Capítulo 8

Domingo por la mañana

Tinker

—Bueno, podría decir que no he pasado más vergüenza en toda mi vida, pero sería una mentira de las gordas —le dije a Carrie por teléfono—. ¿Por qué siempre hago estupideces delante de los hombres?

Sujetaba el aparato entre la oreja y el hombro, mientras rebuscaba en mi bolso. «¿Dónde están las putas llaves?». Al final mis dedos rozaron un pico metálico. Por fin, gracias a Dios. Dos segundos más tarde, la puerta de la tienda estaba abierta.

—Todas hacemos estupideces, pero esto que me cuentas ya es otro nivel —me respondió Carrie, tan «diplomática» como siempre—. ¿En qué cojones estabas pesando?

Entré en la tienda y di la vuelta de forma maquinal al letrero de «cerrado».

—Mi cerebro sufrió un cortocircuito, obviamente —repuse—. Sé que todo Hallies Falls piensa que soy una puta, pero hasta hoy no me había sentido como tal.

—Bueno, tampoco te machaques demasiado —dijo mi amiga—. Cooper y Talia no están juntos, realmente. Darren y yo estuvimos en el Jack’s Roadhouse el viernes por la noche y ahí estaba ella, montándoselo con otro tío. Es una cagada, pero tampoco es como si te hubieras cargado un matrimonio o algo así.

Cagada. No era una palabra que me gustara oír asociada a mí, pero la verdad era que describía bastante bien la situación.

—Sí, te entiendo —suspiré—. Tengo que parar ya con esta orgía de autocompasión y ponerme las pilas. Tengo como un millón de chocolatinas para empaquetar antes de que llegue el transportista y acaba de llamarme Randi para decirme que necesita tomarse la mañana libre, así que estoy sola. Parece ser que tiene que llevar a una de sus hermanitas al médico o algo así.

—Esa chica tiene que largarse de esta ciudad de una santa vez —dijo Carrie—. Su madre la está utilizando de cuidadora gratis para el resto de sus niñas. Le habían dado una beca en la Universidad Central, ¿sabes?

—Sí, lo sé —repuse—, pero bueno, es ella la que tiene que tomar la decisión.

Carrie emitió un leve gruñido de objeción, obviamente deseosa de añadir algo más, pero prefirió cambiar de tema.

—¿Quieres que me pase luego y comemos juntas? —propuso—. Me da que no hemos terminado de hablar del tema de Cooper. Tenemos que hacer una autopsia en toda regla, ¿no crees?

—Desde luego —respondí.

—Genial, estaré ahí a las doce —anunció ella—. ¿Quieres el sándwich de siempre?

—¿Puede ser mejor una ensalada? —pedí, resignada a lo inevitable—. Me siento un poco rellena en comparación con Talia, alias la Espiga. No es que importe, pero… importa.

—Tú no estás gorda, idiota —replicó Carrie—. Estás buenísima. Tienes una figura que quita el hipo. Hasta Darren me lo ha comentado.

—Uf, eso es un poco raro —le dije, con un estremecimiento—. Es como mi hermano.

—Te lo digo en serio —insistió ella—. Al parecer te vio cuando estabas agachada para agarrar algo en la tienda de comestibles y se le fueron los ojos. Es ese culete que tienes, que les encanta a los hombres. Pues nada, se estaba poniendo morado de mirarte y, de pronto, te levantaste y se dio cuenta de quién eras. El pobrecito me llamó desde el aparcamiento, para contármelo espantado. No quiso follarme en unos cuantos días porque decía que se sentía «impuro».

Rompí a reír mientras dejaba el bolso en el mostrador. Hablar con Carrie siempre me hacía sentir bien.

—Ya que lo dices, hace un par de meses me lo crucé, le saludé y pasó de largo sin hacerme ni un gesto —comenté—. Me parece que ahora ya sé por qué. Sabes que no voy a permitirle olvidar esto, ¿verdad?

—Por supuesto —suspiró ella alegremente—. Por eso te lo he contado. Últimamente está un poquito sobrado y no le vendría mal que le bajaran un poco los humos. ¿Vas a arreglártelas para empaquetar todo eso?

—Sí, es un pedido más gordo de lo habitual —expliqué—. Parece como si ese gabinete de abogados quisiera subvencionar nuestro negocio. Nos han pedido una tonelada de cajitas individuales de regalo. No conozco los detalles, pero me da igual. Solo sé que pagan por adelantado.

—Bueno, eso está genial —comentó Carrie—. ¿Están intentando fichar a Brandon? Apuesto a que no le ha dicho nada a nadie sobre vuestro divorcio. Quiere que vuelvas con él. Sería bueno para su campaña.

—Sí, claro —dije, riendo—, pero cambiaría rápidamente de opinión si viera esa grabación de video. Por cierto, le hablé a Cooper de ella.

—¿Qué? —replicó ella, obviamente alucinada.

—Que se lo he dicho a Cooper —repetí—. Él sabe escuchar muy bien y simplemente salió el tema. De todos modos lo habría oído por ahí, tarde o temprano. Bueno, pues aunque no te lo creas, le pareció divertidísimo.

—Hombre, su gracia tiene —comentó ella—. Quiero decir, si no fuera una potencial bomba de relojería sobre ti, te estaría tomando el pelo con ello todo el día. Solo espero que nunca se vuelva viral. No necesitas ese dolor de cabeza, encima.

Entré en la cocina y dejé mi monedero en una encimera.

—¿Sabes? —dije—. De alguna manera fue como una liberación contárselo a Cooper. Lo del video me jode, claro, pero la vida sigue. Me hizo bien sentir que no tengo nada que ocultar.

—Tinker, no tienes nada de qué avergonzarte —corroboró Carrie—. Mantuviste relaciones sexuales con un adulto en tu habitación de hotel. La impresentable aquí es Heather Brinks. Ojalá se pudra en el infierno, o mejor aún en uno de los baños de Walmart. Ese sí que sería un buen castigo.

