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El timbre de la puerta sobresaltó a Asier. Se dirigió a abrir, molesto por la interrupción.
—¡Amaia! —exclamó sorprendido. ¡Claro que Amaia iba a aparecer!
En sus ojos verdes había algo de ansiedad, pero también valentía y resolución. Amaia le empujó para entrar antes de que pudiera invitarla.
—¿Te has escapado del hospital?
Amaia volvió hacia él con naturalidad.
—Sí, claro. ¿Terminamos la novela?
—¿Has hablado con Santiago? —preguntó Asier confuso. Quizá debería avisar al hospital, o al menos a Santiago para que supiera dónde estaba.
—Sí. Y ahora, ¿quieres que nos enfrentemos al final?
—Pero si me dijiste que siguiera yo solo, que ya tenía suficiente. Y casi no quisiste escucharme en el hospital.
—Vamos, siéntate. Te lo voy a contar todo. Necesito contarlo.
—Dime algo antes —pidió Asier sentándose frente al ordenador como ella le pedía—. ¿Es real esta historia? ¿Tú de verdad crees que lo es?
—¿Importa?
—Depende. ¿Desaparecerás cuando haya terminado de escribir la novela? —preguntó él, retador.
—Primero tienes que conocer el final de la historia y, después, decidirás.
—Está bien —accedió Asier—, pero sea lo que sea eso que temes, quiero que tengas claro que tú me importas más que la novela.