije.
—Llámame pronto, ¿vale? —respondió ella—. Tiene que ser hoy. Hay producto estacionado en nuestro lado de la frontera y nadie que lo mueva.
—Ese tampoco es mi problema —le indiqué.
—Bueno, tú coméntaselo a los del club, ¿vale? —pidió Talia.
—Lo tendremos en cuenta —concedí.
Dicho esto, colgué la llamada y miré hacia la cocina. Tinker hablaba con alguien, seguramente con su padre. Le mandaría un mensaje después, una vez que tuviera una idea más clara de la situación.
El aire en la calle era denso y pesado. Desagradable. Todo había adquirido un tono amarillento y envejecido, como si fuera una de esas fotos antiguas. Saqué un pañuelo, me lo anudé en torno a la nariz y la boca y me subí a la moto. Al circular por la calle, me crucé de frente con el aspirante de los Reapers asignado para proteger a Tinker aquel día y le saludé con la mano.
Al llegar al club vi que solo había unas pocas motos aparcadas y nadie vigilando. Dada la calidad del aire, no me sorprendía —nadie debería estar en la calle respirando aquella mierda—. Al entrar vi a Picnic, a Hunter y a Taz.
—He enviado a casa al resto de los hermanos de Coeur d’Alene —anunció Pic al verme—. Cord y sus hombres quieren unirse a los equipos de bomberos. Están pidiendo voluntarios y parece que la cosa se está poniendo muy fea al sur de la ciudad, tanto que Horse y Ruger han decidido acompañarles también. ¿Qué plan tienes para hoy? No me gusta la pinta que tiene todo por ahí fuera. London me ha dicho que el humo ha llegado hasta Coeur d’Alene.
—Acabo de hablar por teléfono con Talia Jackson —les indiqué.
—¿La zorra que te atacó la otra noche? —preguntó Taz, arqueando una ceja—. Pensaba que la habías echado de la ciudad.
—Me ha dicho que tiene a los canadienses esperando para reunirse con nosotros —les dije.
—Sí y yo tengo hadas mágicas en mi cartera —replicó Hunter—. ¿A quién le importa una mierda lo que diga esa?
—¿Qué quiere? —preguntó Picnic, mirando a Hunter con el ceño fruncido.
—Me ha dicho que tienen producto escondido al sur de la frontera y están esperando a moverlo, pero les acojona hacer cualquier movimiento ahora que Marsh está fuera de juego. Quieren firmar un acuerdo con los Reapers.
—Normal que estén acojonados —murmuró Taz—. Han estado rompiendo las reglas y ahora van a pagar. No me gustaría estar en su pellejo.
—¿Qué es lo que quiere ella? —me preguntó Pic.
—Dinero —respondí—. Tinker me comenta que ha estado lanzando amenazas, lo cual no es ninguna novedad, pero Talia me ha dicho que busca fondos para poder trasladarse a otro sitio. Probablemente sea cierto, aunque no se puede descartar para nada que esté mintiendo. Podría tratarse de una emboscada.
—Estoy de acuerdo —dijo Pic, con aire pensativo—. Es una pena que no tengamos más hombres para lidiar con el problema. Bueno, supongamos que organizamos una reunión. Tú podrías identificar fácilmente a los hombres que viste en Penticton, ¿correcto? Tal vez merezca la pena arriesgarse, asumiendo que podamos mantener el contacto bajo control.
—Sí, los reconocería —confirmé—, aunque el riesgo es muy alto. Eso sí, Talia me dijo que podríamos traer a todos los hombres que quisiéramos, así que, si es una emboscada, no es al estilo usual. No tiene miedo de que nos presentemos con todas nuestras fuerzas.
Hunter y Taz intercambiaron una mirada y me pregunté para mis adentros qué estarían pensando. Yo no conocía muy bien a los Devil’s Jacks. Aunque ahora éramos aliados, unas cuantas barbacoas juntos no bastaban para sellar una relación de confianza.
—Llámala —sugirió Hunter— y pon el altavoz para que todos oigamos lo que dice.
Miré a Pic en busca de confirmación y, al recibirla, llamé y coloqué el teléfono en el centro de la mesa. Dio dos veces el tono de llamada y contestó Talia, con voz ronca.