—Tienes razón, aunque no siempre lo veo así —admití, con un suspiro—. A veces me pregunto si alguna vez volveré a sentirme normal, como era yo siempre, y no triste…

—Me gustaría tener una respuesta —respondió Carrie, con voz ahora seria—. Algún día todo volverá a ser normal.

—Sí, tiene que ser así —confirmé, despabilándome de golpe—. Eh, tengo que ponerme las pilas. Me esperan todos esos pedidos para enviar.

—¿No te causará problemas dejar que esos abogados crean que tú y Brandon seguís juntos? —preguntó ella.

—Bueno, a efectos legales seguimos casados y compartimos una casa, entre otras cosas —respondí—. Él es el que no para de discutir cada detalle y de retrasar las cosas. Si no se corta en jugar sus jueguecitos, ¿por qué no voy yo a sacar ventaja para mi negocio?

—Muy bien, eso es lo que quería oír —dijo Carrie, con voz animada—. A por ello, pues. Te veo en un par de horas. Besitos.

—Besitos.

***

Dos horas más tarde ya había empaquetado casi la mitad de los dulces de calabaza para mi envío semanal. Randi no había regresado todavía de su gestión, lo cual no era ideal, pero tampoco el fin del mundo. Podía empaquetar y encargarme de la tienda al mismo tiempo. No entraban cientos de personas, precisamente, y cualquiera que apareciera por allí un lunes sería vecino. «Debería cerrar esto y punto», pensé. Hacia las once me encontraba en la cocina y por poco no oí la campanilla de la puerta que sonaba al entrar alguien.

—¡Estoy aquí dentro! —grité—. ¡Salgo en un minuto!

Me agaché para sacar unas cuantas cajas de cartón de uno de los armarios de la encimera y oí pasos que resonaban en el gastado suelo de madera. De pronto sentí la presencia de alguien junto a mí en la pequeña cocina. Me levanté, exhibiendo firmemente mi mejor sonrisa, y me quedé helada.

«Oh, mierda».

Allí estaba Talia Jackson, que me miraba fijamente desde la puerta.

Un torrente de vergüenza y sentimiento de culpa me sacudió por dentro y mis mejillas entraron en ignición.

«¡Di algo!» me gritó mi conciencia. «Pero… ¿qué?» «¿Siento mucho haberme enrollado con tu novio anoche, pero él me besó primero, así que tal vez deberías pedirle explicaciones a él?» Sí, bueno, no quedaba mal del todo…

La novia de Cooper me dedicó una sonrisa supersiniestra y movió la cabeza de forma sensual, casi como si pretendiera flirtear conmigo.

—Guau, vaya montón de chocolate —comentó, señalando con la barbilla la fila de bandejas situadas en la encimera. En cada bandeja de metal había cerca de un centenar de chocolatinas y eran seis en total. Asentí con precaución, mis sentidos en máxima alerta.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Talia.

—Los empaqueto para venderlos —respondí, preguntándome de qué iba su juego—. Mi transportista va a pasar a recogerlos esta tarde. Los lleva a Seattle y se los entrega a mis clientes.

—¿Y los haces todos tú sola? —preguntó, avanzando hacia mí—. Menudo trabajo. Sería una putada que les ocurriera algo.

«Oh, mierda.»

Talia dio un paso más, con cara de pocos amigos, y yo retrocedí y me golpeé contra la pila de acero inoxidable. La intrusa avanzó hasta colocarse junto a la torre de bandejas y, a continuación, separó una mano de la espalda y me mostró lo que llevaba en ella, un cuchillo con el que me apuntó de forma acusatoria. Era uno de esos grandes cuchillos de supervivencia, prácticamente un machete.

—Tú y yo tenemos que hablar —dijo con voz dulce.

Mi corazón comenzó a latir como una metralleta y miré en todas direcciones, tratando de encontrar algo con lo que defenderme. Aquella chica tenía alguna enfermedad mental diagnosticada o no le faltaba mucho para ello. Mi mano tropezó con una bandeja metálica sin lavar que se encontraba dentro de la pila. Si Talia me atacaba, aquello podría servirme de escudo, ya que al parecer mi vida se estaba convirtiendo en una película de Quentin Tarantino. El decorado era perfecto, desde luego: solas las dos aquí dentro, entre viejas paredes de ladrillo cuyo grosor conocía bien.

«Si gritas, nadie te oirá.»

—¿De qué querías hablar? —pregunté, tratando de aparentar calma. A pesar de mi esfuerzo, sentí que la voz me temblaba.

—Quieres follarte a mi novio —dijo Talia, moviendo el cuchillo como si amenazara a un niño travieso—. He visto cómo le miras. Al principio no me importaba, porque no eres más que una vieja reseca y a él no le interesas para nada, pero anoche te pasaste de la raya y lo vas a pagar.

—Lo siento —susurré, tragando saliva. Había algo perturbador en sus ojos, demasiado brillantes y con las pupilas muy dilatadas. Dios… ¿estaba drogada?

—Oh, sí, lo vas a sentir —replicó ella mientras pinchaba una de las chocolatinas con el cuchillo y yo agarré con fuerza la bandeja metálica por uno de los bordes. Si me atacaba, solo tendría una oportunidad para defenderme. No podía malgastarla.

—Tienen muy buen aspecto —comentó Talia, señalando las chocolatinas— y estoy segura de que están muy buenas. Si no, no tendrías el culo tan gordo. No me extraña que no tengas a un hombre a tu lado.

Dicho esto, Talia alzó el cuchillo y se lanzó contra mí. Con un rápido movimiento, me cubrí el cuerpo con la bandeja metálica, golpeándome con fuerza la mano que tenía libre —lo cual estuvo bien, ya que el dolor agudizó mi estado de alerta—. Sin embargo, el cuchillo se frenó a medio camino, ya que solo pretendía asustarme. Talia rio y alzó una ceja.

—¿Crees que eso va a detenerme? —preguntó, burlona—. Escucha bien, zorra asquerosa, porque tengo algunas reglas para ti. En primer lugar, nunca más vas a volver a entrar en su apartamento. Sé que Cooper trabaja para ti en el edificio. A partir de ahora, toda la comunicación con él la harás con notas y mensajes de texto. Te voy a dar una semana o dos así y después le echas de aquí a patadas. Ya puedes ir buscándote una excusa, porque como le hables de mí, vengo y te corto el cuello. Te lo prometo. Después vendrá mi hermano y hará desaparecer tu cuerpo de forma que nunca nadie lo encuentre. No volveré a advertírtelo. ¿Me has entendido?

Asentí con la cabeza, rápidamente.

—Me voy —prosiguió ella—, pero recuerda: si le hablas, te rajo. Si entras en su apartamento, te rajo. De hecho, como se te ocurra siquiera mirar hacia él, te saco el corazón y me lo como.

Talia me dedicó una última sonrisa y, a continuación, fue volcando una a una las bandejas con las chocolatinas. La respiración se me cortó al ver cómo el trabajo de una semana —casi seiscientas chocolatinas caseras— se estrellaban contra el suelo. Acabada la «faena», Talia giró sobre sus talones, abandonó la cocina y salió de la tienda, acompañada del alegre soniquete de las campanillas de la puerta. Me quedé inmóvil en medio de la cocina, en silencio, aturdida y con náuseas dando vueltas en mi estómago.

Mierda. Cosas así no le pasan a la gente real. No en mi mundo, al menos.

Crucé los brazos sobre el pecho y me senté lentamente en el suelo, con todo el cuerpo temblando. ¿Por qué no había hecho nada para defenderme? No soy una persona débil. Había ido de caza con mi padre desde que tenía seis años y había abatido mi primer ciervo a los diez. Había utilizado un cuchillo como el de Talia para despellejar al animal. Debería haber anticipado lo que iba a ocurrir y tomado precauciones.

Se suponía que aquel era mi refugio.

La tienda de mi madre era el lugar al que acudía después del colegio, para mi ración de abrazos y de galletas recién hechas. Ella solía darme té a la menta mientras yo hacía los deberes en una de las mesas, hasta que llegaba mi padre y nos llevaba a casa. Se suponía que allí no podían pasar cosas malas.

Tal vez Brandon tenía razón.

Tal vez debería regresar a Seattle, donde la gente no estaba loca y donde tenía una cocina de verdad, y no aquel pequeño espacio atestado de cosas. Las chocolatinas que había tirado Talia no eran salvables, no después de haber tocado el suelo. Tendría que llamar a mis clientes y decirles que habría un retraso. Nunca había fallado así antes, pero con suerte no perdería a muchos de ellos a largo plazo. Al pensar en ello sentí un brote de rabia dentro de mí y me agarré a él. Rabia significaba energía y no me venía nada mal en aquellos momentos, ya que… ¡menuda hija de la gran puta!

Me obligué a levantarme, respiré hondo y consideré mis opciones. Podía llamar a la policía, claro —eso es lo que hace la gente en Seattle—, pero estábamos en Hallies Falls, donde los Nighthawk Raiders imponían su ley y los agentes del orden miraban para otro lado. Se comentaba en plan de broma que la policía estaba a sueldo de los moteros, pero era una broma que hacía poca gracia.

Porque sabíamos que era verdad.

No tenía además ninguna evidencia de que Talia me hubiera amenazado. Claro, el suelo estaba lleno de chocolate, pero aquello solo demostraría que soy un poco torpe. Como mucho conseguiría una orden de alejamiento, pero todos sabemos lo poco efectivo que es el papel en una pelea con cuchillos.

Carrie. Llamaría a Carrie.

Alcancé mi bolso y rebusqué en su interior, en busca de mi teléfono móvil. Mis dedos palparon el pequeño espray de pimienta que llevaba para mi defensa personal. Sonreí de forma nada alegre. Mi padre siempre se había reído de mi espray, ya que estaba convencido de que tenía tantas posibilidades de rociarme a mí misma como a un posible atacante. Sin embargo, no había tenido la posibilidad de demostrarle que estaba equivocado, ya que nunca había tenido ocasión de utilizarlo. Por fin encontré el teléfono y marqué el número de Carrie.

—¿Qué hay? —saludó con animación.

—¿Te apuntarías a un almuerzo temprano? —le dije, con voz temblorosa—. Ha pasado algo y no me vendría mal un poco de compañía.

—¿Estás bien? —me preguntó—. No lo parece por tu voz. ¿Qué ha pasado?

—Estoy bien —respondí, frotándome los ojos—, pero ven en cuanto puedas, ¿vale?

***

—La voy a matar —rugió Carrie, furiosa. Antes de la llegada de mi amiga había cerrado la tienda, con el letrero en posición para indicarlo, y me había retirado de nuevo al interior de la cocina, donde la gente no pudiera verme. Tras poner agua a calentar para hacer té, había comenzado a limpiar el gigantesco destrozo que Talia había dejado a su paso. No solo eran las chocolatinas de las bandejas, sino que también habían caído al suelo la mayoría de las que ya estaban empaquetadas en cajas.

Cuando llegó Carrie, tuve que emplear toda mi fuerza de voluntad para salir fuera y abrir la puerta.

—Lo único que quiero es mantener esto en secreto —le dije mientras acercaba una banqueta a la encimera.

—Ni de puta broma —respondió Carrie.

—Escúchame —insistí, levantando una mano—. Talia Jackson está loca y me odia. ¿Qué crees que pasará si llamamos a la poli? Harán un informe y tal vez impongan una orden de alejamiento temporal, la cual solo me servirá para limpiarme el culo cuando Talia decida asesinarme mientras duermo. Bueno y eso asumiendo que no estén a sueldo de su hermano. Ya sabes cómo funcionan las cosas por aquí.