—¿Eres tú? —dijo.
—Estamos todos aquí, escuchando —le dije—. Tienes un minuto. Habla.
—Pásame el teléfono —dijo entonces un hombre junto a Talia—. ¿Está Picnic Hayes ahí?
—Así me llaman —respondió mi presidente—. ¿Qué queréis?
—Queremos arreglar las cosas —respondió el desconocido—. Sabemos que Marsh Jackson está fuera de la foto y no queremos acabar como él. Indicadnos qué podemos hacer para que todo vaya bien.
—Habéis dañado nuestras alianzas y actuado a nuestras espaldas —respondió Pic—. Una serpiente siempre es una serpiente. No creo que podamos ayudaros.
—Espera —pidió el tipo—. La situación está cambiando al norte de la frontera. Es mejor para vosotros tenernos de vuestro lado porque, si desaparecemos, los carteles del sur se harán con el control de la región y tendréis que luchar en dos frentes. Todos saldríamos perdiendo. Lo único que queremos es hablar. Una tregua.
Pic y Hunter se miraron y este último asintió lentamente con la cabeza.
—De acuerdo, hablaremos —respondió—, pero tendréis que venir vosotros a vernos, no al revés. Todo se hará según nuestras condiciones. ¿Dónde estáis ahora?
Durante unos segundos hubo silencio al otro lado de la línea.
—Estamos en Crownover —dijo por fin la voz—. Por aquí solo hay un lugar donde reunirse, un bar que se llama Jay’s Place.
—De acuerdo, manteneos en cobertura —indicó Pic—. Volveremos a llamar para daros instrucciones.
Dicho esto, alargó la mano y cortó la llamada. El hombre había mencionado el nombre de un pueblo a unos cuarenta kilómetros al norte de Hallies Falls.
—Qué gilipollas —comenté—. Ese pueblo no tiene más de doscientos habitantes. Eso significa que ahora mismo deben de tener un centenar de pares de ojos encima, preguntándose qué demonios están haciendo ahí esos forasteros.
Hunter sacó su teléfono y buscó algo.
—Parece que hay un vertedero del condado a unos quince kilómetros al norte de Hallies Falls —dijo—. Podríamos quedar ahí con ellos, tomar posiciones y esperar a que vinieran. Aguardaríamos emboscados en el bosque junto a la carretera. Si se presentan demasiados o las cosas no pintan bien, nos largamos. Taz podría trepar a un árbol y apostarse ahí con un rifle para darnos cobertura. Ha sido francotirador, ya sabéis.
—Que te jodan —respondió Taz—, nada de árboles. Sin embargo, montar un puesto con un rifle tiene sentido.
—¿Todos a favor? —preguntó Pic. Los cuatro alzamos la mano al unísono y, a continuación, saqué mi teléfono y envié un breve texto a Tinker.
YO: Tengo un asunto que resolver. Te veré más tarde.
Cuídate.
Unos segundos después, mi teléfono zumbó.
TINKER: Tú también. Me quedaré en casa todo el día. Quiero estar con mi padre. Voy a cancelar la cita de mañana en Seattle. Para tu info, que hayamos follado como monos en la despensa no significa que seas mi novio.
Sonreí de oreja a oreja y, al alzar de nuevo la mirada, vi que todos me miraban con expresión de burla.
—Sois todos unos mamones —les dije.
—Yo no —precisó Taz—. A todos vosotros os tienen agarrados por las pelotas, pero a mí no. Vive libre o muere.
—Ya está bien —cortó Pic—. Vamos a encargarnos de este asunto.
—Dame un segundo —le dije, tecleando de nuevo en mi teléfono—. Voy a enviar un mensaje a BB para decirle que no se separe de Tinker, no sea que Talia esté preparando alguna jugarreta. Quiero protección completa para ella.
—¿Estás seguro de que un aspirante será suficiente para eso? —inquirió Hunter—. ¿Se puede confiar en él?
—Sí, se puede —terció Picnic—. La única razón por la que BB no ha recibido aún su parche es que estuvo de baja médica, por temas familiares. En este momento solo es una formalidad. Yo le confiaría la seguridad de Em y la de London sin dudarlo.
Envié el mensaje, nos levantamos y salimos del club, dejando la puerta bien cerrada.