Carrie se mordió el labio y pude ver que quería discutir conmigo, pero sabía que yo estaba en lo cierto. Los Nighthawk Raiders eran los dueños de aquella ciudad y a mí no me apetecía servir de prueba para comprobar su grado de influencia.

—Entonces se lo diremos a Darren —dijo Carrie por fin—. Él te protegerá.

—No es una buena idea —dije, sacudiendo la cabeza—. Si se lo decimos, irá a por ella en plan Iron Man y entonces su hermano y el resto de los moteros lo buscarán a él y tú te convertirás en viuda y tus hijos en huérfanos y…

Se me cortó la respiración y noté que los ojos se me llenaban de lágrimas. No, nada de llorar, me recordé a mí misma.

—Cálmate —me dijo Carrie rápidamente—. Tienes razón en lo de Darren. No podemos decírselo, porque se pondría hecho una furia y no puedo permitirme el lujo de que lo asesinen antes de que las niñas acaben el instituto. Ahora bien, ¿qué opciones nos quedan, entonces?

—Voy a hacer lo que me ha dicho —fue mi respuesta, lisa y llana—. No porque esté bien lo que ha hecho Talia, que no lo está, ni tampoco porque esté asustada de ella, aunque sí lo estoy y mucho. Voy a hacerlo, simplemente porque tiene razón en una cosa, Carrie. Lo que pasó entre Cooper y yo anoche estuvo mal y fue un terrible error.

—Lo sé —afirmó ella, firme—, pero él empezó, no tú.

—Y yo podía haberle parado los pies si hubiera querido —repliqué, mirándola a los ojos— y no lo hice. En aquel momento no me importaba nadie más que yo misma. Actué igual que Brandon y yo soy mejor que eso.

—No actuaste como Brandon —objetó Carrie—. Puedes lamentar lo que ocurrió anoche todo lo que quieras, y yo estoy de acuerdo en que fue un error, pero estás a años luz del nivel de Brandon. Deja de castigarte a ti misma y concéntrate en cómo podemos arreglar este lío.

—Tal vez debería volver a Seattle —apunté, con voz débil.

—No —respondió Carrie.

—No con Brandon —insistí—. Es que esta ciudad… a ti siempre te ha gustado, Carrie, pero yo nunca me vi en Hallies Falls para toda la vida. Lo sabes. La única razón de que esté aquí es mi padre.

—De acuerdo, cálmate —replicó ella—. Estás aterrorizada y es normal, porque esta Talia da miedo, la verdad. Sin embargo, no puedes mudarte a Seattle solo porque una zorra tarada se ha agarrado una rabieta.

—Una zorra tarada con un machete —le recordé a Carrie.

—Sí, eso es inquietante —admitió mi amiga—. Joder, es difícil de imaginar y desde luego ya es mala suerte que entrara así en el momento oportuno. Quiero decir, has sido una jodida monja desde lo de…

—Acordamos no volver a hablar de ello —interrumpí, alzando la mano. Ella asintió con la cabeza y a continuación arqueó una ceja.

—Aún no me puedo creer que te follaras a Jamie Braeburn —declaró—. ¡Estaba tan orgullosa de ti, nena! Nada como acostarte con un tío para ayudarte a olvidar a otro. Y Brandon…

—¡Para! —le ordené, roja como un pimiento—. No vamos a volver sobre ello y creo que deberíamos hacer lo mismo respecto a lo de Cooper.

—Estoy de acuerdo —aprobó ella—, pero a veces me pregunto por qué todos los tíos buenos están locos.

—Darren está bueno —objeté.

—La excepción confirma la regla —replicó ella—. Bueno, supongo que no te apetecerá la ensalada después de todo esto.

—Creo que la guardaré en el frigorífico para después —dije—. Aún tengo el estómago cerrado, por la adrenalina. Tengo que limpiar aquí y después me pondré a hacer más chocolatinas. Los pedidos van a llegar tarde, pero creo que podré reponer todo lo perdido para el miércoles por la mañana. Lo llevaré yo misma a Seattle por la noche y el jueves haré el reparto. Si todo va bien, puedo regresar a tiempo para preparar los pedidos de la semana que viene durante el fin de semana.

—Te vas a matar a trabajar si haces todo eso y encima a mano —dijo Carrie con tono serio—. No es realista. Es hora de que te hagas con una cocina como Dios manda. Darren puede ayudarte a remodelar el sótano. Necesitas que el negocio sea viable y es imposible si estás llevando una tetería y al tiempo elaborando una a una esas chocolatinas.

Miré a Carrie y deseé que lo que decía no fuera verdad. Hasta entonces me las había arreglado para mantener todo aquello en pie, pero la espalda y los hombros me dolían a rabiar por las noches, de tanto amasar y rellenar moldes. En Seattle tenía una máquina que podía completar el proceso en un par de horas, fácilmente. Todo estaba allí esperando, en el sótano de mi casa. En la cocina de la tienda no había sitio suficiente.

—Igual lo que tendría que hacer es llevarme a mi padre a Seattle —reflexioné—. Dejar el edificio en manos de una inmobiliaria y cerrar la tienda. El plan nunca fue quedarme tanto tiempo en Hallies Falls.

Carrie me tomó la mano y me la estrechó entre las suyas.

—Sé que las cosas aquí no son perfectas —dijo— y yo no soy objetiva en esto, porque quiero que te quedes, pero antes de tomar una decisión así, piensa en tu padre. Está claro para todos que va cuesta abajo. No sabemos cuánto tiempo le queda, pero lo que sí está claro es que aquí vive en una casa que para él es un lugar seguro y conocido. Está cómodo, es feliz y tiene su rutina. A veces se le olvida que tu madre se ha ido, pero siempre recuerda dónde está. Sabe dónde encontrar algo de beber, puede salir a pasear por el vecindario. Si le quitas esto, perderá cualquier calidad de vida que todavía le quede.

Las palabras de Carrie me golpearon como un puñetazo en el estómago.

—Tengo miedo —reconocí, con voz débil, y Carrie asintió, con rostro lleno de determinación.

—Lo sé —dijo—, pero vamos a protegerte. Lo primero de todo, vamos a cerrar esta tienda, para que puedas trabajar tranquilamente sin la preocupación de que alguien pueda entrar.

Abrí la boca para protestar, pero Carrie alzó una mano y me cortó en seco.

—A tu madre le encantaba este lugar —continuó—, pero el negocio no es viable. Ella nunca pensó que tú lo mantendrías abierto y lo sabes.

Era cierto.

—Entonces, el tema de la tienda ya está resuelto —prosiguió Carrie—. Ahora tenemos que lidiar con la crisis de las chocolatinas. ¿Tienes que hacerlas aquí de nuevo o puedes ir a Seattle y usar la máquina? Sabes que no me gusta nada la idea, pero creo que te irá mejor si las haces allí. Claro que primero tendrás que limpiarlo todo bien, asegurarte de que funciona correctamente y vértelas con Brandon. Me da igual si esto le causa molestias. El muy gilipollas ha estado actuando despacio en todo lo del divorcio y la venta de la casa, así que puede muy bien aguantarte por allí un par de días. La cuestión es si tú puedes aguantarle a él lo suficiente como para terminar el trabajo.

Consideré su sugerencia, sopesando los pros y los contras tan desapasionadamente como me fue posible.

—Debería ir a Seattle, la verdad —concluí por fin—. Con el equipo que tengo allí, podría reemplazar las chocolatinas dos veces más rápido que aquí. Esto además me daría un margen de tiempo, para ver si la situación con Talia se enfría un poco. En todo caso, tendría que hacer algo con mi padre.

—Llévatelo —sugirió Carrie.

—¿No decías que debía quedarse en la casa que adora? —objeté.

—Bueno, no vas allí para quedarte, tonta del culo —replicó ella, con gesto de impaciencia—. Vas, haces el trabajo y te vuelves. Llévate a Randi también. Apuesto a que estará encantada de largarse por unos días y puede encargarse de empaquetar todo. Además, te puede echar una mano también con tu padre.

—¿Y qué pasa con el edificio de apartamentos? —quise saber.

—Darren puede ocuparse —repuso Carrie—. Te vendrá muy bien alejarte de toda la movida de Cooper y Talia. El tío estará buenísimo, vale, pero por lo que hemos visto es un auténtico hijo de puta. Tiene novia y ahí está, sin cortarse y tratando de ligar contigo. Para mí esto lo convierte en una mierda. No me importa cuáles sean las reglas en su relación con Talia, pero no tenía ningún derecho a arrastrarte a ti a todo el lío.

—No fue así la cosa —protesté y Carrie alzó las cejas—. Bueno, está bien, lo que hizo fue bastante mierdoso, pero yo tampoco debería haber ido a su apartamento. Soy adulta y tengo que asumir mis errores. Su relación con Talia no era ningún secreto.

Mi amiga se encogió de hombros...

—Estamos de acuerdo en que no estamos de acuerdo —dijo—. Ahora ¿qué tiene que pasar para que muevas el culo y te vayas a Seattle?

Miré a mi alrededor, con el ceño fruncido. Solo limpiar aquello me llevaría horas.

—No, yo me encargo de recoger aquí —dijo Carrie, leyéndome el pensamiento—. Tú solo empaqueta lo que necesites.

—Tendré que llamar a Brandon —dije, con un suspiro.

—Llama a la oficina y déjale el mensaje a su ayudante —propuso Carrie—. Trátale como él te ha tratado a ti. Si le molesta, esto es solo para que se vaya ablandando un poco.

La expresión de Carrie era tan alegre que no pude evitar sonreír.

—Dime cómo te sientes realmente —le dije.

—Siempre respeto la cláusula de no hablar mierda entre nosotras, Tink —repuso ella.

—Lo sé —le dije—. Eso es lo que me encanta de ti. Bueno y también que siempre me traes comida y bebida.

—Prioridades, nena —comentó ella—. Todo es cuestión de prioridades.

—Oh, mierda —dije, al darme cuenta de que tenía otro problema.

—¿Qué pasa? —inquirió Carrie.

—Imposible llevarme todo en el descapotable —contesté—. ¿En que estaría pensando cuando cambié mi furgoneta por un Mustang?

Mi amiga rompió a reír y me quedé mirándola fijamente.

—Como oiga algo sobre «la crisis de los treinta y tantos», te estrangulo —le advertí.

—Por una vez en tu vida estabas siendo impulsiva, lo cual está muy bien —me respondió ella—. Ahora, pídemelo bien y te presto mi todoterreno.

—¿Podrías por favor prestarme el enorme todoterreno que conduces para compensar tu pequeña estatura? —rogué.

—Pues claro —contestó Carrie— y hasta meteré una botella de vino, por si Brandon se pone cariñoso. Puedes romperla en la mesa y cortarle con ella.

—Oh, me encanta la idea, me encanta —repuse, sonriente.

***

Gage

—He armado una movida del carajo —le dije a Picnic por teléfono. Estaba sentado en mi sofá, con los pies apoyados sobre la mesita del café, sopesando mis opciones.

—Eso parece —confirmó él.

—Eres como un rayo de sol, ¿eh? —repuse.

El presidente de los Reapers de Coeur d'Alene soltó una carcajada y casi pude ver la expresión de su cara por teléfono.

—Me gusta ver el lado bueno de la vida —contestó.

—Bueno, vamos a analizar qué hacemos ahora —corté—. He conseguido arreglar las cosas con Talia, aunque no ha sido fácil ni divertido. Nunca pensé que diría esto, pero estoy hasta los cojones del sexo. Lo que me preocupa es que le haga algo a Tinker. La zorra está realmente trastornada.

—Tienes que continuar con el plan —me dijo Picnic—. Todavía no tenemos la información que nos hace falta.

—¿Cuántas pruebas más necesitas? —protesté, frustrado—. Los Nighthawk Raiders están jodidos, eso está claro. ¿Por qué no podemos simplemente llegar y tomar el control? No son más que un club de apoyo, no tienen ningún derecho. Venimos, limpiamos la casa y asunto resuelto.

—Sabes que es más complicado que todo eso —suspiró Picnic—. No se trata solo de ellos. Marsh está trabajando con alguien al norte de la frontera y no sabemos con quién. Si entramos ahora a saco, solo resolveremos la mitad del problema. Los socios de Marsh encontrarán a otro capullo para trabajar con él. Necesitamos más información para poder cerrarles el negocio definitivamente.

—Y yo necesito mantener a Tinker a salvo —objeté y Picnic guardó silencio durante varios segundos.

—¿Cómo de importante es esa mujer para ti? —inquirió.

—No lo sé —reconocí—. Quiero follármela, claro. No puedo parar de pensar en ello.

—¿O sea, que quieres abortar una operación importante porque una tía te ha puesto bruto? —me dijo.

Consideré la cuestión y finalmente decidí que era mejor decir toda la verdad.

—No —respondí—, quiero decir, sí, deseo follármela, pero es más que eso. Esa mujer tiene algo. No puedo explicarlo. Pienso mucho en ella. Tal vez… no lo sé.

—En la vida te había oído hablar así —me dijo mi presidente—. Me dejas sorprendido.

—Yo también lo estoy —corroboré.

—De acuerdo —concluyó él—. Aguanta lo que puedas y mantennos informados. Tú eres el que tiene la información de primera mano. Si necesitas apoyo, me lo dices. Podríamos incluso evacuarla de allí, si vas en serio con ella, claro.

Cavilé unos segundos.

—Podría ser, creo que sí —dije por fin.

—Sería divertido —repuso Picnic, riendo.

—Que te follen —respondí.

—Prefiero follarme yo a mi mujer —replicó él—. Quédate por allí, ¿vale? Te apoyamos y recuerda que podemos sacarla de allí si está realmente en peligro. Yo mismo iré para allá y lo haré, pero ten en cuenta que se cagaría de miedo, así que no recurras a eso a menos que no veas otra opción.

Quedé pensativo y de pronto me acordé de algo.

—Oye, Pic, ¿podrías hacerme un favor? —le dije.

—Supongo que sí —respondió él.

—¿Has oído hablar alguna vez de un fiscal llamado Brandon Graham? —pregunté—. Es el director de la División de Lucha Contra el Crimen de King County.

—Me suena —contestó él—. Puedo preguntar, a ver si tenemos algo de información. ¿Por qué?

—Bueno, técnicamente hablando, es el marido de Tinker Garrett —expliqué.

Picnic rompió a reír.

—¿Me estás tomando el pelo? —dijo—. Te resulta imposible hacer las cosas fáciles, ¿verdad?

—Solo coméntame por favor lo que puedas averiguar —le dije—. Tengo que volver al trabajo y asegurarme de que Tinker se encuentra bien. Va a ser una conversación muy divertida.

Picnic gruñó y colgué, dedicándole un gesto «cariñoso» con mi dedo en alto. Me levanté despacio y me eché el pelo hacia atrás. Había jodido bien la situación, de eso no había ninguna duda. Sin embargo, cuando recordaba la sensación de la boca de Tinker contra la mía, no podía lamentarlo.

Mierda.

Y ese olor a melocotones…

***

Pasé la mañana trabajando en la azotea y echando el ojo de vez en cuando para ver si aparecía Tinker. Teníamos que hablar. Podía haber bajado a la tienda, por supuesto, pero no quería darle la impresión de que le había preparado una encerrona. Había que evitar a toda costa empeorar las cosas.

Alrededor de las dos de la tarde apareció un gran todoterreno de color gris y observé cómo Tinker salía de él y entraba en la casa. ¿Dónde estaba el Mustang? Descendí de la azotea, me sacudí un poco el mono de trabajo de color marrón que llevaba puesto, me acerqué a la puerta del apartamento de ella y llamé al timbre. Su padre abrió la puerta.

—¿Está Tinker por aquí? —le pregunté.

—Sí, pero está ocupada —respondió, sin rastro de confusión en su mirada—. Creo que nos vamos a Seattle para un par de días. Dice que necesita usar la cocina que tiene allí, pero la verdad es que no me gusta nada la idea.

Dicho esto, Tom se inclinó hacia mí y prosiguió, en voz baja.

—Creo que en realidad lo que quiere es ver a su marido —dijo—. Espero que no se le ocurra volver con ese mamarracho. Nunca me gustó.

Normal. A mí tampoco me gustaba y eso sin conocerlo en persona.

—Mira, realmente necesito hablar con ella —le dije—. Es importante. Se trata del edificio. Solo será un par de minutos. ¿Puedo pasar?

Tom me observó unos segundos en silencio y al final asintió con la cabeza.

—Mira a ver si puedes convencerla de que no haga una tontería —dijo mientras se apartaba para dejarme entrar. Lo seguí hasta la sala de estar y después el continuó hacia el fondo de la casa, para buscar a su hija. Mientras esperaba, me dediqué a observar el lugar. Era bonito, de una forma algo pasada de moda. Mucha tapicería oscura y muebles con patas de madera. Lámparas con pantallas de cuentas de vidrio. Suelos de parqué muy pulidos. Me recordaba a la tienda, algo como de otra época.

Tinker era también un poco así, con su peinado retro y sus pintas de chica de póster.

—Mi padre me ha dicho que ocurre algo —dijo de pronto su voz, con tono abrupto. Me di la vuelta y la vi bajo el arco que separaba la sala del comedor, con los brazos cruzados sobre el pecho y el rostro en tensión. «Esta vez sí que la has jodido, gilipollas», me dije.

—Tenemos que hablar sobre lo que pasó anoche —le dije y ella negó con la cabeza, con una sonrisa más falsa que una moneda de chocolate.

—No hay nada de qué hablar —dijo—. Por lo que a mí respecta, no ocurrió nada. Fin de la historia. Si tienes alguna cuestión que comentarme en relación con el edificio, mándame un mensaje de texto.

—Tu padre me ha dicho que te marchas de la ciudad —contesté, avanzando, y ella dio un paso atrás. «No deberías recular ante un depredador, nena», pensé para mis adentros.

—Tengo un pedido extraordinario que servir —explicó rápidamente—. Tengo que utilizar el equipo de mi cocina industrial y no cabe en la tienda. Eso es todo.

Me acerqué más, acorralándola contra la pared.

—A tu padre le preocupa que vuelvas con tu ex —declaré—. ¿Está justificada su preocupación?

Los ojos de Tinker chispearon un instante y su cuerpo se envaró aún más.

—Eso no es asunto tuyo para nada —dijo con voz firme. Aquello me gustaba, pero no la manera que tenía de evitar mi pregunta. Nunca he apreciado especialmente que me cuenten cuentos chinos y ahí tenía uno delante y de los gordos.

Frustrante hasta decir basta.

Probablemente por eso es por lo que avancé aún más, hasta sentir el perfume de su pelo. Melocotones, claro. Como era de prever, mi miembro se endureció y me pregunté si alguna vez en la vida podría pasar por una frutería sin ponerme burro.

Sería divertido si la situación no estuviera tan jodida.

—¿Vas a ver a tu ex? —le pregunté.

—Bueno, vive en la casa, así que es probable —respondió, con tono acerado—, aunque, insisto, esto no es de la incumbencia de nadie. Usted trabaja para mí, señor Romero, y creo que debemos mantener nuestra relación en términos profesionales. Si necesita algo de mí, mande un mensaje de texto, a mí o a Darren. Aparte de eso, no veo ninguna razón por la que debamos dirigirnos la palabra.

Había algo feo en sus ojos cuando decía eso, un matiz de miedo o de asco, como si yo estuviera a metros por debajo de ella. A la mierda con eso. Avancé un último paso y pegué mi cuerpo contra el suyo, provocando un endurecimiento aún mayor de mi polla, que no tardó ni un segundo en reaccionar a su dulce aroma. Ella me empujó el pecho con ambas manos, pero yo se las agarré rápidamente y las sujeté contra la pared, por encima de su cabeza.

—¿Seguro que quieres emplear ese tono conmigo? —pregunté. Ella entreabrió los labios y recordé su sabor, dulce y delicioso. Perfecto. Tragó saliva y su mirada se ablandó. Durante un segundo pensé que era mía de nuevo, pero de pronto alzó la barbilla.

—Ya me han chuleado bastante por hoy —me dijo—. No puedo más. O me sueltas ahora mismo o te despido de aquí de una patada en el culo y también puedes despedirte de tu apartamento.

Sonreí, porque si quería jugar a ese juego, estaba dispuesto.

—Eso es ilegal, querida —le dije—. ¿No conoces la ley? Tengo un contrato de alquiler. No puedes echarme antes de que venza sin una orden judicial. En realidad tampoco puedes despedirme sin más. ¿Realmente quieres explicarle a un juez nuestro pequeño arreglo? Me pregunto lo que pensaría de él la inspección de trabajo…

—¿Perdona? —replicó ella—. Estás un poco perdido, gilipollas. Esto no va de jueces ni de inspecciones de trabajo. Tú me besaste anoche y estás con otra mujer. Eso es una cabronada.

—Tú me correspondiste —le recordé— y la situación con Talia es complicada, pero no tiene ni un puto motivo para protestar. Aparte, nada de esto cambia el hecho de que soy inquilino en tu edificio y, en lugar de cobrarme la renta, me haces trabajar bajo cuerda. No estás pagando nada a la seguridad social por mí, ¿cierto? ¿De verdad quieres jugar la carta del despido?

—Vete de aquí ahora mismo —me espetó, furiosa, y me eché a reír.

—No hasta que no aclaremos todo esto —le respondí.

Tinker se retorció bajo mi presa y sentí que su rodilla salía disparada hacia arriba. La bloqueé fácilmente —estaba claro que cocinaba de maravilla, pero no era una luchadora callejera—. Gruñó de rabia y se retorció de nuevo, tratando de liberarse. Dada la forma en que yo mantenía sus manos aprisionadas, todo lo que consiguió fue restregar sus caderas contra las mías.

Respiré hondo y traté de mantener el control al notar la presión de su vientre contra mi polla.

«Dios mío, esta mujer va a matarme», pensé. «¿Por qué demonios siento este deseo voraz de besarla?» Besarla y después tumbarla en aquella mesa de comedor tan anticuada, para comprobar si sus patas eran aún capaces de aguantar una buena cabalgada encima.

—¡Sal de aquí de una puta vez! —me gritó. Genial. Ahora estaba entrando en pánico, lo cual me gustaría decir que suponía una desmotivación para mí, pero por desgracia no era el caso. Me hacía sentir poderoso y sí, ya sé que suena un poco jodido.

Nunca he pretendido ser un chico decente y honesto.

Aquel era el momento en que debería haberla dejado marchar, pero lejos de ello empujé más a fondo con las caderas y resoplé al notar que mi polla se apretaba contra sus deliciosas curvas. Oh, joder. Las pelotas me ardían, repletas a presión como estaban y listas para ella. Entonces la obligué a alzar aún más las manos, se las agarré con una sola de las mías y la que acababa de liberar la hundí en sus cabellos.

Tinker se quedó totalmente inmóvil, con ojos como platos.

—Vosotros los moteros sois una panda de putos maltratadores —susurró, lamiéndose nerviosa los labios. Yo ya me inclinaba hacia ella, listo para tomar lo que deseaba, pero sus palabras me frenaron.

«Vosotros los moteros.»

Moteros.

En plural.

«Me cago en todo lo que flota.»

La agarré con más fuerza por el pelo y ella palideció y lanzó un chillido. Mierda. Aflojé la presión un tanto, lo suficiente como para seguir sujetándola, pero sin hacerle daño, y la miré fijamente.

—Te voy a hacer una pregunta y la contestarás con sinceridad, ¿de acuerdo? —le dije.

Ella entrecerró los ojos en respuesta.

—¿Ha ocurrido algo en particular que te haya hecho decidir irte a Seattle? —inquirí.

—Sí, tengo trabajo que hacer allí —respondió con rapidez—. Lo siento, Cooper, pero el maldito mundo no gira en torno a ti y tu club de moteros.

—¿Te refieres a los Nighthawk Raiders? —pregunté con precaución, mientras sentía que la ira crecía dentro de mí. Esto iba más allá de un simple beso. ¿La había amenazado Talia? ¿O tal vez había enviado a uno de los matones de Marsh para aterrorizar a mi chica?

Si era así, iba a estrangularlos con mis propias manos.

Una corriente de furia homicida se apoderó de mí, dominándome por completo. Dios, iba a abatir a tiros a todos aquellos hijos de la gran puta, uno detrás de otro. Mis manos debían de haber incrementado la presión inconscientemente, porque Tinker emitió un débil quejido de dolor. La solté de golpe y retrocedí, para evitar el peligro de cometer una verdadera estupidez, y ella se frotó las muñecas. «Genial. Le he hecho daño.»

—Dime qué ha ocurrido —dije.

Tinker me miró fijamente.

—Aquí va una pequeña historia para ti —dijo después de una larga pausa—. Fui lo suficientemente estúpida como para confiar en una persona que no conocía y darle trabajo. Después fui aún más estúpida, porque cuando esa persona me invitó a cenar le dije que sí, aunque sabía que tiene a una peligrosa zorra psicópata como novia. A continuación dicha persona me amenazó con la inspección de trabajo, porque es un grandullón y vociferante gilipollas. Fin de la historia. Ahora me voy a Seattle a utilizar mi equipo de cocina. He cometido muchos errores durante este pasado mes, pero al menos soy lo bastante lista como para no cometer los mismos errores seguidos. Y ahora saca tu puto culo de mi casa.

—Ya la has oído. Es hora de irse.

Me di la vuelta y me topé con Tom Garrett que, plantado en medio del salón, nos estaba apuntando con una escopeta. Puto infierno. Si apretaba el gatillo, nos alcanzaría a los dos, a mí y a Tinker. Levanté las manos y rogué para mis adentros que el anciano no hubiera perdido totalmente el contacto con la realidad.

—Papá, por favor, ¿puedes bajar la escopeta? —suplicó Tinker con voz temblorosa.

—Este chico tiene que tratarte con respeto —declaró Tom—. Menos mal que tu madre no está en casa, porque ella no le dejaría irse tan ricamente. Vamos, es hora de que te retires, muchacho. Y déjala tranquila también en el instituto. Si me entero de que la has estado molestando, iré a buscarte, ¿me has entendido?

Bueno, mierda, creo que ya tenía la respuesta a mi pregunta sobre su estado mental. Miré a Tinker, que se había puesto más blanca que la pared.

—Entendido y totalmente de acuerdo —le dije a Tom—. Voy a dirigirme a la puerta, ¿de acuerdo?

Mientras hablaba, me iba apartando de Tinker, ya que, si el viejo decidía apretar el gatillo, al menos ella se salvaría.

—Por lo menos es capaz de seguir instrucciones —comentó Tom sacudiendo la cabeza, mientras yo caminaba por la habitación sin quitarle el ojo de encima.

—Papá, voy a acercarme a ti y después quiero que me des la escopeta, ¿de acuerdo? —dijo Tinker, con voz aún vacilante, y caminó hacia su padre, eso sí, bien pegada a la pared y fuera, por tanto, de su línea de tiro. Yo seguía avanzando hacia la puerta, con la vista siempre clavada en la de Tom y tratando de decidir cuál iba a ser mi siguiente movimiento. No podía simplemente largarme y dejar ahí a Tinker sola con él.

Con la suerte que teníamos últimamente, lo mismo se olvidaba de quién era ella y le pegaba un tiro.

—Señor Garrett, le prometo que no volveré a molestar a su hija —le aseguré—. Solo una cosa: no me siento tranquilo con Tinker y la escopeta en la misma habitación. La veo un poco asustada. Como ya estoy en la puerta, ¿no cree que podría bajar el arma y así ella estaría más relajada?

Trataba de parecer inofensivo, lo cual resulta un poco difícil cuando mides un metro noventa y pesas algo más de noventa kilos, pero me esforzaba en ello.

Tom miró a Tinker, que casi le había alcanzado.

—¿Estás preocupada, preciosa? —le dijo a su hija.

—Papá, ya sabes que a mamá no le gusta nada que tengas una escopeta cargada en casa, sobre todo si yo estoy cerca —respondió ella.

Tom asintió lentamente y bajó el arma.

«Gracias, Dios mío», dije para mis adentros. «Te debo una.»

—Gracias, papá —dijo Tinker y me miró. De su rostro había desaparecido todo rastro de la cólera que la había poseído antes, ahora solo había tristeza. Esperé mientras su padre abría la escopeta. Tinker la agarró y se la apoyó en el brazo de una manera que me indicó que no era aquella la primera vez que tocaba un arma de fuego.

Aquella mujer era una fuente inagotable de sorpresas.

—Ya puedes irte —me dijo, con aspecto de estar agotada.

Qué día más jodidamente raro…